La Cabalgata del Dragón

En la orilla norte del Mar Interior se encuentra la ciudad de Pneuma, la de los Mil Templos, barrida por el gélido viento de aquella mañana. Entre templos y santuarios, con el sonido de gongs y tambores llenando el aire al ritmo de las plegarias, en el centro se alza el Clavo de la Verdad, una alta torre de mármol blanco y azul que se alza por encima de todo el resto. Cuenta la leyenda que Mela la lanzó desde los cielos como una lanza para destruir a un Anatema y por ese mismo motivo se encontraban las cuatro personas reunidas en el más importante templo de la ciudad.

Ledaal Filo Nocturno estaba ajustando las cinchas de su peto, luciendo orgulloso los emblemas de su Casa, la más fiel y pía de todas. La decadente Cynis Falasar jugueteaba con su lanza con soberbia y desdén en su gesto. Y Peleps Asura nerviosa y silenciosamente revisaba su casco, cubierto con los mon de la marina imperial, en un silencio que la joven parecía no romper nunca. Solo el viejo Tepet Hachablanca permanecía tranquilo y relajado en su asiento en el salón, su sonrisa pacífica y sus ojos amables dándole más el aspecto de un monje amistoso que un miembro de una de las Casas de la Dinastía.

-Esto debería ser rápido. Dejadme hacer a mi y estaremos todos de vuelta a tiempo para que mis sirvientes me preparen mi comida y me hagan una buena comida- la noble sonreía con esa suficiencia irritante ante lo que debía creer que era un comentario muy ingenioso.

-Nunca has cazado Anatemas, ¿verdad Falasar? Nada hay de rápido ni sencillo en ello, con esa actitud hoy no volverás a tu hospedaje a cenar- la respuesta, dicha en voz dulce y tranquila, fue dada por el anciano guerrero.

-Que tu casa sea un fracaso, Tepet, no implica que lo sean las demás. He entrenado con los maestros de la Orden Inmaculada en el arte de la lanza y el puño, la Madera responde a mis órdenes y los hombres y mujeres se doblegan ante mi belleza. Este Anatema no es rival.-

-Es tu primera Cacería Salvaje, ¿no jovencita?-

La Cynis asintió con soberbia. Todos habían llegado desde la Isla Bendita recientemente, después de que las autoridades locales de la satrapía informasen de la presencia de un enemigo del Reino y de la Creación en las calles de Pneuma. Filo Nocturno quería demostrar su valía en combate, por eso había escuchado la llamada de la Cacería, era una buena oportunidad de probar su disciplina y habilidad marcial y contribuir así a la posición de su Casa en la corte. Los motivos de los demás para acudir le eran desconocidos, pero intuía que debían ser similares, en estos tiempos todos buscaban posicionarse en la corte para lograr acceder al trono.

-Ya imaginaba, cachorrita, ladras mucho pero muerdes poco. Es mi octava Cacería. Esta fue un regalo de la última de ellas- recogió la manga derecha de su camisa, revelando bajo ella una profunda cicatriz de una herida que debía haber estado cerca de cercenarle el brazo-. Dos de mis compañeros de aquella ocasión no volvieron, y los otros dos lo hicieron más heridos que yo. Toda esa pérdida y sacrificio para un único Anatema. No esperes que esta vez sea más sencillo, y somos menos. No olvides nunca pequeña, que son hijos de los demonios, de los enemigos mismos de la Creación contra los que luchan los Dragones Elementales.-

Filo Nocturno frunció levemente el ceño, los Textos Inmaculados no decían exactamente eso, parecía una superstición local más bien. Pero el núcleo sí era cierto, los Anatema eran enemigos de la creación, hijos de demonios y hadas, amantes de muertos y fantasmas. Monstruos con apariencia humana, capaces de seducir y corromper, matar y destruir.

-No me asustan tus cuentos de viejo molinero, Tepet. Tu Casa es un conocido fracaso, una mera sombra de lo que eran hasta hace poco, y no se debe a ninguna otra razón que la ineptitud de vuestros guerreros.-

Muchos hubiesen tomado ofensa ante esas palabras, quizás iniciando un duelo o un combate en el suelo del templo. Pero no el anciano guerrero que sonrió distantemente, aparentemente sumido en sus recuerdos. Un silencio mucho más breve que el de Asura, que había dejado de lado su casco y revisaba las guardas de sus brazos mientras prestaba atención a los intercambios.

-Se lo que intentas hacer, Cynis, intentas volcar tu miedo en mi. Parecer fuerte cuando eres una cachorra asustada. Lo entiendo, yo una vez fui como tú, hace años, en mi primera Cacería. Por aquel entonces su Augusta Excelencia la Emperatriz Escarlata se sentaba en su trono y nadie sospechaba que un día pudiese desaparecer. La Orden Inmaculada mantenía constante vigilia ante la aparición de Anatemas para poder localizarlos antes de que dominasen sus oscuros poderes, antes de que fueran un problema. Y entonces, la Cacería Salvaje tenía presencia en todo el Reino, en todas las satrapías, y más allá, pues nunca faltaban voluntarios para unirse cuando un enemigo era encontrado.-

El silencio se mantuvo ante su pausa, incluso la Cynis respetó el mismo, inclinándose hacia el frente y prestando atención mientras mantenía la apariencia de desinterés y desidia de antes. 

-Pero esos tiempos cambiaron con la desaparición de la Iluminada Escarlata y con la pérdida del favor de los dragones que ello implica- más supersticiones pensó Filo Nocturno para sí, pero no interrumpió las palabras-. Ahora es todo política. Las Casas de la Dinastía luchando entre si por el trono, la Orden involucrada más en colocar sus peones en el juego que en la guía espiritual de la población, los Magistrados ocupados en conflictos por el poder en vez de dedicados a impartir justicia. Vivimos en tiempos oscuros y de dolor. Y la gente dispuesta a acudir a la llamada de las satrapías cuando se avisa la presencia de un Anatema se reduce, la Cacería pierde miembros e interés entre los juegos de los abanicos y las sedas. El tiempo de los grandes guerreros y cazadores de demonios se acaba mientras crece el tiempo de nuestros enemigos, una era de Anatemas y pesar.-

El silencio se prolongó cuando el anciano terminó su historia. Señal de cómo las palabras habían calado en los presentes.

-Bah, historias de ancianos, Tepet, nosotros venceremos con facilidad allá donde otros tendrían problemas. Y una vez cumplido nuestro deber podremos abandonar esta provicia fría y ventosa y volver a los burdeles y palacios de la Isla Bendita.-

Las palabras de Cynis Falasar parecían más para convencerse a sí misma que porque realmente las pensase. Filo Nocturno terminó de colocarse la armadura y ceñirse el casco, estaba listo para prestar el Juramento de la Cacería. El compromiso sagrado contra el enemigo de la creación. Poco sabían en ese momento que el Anatema era poco más que un adolescente. Que el combate sería brutal y sangriento mientras el demonio parecía aparecer y desaparecer a voluntad, cortando y degollando a los guardias de la escolta y los soldados de la ciudad. Que Tepet Hachablanca no vería una novena Cacería, su vida perdida para evitar un golpe fatal contra Falasar y crear una oportunidad. Que solo escucharía la voz de Peleps Asura cuando, con voz dulce y suave, suplicase que su madre estuviese a su lado mientras se desangraba en el pavimento. Y que solo caería el enemigo al final, después de haberle cortado una pierna al propio Filo Nocturno y que este lograse usar la oportunidad de Hachablanca para derribarlo. Que Cynis Falasar viajaría de vuelta a la capital en silencio, sin visitar ni burdeles ni otros placeres, cargando las heridas en su mente que Hachablanca llevaba en su cuerpo.

Y eso que habían tenido suerte. Que habían tenido un veterano con ellos. De no ser así, el Anatema habría acabado con todos ellos. Pero ese era el Inmaculado precio de la vigilia sagrada, de la lucha contra los enemigos de la Creación, por mucho que en la capital pareciesen haberlo olvidado. Esa era la sagrada tarea de la Cacería Salvaje.

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