Acero para Humanos Interludio: El Honor y el Oro

 

Radovid entró en la sala del Consejo con paso dubitativo. Su padre, Vizimir II, le había convocado, pero él sabía que no era bien recibido por muchos de los presentes. El Rey se encontraba sentado ante el mapa desplegado del Norte, figuras de madera marcando la localización de los ejércitos conocidos y las posiciones tomadas con este final de otoño. A su izquierda, la enorme forma del Conde Sigismund Dijkstra permanecía alzada en su imponente tamaño, una sonrisa danzando en su boca extrañamente iluminada por las danzantes llamas de la chimenea. Frente a él, la bella pero maliciosa Philippa Eilhart estaba explicando algo, pero se interrumpió al ver entrar al muchacho. El Mariscal de los Ejércitos Reales, Boguchwal de Oxenfurt se inclinaba sobre la mesa, como siempre embutido en su armadura. Finalmente, Jedrek de Crinfrid, el ambicioso Maestro de la Moneda, permanecía reclinado en su silla bebiendo vino mientras distraídamente miraba el culo de la sirvienta que pasaba rellenando los vasos. Sabía que mirar el trasero de la hechicera era peligroso, quizás el de la sirviente fuese seguro.

-¿Qué hace el niño aquí?- preguntó Philippa Eilhart, interrumpiendo sus explicaciones.

-Es hora de que el muchacho aprenda a llevar un Reino, algún día llevará mi Corona- respondió su padre sin alterarse-. Sigamos.-

Pero la hechicera permaneció en silencio, contrariada, mientras Boguchwal tomaba la palabra.

-El movimiento de los ejércitos de Temeria hacia el sur, como se esperaba, nos ha permitido tomar el Pontar sin batallas, Majestad. Los regimientos acudieron a la llamada a levas de sus señores dejando las villas y ciudades del río desprotegidas o insuficientemente protegidas. La mayoría se entregaron pacíficamente al ver llegar a nuestras tropas, y las que se resisitieron lo hicieron poco tiempo- mientras hablaba, el Mariscal señalaba los puntos clave de su discurso en el mapa.

-¿Cuánto dinero nos cuesta mantener esas tropas, Mariscal?- preguntó Jedrek con cierto desdén desde su sillón, entre sorbo y sorbo del vino.

-Las cuentas ya os las entregué, Maestro de la Moneda, sabéis tan bien como yo el coste que tienen esos regimientos. Igual que sabéis que parte del coste lo ha cubierto el Rey de Kovir, tal y como fue negociado.-

-Sobre eso, Majestad, debemos hablar.-

La intervención del Conde Dijkstra fue seguida de un silencio incómodo y una sonrisa algo desdeñosa de la hechicera. Al joven Foltest le sorprendía la facilidad con la que la mujer mostraba esa emoción ante quienes eran, como mínimo, sus iguales en la Corte, pero también sabía de su poder y su conocimiento. Quizás fueran iguales en títulos, pero no en valor ante su padre el Rey. 

-El dinero del Rey Thyssen venía con un compromiso de defensa en Jamurlak en caso de que, el año que viene, el Rey Niedamir intente tomarla. Tengo amigos en esa región que hablan de que, en efecto, tales son las ambiciones del Rey ahora que ha tomado Holopole y tiene todo el invierno para asegurar la posición. Honrar la promesa al Rey de Kovir tiene sus ventajas pero también sus costes, y debéis decidir qué hacer al respecto.-

-El honor no pone platos sobre la mesa ni espadas en la armería.-

-Es cierto, Maestro de la Moneda, pero da algo más valioso que el oro que tanto te preocupa: respeto, status y posición- las palabras de Philippa cortaron el aire y casi pareció que Jedrek se encogía en su asiento, refugiándose tras su copa.

Radovid, sentado al final de la mesa, entendía que las palabras de la hechicera contenían alguna amenaza o referencia velada, algo que los demás entendían pero él no.Vizimir II alzó la mano para imponer el silencio de nuevo en la sala y evitar que el conflicto entre sus consejeros escalase. 

-Entre los habitantes de Redania soy conocido como "El Justo" porque no busco conflictos innecesarios ni sacrifico sus vidas para nada. Muchos aconsejasteis que aprovechase la marcha de las tropas de Temeria al sur para iniciar una guerra total y sin embargo solo hemos tomado el Pontar, y casi sin combate. Si hemos dado nuestra palabra, como es el caso, la honraremos, al fin y al cabo mucho comercio tenemos con Kovir y Poviss.-

-Majestad- de nuevo, las palabras de Dijkstra atraían la atención al ser seguidas de un silencio-. Habéis prometido tropas para el conflicto en Jamurlak, pero acaso podamos hacer ciertos movimientos que disuadan al Rey Niedamir de iniciar ese conflicto. La rebelión es fácil de sembrar en Reinos propicios como Malleore y Holopole, manteniendo al Rey ocupado en asegurar sus tierras, aun tenemos amigos en esas tierras que lo ven como un invasor.-

-No será suficiente sin la disuasión de nuestros hombres, Majestad. Son las tropas de Redania y las de Kovir las que pueden proteger Jamurlak. Nieadamir estaría dispuesto a ver arder sus tierras con una rebelión si añade una Corona más a su cabeza, y luego lidiaría con los rebeldes brutal y eficientemente.-

Dijkstra asintió a las palabras del Mariscal, pensando en ellas. Por un momento, Radovid no pudo dejar de pensar que el Conde parecía el único que realmente escuchaba a los demás presentes en la sala, que el resto simplemente iban a defender sus intereses como mejor pudiesen. 

-Una guerra es cara, hará más difícil mantener las ciudades del Pontar. Tendremos que devolverlas a Temeria a cambio de un rescate.-

-No creo que tengan con que pagarlo, no después de su derrota en Cintra. Temeria debe estar cerca de la quiebra y el dinero que tienen lo tendrán que emplear en reclutar hombres, quizás endeudándose con los enanos.-

Las palabras de la hechicera sacaron una sonrisa del Maestro de la Moneda, sus ojos fijos en el culo de la sirvienta, el cual azotó cuando ella pasó cerca. Pese al respingo de la muchacha, esta no se atrevió a decir nada y siguió con sus tareas. Pese a las hormonas que recorrían el cuerpo de Radovid en aquella edad, el Príncipe se dio cuenta de que era más un juego de poder y dominio que una cuestión de sexualidad.

-La conquista del Pontar nos ha costado hombres y vidas, aunque hayan sido pocos, no deshonraremos su memoria simplemente devolviendo las ciudades sin más. Mis ancestros siempre anhelaron controlar ambas orillas del río y yo, que lo he conseguido, no lo devolveré sin más. Habrá que mover un ejército desde Vartburg, Drakenborg o Troy hacia el río Braa para cumplir nuestras promesas al Rey Esterad Thyssen.-

-Muchos ejércitos desplegados por el Norte... será caro de mantener.-

-Encuentra el dinero, Maestro de la Moneda, o veremos de subir los impuestos en las zonas más prósperas del Reino. No solo por el honor de Redania y el valor de nuestra palabra, sino porque si Niedimar conquista Jamurlak en unos pocos años tendremos una guerra con él, una a la que Kovir no acudirá porque nosotros no cumplimos nuestras promesas.-

-Majestad- como siempre, silencio tras su intervención inicial-, hay otro asunto que debéis tener en cuenta. Desde Novigrado se extiende ese nuevo culto al Fuego Eterno, cada vez tiene más seguidores en vuestras tierras. Y creo que son peligrosos si no se les doblega o se les enseña que el Rey está por encima de cualquier hombre de fe, por muy profeta que se crea.-

El Fuego Eterno... Radovid había oído hablar de ellos, del Hierarca Cyrus Engelkind y las nuevas verdades que explicaba desde el templo de la ciudad libre. Y aquello que había escuchado, había intrigado al joven Príncipe. Una nueva religión, una nueva forma de hacer y entender las cosas, un nuevo comienzo. Sin hechiceras, como la arpía que se sentaba en el Consejo Real de su padre. Si pudiese, le arrancaría los ojos por todo lo que le había hecho a él y a su madre...

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