Cronicas de las Tierras de la Bruma 33: Paraíso Perdido (primera parte)

 

Como las ascuas de las hogueras de noches pasadas, el Día de la Hexégesis había pasado y cambiado el mundo para siempre. Las coronas habían sido construidas como decía la profecía, pagadas con sangre, hierro, sudor y lágrimas. Pero sobretodo con voluntad. Y nuestras heroínas habían pasado de ser niñas en un orfanato, inocentes y soñadoras, a seguir sus sendas personales en las rutas del presente, del pasado y del futuro. Si bien el Archipiélago las pondría a prueba, no perdieron de vista nunca que era en las profundidades del antiguo bosque donde se hospedaba su rival definitivo.

Pero antes de poner rumbo a la floresta, se cruzaron con la primera de las señales de la actividad del Ifrit en la ciudad. Con perspicacia y astucia, con deducción, palabras y magia, descubrieron que alguien había tomado el aspecto de Milia y, como si fuera ella, había quemado el puesto de un mercader. Deseos y sueños de la pequeña gente, vueltos contra el Nuevo Cisne con la ira y la astucia de un ser tan antiguo como el tiempo y con una maldad aún mayor. Un rival que derrotarlo requeriría un rubí de gran poder para atraerlo y atarlo, acaso como el que lucía Eldor en su frente, pero también algún poder capaz de destruirlo como otro Ifrit o las espadas antiguas como la que Vivenna recientemente había colgado en la pared, consciente de que la forma de ayudar a sus hermanas definitivamente no sería ya ir de aventuras con ellas, sino colaborar con las tareas de la ciudad.

Porque déjame que te diga que la gente común atosigó al Nuevo Cisne después de la Hexégesis, con todo tipo de peticiones. Un broche que fabricase Gnaven, que bajasen un gatito, que arreglasen la fuga de agua de un tejado... con un gobierno colapsando, la gente de la ciudad volvió definitivamente sus ojos a los Gremios y ya nunca los quitarían de ahí, para bien y para mal. Aunque acaso los ciudadanos aún no lo supiesen, las coronas invisibles que nuestras antepasadas llevaban sobre sus cabezas se dejaban sentir con cada paso de fuego con el que marcaban el mundo.

Partieron, a las partes desconocidas del bosque medio, tan profundas y oscuras como las estrellas que nos observan desde tiempos inmemoriales. Un caballero del Reino luchaba contra un lobo enorme en las cercanías de la ciudad, una conversación con Savirie mostró que las cosas estaban mejorando, un encargo a los Barbaslargas revelaría los secretos de un navío hundido. Pero su objetivo en aquella expedición era un templo del cual les habían hablado en Assur Na'andria, un lugar de magia y poder. Un sitio que ahora, con el tiempo que ha pasado, ha sido reclamado por las aguas, pues se encontraba en un lago en la desembocadura del río que separaba el Bosque Bajo del Bosque Medio.

El templo, en decadencia, donde se centraba el culto al dios élfico del agua: Nee'eria, el Hogar de la Memoria. Lugar donde se fabricaban los orbes de memoria que los distintos gremios habían ido encontrando en sus andanzas en el antiguo continente. Si bien la entrada llevaba sin usar siglos, encontraron rápidamente señales de que en las últimas horas había quien se había adentrado entre sus elaboradas y recargadas puertas, guardadas por cuatro dríades que ni fueron conscientes de la llegada de nuestras heroínas.

Pero, tras ellas, había un loco... un puto loco, no hay otra forma de definirlo. Otro de los antiguos héroes de los elfos, Lornaassa Nitain, tan perdido en cosas invisibles que su cordura se había desconectado de la realidad. Como ellos, venía al Hogar de la Remembranza en busca de los ilícidos, pero primero comprobaría si ellos eran dignos de entrar en el lugar a través de los baños rituales que todo el mundo debía realizar al entrar al templo. Un baño por lo que ellos más recordaban, otro por lo que más querían y uno tercero por aquellos que más les habían querido a ellos. Las más valiosas de sus memorias, de padres largo tiempo muertos, de hermandad en el orfanato, de los buenos y malos tiempos que habían pasado juntas. Cuentan que Gnaven sufrió en el proceso de purificación ritual, pero de todos es sabidos que los enanos no se juntan bien con las hechicerías de los elfos.

Purificadas, con un pie en el mundo material en decadencia tras siglos de olvido, y otro pie en el mundo etéreo del recuerdo donde el templo estaba prístino, discutieron con el héroe de zafiro que se adentró primero en el templo. Cuando ellas le siguieron, se encontraron con que tres inmensos ciempies bloqueaban el paso por el Pasillo del Tránsito, donde cataratas que debían caer en armonía ahora formaban charcos y huecos desiguales. Hubo una batalla, pero mejor se podría definir como una masacre, a medida que las bestias que otrora hubieran sido consideradas formidables, caían bajo el conjuro y el acero, el virote y la palabra divina. Sus cuerpos convertidos en componentes para nuevas saetas del artificiero, su sangre cubriendo con su corrosiva naturaleza las manos de Shana, pero poco más queda de ellos en los textos antiguos.

Pasando el Salón de la Recolección, cubierto de cadáveres de elfos, se adentraron en el Pozo de la Memoria, en cuyo peregrinaje de descenso innumerables elfos se habían adentrado con anterioridad. Junto a ellas, por las canalizaciones, discurría el agua con sus recuerdos y las esferas que, lentamente, se iban empapando de esos recuerdos. Canalizaciones que se adentraban en un salón una quincena de metros bajo tierra, donde las aguas deberían haber llevado a los orbes a sus pozas. Pero esa sala estaba ocupada por tres druidas élficos que se arremolinaban en torno a un golem en cuyo pecho se leía "esclavo de Mordenkainen". Derrotar a los druidas fue un trámite, prácticamente, incapaces de enfrentarse a la habilidad y furia del Nuevo Cisne sus cuerpos cayeron sobre el suelo sin vida, devolviéndole la actividad al golem que, aparentemente, había sido enviado por El Maestro a estudiar el templo y sus corrientes mágicas.

Continuaron descendiendo y, en una balaustrada se encontraron con Lornaassa, rodeado de sacerdotes élficos muertos, mientras afirmaba seguir la guía de alguien que claramente no se encontraba allí, abriendo puertas que hacía siglos que no colgaban ya de los goznes. La discusión siguió con el poderoso héroe y us manos con ojos, que se negó a dejar que progresasen en el Hogar si no llevaban con ellos sus recuerdos. Y debieron subir de nuevo, arreglar el paso del agua con sus memorias y de los orbes hasta las tinas donde, lentamente, estos empezaron a impregnarse de lo que habitaba en su pasado.

Pero entonces... eh, ¡espera! Te tendría que haber contado antes la caída de Lady Cyndas, ¿cómo no me has dicho nada? ¡Anda qué, parece que es tu primer peregrinaje! Bueno, vale, entiendo que lo sea, ¡pero así no se hacen las cosas! Bah, contar las cosas fuera de orden, menudo desastre. ¡Duerme! Mañana, si tengo ganas, te contaré la caída de la Casa de Argrond y después retomaremos el Hogar de la Memoria. Menudo desastre...

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