Acero Para Humanos Interludio: Después de Comer Perdices

 

El mundo tan al norte era extraño y frío a los ojos de Wilhelm, que jamás había abandonado su Rivia natal. Pese a ser otoño, algunos finos copos de nieve ya caían sobre la campiña pero no conseguían cuajar en realidad, convirtiendo el suelo en un barrizal. La luz también era diferente aquí, un poco más apagada y menos cálida que como bañaba las tierras donde él había crecido. Los olores eran distintos pues la presencia de tantos pinos daba una fragrancia extraña al aire. Y los animales locales hacían ruidos desconocidos para él, fruto de sus extrañas variedades.

A Wilhelm no le gustaba, él quería regresar a casa. Pero no podía, la Reina Meve le había convertido en el protector de la bella hechicera Chloe de Möen y él debería cumplir sus tareas como mejor pudiese, el honor es lo que exigía. La maga no se encontraba lejos en aquel momento, había deshecho el portal que ambos habían cruzado para llegar a aquella estepa y ahora miraba lo que parecía una extraña abertura en el suelo en mitad de ningún sitio. Era atractiva, de eso no había duda, pero algo en sus ojos hacía que el caballero le tuviese miedo, algo en como miraba y se movía la hacían parecer inhumana, como una depredadora que fuese a comerse el mundo. 

Sin esperar, ella comenzó a descender los peldaños que aparentemente existían en el hueco, y Wilhelm tuvo que seguirla. Todo esto le parecía absurdo, como salir a cazar osos solamente con botellas de vino. Y más sinsentido le parecía todo lo que tenía que ocurrir, pues debía convencer a un extraño hombre de que era miembro de su corte, para así luego poder pedir una flor como deseo y restaurar a la Reina Calanthe de su sarcófago de hielo y cristal. Era una idea infantil, propia de los cuentos de hadas que les contaba su yaya cuando eran pequeños a él y sus hermanos, pero estaba atado por honor y deber a la hechicera así que cumpliría su parte. 

Bajar por las escaleras le llevó a un sitio más extraño aún que la superficie, pues bajo tierra había una estancia relativamente amplia, excavada a la perfección y con suaves decoraciones. Contra sus paredes, una veintena de monstruosidades golpeaban sus garras como si de pétreos tambores se tratase, mientras sirvientes iban de un lado a otro charlando y transportando objetos. Y, en el medio, el supuesto Rey de los Mendigos, Bran de Chociebuz, abría ampliamente los brazos y sonreía a la hechicera con un gesto de bienvenida de una calidez que pocos monarcas mostraban jamás.

-¡Chloe, mi buena amiga! Bienvenida a la Corte, mi consejera, ¿traéis noticias de mi futura esposa?-

Los ojos del hombre brillaban con sincera alegría de ver a la hechicera que, con una reverencia, iba a responderle. Wilhelm por supuesto hizo la suya, por muy absurdo que le pareciese doblar su espalda ante quien ni título, ni tierras ni dignidad tenía. Pero era lo que había que hacer para cumplir con lo juramentado y no faltaría a su palabra por un poco de orgullo.

-Estamos buscándola, Majestad, pero como sabéis encontrar a una mujer digna de vos no es sencillo. Mas venía a presentaros a Wilhelm de Rivia, un buen amigo que busca colaborar con las tareas que necesitéis.-

-Majeztaz- saludó, marcial y formal, el caballero-, ezpero poder zerviroz con honor y diztinzión, puez a vueztroz piez me hallo.-

-¡Mi buen Wilhelm, no hace falta que os postréis, todo amigo de mi hechicera personal es un amigo mío! Contadme de vuestras aventuras y de lo que acontece en la superficie. ¿Cómo se encuentra mi reino de Cintra, la guerra todavía lo asola y me fuerza a permanecer en el exilio, o ya puedo regresar?-

Con educación y respeto, Chloe comenzó a explicar la situación de Cintra, con los skelligenses huyendo de las tropas del reino pero los ejércitos de Temeria aproximándose desde el norte. Lo hizo con un respeto y dignidad elevados, de quien realmente conversa con un Rey o alguna autoridad, y no con aquel extraño demente que habitaba bajo tierra. Wilhelm aprovechó para observar a las monstruosidades que golpeaban las paredes con sus garras, dejando extrañas marcas y creando una extraña música. Los sirvientes seguían yendo de un lado a otro, atareados unos en la cocina y otros lavando ropa, pero a menudo deteniéndose a conversar entre si entre risas. Todo era absurdo y demencial, tan al norte la gente claramente perdía la razón por el frío o lo que fuese que flotase en el ambiente.

-Comprendo, la situación es grave en Cintra y aún no es hora de regresar. Pero habremos de hacerlo pronto, mi querida Chloe, debemos buscar aliados para reunir un ejército que nos permita expulsar a los enemigos de Nilfgaard y de Temeria y restaurar la independencia de mi reino bajo mi corona.-

-Por supuesto, Majestad, mientras busco a vuestra esposa estoy haciendo contactos en numerosas cortes para conseguiros esa alianza. He tenido numerosas conversaciones con Esterad, el Rey de Kovir, así como con muchos otros. De hecho, eso me trae hasta vos hoy pues estaba buscando la alianza con la Reina Meve de Rivia y Lyria, pero precisamos de la ayuda de Vasilis para ello.-

-Majeztaz, como caballero de la Reina Meve, ella oz manda zuz zaludoz y zuz mejorez dezeoz, pero ze encuentra preocupada. Zu prima, la Reina Calanthe, ze encuentra afectada por una terrible maldición de Nilfgaard, un veneno mortal que corre por zuz venaz.-

Wilhelm se detuvo un momento al ver la intensidad con la que Bran escucchaba lo que estaba contando, prestando verdadera atención. Notaba como la mente del loco estaba dándole vueltas a lo que acababa de contarle, analizando las consecuencias y los actos como si de un verdadero rey se tratase y no de un demente encerrado en un sótano. Por un momento, el caballero sintió que, más que un loco, bajo tierra había una extraña bestia noble pero enjaulada, analizando los modos de escapar y hacer su voluntad con el mundo.

-Eze veneno, Majeztaz, fue elaborado con una extraña planta que zolamente crece en el corazón de Nilfgaard, lejoz de donde nadie puede acceder a ella. Y ez necezaria para crear un antídoto que pueda zalvar la vida de la Leoneza de Cintra. Ze me ha dicho que voz y vueztro amigo Vaziliz podéis conzeguir cualquier milagro, y ezte ez por una buena cauza. No zolo zalvaremoz la vida de la Reina, zino que conzeguiréiz la alianza que buzcáiz con la Reina Meve.-

Bran sacudió la cabeza con pesadumbre ante las palabras de Wilhelm, su rostro ensombrecido por una cierta tristeza.

-Me temo que esos tiempos han acabado, Vasilis no me ha acompañado hasta aquí. Ha cumplido su palabra y me ha dado mi Reino y mis vasallos, ha cumplido todos nuestros deseos, y es libre ahora de seguir su camino allá donde le lleven sus pies. La Corte de los Sueños le echa de menos, sin duda, pero todos nuestros anhelos se han cumplido y él debe continuar su viaje para hacer felices a otros.-

Wilhelm miró sorprendido a Chloe, no sabiendo cómo iba a responder la hechicera a que sus planes no funcionasen. Las estudiantes de Aretuza, contaban las historias, a menudo no se tomaban bien el más mínimo problema en sus maquinaciones, y el caballero la creía capaz de destruir todo aquello en un simple arrebato de ira o frustración.

-Lamento que no podamos ayudaros, mi buen Wilhelm de Rivia, pero hemos acaparado ya demasiada felicidad aquí y esta debe ir para otros, en otras tierras y lugares. Es lo justo. Nuestros milagros, sueños y deseos son ahora nuestra realidad, al fin y al cabo. Hoy mismo comeremos perdices, que uno de mis sirvientes ha logrado cazar en un bosque cercano, pese al frío reinante. ¡Así de afortunados somos los que aquí vivimos, hasta que podamos retaurar y unificar el Norte!-

Con sincera calidez, el demente les miró a los dos, triste de no poder cumplir ya con sus sueños como podía hacer hacía no tanto. Les explicó, a su loca manera, que ahora para cumplir sus planes debería usar los dones que había recibido de una manera justa y adecuada. Ahora que era rey debía conseguir las cosas como lo hacían los reyes, no soñando, sino gobernando.

Y Wilhem, confundido con toda la situación, no acertaba a entender lo que estaba ocurriendo ni las consecuencias que todo ello pudiese tener. Las cosas que Bran decía tenían todo el sentido en la boca de la Reina Meve pero no en la de un desquiciado que habitaba bajo tierra en mitad de la estepa de Kovir. Pero lo que estaba claro es que así no se conseguiría la flor e, inseguro, Wilhelm se volvió hacia Chloe para ver qué sería lo siguiente que tendrían que hacer.

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