Acero para Humanos Interludio: Pecados de los Padres


El golpeteo rítmico del granizo contra los muros no tapaba el sonido del violín y la lira que sonaban desde la planta baja, donde Zesiek y Kristof reían juntos. Pero el sonido del mar y el olor del salitre contribuía al ambiente de la sala, fría y demasiado vacía, escasamente iluminada pues las nubes ocultaban el débil sol de invierno. Unas velas iluminaban al brujo, que leía en una de las recias mesas de madera, de uno de los montones de libros.

En otra de las mesas, ya leídos a lo largo del invierno, estaban la colección de textos de Stregobor sobre la profecía de Ithlinne. Encima de esos libros, una hoja mostraba la escritura de Teos Exeter, que había extraído el nucleo de los textos, la profecía misma de los distintos tomos que hablaban de ella:

"Con verdad os digo que la era de la espada y el hacha está cercana, la era de la tormenta del lobo. El tiempo de la Helada Blanca y la Luz Blanca es inmediato, el Tiempo de la Locura y el Tiempo del Desprecio: Tedd Deireádh, el Tiempo del Final. El mundo morirá bajo el hielo y será renacido con el nuevo sol. Será renacido de la Sangre Antigua, de Hen Ichaer, de la semilla que tiene que ser plantada. Una semilla que no florecerá sino que explotará en lllamas. ¡Ess'tuath esse! ¡Así habrá de ser! ¡Buscad las señales! Las señales que serán, os digo a vosotros: primero la tierra se cubrirá con la sangre de los Aen Sidhe, la Sangre de los Elfos...".

Tal como estaban las cosas por el Norte, difícil resultaría argumentar que no se encontraban esos tiempos profetizados cercanos. El invierno estaba siendo especialmente duro, más que ningún otro que muchos recordasen, y la sangre de los elfos se había derramado ampliamente en los campos de Cintra, por la espada y el hacha. En cuanto a la locura y el desprecio... esos eran el pan de cada día en el Norte, más fáciles de encontrar que piedras de granizo sobre las ventanas de la fortaleza. 

En otra de las mesas había un par de volúmenes sobre otra profecía, la del Fuego en ese caso, que había supuestamente sido pronunciada hacía casi un siglo. Ambos textos habían sido escritos por un hechicero e investigador de Ban Ard llamado Istredd, que había tratado de reconstruir la profecía pero no lo había conseguido. Aparentemente lo único que quedaba de ella eran las historias contradictorias de unos pueblerinos asustados y una cierta aura mágica que permanecía pese a las décadas que habían pasado. Lo más extraño según el historiador era que, en el supuesto lugar de los hechos, se habían encontrado unas flores que sólo crecen donde se derrama la Sangre de los Antiguos, lo cual llevaba a Stregobor a conectar esos hechos con la profecía de Ithlinne, al fin y al cabo se había derramado ese tipo de sangre y se suponía que la profecía la había expuesto una elfa antes de ser quemada, lo cual el hechicero argumentaba en sus notas que bien podría ser la semilla que explotaría en llamas.

Pero tampoco esos eran los volumenes que interesaban a Teos Exeter, que se encontraba con el tercer conjunto, releyendo pasajes que ya había leído. Era la colección más grande de textos, robados hacía décadas por él mismo de la torre de Stregobor en Lan Exeter, cuando el hechicero era el consejero del usurpador. Y eran los relativos a la Maldición del Sol Negro, una profecía enunciada por el hechicero Etibald que muchos consideraban un loco. 

La profecía hablaba de sesenta mujeres que, con coronas de oro, traerían el final del mundo humano, cubrirían los valles de sangre y, con su maldad y crueldad, traerían de vuelta a Lilit. La oscura diosa, a quien en el este todavía se adoraba bajo el nombre de Niya, señalaría el nacimiento de esas niñas con un eclipse. Las notas de Stregobor hablaban de su preocupación por estos hechos y de los conflictos en el conjunto de la Hermandad por el futuro que implicaban; así, pese a la oposición de Francesca Findabair y de Gerhart de Aelle, la organización de hechiceros había decidido encerrarlas y estudiarlas. Algunas fueron rescatadas por caballeros andantes que las sacaban de las torres donde estaban encerradas, pero al final todas habían caído, la última según las notas de Stregobor había sido Renfri. Muchas de las rescatadas habían demostrado ser crueles y malvadas e inflingieron mucho dolor en la gente tal y como decía la profecía, pero la pronta intervención de la Hermandad había evitado que esta se completase y Lilit fuese restaurada.

Pero había una segunda profecía relacionada con esta de modo directa, la de los niños nacidos de la sangre de Lilit. Sesenta niños, nacidos para cuidar y proteger cada uno a una de las sesenta niñas, trayendo con ello el final de los tiempos. Los Caballeros de Lilit, como la profecía les llamaba, irían esparciendo muerte con el acero y llevarían coronas de hierro. En vez de nacidos durante un eclipse, serían hijos de madres sin marido, pues sus amantes habrían sido demonios. Igual que con las niñas, Stregobor y otros habían ido buscando a los niños pero, por diversos avatares, varios grupos sospechosos de ser estos niños habían sobrevivido, incluyendo uno de ellos que debería haber sido ejecutado en Lan Exeter. El grupo del que Teos había formado parte. Nacido de un demonio, de una madre sin marido, su sangre corrupta por los poderes de los goetia y con un destino terrible por delante. Mutado, cambiado y alterado por los poderes oscuros o, al menos, eso temía Stregobor que le hubiese ocurrido a esos niños, en base a lo que había observado en las pruebas y autopsias a las niñas nacidas durante el eclipse.

-Me dijeron que estarías aquí cachorro.-

Los pasos de Erland de Larvik le adentraron en la biblioteca, mientras observaba a su alrededor. La última vez que había estado en el castillo de Kaer Y Seren, aquella había sido la sala más importante, sus muros alineados por centenares de volumenes. Ahora apenas había una veintena, traídos por Teos de la biblioteca del hechicero Stregobor, y los muros mostraban grietas y huecos mal resueltos por donde se colaba el frío viento de la oscura mañana. 

-Tenemos una conversación pendiente, lo sé, y va siendo hora de resolverla. Quizás debimos tenerla hace muchos años y no empezarla en el túmulo de Cidaris, pero de aquellas me parecías demasiado crío para hablar de estas cosas. Luego vino el ataque, la destrucción y... bueno, sabes de sobra el resto.-

La voz del brujo quedó en silencio mientras tomaba asiento a la misma mesa donde estaba sentado el otro. Puso dos jarras de cerveza caliente en la mesa, adecuadas para combatir el duro invierno, y miró al más joven de la escuela con afecto. Al fin y al cabo, le debía mucho al jovenzuelo. 

-Por aquel entonces yo recorría los Caminos como siempre había hecho, aunque esta es una de las historias que me llevarían a abandonar esa senda. Pues esta es una historia de engaños y manipulaciones, cachorro, o quizás mejor dicho es la historia de ideas demenciales aceptadas como normales. Un contrato, como tantos otros, anunciado en el tablón de diversos pueblos del Norte, por un hechicero llamado Stregobor. Conversé con él para que me explicase los detalles y me habló de la profecía del sol negro, de la maldición que había caído sobre las niñas nacidas durante el mismo. Era necesario, por su bien y el de todos, encerrarlas y estudiarlas, hasta que se encontrase una forma de romper la maldición que pesaba sobre ellas. Todo normal, al fin y al cabo, el trabajo de romper maldiciones ha puesto muchos platos de comida sobre nuestras mesas.-

Erland calló de nuevo, dando un largo trago a su cerveza caliente, un poco de la espuma quedando prendida de su bigote. Su mente estaba lejos de allí, tanto en el espacio como en el tiempo, pues aquello había ocurrido hacía más de un siglo, cuando la Escuela del Grifo no era la sombra en la que se había convertido, cuando la Orden de Brujos ya se había partido pero había surgido la esperanza de que las distintas sendas abiertas encontrasen equilibrio y paz. Tiempos mejores que, sin embargo, como siempre ocurre en el Norte, no durarían.

-Encontré a tres de las muchachas rápidamente, ni siquiera habían aprendido a caminar. Las entregué y cobré mi oro, esperando que el hechicero pudiese encontrar un modo de romper la poderosa maldición. Pero no era esa su intención, como bien sabes, cachorro. La primera infante, que no había aprendido a decir ni siquiera su nombre, fue asesinada pocas semanas después para analizar su interior y estudiar la maldición. Yo no me enteré en el momento sino algún tiempo después, y fui a exigir respuestas y explicaciones de Stregobor. Probablemente, si lo hubiese matado allí mismo todos nos habríamos ahorrado mucho sufrimiento y problemas, pero no lo hice. Estaba asqueado por lo que había ocurrido pero el hechicero me mostró el interior de la niña donde un extraño tumor había estado creciendo. Una mutación, como las nuestras, pero causada sin intervención de ninguna alquimia ni mutágeno. Me había engañado y mentido, pero no le faltaba razón, algo pasaba con esas niñas. Él argumentó que era el mal menor, que solo era matar a un puñado de pequeñas para salvar a todos, y yo me marché dando un portazo.-

De nuevo, Erland quedó en silencio, su mirada paseando por los libros donde las notas del hechicero eran visibles, prefectamente organizadas y sistematizadas en los márgenes. Se removió inquieto bajo el peso de siglos de errores y remordimientos, de cagadas cuyas repercusiones otros habían tenido que pagar. Mucho más tiempo, muchas más equivocaciones, de las que nadie debería tener tiempo de vivir y cometer. O, al menos, si en el mundo hubiese algo de misericordia, el tiempo debería haberle permitido olvidar. Pero no había piedad fuera de los templos de Melitele, ni descanso en los Caminos. 

-Aunque me desligué de su búsqueda de niñas, seguí vigilando al hechicero y sus secuaces. No todos en la Hermandad estaban de acuerdo con lo que estaba pasando, por diversas razones, pero él consiguió asegurar financiación y recursos para avanzar sus planes igualmente. Es increíble la capacidad que tiene esa rata para obtener lo que necesita en todo momento y lugar, de las formas más inesperadas. Así me enteré de que habían ido capturando, una a una, a sesenta niñas, tal y como decía la profecía y todo estaba bien. Pero entonces, varios inviernos más tarde, Keldar me dijo que se había enterado de que Stregobor había encontrado una profecía sobre niños y pensaba encontrarlos igualmente. Y ahí ya dije que bastaba, si el jodido hechicero encontraba profecías dentro de su culo no iba a permitir que fuese cazando niños por todo el mundo bajo las más absurdas de las pretensiones.-

Dio otro sorbo largo a su cerveza, removiéndose inquieto por la carga de la memoria y el recuerdo. Le estaba viniendo bien contarlo finalmente, dejar salir la frustración y remordimiento que tanto tiempo le había estado carcomiendo por dentro. Uno de tantos pecados, por el que acaso pudiese comenzar a hacer acto de contricción finalmente, uno que había estado golpeando su alma como el granizo contra los muros del castillo.

-Busqué a los niños pero no sabía qué los identificaba, lo cual lo hacía difícil si no directamente imposible. La fortuna se cruzó en mi camino y en el tuyo cachorro, cuando una noche estaba en una de las posadas de Lan Exeter y escuché a tres hombres hablar de un trabajo que estaban haciendo para Stregobor en la ciudad. Tenían una lista de niños que no tenían padre en la ciudad y estaban comprándolos. Saber que el hechiero estaba involucrado y estaban buscando infantes fue todo lo que necesitaba saber para decidirme a seguirlos y el resto, supongo que es una historia que ya conoces. Al fin y al cabo, tú eras uno de esos niños.-

Depositó la jarra de cerveza, que apenas estaba por la mitad, de nuevo en la mesa. Ya se había enfriado, como todo en aquel castillo, de modo que el maestre su puso en pie de nuevo y se encaminó a la salida de la biblioteca. Antes de cruzarla, se dio la vuelta y se volvió hacia Teos y habló con voz suave pero seria.

-No se si eres hijo de un demonio, si las muchachas del eclipse nos traerán a todos el final, si lo que ha hecho Stregobor tenía justificación por terrible que fuese... solo se que eres uno de los nuestros, cachorro, y eso es lo único que importa.-

Se dio la vuelta y finalmente cruzó el umbral de la biblioteca, camino de la parte baja donde el violín y seguía sonando aun si Zesiek había dejado de maltratar a la lira que antes intentaba acompañarlo. Sin volverse, Erland de Larvik dijo unas últimas palabras.

-Piensa en lo que te he dicho y, cuando tengas claras las preguntas que te surjan, búscame y las responderé lo mejor que pueda. No voy a seguir huyendo ya de los errores de mi pasado.-

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un mundo de tinieblas

El poder de los nombres

Tiempo de Anatemas 27: La senda de la tinta y la sombra