Lluvia sobre tiempos perdidos (5)

La oscuridad llenaba la sala y mi estado de ánimo tras hablar de la proximidad de la Gehenna, de la brutalidad de la Guerra Civil. Durante unos minutos, dejé que mi mente vagase por los recuerdos de las pérdidas acumuladas durante siglos de lucha, muerte y poder. ¡Tantas! Demasiadas para un único corazón, una única mente, por muy inmortal que fuese. Así que, con un ejercicio de voluntad, me arrastré fuera de las sombras, a tiempos pasados y más felices. La guitarra alegre comenzó a danzar en la sala, llenándola de recuerdos de pasión y locura, largo tiempo marchitos. Dignos de la voz rasgada y destruida por un amor verdadero e inalcanzable, como en tiempos pasados yo había tenido. "Nights in white satin...".


-Por supuesto, no siempre he sido como ahora me has conocido. Hubo un tiempo en que, como todos, era joven, crédulo, inocente, idealista. Buscaba cumplir con honor y valor, pero también divertirme, disfrutar de la belleza, del amor, de la compañía. Antes de descubrir que, como todo, eso se lo llevan los siglos. Por aquel entonces todavía practicábamos el amor cortés... no, no es lo que crees, no tiene que ver con ser educado durante el cortejo: era un juego de cultura, valor e inteligencia, habilidad en las artes y belleza. Un juego en el que los caballeros pretendíamos a damas inalcanzables con gestas de valor y honor, poemas y dramas, mientras ellas competían entre si por atraer a los pretendientes más osados; un juego con un poder tal que la Monarca Salianna, de las Cortes del Amor de Francia, había logrado despojar al grandísimo Alexander del trono de París con esos juegos y hacerse con la Corona de la corte nomuerta francesa. Era una gran dama, de una posición y alcurnia que ninguna Artesana puede igualar tras su destrucción, poco después de la historia que te narro, que llevó al final de los tiempos de amor cortés.-

"...Oh how I love you..." cantaba la canción, hablando del amor inalcanzable digno de los juegos de mi tiempo, que habían llevado a la ruina de muchas personas. Pero los antiguos juegos no sólo habían destruido a caballeros y damas, pues sin duda lo habían hecho, si no que también los habían impulsado a nuevas alturas, a alcanzar gestas inimaginables y derrotar enemigos imbatibles. Pues es en el fuego del conflicto, del honor y del deber, en el que las mejores espadas se forjan, y es el deseo y el poder el mejor armero para darles forma para la eternidad. Ese era el poder cultivado por los Toreador, para inspirar a alcanzar más y que, en tiempos modernos habían desperdiciado en aras de la bacanal y el placer intrascendente.

-La dama de mis atenciones era su Ilustrísima Irene de Bellpuig, Primogénita del extinto Clan Capadocio y Consejera del Príncipe de Tarragona, ciudad que todavía les brindaba protección de la caza de los Giovanni. No restaban muchos de su linaje por aquel entonces ya, pero la inteligencia y la capacidad de la incomparable dama había logrado mantener la ciudad como un refugio para los suyos pese a la caza de sus enemigos. No duró eternamente, pues no resta ya ninguno de los Ilustres Ladrones de Tumbas, pero su legado por aquellas todavía se mantenía. Irene era lo mejor que su Clan tenía por ofrecer: antigua, inteligente, sabia, carismática... capaz de mover una montaña con solo alzar una ceja, y llevar a un caballero a enfrentarse a un dragón únicamente con un aleteo de un abanico frente a su pálida faz. No era bella, pues los de su Clan no podían serlo debido a la maldición de Caín, pero sus ojos brillaban con un fulgor que igualaba el brillo del sol que a todos nos está vedado.-

Todavía podía recordar sin problemas el brillo de sus ojos esmeralda, el contraste entre el negro de la noche de su pelo y el pálido huesudo de sus mejillas, los labios suavemente cuarteados y, a la vez, tentadores... la esencia de una dama, como pocas se habían cruzado en mi camino con el paso de los siglos, con la voluntad para cambiar el mundo y enfrentarse a solas con su inevitable Destino. Valiente, decidida, tenaz, inteligente... "...Just what you want to be you will be in the end..." y ella, sin lugar a dudas, lo había sido.

-Por supuesto, yo no era el único que aspiraba a su amor, caballeros de todo nivel y posición lo hacían y yo me desplazaba con cierta frecuencia desde Barcelona hasta Tarragona tan sólo para compartir con ella mi más reciente poema, o tocar algo en mi laúd. Los había antiguos y nuevos en la Sangre, de alta alcurnia y de Bajo Clan, embelesados todos por la grandeza de la dama. Y ella jugaba con todos nosotros, como una maestra se entretiene con sus niños mientras les enseña el camino correcto para sus vidas. Muchas de las lecciones impartidas con un parpadeo o un pálido reflejo en un espejo todavía me acompañan, tantos siglos después.-

Sonreí, recordando nuestros encuentros, los paseos por las murallas de la ciudad a la luz de la luna, las conversaciones a la orilla de las fontanas o en los paseos a caballo. Los debates sobre lo mundano y lo divino, sobre la forma adecuada de tratar la situación de las cortes lejanas y cercanas, o de los mejores monasterios a la hora de comparar sus habilidades para ilustrar un libro o cantar. "...Oh how I love you..." desgarraba la voz, con pasión y dolor. Sin duda, las noches eran más oscuras desde su marcha.

-Había otros pretendientes, pero mi rival por su amor era Rodrigo de Aviñón... ¿o era Rodrigo de Teruel? Hm, me temo que ya no lo recuerdo con exactitud. El hecho de que compartiésemos nombre y amor por la misma dama daba la vuelta entre pequeños sainetes y juegos de palabra por la Corte, y ambos nos esforzábamos por apilar gestas a los pies de Irene a mayor velocidad que el otro. Siendo ambos relativamente jovenes en la sangre, no podíamos competir con los antiguos que luchaban por su amor, pero podíamos enfrentarnos entre nosotros por nuestro lugar. Todo se precipitó tras uno de sus grandes éxitos, una embajada diplomática ante las cortes Sabbat de la Corona de Nápoles, un territorio muy disputado aquel entonces entre la Corona de Aragón y la de Francia. Y él había tenido una mano en mantener una breve tregua entre las muchas batallas que allí se habían librado, y la ponía a disposición de Irene con gracia y elegancia.-

"...Letters I've written never meaning to send...", ideas perdidas que nadie más en estos tiempos sabía y que, eventualmente, Eduardo olvidaría pero que, por esta noche, durante esta conversación, volvían a la vida. Y con ellas el amargor, el odio, el amor, el desprecio, la vergüenza... Las primeras derrotas siempre son difíciles de aceptar.

-Vencido, la única solución que me restaba era abandonar mi amor por Irene, algo inaceptable para mi, o batirme con Rodrigo. Por aquel entonces, Dios aún mediaba en los asuntos de mortales e inmortales, y encomendarle a él la solución de la disputa era el mejor camino. Así que cogí mi espada, legada por mi padre, y me dispuse a enfrentarme a él ante la corte de Tarragona. El motivo, por supuesto, era falso, porque parte del amor cortés implica que jamás se puede hacer público cual es la dama de nuestras atenciones, pero ambos sabíamos bien por qué se entrecruzaban nuestros aceros, igual que lo sabían los demás asistentes desde la grada. Bajo la pálida luz de una noche poco brillante, cada uno a lomos de su rocín, lanza en ristre, nos enfrentamos con honor y valor. El choque del acero contra el acero, el estruendo del impacto, las exclamaciones de las damas y los gritos de los caballeros, llenaron la zona de justas a medida que nos cruzábamos lance tras lance. Él dio con su cuerpo en tierra al tercer lance, cuando el impacto de mi lanza contra su escudo nobiliario lo arrojó fuera de los estribos de su montura. Como mandaba el honor, yo desmonté tras él, momento de que se entrecruzasen nuestras espadas, y su velocidad en ese aspecto era incomparable con la mía, bendita su estirpe con el don de la rapidez. Pero mi resistencia no mermaba igual que la suya, pues mi sangre me hace invulnerable a golpes que a otro hubieran destruido. Así que nuestros aceros chocaron, restallaron y se mellaron, impactando el uno contra el otro, contra la armadura, la carne y los huesos. Nos batimos largo tiempo, pues nuestro poder en la sangre era parejo, pero lentamente, su posición se fue afianzando. Pese a las heridas inflingidas por la caída de su rocín, su habilidad con la espada era mayor que la mía y, golpe a golpe, fue afianzando su ventaja hasta dar conmigo de rodillas en tierra. Era un duelo de honor, no a muerte, pero mi derrota me supo peor que la destrucción pues implicaba que él era el digno de cortejar a Irene y no yo.-

El silencio en el que brevemente me sumí solo se cortaba con los compases finales de la trágica canción de amor. "...Yes I love you...". ¿Cuantos años hacía que no recordaba aquella historia, aquel primer amor perdido? Muchos, probablemente demasiados, y sin embargo aún dolía recordar la sonrisa victoriosa y socarrona de la cara destrozada de Rodrigo de Tordesillas. ¡Eso era, Tordesillas! Prepotente, creído, enchido de orgullo. Y la decepción, por supuesto, de saber que no había estado a la altura y que ahora mi deber y mi honor exigían que me hiciese a un lado.

-No volví a verla después de ese enfrentamiento en el campo del honor. Poco después fui enviado a Valencia, y me gustaría creer que la mano de ella estuvo en mi asignación a la ciudad tanto como la de mi Sire, por mucho que no lo se. Ella fue destruida unos pocos años después, cuando el Sabbat conquistó Tarragona como conquistó la mayor parte de las Españas. Dicen que uno de los Asesinos participó en el ataque, bajo contrato de sangre de los Giovanni, para asegurar que ella y sus protegidos fuesen parte de las bajas del combate. Sea cierto o no, lo fue y, con su destrucción, el mundo quedó un poco más sumido en la oscuridad y la muerte. Son esos los golpes y momentos que nos forjan en lo que somos, y es terrible mirar a la faz al Destino y saber que, hagas lo que hagas, él siempre va a ganar la partida.-

El silencio se adueñó de la sala, roto por el roce de la aguja contra un disco que había llegado a su final. Mientras Eduardo se levantaba de su asiento a cambiar el vinilo por el siguiente, yo saboreaba distraido la textura del vino en mi boca. ¡Cuan pálido era su sabor, cuando se comparaba al de las verdaderas pasiones y sensaciones que brindaba la inmortalidad!

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