El Nacimiento del Fuego


El puño del guardia se estrella contra su mandíbula, haciendo brotar una pequeña flor de sangre que prácticamente se congela antes de llegar al suelo. La sonrisa brutal del hombre trata de enmascarar el miedo que delatan sus ojos, pequeños y azules, que cuentan la historia de un terror atroz que solo puede ocultarse mediante el abuso de poder. No está solo, ni siquiera es quien manda, solo es un pequeño peón en juegos más grandes y vastos. 

Las puertas se abren frente a ella, la noche cegadora con sus antorchas después del largo encierro en la celda. Gritos ensordecedores resquebrajan el silencio, como una strigga escapando del vientre de su madre muerta.  

-¡Bruja!- gritan unos, agitando con vehemencia sus aperos de labranza, amenazadores con la iluminación de las antochas.

Otro de los guardias, un hombre más pequeño pero corpulento, la empuja desde detrás, haciéndola avanzar entre el gentío. Unas patatas vuelan y la golpean en la cara, una en el pómulo y la otra sobre una de sus cejas, haciendo que más sangre empiece a correr. No será la última que se verá esta noche, y ella lo sabe. El resto no tardará en llegar, entre los aullidos de los campesinos supersticiosos y cobardes que claman por su vida.

El corte era esperado pero eso no lo hace menos doloroso. El cuchillo del tercero de los guardias se posa en el lateral de su cabeza y desciende brutal, cercenando una de sus afiladas orejas. Un triunfo, un trofeo, un nuevo río de sangre. Exhibe la oreja ante la gente que grita, como si hubiese hecho una gran gesta, como si mutilar a una elfa encadenada fuese lo mismo que derrotar a un regimiento de caballería al galope o a un oso a solas en el bosque. Hombres pequeños que solo saben usar la crueldad como forma de hacerse sentir más de lo que son. Sombras, retazos insignificantes en las sendas del Destino.

-¡Nacida bajo el Sol Negro, muere!-

Esas palabras son estúpidas y sin sentido. Ella estaba viva mucho antes de que el eclipse se produjese, ella había visto los campos de Dol Blathanna cuando solo su gente vivía en ellos, antes de que les expulsasen, antes de que les traicionasen, antes de que les humillasen y cazasen. Antes de las purgas y los sacrificios, cuando aún no se habían dado cuenta de que estaban alimentando a su propia muerte. 

Ella no sería la última de los suyos en morir, lo sabía bien. La suya era una estirpe condenada por el tiempo, parias que habían viajado solo para ser destruidos y humillados. Mientras el guardia corpulento la fuerza a seguir avanzando, hacia el montón de leña donde sabe que morirá, ella no puede menos que compadecerse de su gente y de su sino. Desde Xin'trea en el oeste a Dol Blathanna en el este, desde los picos de las Montañas de los Dragones al Norte a las tierras que ahora reclama el Imperio en el sur... todo eso había sido de ellos, todo eso lo habían perdido. Todo eso les había sido robado. 

Ni siquiera le sueltan las cadenas cuando la enganchan al poste. El alcalde del poblado, un hombre enjuto y mezquino, ni siquiera se digna pretender que va a haber un juicio. Su sonrisa traicionera y venenosa intenta ocultar que él mismo la forzó hace unas pocas noches solo porque podía, por demostrar que ella era menos, por quitarle lo poco que podía quedarle. Pero su polla pequeña era igual de ínfima que su escasa autoridad y no tenía el poder necesario para arrebatarle lo que ella tenía en su interior. Eso solo ella lo tendría, nadie más. 

Las antorchas de los campesinos descienden, sus luces danzando violentas a medida que se aprestan a devorar los leños bajo sus pies. El fuego crepita allá donde la madera, cada vez más caliente, es salpicada por una de las gotas de sangre. Días después encontrarían flores bajo esa pira, pero nadie le daría importancia. 

Solo entonces ella habló, y su voz sonó con la fuerza de los truenos y la violencia de la tempestad. Sin el miedo que atenazaba a quienes la escucharon esa noche, sin la duda que permanecería con ellos desde entonces, sin la cobardía que se escondía tras sus ojos pusilánimes.

-Del vientre yermo nacerá el fuego
Cuando el sol queme toda esperanza
Los hombres os haréis a vosotros mismos
lo que nos habéis hecho a los antiguos
Y con la muerte de la fiera no nata
vuestros dioses falsos os darán la espalda
Y la sombra de Lilit quemará vuestros corazones...-

Sus últimas palabras son tragadas por el fuego, ante una muchedumbre silenciosa que no sabe cómo termina la profecía. Pues mientras ella muere, una más como tantos que la precedieron, los corazones de quien la observa menguan y empequeñecen, escondiéndose en lo más hondo como niños que huyen de los monstruos que habitan en la noche. No volverían a atreverse a hablar de esa noche si no era entre susurros asustados en la taberna o alrededor del fuego. No recordarían las palabras, perdidas ante unas estrellas indiferentes al sufrimiento que iluminaban bajo ellas. No se atreverían siquiera a disfrutar de la seguridad de su terrible victoria contra la bruja, contra la elfa, contra la extraña. Seres pequeños y cobardes como ellos, ni siquiera en eso podrían encontrar solaz.

Pero pese al rechazo a lo ocurrido, no por eso el tiempo mismo olvidaba lo que allí se había dicho y el Caos, moldeado por la antigua lengua, iniciaba su inexorable cambio.

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