Lluvia sobre tiempos perdidos (8)

Al borde de la destrucción había estado en varias ocasiones, pero también por mis manos habían corrido las vidas de muchos. Tanto durante mis tiempos en Valencia como Príncipe, como durante las ocasiones en que las espadas abandonaban las vainas o los enemigos llamaban a las puertas. La voz demenciada que comenzó a sonar me llevó a momentos muy lejanos, terribles y duros, cuando las personas se enfrentan a decisiones cuyas consecuencias se mantendrán durante toda su vida. "There must be some kind of way out of here...". Pero no, desgraciadamente, no siempre la había.


-La primera vez que tomé una vida en mis manos fue durante mi tiempo mortal, ese periodo que hoy en día asocian con la niñez y en el cual nosotros teníamos que madurar demasiado rápido. O, quizás, hoy en día simplemente lo hacen demasiado lento, fruto de una época de vagos y pendencieros, demasiado centrados en placeres que huyen con rapidez. Pero supongo que me desvío. Contaría por aquel entonces con acaso ocho o nueve primaveras y todavía habitaba en el castillo de los Palafox, como correspondía al heredero de la Casa. Mi padre se encontraba fuera, visitando a su Señor para alguna clase de acuerdo... no lo recuerdo muy bien, a fuer de ser sincero, tengo media idea de que se trataba de concertar el matrimonio de mi hermana, pero no estoy seguro.-

La memoria, como siempre, decide qué debe guardar y qué deja que se pierda en las nieblas del tiempo y el olvido.

-El caso es que esa noche se desató una poderosa tormenta, que sacudía hasta los cimientos del castillo. Es curioso, en los relatos trágicos la tormenta siempre ocurre en los momentos más dramáticos, y sin duda la realidad en ocasiones hace honor a esa teatralidad. El estruendo evitaba que me durmiese, debes entender que el castillo carecía de ventanas, de modo que el aullar del viento, el golpeteo de la lluvia y el restallar de los truenos estaba muy presente en el dormitorio que compartíamos los niños. Mis hermanos se habían conseguido dormir, pero no así yo, que me levanté de la cama y deambulé por la torre camino de la cocina en busca de algo que beber. Descendía sin guardarme demasiado de ir en silencio, pero supongo que el clima se encargaba de cubrir mi descenso por las escaleras de madera. Abajo había voces, discutiendo acaloradamente aunque no entendiese las palabras. A medida que me acercaba, la imagen se hizo mucho más clara.-

Puede que muchas cosas se hayan ido de mi memoria, pero no aquella escena. No la imagen de mi madre aprisionada contra la pared por mi tío, borracho, furioso, descontrolado. El alcohol sacaba siempre lo peor de él y mi padre podía controlarlo, pero en su ausencia... En ocasiones, el destino es cruel en su llamada y su canto nos lleva a perder la fe en la humanidad. Supongo que a todo el mundo le pasa, antes o después. "...Who feel that life is but a joke; but you and I we've been through that..." No, ciertamente, la vida no era ningún chiste, ningún paseo de rosas, y la no muerte menos.

-Mi tío estaba fuera de si. Increpaba a mi madre llamándola fulana, gritándole que era una castellana que nada podía aportar en una familia aragonesa... barbaridades mayores, que no voy a repetir ahora por respeto a la memoria de mi madre. Mientras terminaba de descender las escaleras las palabras subieron de tono y fueron sustituidas por las bofetadas primero, los agarrones y, cuando mi madre cayó al suelo, unas patadas dadas con muy mala intención. Mi tío la golpeaba con violencia mientras la insultaba y...-

El recuerdo era demasiado doloroso. Por un momento, debí abstraerme, cerrar los ojos y forzarme a respirar. Hay heridas que ni los siglos pueden cerrar.

-Dejémoslo en que cogí el candelabro de la mesa y lo golpeé en la nuca. Repetidas veces, hasta que su cráneo se deformó y fue imposible reconocerlo. Hasta que la pared quedó cubierta de sangre y sesos entremezclados, y mis pequeñas manos quedaron mancilladas con el pecado del asesinato. Por suerte, Andreu Fabre, uno de los caballeros más leales de mi padre, fue el que encontró el cadáver, al lado de mi madre llorosa y herida y yo, temblando en el centro de la sala, todavía agarrando el candelabro. No se qué hizo ni cómo, aunque lo imagino, pero mi padre nunca supo qué pasó esa noche, ni lo supo nadie más que nosotros tres. Ya todos a los que les podía importar hace mucho que son polvo, pero aún recuerdo el calor de la sangre en mi cara, de los sesos en mi cuello, de la muerte en mis manos. Porque si, por mucho que digan lo contrario, la muerte es cálida como un sol de verano.-

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