Donde Gobiernan las Sombras


El Amortajado Devorado por Gusanos les llevaba ventaja, pero no demasiado. Había tomado refugio en las antiguas ruinas que había al final del camino, teñidas de rojo por el sol poniente. Las paredes, fragmentadas e incompletas, parecían reirse de la partida de caza cuando Lanza de Fuego hizo una señal a sus hermanos para que se detuviesen. Aquel era un lugar peligroso, lo sentía en su interior, incluso para tres descendientes de los Dragones entrenados con las Legiones imperiales como ellos. 

Primera mala señal: el silencio. Mientras anochecía, no se escuchaba ni pájaro ni roedor. Hasta los troncos de los árboles ennegrecidos y muertos parecían querer guardar silencio, resistiéndose a ser mecidos por la débil brisa. Segunda mala señal: el olor. Empalagoso, almizclado y especiado. El aroma de un cuerpo en proceso de embalsamamiento llenaba el lugar, incluso hasta donde los guerreros esperaban a que Lanza de Fuego se decidiese.

Se volvió y vio la mirada preocupada en los ojos de su amada Pianqu; incluso el afable Serrerak, siempre bromista, guardaba silencio mientras la tierra acudía a formar una armadura protectora a su alrededor. Lanza solo asintió. Era obvio que era una trampa, un trozo de las Tierras Sombrías que se había infiltrado en la Creación, pero era su misión y su deber acabar con el Amortajado Devorado por Gusanos y sus cadáveres animados. Bastante daño había hecho en la ciudad de Kirighast antes de ser descubierto y huir a las montañas a donde lo habían seguido. 

Con cuidado, cogió su lanza que ardió al contacto con su mano, su jade rojo incinerándose con la violencia de los elementos puros. Su aura se activó, revelando el sello del fuego en su frente, a medida que la Esencia se dejaba moldear por él. Detrás, sintió la llegada del agua ante el reclamo de su querida, de la tierra ante las plegarias de su amigo. Y juntos los tres se adentraron en las tierras donde el velo entre la vida y la muerte es más débil. 

Sabía que probablemente era un error, no se engañaba con eso. Adentrarse en territorio de fantasmas y espectros con la noche echándose sobre ellos era demasiado peligroso. Pero esperar permitiría que el Amortajado repusiese sus fuerzas en su Morada, le permitiría recuperar sus ejércitos o incluso huir para no ser visto de nuevo. Con la lanza crepitando en su mano, avanzó lentamente, con cuidado, observando a su alrededor en busca de cualquier enemigo tendido en emboscada. 

Pero nada parecía esperarles de camino a las ruinas, más allá de la sensación de ser vigilados y el creciente frío. El sol terminó de posarse detrás de ellos y las ruinas quedaron sumidas en la plateada luz de la luna, débil y distante, tan fantasmagórica como los habitantes de aquel lugar. Por suerte estaba alejado de las poblaciones de la zona, pues en un lugar así un vivo podía cruzar el velo de la muerte y hallarse en el otro mundo antes de darse cuenta, del mismo modo que los muertos podían transitar junto a los vivos. Y aquellos que permaneciesen mucho tiempo allí enfermarían, serían débiles, pálidos, tocados por una muerte prematura. 

Apartó la tela ajada que cubría el hueco de la puerta con la lanza, las llamas de la misma incapaces de prender en un tejido que no era de este mundo. Del otro lado del umbral, la luna iluminaba el patio de lo que en tiempos debió ser una pequeña fortaleza, sus muros bajos de piedra tan arruinados como todo lo demás. Y entonces el silencio se rompió con el suave golpeteo de una lluvia imposible: roja como la sangre, intercalada con entrañas y órganos que caían de un cielo desprovisto de misericordia. Los pulmones y agallas comenzaron a cubrir el suelo del patio, que se tornaba de profundo carmesí con cada instante que pasaba.

Pero no se detuvieron. Eran Vástagos del Dragón, no permitirían que el miedo dictase sus vidas. Tenían una misión y era su deber y honor verla cumplida hasta el final, o morir en el intento. 

Los espectros surgieron de ninguna parte. En un momento el patio escarlata estaba vacío, al siguiente estaba ocupado por las figuras translúcidas de los muertos. Con voracidad sin límites se lanzaron contra los vivos, contra los arcos ígneos de la lanza, contra el torrente acuoso y contra los muros de tierra. Por cada espectro destruido otro ocupaba su lugar, sus caras deformadas por los dolores inflingidos en vida y muerte, susurrando tormentos que ningún vivo había sufrido jamás. Arañando, agarrando, cortando, mordiendo.

Uno, dos, una docena, un centenar... a medida que los tres Vástagos se abrían paso por el patio el torrente de espectros no se detenía. La lanza danzó con agilidad y elegancia, el arco acuático perforó espectros mientras la espada de obsidiana cortaba con golpes profundos y duros. La materia de un espectro se deshacía solo para ser ocupado su lugar por otro enemigo. Pero, por muchos que fueran, eran incapaces de detener el progreso del trío, que entre llamas, agua y tierras destrozaban a sus rivales sin pausa.

Hasta que una risa siniestra recorrió el lugar y, del cuerpo ruinoso del edificio principal, apareció el Amortajado en persona. Telas se anclaban a su piel con garfios de metal negro, gusanos se removían en sus mejillas y en las cuencas de sus ojos, y la sangre manaba infinita de la herida abierta en su cuello por donde una lengua retorcida se sacudía con espasmos epilépticos. La temperatura de todo el patio descendió abruptamente hasta el extremo de que Lanza sintió congelarse el sudor sobre su piel.

-Habéisss venido, unirosss a mi banquete. A misss ssseñoresss lesss gussstará tener compañía.-

Su voz, cavernosa e incompleta, era tan terrible que hizo rechinar los dientes de los tres Vástagos. Y, a medida que el aura de muerte del ser se intensificaba, Lanza de Fuego se dio cuenta de que iba a morir. Habían gastado demasiada Esencia combatiendo contra la horda de espectros como para hacer frente a los caballeros en negra armadura que acudían a la llamada de su amo. Y mucha más haría falta para enfrentarse al terrible esclavizador de cadáveres mismo, el nemesario al que habían estado persiguiendo durante días, en su propia Morada. 

El sol del amanecer se encontraba demasiado lejos como para aguantar hasta su regreso en estas tierras donde el velo entre la vida y la muerte no existe, donde solo moran las sombras.

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