La Debilidad de las Olas: el Polo del Agua


La taberna está concurrida a aquellas horas de la tarde. El viejo marinero, su jarra llena de ron, se abre paso entre las mesas de borrachos y piratas, hasta llegar con sus amigos. Nada como contar las noticias e historias para terminar un día duro de trabajo en el mar. 

-Dicen que el puto Tuerto se ha vuelto loco. No hizo las ofrendas necesarias a los espíritus de las aguas y se lo llevaron al oeste, más allá de las islas, hasta que solo había mar arriba y mar abajo. Y se le ha ido la cabeza. Lo encontraron balbuceando sobre las estrellas bajo su barca, tironeando de su ropa, en la playa. Hay que ser idiota para no haber apaciguado a los espíritus antes de salir a faenar.-

-Pues yo he oído que no fue eso lo que pasó. Marchó una mañana en su lancha, y cerca de los arrecifes escuchó un canto, bello y seductor. ¡Una sirena! Se enamoró de ella y pasaron una semana y un día juntos, pero cuando ella regresó a las aguas se le partió el corazón. Y por eso ahora está ido.-

-No, no es eso, ¡para nada! Fue contratado por un grupo de aventureros. Querían obtener las riquezas de las tierras de la muerte, de la Isla de la Niebla Oscura. ¡Ese lugar está maldito! Partió con los aventureros y nunca más se ha sabido de ninguno de ellos, solo él pudo regresar, su alma casi robada por los espectros.-

-Pues a mi me la trae bien floja el puto Tuerto y su jodida madre. Si me preguntáis, su gran maldición es casarse con esa mujer fea que tiene por esposa, una mujer bonita es lo que un hombre necesita. Pero más importante que eso, he oído que otra de las flotas de la Armada Mercante del Reino ha sido atacado por piratas. Sus barcos, cargados de jade de los tributos del Archipiélago de la Cresta de la Ola, fueron hundidos y saqueados por los crueles piratas Lintha; sus barcos surgieron de las profundidades del mar, tirados por krakens, y para cuando abordaron la flota casi no hubo batalla, les pasaron a cuchillo y los lanzaron al mar como sacrificios a vete tu a saber qué. Ni uno sobrevivió. Eso va a enfadar al Reino, te lo digo yo, pronto enviarán una Legión o dos a pacificar a los piratas y todas estas tierras van a verse envueltas en la guerra.-

-Bah, eso no es nada. Lleva ocurriendo eso durante siglos. Vendrán, capturarán unos cuantos piratas y se irán, como siempre.-

-Las cosas no son como siempre, joder. Las cosas se van a la mierda sin la Emperatriz para mantener el orden. Las cosas se desmadran y nosotros somos los que vamos a pagar la vajilla rota.-

-No debemos preocuparnos, aquí en Pescuezo somos pacíficos y los espíritus nos protegen. No hay más que pescadores y pagamos nuestros impuestos al Reino.-

-¡Eso no les va a parar, te lo digo yo que de esto se! Cuando vengan con su armada y sus magistrados y sus legiones no les importará que aquí no haya más que pescadores. Querrán más, como siempre quieren. ¡Y nuestras islas son demasiado pequeñas para oponerse!-

-No todas, Azur tiene armada y soldados. La fuerza es importante para ellos, seguro que defenderán a las islas de los intentos de agresión del Reino, ¡aunque sea solo para demostrar lo fuertes que son!-

-Para nada, a los de Azur solo les importa su propio pescuezo. El Dictador Electo que les gobierna está más interesado en ser él quien saquee y ataque a las demás islas aprovechando la debilidad del Reino que en realmente protegerlas de una agresión. ¡Esos bastardos quieren nuestra sangre!

-Bueno, bueno, tranquilizaos y no os alteréis. Los espíritus siempre nos han protegido y siempre lo harán. Estas aguas son de nuestra gente desde hace tiempo y el Reino no nos quiere mal. Ni piratas ni señores de la guerra, estas islas de pescadores están a salvo.-

-Puede ser, pero ¿por cuánto tiempo?-

Y esa pregunta cuelga sobre la mesa de amigos, causando un silencio incómodo. El mundo está cambiando rápidamente, como las mareas que van y vienen, y sus huesos lo notan. Igual que sienten el cambio del viento o de las corrientes, saben que las dispersas islas de los archipiélagos, pequeñas y débiles, van camino de una tormenta capaz de hundir barcos y sembrar el miedo en los navegantes más fieros. Y por muy fuertes y seguros que sean los hombres de las islas, todos temen a las aguas revueltas.

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