Acero para Humanos Interludio: Palabras más Afiladas que una Espada

Las puertas del salón se abrieron, empujadas por los caballeros que las guardaban, para dejar paso a la hechicera. Sus vestimentas negras danzaban a su alrededor mientras avanzaba con pasos enérgicos, su pelo rojo recogido formando un halo de fuego sobre su cabeza. El golpeteo de sus tacones contra el suelo parecía el de un tambor de guerra haciendo marchar a los ejércitos. Los dos hombres que ocupaban el centro de la sala siguieron hablando, entre el trasiego de los sirvientes trayendo las bebidas y la mirada atenta de los guardas.

-Majestad, no se puede considerar que fuese un desastre, hemos...-

La voz de la hechicera interrumpió al primero de los hombres.

-Un ejército destruido, cientos de muertos y varios miles de heridos. Todos los templos de Melitele a rebosar y las ciudades del Pontar Bajo en manos de Redania. Mi Señor Duque, si eso no fue un desastre temo lo que vosotros podáis considerar que merece tal apelativo.-

-Exageráis, sin duda hechicera, e ignoráis las enormes bajas que hemos causado al ejército de Cintra y de Nilfgaard, que impedirán que puedan extenderse al norte en años venideros.-

-Tonterías, mi Señor Duque, no debéis tratar de engañar a su Majestad. Ambos sabemos que las bajas en el ejército de Nilfgaard no son tan significativas como para que no las cubran las legiones que aguardan en el norte de Nazair. ¡Os deshicisteis de mi para avanzar vuestros planes, y el Mariscal Meno Coehoorn os humilló en la frontera de Brugge!-

-Nosotros no nos deshicimos de vos, Señora, Su Majestad os envió a una misión crucial donde...-

-Verborrea, mi Señor Duque. Os expondré los hechos objetivamente y luego me decís dónde me equivoco. Primero, vuestra hechicera Simone de Oxenfurt ha estado planeando esto desde hace muchos años, cuando cogió a Chloe de Moen como su aprendiz para poder manipularos y ganar el tiempo necesario para que se celebrase vuestro matrimonio. Segundo, la ambición de Simone era sentaros en el trono de Cintra independientemente del coste en vidas y recursos que pudiera ocasionarle a Temeria, pues ambiciona ser la hechicera de un Rey, no de un Duque, y demasiadas veces se ha estrellado intentando obtener mi posición. Tercero...-

-Eso es absurdo, todo el mundo sabe lo apreciada que sois por...-

-¡No he terminado, mi Señor Duque! Como iba diciendo, en tercer lugar sabíais que me opondría en la corte ante la cantidad de muertes que implicaría esta batalla, así que convencisteis a Su Majestad para que me enviase con Vernon Roche sabiendo que de poco podría servirle en los bosques buscando al elfo pero me ocuparía el tiempo lejos de aquí.-

-Cuidado con lo que implicas, Triss Merigold, sigo siendo el Rey.-

-Majestad, no implico nada. Se que desde que fracasé en restaurar por completo a vuestra hija he perdido parte importante de vuestro favor y que muchas susurran que podrían haberlo hecho mejor. Casualmente, las que lo dicen rápidamente aclaran que ahora ya es tarde para hacerlo, pues mi fracaso impide que ellas puedan haberlo hecho bien... con lo cual se cubren las espaldas no teniendo que demostrar su ineptitud. Y rápidamente ignoran que ellas os apoyaron en vuestro amorío cuando yo y pocas más os aconsejamos no seguir esa vía.-

-¿Qué tiene eso que ver con nada, Majestad? ¡Solo esta tratando de ocultar la ignominia de su fracaso intentando encontrar al asesino de reyes: Iorveth!-

-Callaos, mi Señor Duque, no estoy hablando con vos ahora. Majestad, si cuando acabe de exponer lo que ha ocurrido deseáis que abandone mi puesto como vuestra consejera, lo haré con gusto y regresaré a mi clínica que, en estos momentos, se encuentra a rebosar de los heridos ocasionados por este desastre. Pero antes escucharéis lo que tengo que decir.-

-Cuida tu tono, Triss, esto no es Aretuza.-

-Majestad, os decía que os manipularon como tercer punto de los hechos objetivos que aquí han ocurrido. El cuarto es que el Duque Hereward organizó con prisas una expedición condenada, pues la cercanía del invierno impedía organizar un ejército en condiciones. Marchó sin preparación y sin aliados, cuando la Reina Meve se negó a abandonar Rivia. Y peor, marchó con el único apoyo mágico de su hechicera que, casualmente, no se encuentra aquí en este momento. Quinto punto, ambos ejércitos se encontraron al sur del Yaruga y vuestros hombres fueron masacrados sin piedad ante la superioridad de un Mariscal condecorado, con tropas veteranas a su disposición y una superioridad en hechicería apabullante. El río se tiñó de rojo con la sangre de leales temerios llevados a la muerte por la incapacidad de un Duque que nunca ha dirigido un ejército en una empresa de esa escala, y claramente es incapaz de hacerlo.-

-¡Esto es un ultraje, no podéis hablar así de mi, soy Hereward Faistrad, Duque de Ellander!-

-¿Acaso he mentido en algo, mi Señor Duque? Porque no he terminado de listar vuestros fracasos y lo que nos ha costado. Sexto, como dije al entrar, los templos de Melitele están llenos de heridos y ha habido multitud de muertos, lo cual ha dificultado la cosecha que se debía haber producido en otoño, reduciendo los impuestos recaudados por los cofres reales. Redania ha aprovechado vuestra incompetencia para marchar y tomar control de nuestra orilla del Pontar y exigirá una guerra o un soborno para devolverla. E incluso habéis perdido la oportunidad de colocar un Rey afín en Cidaris, algo que todos asumían que ocurriría. A cambio, no habéis conseguido nada más que derrota y deshonra, señor Duque, un pobre pago para el coste que habéis tenido a vuestro Ducado y al Reino.-

-¡Esto es un ultraje, Majestad! Si fueseis un hombre os estaría retando a duelo por mucho menos.-

-Cuidad vuestras palabras mi Señor Duque, o encontraréis que con un giro de mi muñeca puedo convertir vuestra lengua en una mosca que se vaya a comer estiércol lejos de aquí.-

-Majestad, no podéis permitir que una hechicera trate así a vuestra nobleza, ¡soy el más importante de vuestros vasallos!-

-Sois una desgracia, mi Señor Duque. Una que ahora yo deberé limpiar si no queremos que Brugge y Sodden caigan en manos de Nilfgaard el año que viene, y que Redania se afiance en el Pontar.-

-No le falta razón a Triss, Hereward. Te di la oportunidad y los hombres para tomar Cintra y has regresado con excusas para tu fracaso. Tu tiempo en esta corte ha terminado por ahora, regresa a Ellander y prepara tus arcas. En breves habrá un nuevo impuesto en tus tierras para empezar a reunir las coronas que Redania nos va a exigir para devolvernos lo que es nuestro.-

-Majestad...-

La reverencia del Duque fue breve, bordeando lo que podría considerarse una falta de respeto, antes de darse la vuelta para abandonar la sala. La mano en el pomo de la espada, la cara roja por la vergüenza y la ira. 

-Ah, y mi Señor Duque, decidle a Simone de Oxenfurt que si vuelve a tratar de saltar por encima de mi y tomar lo que es mío, más le vale tener éxito en su empeño o maquinación. Si no lo tiene, me aseguraré de que sea expulsada de la Hermandad y, con el número de enemigos que tiene, encontrará complicado avanzar ninguna agenda después de eso.-

El Duque ni siquiera se volvió ante las últimas palabras de Triss Merigold, encaminándose aceleradamente hacia las puertas que los caballeros abrían para él. 

-Y ahora, Majestad, debemos empezar a pensar cómo retomar el Pontar, reforzar la alianza con Cidaris y evitar la extensión de Nilfgaard. Por suerte, me han informado de que Redania tiene que honrar un pacto con Kovir en el norte, en torno a Jamurlak y la extensión de la nueva Liga de Hengefors, y tanto Vernon como yo tenemos aliados en esa corte que podrían ser de utilidad a la hora de diseñar una estrategia...-

Las puertas del salón se cerraron detrás del Duque que lo abandonaba, silenciando la voz de quienes permanecían en el interior diseñando la nueva senda que Temeria debería seguir. Pero la furia de un Duque no se apaga y olvida con facilidad y la determinación de los ojos de Hereward mostraba que esta ira ahora corría profundamente por su corazón.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un mundo de tinieblas

El poder de los nombres

Tiempo de Anatemas 27: La senda de la tinta y la sombra