Acero para Humanos Interludio: La Soledad del Arpa

 

El salón estaba lleno con el suave sonido del tañir del arpa. Su propia dama de compañía, a la cual nadie menos ella había perdido el tiempo en preguntar su nombre. Zulia. Como su arpa, Podveyka se sentía sola, por mucho que estuviese sentada en el comedor con su marido y el Duque de Yspaden. Comían prácticamente en silencio, la falta de confianza llenando los huecos dejados por los silencios del arpa. 

Podveyka sabía que no había amor perdido entre ambos hombres, pero tampoco ella lo tenía por Derathor. En tiempos había sido Duque de su padre, el Rey de Malleore, uno de los muchos que exigieron a Niedamir que derrotase a un dragón para ser merecedor de la mano de la Princesa cuando sus padres murieron. Si el dragón hubiese matado al que ahora era su marido, otro destino les hubiese aguardado a todos. Malleore no habría sido arrasada, ella no habría sido forzada a casarse con un hombre despreciable, el Duque no habría traicionado a su reino. A menudo, ella soñaba con la vida si todo eso no hubiese ocurrido así. Pero la realidad siempre tomaba la senda más cruel.

-En la primavera, tomaremos Jamurlak- la voz del Rey interrumpió el silencio. 

Niedamir comía con desidia y desgana, usando las manos para llevarse a la boca hasta la última pizca de faisán que hubiese en los huesos. Masticaba con la boca abierta, como rumiando sus pensamientos a la vez que se alimentaba. Frente a él, el Duque comía con lentitud y sobria elegancia, aunque no parecía tener mucho apetito. Algo había cambiado en él a finales de otoño, ella lo notaba en su tranquilidad y determinación, pero algo aún carcomía al poderoso hombre. Ella percibía todo esto y más, era observadora mientras comía con apetito, pero jamás lo diría pues hablar no era algo que ya se pudiese permitir. No aquí, no con este marido, no en este hogar donde las risas habían muerto hacía mucho. 

-Majestad, vuestras ofensas y vuestro matrimonio han encendido los ánimos en Lan Exeter y tienen tratos con Tretogor para defender el reino. No podremos tomar Jamurlak como hicimos con Holopole, o como hicisteis con mi tierra de Malleore.-

-No importa. He visto a esos hombres a los ojos. Soy bueno juzgando a las personas. Esterad tiene ojos de buho, no es cobarde, pero no quiere guerras. Y Vizimir tiene ojos de águila, se cree ya el Rey que está por encima de todo, y que en su justicia no le cuesta vidas a su gente. No tienen ojos de vaca, grandes y cobardes, pero no tienen sed de sangre tampoco.-

Podveyka se alimentó de nuevo, observando cómo el Rey rumiaba sus alimentos como sus palabras, lenta y cuidadosamente. No era tan tonto como muchos creían, pero tampoco era tan inteligente como otros. Pero lo que no tenía de sabiduría lo tenía de decisión inapelable y crueldad. Parecía capaz de doblegar el Norte entero por su simple voluntad, como había hecho con Malleore, su verdadero hogar. Incluso se había ganado el servicio, ya que nunca el corazón, de hombres como Derathor y su propio hermano, que se habían vuelto contra la independencia del Reino. La Reina, cautiva, no juzgaba. Como la solitaria arpista, ella era mero decorado en el escenario hasta que el Rey se aburriese y habiese obtenido lo que quería de ella.

-Jamurlak tiene buenos hombres y generales y estarán preparados para la invasión. La caballería de Redania es la más famosa del Norte y Kovir puede equipar a sus ejércitos mejor que ninguna otra nación, y contratar mercenarios si hacen falta. No podéis subestimarlos, Majestad, si queréis mantener la corona sobre la cabeza.-

-No me subestimes, Duque. Todos lo hacen y mira como han acabado. De nada sirven las palabras largas y bonitas si no se tiene lengua para decirlas. Y ambos reyes gustan más de las palabras que de las espadas. Por eso no están preparados. Vizimir podría haber conquistado todo el norte de Temeria si se hubiese atrevido. Pero se conformó con el río, para no sufrir bajas, para no enfadar a sus campesinos. ¿Sabes cual es el deber de un campesino? Yo te lo diré. Servir. Servir y morir. Por su Rey. Eso es algo que el águila no quiere aceptar. Dicen que no se nada, pero esa es una lección que le puedo enseñar.-

-Habrá muchos muertos Majestad, quizás incluso insurrecciones en Malleore y Creyden que podrían servir de entrada a vuestros enemigos en vuestras tierras. Quizás deberíamos postergar la invasión a un momento en que no se la esperen.-

-El sur se va a destruir a si mismo, Derathor. No hay que haber ido a Oxenfurt para verlo. Yo lo veo. Soy bueno juzgando esas cosas. Nilfgaard ha probado sangre y no se va a conformar. Temeria ha perdido y tiene su honor herido. Foltest quiere ser el león pero no tiene los cojones necesarios. Solo Henselt los tiene, ese tiene ojos de lobo, siempre sedientos de sangre. Ojos de lobo. ¿Sabes por qué como faisán? Es un pájaro bonito, pero no sirve para nada. Por eso me lo como. Como el lobo come a las ovejas. Un faisán solo sirve para dar buen sabor, morir para alimentarme. Como los campesinos. Vizimir lo ha olvidado. Se cree superior por eso. Ahí está su error. Y para Esterad no salen las cuentas. La sangre es mala para el comercio. Pero eso no me importa. Yo se cual es la función de mis faisanes.-

Derathor sacudió la cabeza con frustración mientras el Rey hablaba y comía a la vez, con su habitual y lenta parsimonia y desidia. Una vez convencido de algo, su marido no cambiaba de idea, por terribles que pudiesen ser las consecuencias. Sino, no estarían casados. Aunque durmiesen en habitaciones diferentes y solo se juntasen para procrear. Pronto tendría que decirle a su marido que en otoño la había dejado encita, que el niño nacería en verano. Pero temía ese momento, el momento en que dejase de ser útil para Niedamir y la convirtiese en un faisán más.

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