El Keyboard Cat Conquista el Mundo


Supongo que nadie me creería si cuento esta historia cuando vi por primera vez aquel vídeo. Yo tendría nueve años, más o menos, y aquel gato feliz que tocaba el piano me encantó. Me reí la primera vez que lo puse, y la segunda, la tercera, la quinta, la décima… ¿Qué de malo podía haber en algo tan adorable?
A estas alturas nadie asociaría aquel feliz minino con algo inocente, desde luego. Convertido en el ejecutor de la rectitud, con su poder innegable creado por la masa, nadie pensaría ahora simplemente en él como divertimento. Pero lo era, no buscaba ser otra cosa.
Pero ellos lo transformaron, de gato en demonio; de adorable en terrorífico; de gracioso en espeluznante.
Ellos no son alguien concreto, por supuesto. Eso es lo terrorífico. Y, de hecho, ellos al principio eran usuarios de youtube como cualquier otro. Alguien cometía un error, un fail, algo gracioso, y ellos insertaban el vídeo del gato para reírse de esa persona. Algo de malicia había en aquel pecado original, desde luego, pero nadie la vio. Simplemente era un minino que hacía el vídeo más gracioso, sin más vueltas de hoja.
O eso parecía.
Se suponía, por aquel entonces, que sería una simple moda. Como tantas otras, en el mundo de lo voluble y lo futil que era por aquel entonces Internet, surgían y morían ídolos todos los días. El gato sólo sería uno más, sacrificado en el altar de cinco minutos de risas antes del siguiente.
Pero el gato sobrevivió. Y creció. Tan gordo como estaba el animal se volvió su legión de seguidores, y todos los días aparecían nuevos vídeos que contaban los errores de alguien con la famosa tonadilla que resuena en mis pesadillas. Lentamente, devoró a los demás pequeños ídolos, creciendo cada vez más, hasta que finalmente comenzaron incluso a usarlo como término: los ídolos pasaron a ser conocidos como “keyboard hits” en referencia a los vídeos que usaban al gato que más éxito habían tenido.
E incluso en el instituto, donde yo estaba por aquel entonces, los errores de los demás pasaron a ser llamados entre risas como “keyboard fails”. Era gracioso, no había nada malo en ello, ¿verdad? Recuerdo incluso un compañero de clase, Johnny el Gordo, que lo había grabado y lo llevaba en el móvil, y cuando alguien hacía una tontería lo ponía de fondo y todos nos reíamos. ¡Que divertido era! Claro que no para el que había sido avergonzado por su error.
Y menos cuando, con la extensión de las cámaras en móviles y demás, todos esos vídeos comenzaron a aparecer en internet. Los autores de los más famosos pronto comenzaron a recibir votos a favor que hinchaban sus reputaciones online, y con ello los volvían pequeñas celebridades.
¿Pequeñas? Bueno, así fue en efecto al principio, pero para cuando yo entraba en la Universidad el mundo de internet había cambiado por completo. La omnipresencia de móviles conectados a la red hacía que todos estuviésemos permanentemente conectados, y la emergencia de la realidad aumentada vinculaba el mundo real con el virtual. Pero, más importante, comenzaron a aparecer las redes de reputación.
En principio, iban a ser nuestras salvadoras, ¡el final de la opresión del Estado y la economía! Pactamos con el Diablo el fin de la tiranía del gobierno, y nos encontramos con la del gato, infinitamente más terrible. Pero, ¿cómo llegaron a pervertirse tanto las redes de favores?
El mecanismo es tan sencillo que casi da miedo que no lo viésemos venir, que nadie lo imaginase, y aquellos que gritaron al respecto se encontraron aullando en el desierto… o siendo las primeras víctimas. Así, pronto comenzaron a aparecer vídeos del gato, y la gente los votaba, favoreciendo la reputación de los creadores más inteligentes o ingeniosos, y penalizando las de los más aburridos.
Pero fue Dark Sun el que lo cambió todo. Él era un gurú del gato, un verdadero maestro, un hombre con una reputación increíble de audacia por conseguir los fails más espectaculares, y de habilidad compositora. Lo llevó a un nuevo nivel. En su vídeo más famoso “Dance This – Keyboard Cat”, no sólo introdujo un enorme y épico fail de los ensayos de uno de los más famosos bailarines berlineses… Sino que agregó una nueva funcionalidad: junto al fracasado, había un link a todas sus redes, con la opción de votar su reputación hacia arriba o abajo.
Enrich Fiddler fue la primera gran víctima, con su reputación cayendo en picado a partir de ese vídeo. Su compañía le echó, porque “manchaba su imagen empresarial”, y pronto se vio descastado. Una carrera completamente arruinada.
Pero el código que ensalzó a Dark Sun fue su final, y el de muchos otros. El mecanismo pronto se hackeó, y a partir de entonces todos los vídeos aparecían con los datos del failer, y sus cuentas de redes sociales. Como estrellas fugaces, sus reputaciones se desplomaban ante las risas de quienes se divertían con sus fracasos. Dark Sun mismo fue cogido cometiendo un error de novato en hacking y, no sólo fue detenido, sino que la policía lo grabó y alguien lo filtró. Su reputación, trabajada durante años, cayó como un ángel que se rebela contra Dios, por su osadía de intentar convertirse en el líder de la masa.
El siguiente paso era natural. Las empresas comenzaron a añadir revisiones profundas de las redes de sus futuros empleados en sus procesos de selección. No querían a nadie que pudiese avergonzarles con su pasado o futuro, y pudiese aparecer en un vídeo. Supongo que en parte se debió al gran problema de Mitsubishi, cuando uno de sus directivos apareció borracho y cayéndose vergonzosamente con el logo de la compañía en su camiseta mientras sonaban las notas del gato musical; aunque en el resto del mundo no tuvo mucho impacto, los japoneses se volvieron locos con el vídeo, y acabaron asociando el logo de la compañía con el vídeo. Las ventas de la empresa cayeron, y eso es lo único que una corporación no está dispuesta a que ocurra.
Así que tener un historial “limpio” se convirtió en un elemento central de conseguir tener un puesto importante en las corporaciones, y los que habían cometido errores en su pasado quedaron relegados a lugares sin responsabilidad, lejos de donde pudiesen hacer daño a las empresas. Es obvio que hubo quien intentó crear vídeos falsos de sus rivales para conseguir ascensos y cosas por el estilo, pero la mayor parte de ellos fueron cazados y, más grave que la multa de cárceles, fueron todos los vídeos que surgieron con sus fracasos, y que hundieron su reputación por debajo del límite de captación de cualquier empresa que valiese la pena.
Yo por aquel entonces ya había terminado la carrera, y estaba comenzando a salir con mi novia definitiva, Eleanor. Pero recuerdo con claridad que fue el día en que le pedí matrimonio cuando vi el primer cartel: “The Cat Watches You”. Me reí, por supuesto. ¿Quién se había vuelto tan estúpidamente paranoico? Por supuesto, nadie se hizo responsable de ello, y pronto fueron olvidados los carteles, y su previsión digna del Oráculo de Delfos.
No mucho más tarde, mientras alegremente preparábamos la boda, apareció el “Cat Party”. Un movimiento social, como tantos en América, que reclamaba que se podía usar al gato para mucho más de lo que se estaba haciendo. Podía ser la verdadera democracia, a medida que los ciudadanos vigilasen con él los errores de otros.
Cruzaron la línea: comenzaron a usar al gato para denunciar actos políticos inmorales: este que tenía un escándalo de faldas, aquel que aceptaba sobornos… cualquiera que contravenía la moralidad de la sociedad valía para un gato que había cobrado conciencia de su poder. La sociedad se armaba así con sus antorchas, dispuesta a quemar las brujas que encontraba en su interior. Y las reputaciones ardieron.
Joseph Conrad fue el primer gran cadáver. Un Republicano, candidato a la alcaldía de Nueva Jersey, que tenía todo de su lado para ganar. Hasta que el “Cat Party” se metió por medio, mostrando en vídeos graciosos las contradicciones entre sus palabras y sus actos. Ardió, y los gritos se transformaron en votos perdidos, al ritmo en que caían sus reputaciones.
El gato se expandió, y comenzó no sólo a vigilar nuestros fracasos graciosos, sino también todas las inquinas de las sombras de la humanidad. Para cuando iba a nacer mi primer hijo, el gato ya lo vigilaba todo, convirtiendo el mundo en un panóptico que dejaba en las sombras al Gran Hermano de Orwell.
Esta es la historia de cómo, con una velocidad increíble, el gato se convirtió en el guardián de la virtud. Con él, todos nosotros nos convertimos en jueces y ejecutores. Y víctimas. Con su tonadilla feliz y su mirada tranquila nos convirtió a todos en culpables de nuestras debilidades y pecados, y al mundo entero en nuestro verdugo.
La vida, como la conocí en mi infancia, había cambiado para siempre. La gente ya no ríe y juega como antes, ya no se exponen a cometer errores, por inocentes que sean. Ahora todos actúan con cuidado, a veces como robots casi, vigilando permanentemente no cometer ninguna imperfección que alguien que pasase por ahí pudiese grabar con un móvil. Es cierto que no hay tantos crímenes, ni desmanes, ni eventos inmorales, pero no puedo evitar, cada vez que veo uno de los rebeldes carteles “The Cat is Watching” pensar que la humanidad ha muerto por dentro. Asesinada por un gato.

Comentarios

  1. Escrito después de pasarnos una tarde viendo vídeos de fails con musiquita del Keyboard Cat, en algún momento de abril de 2011.

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