Lluvia sobre tiempos perdidos (6)

Valencia, el lugar donde se había forjado mi habilidad como gobernante, mi conocimiento de las intrincadas conspiraciones de los Cainitas, el lugar donde fui puesto a prueba mucho antes de poder hacerle frente. La música alegre hizo entrada en la sala, mientras la voz tranquila relataba la historia del lugar de perdición. "There is a house in New Orleans..."


-Valencia perdió su Príncipe en el año de nuestro señor de 1521, un Cainita poderoso que sucumbió a los enfrentamientos con un Sabbat cuya influencia crecía con cada noche que pasaba. Su trono se lo disputaban dos ancillae de fuerzas parejas, ambiciosos y poderosos, capaces y egoístas. Aleph y Elvira bin Ayallah estaban demasiado igualados y solo miraban por sus intereses, incapaces de entender que el tiempo de los Príncipes todopoderosos estaba llegando a su trágico final, como había terminado la Guerra de los Príncipes con las Revoluciones Anarquistas. Así que, como decía antes, mi Sire, yo creo que con ayuda de la dama de Bellpuig, se encargó de que yo fuese nombrado Príncipe, como una opción intermedia que no amenazase a ninguno de los Cainitas y pudiese ayudar a crear un frente unido para una de las pocas ciudades que se negaban a someterse a Secta alguna.-

"...Down in New Orleans...", o en Valencia para el caso, el lugar donde un Cainita demasiado joven se vio convertido en el punto de equilibrio entre dos antiguos que lo superaban en todos los aspectos, salvo en entender el tiempo en el que vivían. Noches de miedo, ansiedad, dudas, conflictos se sucedieron a mi alrededor mientras trataba de hacerles entender lo apremiante de la situación, la necesidad de hacer un frente unido, de dejar de lado las disputas que solo nos debilitaban.

-A diferencia de Barcelona, que eventualmente se inclinaría ante François Villon y la Camarilla para ser protegida del Sabbat, en Valencia tratamos de mantener la independencia. Fuimos los últimos en intentar enfrentarnos a los tiempos y defender lo que estaba bien, pero la manzana estaba podrida y la batalla perdida antes de comenzar. Ni Aleph ni Elvira estaban dispuestos a negociar entre si y los años que siguieron fueron una sucesión de trampas cruzadas y enfrentamientos por el control de la ciudad mientras los berberiscos nos asaltaban y saqueaban y el Sabbat tejía cuidadosamente sus redes para hacernos tropezar. Ahí aprendí el precio que tiene ser antiguo, la desconexión con lo que nos rodea, que incluso a mi me afecta. Pero, de aquellas, yo todavía creía que se podía evitar, que la partida de naipes se hacía con una baraja sin marcar... ¡cuanto me equivocaba!-

"...Oh mother tell your children, not to do what I have done: spend their lives in sin and misery, in the house of the rising sun..." Dejé que la letra de la canción calase en el silencio suave de la sala. Si, con los siglos, uno acumulaba demasiados pecados y miserias, la condena divina no era fácil de sobrellevar y las maldiciones angelicales siempre se manifestaban. Y, con ellas, nuestras propias debilidades.

-En el año de nuestro señor de 1559, decidí que había que cambiar el juego. Era imposible mantener la balanza equilibrada y preparada para enfrentarse al enemigo, uno de los dos ancillae debía desaparecer de modo que el otro se volcase en la defensa de la ciudad en lugar de en enfrentarse a su ancestral rival. Planifiqué durante muchas noches, contacté con todos los vástagos de la ciudad, moví peones e hilos hasta finalmente encontrar la grieta: Sagitarius, Chiquillo de Aleph, estaba resentido y envidiaba la posición de su Sire. Durante dos años, tejí mentiras y susurré medias verdades en su oído de modo que su deslealtad creciese hasta que, en 1561, se alzó una noche antes que su señor y lo destruyó mientras dormía. El equilibrio había quedado roto, ahora podía gobernar y salvar la ciudad.-

Todavía recordaba el orgullo, la pasión y la soberbia de Sagitarius, su maleabilidad, la capacidad de influir en él simplemente porque se sentía permanentemente rechazado. Solo necesitaba alguien en quien apoyarse, alguien que fingiese respetarlo y escucharlo. Que lo hiciese danzar entre sus dedos. Como un lastre eterno, mis pecados me acompañarán hasta el momento en que finalmente sea destruido y pueda reunirme con Lucifer y pagar por ellos en el Infierno, como todos los Cainitas estamos condenados a hacer.

-Pero su destrucción solo fue el golpe que supondría la caída de Valencia. Privada de una de sus mayores fuerzas, durante los siguientes años el Sabbat nos acosaba cada vez con mayor fuerza y, sorprendentemente, Elvira se negaba a ayudar. Era como si, ante la ausencia de su enemigo, hubiera decidido que no quedaba nada por lo que valiese la pena combatir y empleaba sus noches en el estudio, la lectura o el descanso, lejos de los asuntos de gobierno y de la defensa de la ciudad. Sin duda, durante ese periodo yo fui realmente el Principe de Valencia, no un pelele que mediase entre dos antiguos sino el verdadero tejedor del gobierno de la ciudad y las lecciones aprendidas fueron infinitas. Pero era demasiado joven, débil e incapaz como para defender la plaza de los hombres de Monçada.

"...And its been the ruin of many a poor boy and God, I know, I'm one." Si, esa, en una sola frase condensada, era Valencia. La casa del sol naciente de las Españas, donde el sol se había puesto durante mi guardia, con unas manos demasiado débiles para inclinar la balanza de la historia y del tiempo.

-En el año de nuestro señor de 1570, el Sabbat lanzó su ofensiva final y Elvira había entrado en Letargo. No había partida, la baraja repartida tenía todos los naipes trucados y los Cainitas huyeron de la ciudad buscando la seguridad en otras costas y tierras. Muchos fueron destruidos, muchos aceptaron unirse al Sabbat a cambio de la seguridad que los alejase de las llamas y de la muerte. Yo aguardé hasta el final, tratando de coordinar una defensa incapaz de sostener el frente contra un enemigo superior en todos los elementos. La última imagen que me llevé de Valencia fue la de las llamas alzándose sobre la ciudad mientras mi barco se alejaba, adentrándose en el Mediterráneo. El burgo había caído y, con él, todo sueño de una urbe capaz de mantenerse fuera de las sectas existentes, al menos entonces.-

El suave rozar de la aguja sobre el disco mientras buscaba el rastro del siguiente son grabado en el vinilo. Un silencio que, en mi mente, resonaba con los gritos de los moribundos, el restallar de las llamas y el sabor amargo de la derrota. De los pecados acumulados a lo largo de siglos de existencia, el fracaso en Valencia era probablemente el mayor, el más amargo y el más inevitable. Fui enviado a una misión imposible y, como suele ocurrir en tales menesteres, fracasé... el verdadero error estuvo en no tener el valor de aceptar mi destrucción con la de mi ciudad.

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