Martes


Martes. Mal día para hacer negocios. La Predator de mi bolsillo me recuerda que es el día en honor al Dios de la Guerra y nada bueno puede ocurrir bajo su vieja mirada. Mis contactos dicen que es una superstición tonta, pero a mi me ha servido. Y, aquí estoy, cual profecía autocumplida, dispuesta a honrar el antiguo dios con pólvora y plomo. La moneda del oficio, al fin y al cabo. 

Los cuerpos se mueven entre espasmos, fruto de la mezcla de las drogas de diseño que corren por sus venas y la potencia de los bajos y las luces estroboscópicas que llenan la discoteca. Sus feeds digitales guian sus mentes abotargadas por los pasos de baile, buscando impresionar al puto barato con el que bailan, o a la matona de la barra que se hace la dura mientras luce los colores de los Devoradores de Almas. Tontos pretenciosos, pero el baile es el baile. Así lo llamaba un rostro con el que trabajé varias veces, uno más interesado en la poesía de las sombras que en la mierda que se mueve en ellas. Hasta que su amor por esa lírica le llevó a acabar en una cuneta ahogándose en su propio vómito fruto de un viaje demasiado fuerte. 

Yo no estoy aquí por el baile, no. Es martes, al fin y al cabo, no el día de Venus o Baco. Me abro paso entre los cadáveres bailarines de unos adolescentes que seguro que no tienen la edad mínima para estar aquí, y me encamino hacia las escaleras que descienden. A los infiernos, sin duda, o en este caso a la zona VIP. En el medio un armario empotrado con gafas de sol hace las veces de guarda de la entrada, el pequeño Cancerbero de este particular descenso al Hades. Me saca fácilmente medio metro de altura, un gigante para los estándares humanos, pero lo que él me gana en musculatura y droga lo compensa fácilmente el cromo que llevo en mis venas, los circuitos de mis brazos, el acero de mis muñecas. En este mundo capitalista, al fin y al cabo eres lo que vales en neyones, y mi equipo es mucho más caro que el suyo. 

No hay razón para matarlo, sin embargo, unos golpes adecuados lo dejan inconsciente y fuera de juego sin añadir un cadaver en mi lista. Eso solo aumenta el calor de la operación y bastante voy a desatar como para ganarme enemistades innecesarias. Al fin y al cabo, su vida y la mía son solo cosa de negocios, y en este caso no compensa el coste por el beneficio de asegurar que no se levantará antes de que todo haya acabado. Así que desciendo, cruzando el Estigia de las escaleras, en el camino directo a la oscuridad que hay debajo de la pista de baile, mientras los cuerpos se siguen meciendo al ritmo de una música, ignorantes de lo que ha ocurrido.

La música aquí abajo resuena muy distante y el estrecho pasillo está iluminado por unas bombillas rojizas que le dan el aspecto de un útero mal pintado y decadente. Las puertas de los lados llevan a las salas para los privilegiados. No necesito entrar para ver las penetraciones de agujas y de pollas duras, los juegos de cartas con elevadas apuestas, el alcohol bebido de copas demasiado usadas, el látigo y el latex con el que castigar a los niños malos. Conozco estos antros de decadencia, cada ciudad tiene al menos media docena. 

Desenfundar mi pistola y abrir la puerta es un movimiento tan rápido que los que están dentro no tienen tiempo ni de parpadear. Cual Furia del inframundo, mi pistola acaba rápidamente con los dos guardaespaldas que estaban en ese momento esnifando algo. Contratos baratos dan personal barato, la falta de profesionalidad de esta gente me sorprende mientras los regueros escarlata brotan de sus frentes y salpican alrededor. Supongo que es lo que tiene estar de incógnito en un antro de segunda, que no puedes traer a tu gente de verdad o llamas la atención. El olor de la pólvora aún está en el aire cuando las dos putas y el gigoló empiezan a gritar en su sitio, la sangre cubriendo sus caras y sus ropas... las pocas que aun llevan puestas. 

Con una sonrisa alzo la pistola de nuevo y apunto al hombre desnudo, gordo y sorprendido, que me mira con sus ojos achinados. Es un movimiento demasiado teatral para ser útil, lo se, pero es importante para darle un poco de estilo a la actuación y tiempo a que me reconozca. Y aún así, con todo, un puto aún tiene su polla en la boca cuando lo termino, su mirada tan desenfocada por los nanos de sus venas que ni siquiera se ha dado cuenta aún de lo que ha pasado y sigue chupando. Pero el hombre sí, su furia tapada por su sorpresa y su ignominia. Alguien como él no puede acabar así, es lo que piensa, lo puedo ver en sus ojos incrédulos. Casi le puedo oir preguntando que si no se quién es... pero lo se muy bien.

-Oyasumi, Kiwamura-san. El Don manda sus saludos.-

Apretar el gatillo termina la vida del yakuza y con eso queda declarada la guerra. El retroceso de la pistola en mi mano, el estampido contundente del disparo, todo ello una minucia comparada con la violencia que este acto desatará las próximas noches por las calles de la ciudad. Pero es que los martes siempre son días malos para los negocios, siempre acaban siendo tratos de sangre y dolor. Mientras me doy la vuelta sonrío, sabiendo que sus ciberojos han grabado lo ocurrido y han almacenado los datos en el cerebro cibernético suplente que conecta con ellos. La declaración llegará en pocos minutos a su destino, una pequeña ojiva nuclear de información que en breve despertará el odio y la incredulidad. 

La tregua, al fin y al cabo, ha sido violada con plomo y sangre, y la vida del hijo del Oyabun local ha terminado. Y es que, ante el plomo, da igual tu dinero y posición, el honor de tus hombres o la firmeza de la tinta de tus tatuajes. Mientras regreso entre los cuerpos espasmódicos de la pista de baile, se que me tocará pasar una temporada discreta, pero mi trabajo está completado como debe y cada pieza cae en su sitio. Mi cara lentamente se reforma a un nuevo aspecto mientras dejo atrás los flashes de las luces de la pista, pero no tomará su forma final hasta que esté muy lejos de aquí, lejos de grabaciones y cámaras.

Establezco la conexión por el canal cifrado habitual. Millones de nuyens protegen la comunicación, así como mínimo dos arañas expertas y tres satélites de comunicaciones que hacen de intermediarios. Lo mejor que se puede comprar cuando tienes dinero infinito. 

-Está hecho. Puedes enviar al equipo de periodistas para obtener la exclusiva, la muerte del hijo del Oyabun iniciará una guerra en las calles que debería hacer subir tus métricas de audiencia al menos un 0,2%. El presupuesto de tu departamento para Operaciones de Imagen ha sido agotado, y apuntaremos los costes y beneficios en el informe cuatrimestral para los Directores de Operaciones.-

Por supuesto, antes o después se darán cuenta del engaño. Pero, para cuando eso ocurra, la sangre habrá corrido tanto por las calles que ya no podrán dar marcha atrás. Y nosotros tendremos nuestro show. Y es que el martes es mal día para los negocios si no son de sangre... pero la sangre, es la mejor amiga de la audiencia. Y nosotros estamos en el business de darle a la gente lo que quiere, cueste lo que cueste.

Comentarios

  1. Llevaba tiempo con la imagen de la canción y una escena de tiroteo en una discoteca, pero no ha sido hasta hoy que finalmente me decidí a lanzarme a la aventura a dónde llevaba esa premisa y descubrir el resultado. No es el resultado que esperaba, si soy sincero, cuando lo empecé, pero supongo que es lo que tiene ir en escritura exploratoria y ver lo que pasa. De modo que así se queda, con lo bueno y lo malo.

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