Plata, papel, conchas y jade

Fitras estaba sudando profusamente. Aún bajo la cobertura de toldos y lonas, y con la ropa ligera que llevaba, el calor de Paragon era notable. Y más con el mercado así de lleno. La gente iba y venía entre su puesto y los de alrededor, mirando, comparando, regateando, probando y multitud de otros verbos apropiados. Lo cual, con tanto trasiego y la ausencia de viento de aquella mañana, solo hacía que el agobio fuera más sofocante aún, algo agravado por la humedad reinante en la ciudad portuaria.

-¡Telas traídas desde tierras lejanas, perfectas para turbantes, saris, obis y cualquier otra prenda decorativa! ¡Los mejores estampados trabajados manualmente por artesanos con generaciones de experiencia!-

Tener que hacerse oír por encima de las conversaciones y risas, las negociaciones y las discusiones, solo lo hacía peor. El agua de su odre hacía ya tiempo que estaba calentorra, y no refrescaba ni relajaba la garganta. Al menos estaba siendo una mañana productiva, había vendido buena cantidad de mercancía y si el día seguía así probablemente pudiese ponerse en marcha en unos pocos días. Sin el patrocinio del Gremio, un mercader libre como él no se podía permitir estar quieto demasiado tiempo, siempre yendo de mercado en proveedor y vuelta. Partiría hacia el este, hacia Chiaroscuro tan pronto pudiese, y de ahí en un barco por el Mar Interior en busca de vender sus productos en las tierras del este, aunque con los problemas de la región quizás hacía falta reorganizar su ruta y buscar otros mercados más favorables.

-¿Cuánto por esa tela de estampados azules?- preguntó un jovencito, probablemente pensando en hacerse alguna decoración con la que lucirse ante alguna jovencita de su gusto. 

-Para un muchacho joven y apuesto como tu, creo que la roja te sentará mejor. Va a juego con tu estilo y va a impresionar a las muchachas rápidamente, los diseños son de la Ciudad Imperial ni más ni menos. Y a penas medio dinar para ti, ya que lo vas a lucir tan bien, si hablas bien de mis productos.-

-¿Medio dinar? ¿Me has visto cara de retrasado o algo así mercader? Por un trapo como ese te doy como mucho un octavo de dinar, ¡y deberías darme las gracias!-

-¿Un octavo? ¿Es que quieres llevarme a la ruina muchacho? ¡Con eso no puedo ni cubrir los costes, mucho menos alimentar a mi pobre familia que depende de mi! Por tres octavos estaría dispuesto a hacer el sacrificio, pero no puedo bajar de ahí.-

-Es un atraco esto, los rateros de la ciudad lo hacen con más elegancia. Te doy un cuarto de dinar y listo. Y en moneda de papel, no en moneda de plata.-

El mercader aceptó, aunque aceptar moneda de papel siempre significaba una pequeña pérdida en transacciones grandes, era lo que llevaba la mayor parte de la gente común para su vida diaria. Y un cuarto de dinar era un buen beneficio para él, que había pagado un octavo originalmente. Se limpió la frente con un pañuelo y comprobó los papeles antes de entregar la mercancía. Era buena moneda de papel, ninguna trampa, así que dio por válida la transacción. Y, a gritos, de nuevo comenzó a anunciar su mercancía, en busca de más gente interesada.

Pudo ver como, un poco más allá, el mono de un muchacho descolgaba suavemente la bolsa de monedas de plata de algún comprador poco atento. Al fin y al cabo, cada uno se gana la vida como puede y si no prestas atención en las calles del mercado, te puede salir muy caro. Dos puestos más allá, un navegante de las islas del oeste intentaba pagar con conchas, una moneda que raramente se aceptaba fuera del polo del agua. Probablemente era la primera vez que el navegante viajaba fuera de las islas y estaba enfadándose por momentos con el mercader de vino por no aceptar su moneda. Menos mal que aquel vendedor tenía un buen mastodonte de guarda al lado porque aquello se podía poner feo.

Por la calle, entre sus guardias personales, uno de los Vástagos del Dragón llegaba al mercado. Una dama fina y elegante, probablemente una de las señoras de la Dinastía en la ciudad, manejando la satrapía como gustaba. La clase de gente que no paga ni en plata ni en papel, sino que pueden hacerlo en jade si lo consideran. Era raro, fuera de la Isla Bendita, pero si alguien tenía jade era una Dinástica. Con gestos y aspavientos, logró atraer la atención de la mujer hasta su puesto y ella observó con distante desinterés las telas, pasando una suave uña nacarada por encima de las que más le llamaban la atención.

-Me llevaré las telas blanca, azul, y verde. Y el volante de encaje que tienes ahí- lo dijo con tono aburrido, en el elegante acento de la capital, tan poco frecuente en las calles de Paragon.

-Por supuesto mi señora, serán diez dinares de plata por todo.-

Que buen negocio, sin duda con esto podría cerrar su presencia en la ciudad antes de tiempo y ponerse en marcha. Pero la mirada de la Vástago de pronto hizo tambalearse su mundo, pues era con ira como ardían literalmente sus ojos a medida que su ánima se presentaba.

-¿Pretendes robarme sucia escoria? He dicho que me lo llevó, no que vaya a pagar por ello. Que pretendas que te entregue aunque sea un octavo de dinar por la basura que me estás dando es una ofensa a mi honor y mi dignidad. ¿Acaso has olvidado tu lugar en la Jerarquía Perfeccionada?-

-No, por supuesto que no, mi Inmaculada Señora, pero debéis entender que tengo una familia que mantener y alimentar. Por ser vos os puedo hacer un precio especial, el precio de costo, ¡pero no puedo bajar de tres dinares por toda esa mercancía!-

-Ese no es mi problema gusano. Me lo voy a llevar. Y deberías dar gracias a que tus telas las van a llevar algunos de los sirvientes de mi casa, es más de lo que tu basura puede aspirar. Y más gracias debes dar a que no mande a uno de mis hombres degollarte por ofender mi dignidad con tus sucias y sudorosas palabras. Das asco.-

El mercader retrocedió un paso al ver como uno de los caballeros, en la roja armadura de un Legionario, empezaba a desenfundar su espada curvada. Las lágrimas de impotencia comenzaban a descolgarse de las mejillas de Fitras mientras los mercaderes cercanos apresuraban a cerrar sus puestos para evitar sufrir su mismo destino. Todos habían esperado buen negocio al ver a la comitiva llegar, y ahora temían lo que fuese a ocurrir.

-No, no mi señora, claro, llevaos todo.-

-Excelente. Y si tienes algún problema, dejaré que el acero de mis hombres lo aclare contigo o con tus seres queridos.-

La sonrisa de medio lado de la Dinástica la acompañó mientras de nuevo se ponía en marcha. Con gesto apologético, uno de los esclavos que la acompañaba cogió las telas seleccionadas y se apresuró a seguir a la comitiva. Y no había nada que el mercader pudiese hacer. Sin la protección del Gremio, en una satrapía controlada por el Reino, bastantes gracias debía dar por no haber sido ejecutado o haber perdido todas las telas en vez de solo las más caras. Pero arruinado estaba, de eso no había duda. Habría que pedir un préstamo, endeudarse con algún banquero de la casa dinástica Ragara o algún usurero de los bajos fondos, para poder comprar nueva mercancía y recuperarse. Y, desde luego, nada de navegar por el Mar Interior en unos años.

Con voz trémula, continuó anunciando sus mercancías. Si podía vender lo que le quedaba tendría algo para poder negociar un préstamo más pequeño. Si no lo lograba, podía darse por muerto ante los intereses y garantías que le exigirían.

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