Crónicas de las Tierras de la Bruma 18: Sanando Viejas Heridas

 

Ya te conté anoche como el nuevo y el viejo continente habían visto muchas guerras, derramamientos de sangre, afrentas. A los puñeteros mortales parece ser lo que mejor se no da, matarnos unos a otros y acortar nuestras breves vidas. Pero, aquí y allá, surgían las primeras señales de la posibilidad de un mundo mejor, donde entre las briznas de hierva manchadas por la corrupción, surgiese la curación. Una de las brujas había muerto, la ciudad de los elfos celebraba la reunión y reencuentro de todos sus Principes y lentamente, árbol a árbol, el buho iba restaurando el bosque.

Pero si en el bosque lentamente el futuro mejor surgía, la incertidumbre crecía en Nueva Catán. Una nueva y controvertida Espada Brillante había llegado a la ciudad, así como un buque de guerra del Concilio. Y mientras se montaban las nuevas elecciones se había hecho pública la existencia de una base secreta de los piratas fuera de la ciudad. El decreto eclesiástico se rompía a toda velocidad, pero aún no habían surgido las instituciones que debían consolidar la respuesta a ello. Y en el caos, entre las sombras, los oscuros crecían en poder, aprovechando esa inestabilidad para avanzar sus propias agendas.

A veces, el mundo hace una llamada. Puedes decir que fue el Aeon, los santos, los dioses elementales de los elfos, los espíritus de la naturaleza o cualquier otro nombre que le quieras dar. Pero hacen una llamada y todo el mundo la escucha con claridad, pero pocos responden a la misma, bien por cobardía, bien por inseguridad o por esperar que otros lo hagan en su lugar. 

Y comenzó con el regreso de Tigrilla a su gente, tan abusada por los habitantes del pantano. Y siguió con las historias de los Barbaslargas de lo que habían encontrado en el bosque, donde un antiguo espíritu del lago les contó que el jodido San Ragnarr había llegado con su espada y había sido ella quien, dándole un poco de su poder, había dado su voluntad y su poder a la puta Caladbolg, la Espada de Reyes. San Ragnarr, de aquellas, se encontraba en busca del Aeon, algo que la iglesia del momento consideraría herejía. 

Pero la llamada de verdad llegó durante la conversación con el Ragnarr actual y la controvertida caballero Ingrid Magnusdottir. No porque esa conversación tuviese en sí una revelación, sino porque la llamada tomó la forma de un pequeño detalle, de darse cuenta de algo insignificante pero trascendental. Y que, a medida que crecía la oscuridad, con el poder de la Hegemonía o los Piratas, la luz iba menguando un poquito cada vez. Si se mantenían al margen, si desoían la llamada, conseguirían el dinero y la fama que buscaban, ¿pero en qué mundo? En uno dominado por los bestias, los poderosos, los despiadados, sin barreras religiosas ni morales. 

Fue entonces, y con las posteriores conversaciones con Alvin McHill, Arke Obterix y la oscura capitana Sarena Tirsana que el Nuevo Cisne empezó a decidir cómo iba a responder a la llamada. Pero, sobretodo, sería en sus conversaciones internas, en sus discusiones, acuerdos y desacuerdos, donde trazarían sus límites, sus aproximaciones, sus estrategias. Y esas rayas rojas trazadas en el suelo se teñirían de sangre con el paso del tiempo y determinarían los pasos que tendrían lugar a partir de entonces pues el Nuevo Cisne encontró la fuerza para decir "ya basta". Seguro que los libros de historia lo pondrán más bonito, pero que les jodan a los bardos y poetas, porque eso fue lo que le gritaron al universo a su manera. "Hasta aquí". Porque para curar las heridas, a veces hay que cauterizar y otras hay que cercenar. Al fin y al cabo, toda leyenda se ha escrito con acero, ya te lo he dicho muchas veces.

Así que cogieron enseres para el viaje, algo mejores que nuestras escasas vituallas de peregrinos, y marcharon de nuevo al bosque. A la ciudad de los elfos, a continuar sanando las heridas, debilitando a las brujas. Encontraron de camino unos mercaderes del Concilio, que buscaban vender sus mercancías en la ciudad y los dejaron ir libremente. Allí trataron por primera vez, entre festividades, con Va'alen Thaalorn, la heredera de la Oscuridad, que quería sacar a los elfos del estancamiento en el que vivían desde hacía demasiado tiempo, y los primeros pasos del cortejo de Aurora con ella se produjeron. Fue ella quien les habló de un valle maldito donde un demonio había detenido el flujo mismo del tiempo. 

Me gustaría poder decir que el combate contra los enemigos fue brutal y terrible, que capturados entre ocaso y amanecer sus funestos poderes fueron inmensos. Pero no fue así, la mayoría de las sombras cayeron con facilidad... solo el fuego mismo, controlando la voluntad de Aurora para que se volviese contra sus hermanas, demostró ser una amenaza, pero una que no hubiera sido descubierta de no ser por las audaces palabras del joven Zarel, que acaso con ellas logró evitar una tragedia. 

Y surgió un portal que los llevó al verdadero problema, pues allí había un hechicero y su guardaespaldas. Pero no puedo contarte sus historias pues no se recuerdan, quizás acaso porque Milia, hastiada de todo esto, no les dejó hablar más que unas pocas palabras antes de decidir que ya bastaba de sus tonterías. No lo se. Lo que sí sé es que, entre sombras y trampas, los dos elfos demostraron que no tenían la fuerza para vencer, y que carecían del ingenio para huir. Y que ni sus engaños ni viajes podían detener al Nuevo Cisne.

El retorno a la ciudad no tendría ninguna novedad ya destacable. Caminos, pagos, planes. De danza, de guerra, de defensa y de futuro. Vivenna daría el paso para intentar convertirse en Presidente, igual que lo había dado Gnaven. Y, por primera vez, el palacio del Nuevo Cisne acaso se sintiese un poco más vacío, un poco más solitario, sin unicornio ni Tigrilla, las sombras de la ciudad cada vez se hacían más densas. Pero es que debes saber, antes de que nos echemos a dormir, que no hay mayor soledad que la de quien decide tomar el futuro en sus manos y moldearlo no en sus intereses, sino en respuesta a las necesidades. Todo eso ya te lo contaré en otras noches, que ya es tarde, y mucho habría de ocurrir antes de ese momento. Solo diré que quizás, Sarena Tirsana y otros como Evander durmieron esa noche mucho más tranquilos, ignorantes de lo cerca que había estado su destino de dirigirse ya a la soga...

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