Acero para Humanos Interludio: El Verdadero Veneno

Se hizo el silencio cuando se abrió la puerta de la taberna, los parroquianos sorprendidos y desdeñosos se volvieron hacia las tres figuras del umbral. La nieve, que caía copiosamente en la noche, cubría sus hombros mientras se adentraban en el establecimiento con pasos firmes y el resonar del acero de sus armaduras. Los murmullos regresaron entre las mesas del establecimiento mientras ellos avanzaban hacia la barra donde el tabernero los esperaba, los brazos apoyados sobre el mostrador.

-Queremos comida, alojamiento y cerveza para el invierno, y tenemos buen oro para pagar- dijo Letho de Gulet mientras se bajaba la capucha sobre su enorme cabeza calva.

-Aquí no servimos a los vuestros, brujo, márchate por donde has venido- respondió hosco el tabernero.

-Este es el cuarto pueblo donde no nos queréis recibir y la nieve que cae fuera lo hace en demasiada cantidad ya. No se pueden recorrer los caminos hasta el siguiente poblado y esta es la única taberna de la localidad- intervino Jules al lado de Letho.

-Ese es vuestro problema, no el mío. Este es un establecimiento decente y no atendemos a los mutantes- respondió con una sonrisa de lado el tabernero, despertando las risas de varios de los parroquianos.

Sin duda, aquel antro donde el techo a duras penas se sostenía distaba mucho de ser un negocio decente. El alcohol era de baja calidad, la comida pobre y la compañía poco digna y de menor alcurnia aún. 

-¡Tú díselo bien claro Jarrick!- gritó uno de los parroquianos al tabernero, levantando la jarra brúscamente y salpicando con ello los naipes de cartón que había en la mesa y las monedas que estaban apostando- ¡Aquí somos todos buenas gentes y no como esos monstruos!-

-Si no queréis nuestro oro, quizás prefiráis que paguemos en acero- respondió Wotjek del otro lado de Letho, desenvainando su espada corta y curva con una agilidad que los meros campesinos no podían igualar y lanzando la espada a través de la sala hasta dar con precisión en los naipes depositados sobre la mesa.

-Miren, no queremos problemas- intervino Letho poniendo la mano en el hombro de su amigo-. Tenemos buen oro y protegeremos el pueblo de lo que sea que vive en ese bosque si desea venir en estos meses. Y tan pronto la nieve amaine en primavera, nos marcharemos. Vosotros tendréis un buen dinero y nosotros regresaremos a nuestros asuntos lejos de aquí.-

El tabernero se inclinó hacia el frente, volcándose casi sobre el mostrador para responder a la cara del brujo. 

-Aquí. No. Aceptamos. A. Los. Vuestros- sonrió con suficiencia, sus carrillos rojizos por la ira y la soberbia que se ocultaba bajo ellos.

-Igual tienes la errónea idea de que estamos ofreciendo una opción, tabernero- terció de nuevo Wotjek, su segunda espada en la mano, inclinándose sobre el mostrador desde el otro lado.

-Y quizás tú tienes la errónea idea de que me importa una mierda, mutante- respondió el tabernero sin amilanarse.

Varios de los parroquianos empezaron a ponerse en pie ante la creciente tensión, agarrando sillas y otros objetos del lugar para usar como armas en caso de que la inminente pelea finalmente se concretase. 

-¡Aard!-

La palabra de Jules se produjo en el mismo momento que se desató la ola de viento mágico que la acompañaba, lanzando al suelo a los parroquianos más cercanos así como los enseres colocados encima de sus mesas. 

-Nos quedamos todos tranquilitos- continuó el brujo, bajando el brazo-, solo queremos alojamiento y no queremos problemas. Ni para vosotros ni para nosotros.-

-¡Si no queréis problemas largaros por donde habéis venido!- gritó uno de los parroquianos mientras se ponía en pie, intentando disimular con su bravata el temor que sentía en su interior.

-Tabernero... ¿Jarreck, no?- empezó Letho.

-Jarrick- corrigió el tabernero, sin amilanarse.

-Jarrick pues. Este año hemos cazado a los generales del elfo Filavandrel en Cintra; en Cidaris hemos derrotado a un dios de los bosques; y en la campiña de Temeria hemos luchado contra nomuertos y otras bestias. Las cosas de las que tú te asustas y te escondes bajo la cama ante su nombre caen bajo nuestro acero y nuestra plata como un día más de la semana, un simple martes. Una veintena de campesinos envalentonados por su número no van a pararnos cuando no lo hizo un dios; pero, si os matamos, pasar el invierno aquí será complicado para nosotros que no podremos dormir y para vuestras familias que intentarán vengarse. Y acabarán muertas. Así que llegará la puta primavera y aquí habrá habido una masacre, el señor local vendrá a investigar lo ocurrido pero demasiado tarde para evitar que hayamos regresado a los caminos. Vosotros estaréis muertos por nada y a nosotros no nos van a castigar de ningún modo. Así que coge todo tu odio de mierda y tu desprecio y te lo callas, me sirves una cerveza a mi y otras a mis hermanos y un plato a cada uno de lo que haya para cenar. Y que tu esposa nos prepare una de las habitaciones de arriba para pasar las noches que vienen, porque los caminos son ya intransitables.-

Letho habló con calma todo lo que dijo, sus ojos fijos en el tabernero cuyo rostro se iba poniendo lívido a medida que iba imaginando lo que el brujo le contaba. Pero el miedo y el odio son buenos amigos, habituados a salir a festejar juntos, y cuando pasean las mejores soluciones corren a esconderse.

El primero de los campesinos en intentar algo se lanzó sobre Jules con una banqueta por arma y recibió un sonoro golpe del pomo de la espada del brujo antes de darse cuenta de que el otro había desenvainado. Con la nariz rota y la cara cubierta de sangre, trastabilló hacia atrás hasta que sus posaderas dieron con el suelo, con un golpe duro y sonoro. Un segundo parroquiano, armado con usu jarra de madera como poderoso objeto de combate, se arrojó sobre Wotjek, que enterró su espada en su costado, bañándola de sangre.

-No te morirás de esto- le dijo al parroquiano el brujo-, no he cortado nada que necesites. Pero puedo bajar mi espada y cortarte otro apéndice sin el cual puedes vivir y sin embargo echarás mucho de menos. Diles a tus amigos que paren de intentar nada.-

El hombre herido trastabilló hacia atrás, su jarra cayendo al suelo mientras se agarraba el costado entre gruñidos de dolor. Letho no se volvió a mirar lo que estaba ocurriendo, solo entrelazó los dedos y miró al tabernero a los ojos.

-Acabas de ver lo que pasa cuando se nos molesta. Pon comida y bebida en una mesa en la esquina para nosotros y terminarás el invierno con oro en tus bolsillos. No la pongas y esa no será la única sangre que se vierta en el suelo de tu taberna antes de la primavera. Yo no voy a permitir que mis hermanos mueran por el frío del invierno por tu insignificante vida... Así que, como ves, tú eliges...-

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