Crónicas de las Tierras de la Bruma 37: La Corona de Espinas

Anoche te contaba como el Nuevo Cisne se reunió con las delegaciones de los elfos, camino de Assur Na'andria. Con ellos viajaron hasta la Ciudad del Verano donde los Príncipes debían presentarse ante el gobernante de la ciudad, el descarriado Menethar Mulsha'ara, para someter una ciudad a la otra ante la lucha contra el enemigo común que había tomado el control de la capital. Lo que nadie sabía en aquel entonces es que el centro del ciclo del fuego se aproximaba a una velocidad que nadie podía predecir y que los hechos de aquel viaje precipitarían todo lo que vendría después con mayor rapidez, profundidad y contundencia. Pero me estoy adelantando... termina de preparar la hoguera y te lo contaré. 

La llegada a la Ciudad del Verano fue contradictoria para los elfos, pues por muchas advertencias que el Nuevo Cisne les hubiesen podido hacer acerca del invierno que se extendía en sus calles atenazadas por el miedo y la duda, al mismo tiempo era hogar de leyendas e historias que ellos se habían resignado a nunca ver realmente. Pero, igual que podemos desde aquí escuchar el potente río que hay a los pies del barranco, ellos sentían las corrientes que se movían en las sombras y que mostraban que nada estaba como debía en aquella ciudad, otrora faro de esperanza, belleza y luz. 

Pero los choques de realidad no se terminarían con las ventanas cerrándose y la desconfianza en los ojos, pues más contradicciones esperaban a todos en el salón de la luz. Allí, tras las formalidades y presentaciones, pudieron ver por primera vez a los héroes de antaño, que eran tal cual contaban sus historias y leyendas desde pequeños... y, a la vez, no lo eran, pues sus corazones y mentes habían regresado dañados del otro lado de la línea entre la vida y la muerte. Una barrera que, esa misma noche, se encontraba debilitada, en especial en el hogar de la luz, guía de vivos y muertos. 

Sin embargo, lo peor ocurrió después de eso, cuando Menethar Mulsha'ara fue exigiendo la rendición de todos los recursos y capacidades de Asur Na'assib para mayor defensa y gloria de Assur Na'andria. Al fin y al cabo, todo era por el Mandato del Fénix. Y, finalmente, exigió la entrega de todos los Príncipes para ser sacrificados y traer de vuelta a más de los héroes del pasado con los que defenderse de los ataques de los ilícidos y, eventualmente, reconquistar la capital. Los Príncipes, horrorizados, se disponían a negarse cuando el Mandato del Fénix se impuso sobre sus voluntades, las gemas engarzadas en sus diademas se activaron y sus voluntades fueron sobreescritas por el peso de la tradición y las leyes. 

Todas menos una: la de Valashir Anadara, la Princesa del Fuego. Quien unos meses antes era una joven asustadiza y deprimida había aprendido a cambiar el mundo, y el cambio nunca se doblega ante la tradición. Es su final, al fin y al cabo. Con un acto de voluntad divina, el fuego inundó con su roja luz la sala y el Mandato del Fénix fue deshecho por Anadara, la Diosa del Fuego y el Cambio, Señora de los Finales y Maestra de las Estaciones. Y ella pidió al Nuevo Cisne que ayudase a los Príncipes a huir, a ponerlos a salvo.

Quizás, en otro universo, aquello hubiese ocurrido, pero el Nuevo Cisne se negó a retirarse. Aunque el enemigo era superior en fuerza, número y recursos, aunque los pasos de los guardias se acercaban desde todos los pasillos, aunque los héroes del pasado les mirasen y el Mandato del Fénix se manifestase... el Nuevo Cisne no huiría, no daría la espalda, no se doblegaría. No fue la cabeza de Aurora la de las Mil Artimañas la que descendió ante el desafío, ni la de Zarel Cuyos Pasos son de Llamas, tampoco la bajó Milia de la Voluntad Manifiesta ni el joven Talon el Señor de los Muertos, como tampoco lo hicieron Hotane la que Trae Vida ni Shana la de los Cien Filos. Las espadas fueron desenvainadas, los libros de conjuros abiertos, y el futuro del mundo tembló en el filo de una navaja donde un error sería una muerte y un final para todo... pero una victoria, una victoria era la llamada de la esperanza y el cambio que el bosque tan desesperadamente necesitaba.

A diferencia de otras ocasiones en el pasado, aquella sí que fue una batalla titánica. La poderosa magia del Nuevo Cisne y sus aliados los Príncipes era repelida y anulada continuamente por los poderosos conjuros de sus oponentes, aunque también los de estos eran a menudo anulados. Los espadazos los héroes eran contrahechos por los estoques de Sil'dael o los aplausos mortales de Eldor. Por cada paso ganado, sangre era derramada y las voluntades cambiaban de lado a medida que el Mandato del Fénix era contrapuesto por la magia o la voluntad del fuego, a medida que la débil mente de Eldor era confundida y engañada por Zarel y Milia para volverse contra sus compañeros. Pero el poderío del enemigo era demasiado, y la hora aciaga. Todo, lentamente, se volvía en su contra, a medida que Lornaassa Nitain curaba las heridas que sufrían los guerreros y la terrible voluntad de matar con una palabra robaba la vida de Hotane. Y retirarse se volvió cada vez una necesidad más apremiante cuando Falandra Nitain, la Princesa del Viento, sucumbió también a los ataques del enemigo y sus poderosas bolas de fuego.

Pero no te equivoques, magulladas, heridas, anuladas, cada paso que cedían las aventureras del Nuevo Cisne era pagado con sangre y dolor por parte de los héroes de antaño de los elfos. Eldor cayó y debió ser alzado de nuevo, igual que Sil'dael. Heridos se alzaron y siguieron luchando, mientras las heroínas cedían terreno cobrando su doloroso peaje en los cuerpos de sus enemigos. Fendaril, el último de los Cuervos, apareció para ayudar en la huida, atraído por la llamada indecente de Aurora, pero no podía más que ganar algo de tiempo ante el ataque. Un ataque cuya virulencia se vio mermada cuando Sil'dael cayó de nuevo en el suelo, su cabeza cortada y su esmeralda tomada, de modo que no le pudiesen devolver a la vida de nuevo. Pero el dolor y el precio que eso había costado era demasiado y Talon sacó a Shana de allí mientras Milia ponía a salvo a la mayoría de los príncipes y los caídos en el interior de la lámpara mágica. Mientras escapaban para poner a salvo a esos, Zarel, Aurora y Valashir retrocedieron más lentamente, y el fuego de sus ataques y conjuros dieron de nuevo con Eldor en el suelo, su cuerpo chamuscado por las llamas y magullado por los ataques... su cabeza, cortada y su gema ya hacía mucho que estaba en posesión de Talon. 

Para cuando las heroínas huyeron dos de los cinco héroes habían caído. Me gustaría decirte que lo que vino después fue por honor o valentía, que surgió de lo mejor de sus corazones y esas cosas que cuentan las leyendas, pero no fue así. Lo que vino fue por ira, por enfado y rencor, y esas emociones templaron el acero de sus almas mientras, siguiendo las instrucciones del Cuervo, se refugiaban bajo una herrería. Deberían haber huido fuera de la ciudad por los túneles, pero no lo hicieron. Se escondieron, si, pero sólo para recuperar energías, sólo para planificar y dar vuelta, solo para trazar un plan que acabase de una vez por todas con el tirano que cargaba la dolorosa corona de espinas. 

Pero, como dije, aquella noche el mundo de los vivos y los muertos se encontraban muy cerca y las crónicas dicen que algunas recibieron extrañas visitas desde el pasado. Aurora pudo conversar una última vez con su padre, Karstein Humbreis, orgulloso de la mujer en la que había logrado convertirse. Zarel conoció a Melvin, el gemelo que había nacido muerto para que él pudiese vivir, para que pudiese ser el Elegido del Aeon, al que tuvo oportunidad de explicarle un poco lo que era la vida. Talon tuvo una amarga conversación con su maestro, consumido por la venganza, un monstruo dispuesto a maldecir a un niño con el peso del Caldero solo para destruir a la Hegemonía. Y Milia conversió con Jaeremías que no entendía por qué le habían matado pero temía el poder destructivo que el ifrit liberado pudiese tener, de modo que le reveló su nombre verdadero para poder atarlo con fuerza cuando fuese llamado con el anillo restaurado.

Fue tras el descanso, al amparo de la noche, que regresaron a una ciudad donde, casa por casa, miles de elfos los estaban buscando. Fendaril se reunió con ellas de nuevo en la herrería y partió por la ciudad, al abrigo de sombras y tejados, para actuar como su explorador para poner en marcha el plan más audaz y loco que las heroínas habían trazado hasta el momento. Con sus hermanas refugiadas en la lámpara, donde el genio les daba masajes y discursos motivacionales como si se encontrasen en un gimnasium, Milia avanzó a solas por las calles, amparada por la invisibilidad mágica que podía convocar a su alrededor. Vio el miedo en los ojos de los elfos, pues miles de ellos partían a buscarlas por las tabernas y domicilios, pero era terror los que les hacía avanzar, deseando no ser ellos los que encontrasen a las extranjeras que habían acabado con la vida de dos de los grandes héroes. 

Desde los tejados circundantes al salón de la luz, Milia conjuró un portal y, por sorpresa, mientras aparecía sus hermanas abandonaban el refugio y se aprestaban para el combate contra los tres hechiceros que quedaban en pie, rodeados de cientos de soldados. Pero el plan era demente, astuto e infalible. Aurora conjuró una barrera que impedía a los que se encontrasen fuera entrar y Hotane invocó el silencio, acallando a todos los conjuradores dentro de la misma. ¿Y cómo pudieron vencer sin los hechizos de Zarel, de Milia, Hotane y Aurora? ¡No sabes nada si tienes que hacer esa pregunta, porque ellas iban preparadas! Aurora había convertido a Zarel y a si mismas en poderosos guerreros místicos que no podían conjurar pero si combatir con espadas y armaduras y Hotane se transformó en una poderosa sierpe. Solo Milia se encontraba fuera de esas posibilidades, sus herramientas sacrificadas para poder poner el plan que haría que sus tres enemigos se encontrasen a su merced, incapaces de conjurar ni defenderse.

Y esta batalla, tan imprevista y demencial, fue breve y sangrienta. Lornaassa Nitain cayó ante los ataques combinados de Shana y Talon, antes incluso de que fuese consciente de que se encontraba bajo ataque, por mucho que sus ojos pudiesen verlo todo. Menethar logró usar una poderosa intervención de su diosa para levantar el silencio y esto permitió que el hielo de Sitarandra causase daños, pero el silencio se impuso de nuevo cuando Hotane así lo decidió. Y los golpes combinados de hechizos de Milia en ese breve intervalo, así como los espadazos de Aurora y Zarel, dieron con el tirano de la luz en el suelo. En silencio y sin herramientas, Sitarandra solo pudo mirar desafiante mientras Talon la ponía a la fuerza de rodillas y le cercenaba la cabeza. 

Así llegó el fuego a Assur Na'andria. No lentamente, no progresivamente, sino con fuerza y violencia, pues el cambio es destructivo por naturaleza, y sus fuerzas imparables. Mientras el terror se extendía entre los guardias de la ciudad, un nuevo futuro se tejía sobre el cuerpo caído de un monstruo y los recuerdos retorcidos de los héroes de antaño. De lo que vendría después, del precio del fuego y del nuevo gobierno, de la llegada de Magnus a Nueva Catan y otros portentos, te hablaré mañana. Pues el ciclo del fuego ha llegado ya a su culmen y el estatismo que dominaba a los elfos había sido destruido con la voracidad de las llamas. Unas llamas que, como las que alimentaban nuestra hoguera, cobraron su precio en destrucción y sangre para poder nutrir el suelo donde cosas nuevas pudiesen crecer. Cosas de las que mañana hablaremos con calma, ¡ahora a dormir!

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