El Poder

Dicen que en una de las últimas plantas de la Torre Sears, en Chicago, se encuentra el Poder personificado. Tiene una oficina, el colmo de la modernidad: todo cristal, cromo y satinados, con algunos tonos cálidos en las alfombras y algunos detalles de madera. Con clase. Allí recibe a los que quieren beber de él, los que desean una pizca de su gloria, ignorantes de que es él quien los devora para nutrirse. Consume sus pequeñas ansias y sueños, y les devuelve sombras de sus ambiciones.

Lo cierto es que muchos sólo saben que él es a quien hay que buscar. No podrían decir muy bien si se trata de un broker financiero, o del directivo de una de las grandes empresas, o quizás el fundador de alguna. Si Moody's pudiese poner rating a las personas, habría que crear para él la categoría AAAA. Cuando la gente habla de los mercados financieros, es de él de quien hablan sin saberlo. Es Soros, los Fondos más poderosos de inversión, y los tiburones, todo en uno. El es el mismísimo Sistema Económico Mundial.
Es atractivo, nadie lo negará. Con un look de ejecutivo agresivo que encandila a cualquiera. El pelo corto y bien peinado, con gomina. Algunos dicen que se lo corta todas las noches, para estar siempre perfecto. Unos ojos inteligentes y fríos, capaces de analizar todo lo que hay delante y no demostrar el desprecio que siente por todos los inferiores que se arrastran ante él. Una piel suave pero fuerte, siempre cubierta por los trajes de último diseño que hace exprofeso para él uno de los mejores sastres de Chicago... claro que nunca conocerás su nombre, se supone que hace tiempo que ha muerto y sólo trabaja ya para él. Zapatos lustrosos y cuidados, importados de Italia, se supone que su región natal, aunque algunos dicen que esa sería Gran Bretaña y otros que es indudablemente americano.
Y, sin embargo, aquí y allí hay pequeños toques de "excentricidad", pocos se dan cuenta de ellos. Pero yo los he investigado, por supuesto. Sus gemelos, por ejemplo, eran los de uno de los almirantes de la Reina Victoria. O, al lado del ordenador de su mesa, hay unas espuelas decorativas que dicen que pertenecieron al propio Cid Campeador. En una pared cuelga un sable, que rumorean que portaba el propio Napoleón colgado en su cinturón. Y frente a él cuelga una gladius romana, cuya historia me es desconocida, pero que mantiene siempre perfectamente cuidada. Hay objetos así por toda la sala, perdidos, casi invisibles entre las pantallas de televisión y las coberturas de cristal. El único visible, quizás, es un alto reloj de pie hecho de maderas nobles y tallado hace siglos, cuyas manecillas hace tiempo que están paradas.
Muchos acuden a verle, pero sólo recibe visitas de noche. De día trabaja en sus inversiones y contactos, empleando una enorme red de agentes intermedios, secretarios y ayudantes para procesar la enorme vastedad de sus planes económicos. Peones que mueven ingentes cantidades de dinero de un lado a otro, deshaciendo el destino de países y dictando las políticas de las grandes organizaciones internacionales. Como hormigas, obedeciendo al plan maestro de la Reina del hormiguero, tejen y destejen pequeños movimientos y otros masivos, cuyas repercusiones pequeñas y grandes dictan los fluires del mercado financiero global.
Lo he observado desde las sombras, invisible.
Así que yo se que la leyenda es cierta. En esa penúltima planta se encuentra el Poder. Pero un Poder corrupto, oscuro y malvado. Y se que, con todo su orgullo y prepotencia, se hace llamar a sí mismo Príncipe.

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