La Larga Sombra de la Espada

 

Se acercan problemas, puedo olerlos en el aire corrupto de la ciudad. No necesito que un nuevo profeta elfo haya dicho alguna mierda o se haya encontrado alguna runa en un templo perdido de su puta madre. No, yo soy perro viejo y hay cosas que se notan en el ambiente. Se nota en la mirada huidiza del mendigo de la esquina, en la paliza que dos calles más allá le estaban dando a la elfa embarazada y las acusaciones de brujería que reciben quienes no siguen las enseñanzas de la Llama, o de las Tres Diosas o de su puta madre. 

El odio y el miedo supuran del alcantarillado de la ciudad, como el pus sale de una herida infectada por una flecha de los scoia ta'el. Y es una peligrosa combinación, te lo digo con sinceridad, pues ambas tienen cierta facilidad para hacerse con el acero más cercano que encuentren e iniciar una guerra, un linchamiento, una revolución. Todo es, al fin y al cabo, un puto polvorín a punto de reventar. 

Basta una mirada al mapa para verlo. Nilfgaard es demasiado grande para su propio bien y lleva un crecimiento demasiado prolongado... necesita expandirse, como un cuerpo abotargado que o se ensancha o explota liberando sus vísceras a los cuatro vientos. Cintra es el tapón que evita que el Norte se convierta en la nueva región de Nilfgaard, pero la Reina de Cintra lleva años casada y no ha tenido descendencia y los rumores corren de que podría morir sin dejar una línea sucesoria clara al trono. Algo que fácilmente podría explotar Nilfgaard como una razón para entrar en el Norte, un Norte que siempre ha estado dividido. 

Lyria, Verden, Brugge... no hace falta ser un espía de Redania para saber que esos reinos jamás serán capaces de detener al Imperio. Y que, por fuerte que sea Temeria, si la dejan luchar sola caerá como todas las demás. Como piezas de un dominó corrupto, de una partida de tablero jugada en los salones de los tronos y en las escuelas de los hechiceros, el Norte dividido solo espera un puto empujón para colapsar sobre si mismo entre traiciones y acusaciones. 

Pero ni siquiera es solo eso, el viento trae otros olores a quienes tenemos un buen olfato. En las marismas se mueven las criaturas que trajo la Conjunción, los muertos se remueven en sus tumbas, los campesinos se esconden por las noches de las brujas de los bosques y los demonios de las montañas. Los elfos se reunen en torno a nuevos líderes que prometen devolverles el esplendor perdido con el coste que se paga en sangre mientras los reyes enanos se encierran en sus ciudades esperando que la tormenta que se va a desatar fuera no les salpique. No es cobardía, es supervivencia, es el sálvese quien pueda. 

Dicen que a río revuelto, ganancia de pescadores. Pues este río se esta revolviendo a toda velocidad, enfangando las aguas con barro ahora pero pronto será con sangre y vísceras. Con el honor malentendido de los caballeros de Toussant y la fiereza de las hachas de los señores de Skellige. Con los consejos envenenados de los hechiceros en sus torres y las ambiciones traicioneras de los nobles y los reyes. Soy perro viejo, de un modo u otro lo he visto todo ya antes, pero no así, no tan fuerte, no tan puto bestia. 

Porque el mundo va a arder y no hay quien lo evite. Lo gritan las estrellas y la luna, los espíritus de los bosques y las guardias de las ciudades. Quizás en otro universo un brujo de pelo blanco, una cría y una hechicera pudieran enderezar las cosas, como ocurre en las historias. Pero ni existen ni se les espera. Estamos solos en la oscuridad, en una noche donde el verdadero monstruo no tiene garras y escamas, sino bellas sonrisas, trajes de seda y espadas.

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