Las Herramientas de los Hijos de los Dragones


La lanza incompleta reposaba sobre la mesa recia de la forja. La larga asta de madera de caoba pulida estaba decorada con un intrincado diseño de oro y obsidiana decorado con distintas gemas engarzadas en los puntos clave para un buen tránsito de la Esencia de su usuario. Pues la energía debe fluir sin trompicones ni problemas si el arma debe servir a un Vástago del Dragón como era el caso, pues le había sido encargada por un miembro de la Casa Peleps para celebrar la mayoría de edad de su hija primogénita y su unión a la marina imperial. Delgadas y delicadas cintas de tela, seda y tul, tanto azules como blancas esperaban al lado a ser enroscadas alrededor del asta para fluir como las olas cuando el arma se moviese con los golpes de su propietaria.

El armero trabajaba con cuidado y precisión en una pieza alargada y negra. Cuando el trabajo estuviese terminado, sería el filo y la punta de la lanza, de jade negro como se requería para estar en sintonía con el agua. Y es que, aunque para la mayoría de los habitantes del Reino el jade era simplemente la moneda que circulaba continuamente, para aquellos habituados a los procesos de manejo de la Esencia sabían que el material estaba en sintonía con los Dragones Elementales. Jade negro como las profundidades del océano para el agua, jade blanco como la cima de las montañas para la tierra, jade verde como las copas de los robles para la madera, jade rojo como el corazón de la forja para el fuego y el jade azul del cielo para el aire. 

Todos los Exaltados querían sus armas y armaduras forjadas con sus propios materiales para facilitar el manejo de la Esencia. Y, con las tensiones crecientes tras la desaparición de la Emperatriz, la demanda de aparejos de guerra para los miembros de la Dinastía crecía sin parar. Aunque ahora trabajaba con cuidado en la cabeza de la lanza, a su lado reposaba un hacha que había sido encargada por un miembro de la Casa Tepet que, cubierta de jade azul para el aire, iba a ser empleada en la guerra en el norte. Pues los combates habían comenzado entre el Reino y algún enemigo exterior. El herrero no conocía los detalles, pero sabía que era una mala señal para un imperio sin Emperatriz, aunque una muy buena señal para su propio negocio. 

Pero también sabía de otros materiales con propiedades especiales. Los había observado en antiguas reliquias de la Primera Edad que portaban algunos miembros de la Dinastía cuando acudían a su herrería. Por supuesto, solo los más importantes y sagrados de los Hijos del Dragón tenían un arma de aquellas características. A una le había visto unos puños de un extraño oro que brillaban con elegancia y fiereza; de un delegado había observado un casco plateado y recio decorado con motivos monstruosos y brutales, que inspiraba temor en quien lo observase. 

Aunque nunca los había visto, había rumores entre los miembros de su profesión de otros dos materiales de extrañas y mágicas propiedades. Un metal del corazón de una estrella, ligero y resistente como ningún otro. Y, más terrible, el acero negro creado a partir de alamas atormentadas que usaban necromantes e hijos de los demonios. Los habitantes del Inframundo que buscaban acabar con los vivos podían, se decía, separar el alma de un vivo de su cuerpo y esclavizarla con un simple corte de sus negras hojas. Un negro muy distinto del jade que estaba trabajando en aquel momento, pues no buscaba canalizar la Esencia de un Iluminado y Divino Hijo del Dragón, sino el horrendo y oscuro poder de un general de los muertos.

Y aún había historias más extrañas. De materiales imposibles, tejidos de sueños y desesperación, de armas obtenidas del Kaos mismo y manejadas con violencia y destreza por la Buena Gente en su continuo ataque a la Creación. Quien sabía si la lanza que ahora estaba creando no sería acaso usada para proteger al Reino del ataque de las hadas y, si era así, cómo reaccionaría el jade al contacto con la no existencia. Pero si un material era mágico y fuerte suficiente para resistir ese impacto era precisamente aquel material sagrado alineado con los Dragones. Así que el herrero trabajó hasta bien entrada la noche, en el jade negro y el jade rojo de unos guanteletes que le habían encargado para un general Cathak que quería conmemorar alguna victoria de su pasado y presentarse así en la corte imperial para impresionar a los miembros de las otras Casas. 

Pues las armas no solo se usaban en los campos de batalla contra la Buena Gente o los habitantes escapados del Inframundo. El jade era vida de la gente en el comercio como monedas, y se transformaba en manos habilidosas como las suyas en las herramientas que los Hijos de los Dragones usarían en la corte y en la batalla, en el comercio y el ocio. Pues ellos manejaban la Esencia, y ninguna herramienta permitía canalizarla mejor que un daiclave del jade adecuado. Y era su propio poder como miembro de la casa Ragara, como Vástago del Dragón de Tierra, el que le permitía moldear el jade para elevarlo a un destino superior a manos de los otros Inmaculados.

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