¿Truco o Trato? - Historia de una Improbabilidad

Hay ocasiones en que la improbabilidad simplemente se da. Al fin y al cabo, improbabilidad sólo implica que ocurre muy pocas veces, pero puede ocurrir. Nos puede tocar la lotería, o un cambio de destino a las islas Fiji, o una herencia millonaria… o que te toque pringar y currar en casa durante el puente largo de Halloween.
Bueno, vale, eso no es tan improbable, pero desde luego me había tocado.
Llevaba cinco días encerrado en casa, alimentándome mal, y dedicándole todas mis horas de vigilia al ordenador. Datos en una hilera tras otra para un informe que tenía que entregar en la empresa el miércoles día 2. Esa clase de curro que entra el jueves antes de un puente y tenía que estar hecho “para ayer”. Esa clase de mierda que cuando te descuernas y te matas por tenerlo a tiempo, te llevas una palmada en la espalda, y tu jefe un aumento de paga o las jodidas vacaciones en las Fiji. Si, esa clase de putada que no es improbable.
Llevaba ya hecho como tres cuartos del trabajo, pero aquella tarde-noche no había quien se concentrase: entre la algarabía de la calle, los continuos timbrazos en la puerta, y los niños chillando excitados y corriendo de un lado a otro del parque de enfrente de mi casa… era una mierda. Me puse música, y ni con eso conseguí que la inspiración llegase para escribir esos jodidos párrafos. Y un timbrazo tras otro, hasta que finalmente decidí apagar la luz del recibidor y hacer como si no estuviese en casa. Dejé de responder al timbre y algo de tranquilidad gané.
Hasta las once o así. Llevaba un buen rato sin sonar el timbre, supongo que porque los críos estarían en sus casas cenando o algo así. Y, de pronto, ding-dong. Algún chaval retrasado o más mayorcito con ganas de dar por culo, seguro. Obviamente, yo no estaba del mejor humor. Ding-dong. Pero, ¿es que no entienden que si no abro la puerta es que no estoy? Bueno, aunque esté, que no estoy para abrir. Ding-dong. Vale, ya me ha tocado los huevos. ¡Así no hay quien curre, me cago en Dios!
Abrí la puerta sin mirar, con cara de pocos amigos, y lo primero que noté es que la enfermera que me miraba a los ojos lo hacía desde mi propia altura, y que tal como iba lo más probable es que matase a un paciente del infarto antes que curarlo.
-¿Truco o trato?- preguntó ella, pícara.
Yo no tenía respuesta para una pregunta tan obvia. Mis ojos no podían separarse de aquellas almendras pardas que brillaban ante mi. Bueno, de ellas, y de la sonrisa carnosa que parecía acariciar más que morder el extremo de la pieza de oír del estetoscopio, cuya punta redonda danzaba suavemente sobre sus amplios pechos apenas tapados por un top blanco con una cruz roja.
-Ahora es cuando se supone que digo algo ingenioso, ¿no?- es lo único que pude articular, al final. Estaba claro que la sangre no la tenía en el cerebro precisamente.
-Aja- dijo, ella, ampliando la sonrisa mientras danzaba suavemente, moviendo una cadera estrecha en la que se veía un pequeño piercing con otra cruz roja. Tres, en total, según conté, porque llevaba otra en la cofia que mantenía en su lugar su largo pelo castaño.
-Pues me temo que lo mejor que se me ocurre es que el balance del mes de abril no encaja con las ventas de la sucursal 19- respondí, sonriendo triste.
Si, la tía más cachonda con la que había hablado en mi vida me daba pie, y entre los tres días de curro non-stop, y la sangre hinchada como si fuera una arpía avarienta, mi mente no daba para más. Bueno, eso y el exceso de hormonas corriendo por mi torrente sanguíneo.
Pero, contra todo pronóstico, ella se echó a reír. Una risa cantarina, suave, alegre… real.
-He oído desde “’táh pa’ matar” a “ven jaca que te voy a enseñar qué te puedo hacer con mi estetoscopio”, “me duele el miembro, cúramelo” o “yo si que tengo un trato para ti”… pero no el ajuste de balanzas de una empresa de la orilla. ¿Eso debería ofenderme?- rió de nuevo.
Supongo que aquello debería haberme puesto sobre alerta, pero como dije, la sangre no estaba en su sitio, sino en cómo los dos pezones parecían querer cortar la tela como si fuesen de láser. O como la ajustada tela de sus pantalones marcaba muy débilmente las líneas de su tanga minúsculo.

-¿Has visto a la nueva?- preguntó Gabriel desde el otro lado de las mesas.
-No, todavía no- respondí, sin levantar la mirada de mi pantalla.
-¿Está buena? ¿Cómo para hacérsela?- preguntó desde detrás mía otro de mis compañeros, yo no prestaba suficiente atención como para saber cual.
-No, la verdad es que no. Parece una rata de biblioteca. Con suerte sabe hacer su trabajo y nos deja cargarla con el nuestro, parece bastante poca cosa. Así tendremos más tiempo para ver si conseguimos que Camila caiga- respondió Gabriel.
Camila, la tía buena de la planta. Si, trabajo en una planta de babosos, que sólo saben pensar con la polla.
No me encontré con la nueva, Leonor, hasta dos días después. Todos habían ido desfilando por su mesa para comprobar si estaba dentro de sus niveles de “follabilidad” y la habían ido dejando tranquila. Yo me acerqué sin pretensiones, la invité a un café, charlamos, nada especial. A diferencia de mis compañeros, soy de los que cree que el curro es para currar, supongo que por ello me cargan todas sus mierdas a la mínima que pueden. Le di algunos consejos, le ofrecí ayuda, y cuando me di cuenta quedaba con frecuencia para tomar el café de la mañana con ella. Era de las pocas personas del lugar con la que valía la pena hablar.
-¿Ofenderte? Supongo que más debe ofenderme a mí que no se me ocurra nada mejor- respondí, con una sonrisa de medio lado, mientras me fijaba en cómo sus pequeños pezones se notaban en la tela blanca que los cubría.
-¿Qué, me vas a decir si quieres truco o trato?- preguntó, con un tono sexy e impertinente, mientras jugueteaba con su pelo con reflejos ligeramente dorados.
-Me temo que no tengo caramelos, pero creo que tengo alguna galleta por aquí del desayuno…-
-Lo siento, pero los tratos para las chicas de mi edad son una copa de algo que valga la pena beber- respondió, guiñándome el ojo- ¿no me vas a dejar pasar?-
Todo era muy raro, demasiado surrealista. ¿Alguien habría contratado una puta para burlarse de mi? Por un momento pensé en la “droja en el Colacao”. ¿Quizás era un modo sofisticado de atraco?
-Bonita casa- dijo ella, mirando alrededor y volviendo a mirarme a mí mientras yo cerraba la puerta tras ella, todavía confuso por todo.
-Eso intento, ¿cerveza o whiskey?-
¿Por qué no? Llevaba todo el día currando, si era un atraco, una putada, o algo, al menos vería a donde llegaba todo. Sino sería peor, no me podría quitar las dudas de la cabeza en todo el día.
Ella me miró divertida, entrando en la cocina delante de mi meneando su firme culo de un modo suave pero demoledor. Parecía entender una broma que yo no captaba, y que yo no la pillase la divertía aún más.
-Whiskey, por favor, on the rocks.-
-Si que vas fuerte.-
-A por todas- respondió ella con un guiño que hizo que mi polla saltase.
Serví su vaso intentando que mi pulso no temblase demasiado y me serví otro a mi mismo que me bajé de tirón. Ella lo saboreó, lentamente, mojando los labios y dejando que el tiempo se deslizase sin prisa.
-¿Y qué hace un espíritu como tu suelto esta noche?- por fin, había conseguido poner en funcionamiento el cerebro. Si había una broma, al menos tenía derecho a reírme yo también, o algo. Me serví un segundo vaso, tratando de calmar los nervios, pero este lo bebí con más calma.
-¿Un espíritu? Voy de enfermera, querido, creo que voy a tener que tratar tu vista…- respondió ella con una nueva risa, tratando de desarmarme. Cuando se rió, me fijé en que llevaba un pequeño piercing azul en la lengua, y la imagen casi me hace perder la poca concentración que tenía al imaginármela agachada y poniendo eso a buen uso.
-Esta noche, según los antiguos celtas, es Samhaine, la noche en que el velo entre el mundo de los vivos y de los muertos y espíritus es más débil. Así que, claramente, un súcubo ha venido a torturarme- dije, riéndome de ella con suavidad y algo de mala uva.
Ella me miró brevemente sin esperarse algo como aquella, y luego rió conmigo. Sus ojos brillaron de nuevo, como con reconocimiento, y supe que por ahí había comenzado a remontar la larga ventaja que ella me llevaba en todo esto.
-Touché- respondió ella, con elegancia-, parece que no toda tu mente está en los balances… ni toda la sangre en tu entrepierna, después de todo.-
Ni que me leyese la mente la jodida… mientras su risa cristalina escapaba de sus carnosos labios, yo no pude evitar ponerme un poco rojo, herencia de una adolescencia como el tímido de clase. Me serví otra copa para ganar tiempo, y en esta ocasión la mano no me tembló.
-¿A las súcubos les apetecería sentarse en el sillón del salón, donde se está más cómodo que de pie en la cocina?- y más con aquellos tacones de infarto, que le hacían unas piernas más largas que una noche de diciembre…
Con un gracioso asentimiento, ella cogió la botella y se dispuso a seguirme. Cada vez entendía menos todo aquello, pero la llevé al salón, donde tuve que hacer sitio y apartar las hojas de cálculo y los restos de la comida precocinada del mediodía.
-¿Has visto a Leonor últimamente? Desde hace unas semanas, a veces me parece verle un algo interesante…- comentaba Gabriel, intentando sonsacarme algo, mientras la brisa marina entraba por la ventana.
-Yo no le veo nada nuevo, la verdad- respondí yo mientras pasaba unas notas.
-No se, a veces me da la sensación de que bajo la mosquita muerta, hay una tigresa esperando despertar- no tenía que mirarlo para ver su sonrisa de pervertido en la cara, se le notaba en la voz.
-Creo que ves demasiado porno, Gabriel.-
Cuando se ponía a hablar de mujeres era simplemente insoportable. Y raramente hacía otra cosa.
Llevábamos hablando unos minutos en el sofá, con ella lanzando suaves pullas que yo trataba de igualar lo mejor que podía. Ella estaba cómoda con la situación, yo no, pero lentamente, entre el alcohol y la visión de su cuerpazo, empezaba a cogerle el gustillo al juego. Aunque seguía teniendo la preocupante sensación de que debería haberme dado cuenta de algo y no lo había hecho, de que se me escapaba algo evidente. Y es una sensación tocahuevos… y los tenía demasiado cargados en aquel momento.
-Las súcubos son diablesas sexuales, ¿no?- preguntó ella de pronto, a bocajarro, como si no tuviese importancia, descruzando sensualmente las piernas.
A mi se me atragantó el whiskey por el brutal giro en la forma de llevar la conversación.
-Eso tengo entendido, si…- tenía la sensación de que el gato había dejado de jugar con el ratón.
-Ya veo…- dijo ella, arrastrando la última palabra mientras se recolocaba en el sillón.
Nunca se había sentado precisamente lejos de mí, pero con ese reajuste su rodilla comenzó a dar con la mía con una caricia enervante, que mandaba claras señales a lo largo de todo mi sistema nervioso hasta el centro del placer. Gracias a que yo iba en un pantalón corto de hacer ejercicio (eh, estaba currando, ¡no me había vestido de frac para pasar datos en casa!), pude sentir la increíble suavidad de sus piernas. Por un momento me pregunté si llevaría medias, pero el tacto lo desmintió. Simplemente, esa era su piel, como seda humana.
-Entonces, quizás debería comenzar a hacer mi trabajo…- dijo ella, posando el vaso en la mesa.
Se volvió hacia mí con su sonrisa más depredadora y el brillo más delicioso en sus ojos y fue acortando la distancia entre su cara y la mía. Entreabrió sus labios, humedeciéndolos brevemente con su lengua rosada con destellos de azul, y mantuvo su mirada fija en la mía. Me desafiaba a tomar lo que deseaba, y yo no estaba dispuesto a fallar a ese desafío. Me aproximé a mi vez, y me aferré a esos labios como si fuesen el flotador de un náufrago, besándolos con toda mi pasión, saber hacer, y calentura de más de media hora. Nuestras lenguas se enlazaron, como los nudos que mantienen un barco en su posición, y la saliva fluyó de una boca a la otra mientras un primer y suave quejido se escapaba de su boca.
Ella lo deseaba tanto como yo, y la dureza de sus pechos apretados contra el mío atestiguaban eso mismo.
La abracé por la espalda, apretándola contra mi como si quisiera hacerla desaparecer entre mis costillas, y ella puso ambas manos a los lados de mi cara. Eran suaves, se notaba que las cuidaba con cremas y demás, porque su caricia era endiabladamente enervante. Se alzó sobre una pierna y, con el giro de una bailarina, se sentó sobre mí, con una delicada rodilla a cada lado y una sonrisa danzando en sus brillantes ojos.
Su mano se deslizo suavemente sobre mi pecho mientras mantenía su mirada imantada  a la mía, y finalmente llegó con sus dedos hasta el borde de mi pantalón. Jugueteó indecisa allí, notando mi tensión crecer con la presión de mi polla en mi pantalón.
-Creo que es hora de mi siguiente trato, con una bebida más acorde a diablesas como yo, ¿no crees?-
Rió de nuevo, comenzando a correr la cremallera hacia abajo. Mi pene salió de su funda, duro como el pan de mi despensa, y ella sonrió golosa. Mientras se deslizaba hacia abajo, lo sostuvo con firmeza, como sopesándolo, y parece que le gustó lo que vio. Yo, desde luego, disfruté enormemente del roce de sus pechos bajando por todo mi cuerpo hasta que quedó de rodillas ante mí, como había soñado poco antes.
-Me gusta el envase, habrá que probar la bebida para juzgar- guiñó un ojo y, mientras se apartaba el pelo delicadamente detrás de una oreja, su boca descendió para darle un suave pico a la punta de mi pene con sus mullidos y acogedores labios.
Y después, lentamente lo fue engullendo, con sus rosados labios rozando cada centímetro de mi. Con su lengua jugueteando y humedeciéndolo todo, rozándome como nunca nadie había hecho con el piercing. Con su cavidad dándome su humedad y calor. Hasta que, finalmente, la tuvo toda dentro, y ahí paró brevemente. A mi se me escapó un gemido, y a ella una sonrisa que la puso en movimiento.
Lentamente, fue ganando ritmo, como una canción que lentamente progresa en un in crescendo inevitable. Sus labios parecían una prisión de lo fuerte que apretaban, pero su roce era a la vez suave y placentero, una mezcla límite que me mandaba pequeños espasmos de placer. Los cuales aumentaron cuando, primero fingiendo timidez, levanto la mirada hasta cruzarla con la mía.
Tuve que reaccionar a toda velocidad y apartarla de mi pene o me correría allí mismo, sin avisar y sin poder disfrutar de ella tanto como querría. Así que la empujé con suavidad pero firmeza, y ella se resistió, como si le fuese la vida en seguir chupando, con ansia y deseo desbocado. Pero me mantuve todo lo firme que pude y conseguí apartarla.
-Espera, espera, que no quiero acabar. Todavía no, todavía no…- intentaba forzosamente recuperar la respiración, mientras ella se limpiaba la boca de modo lascivo con dos dedos.
-¿No te gustó el tratamiento?- preguntó ella, con un tono a medio camino entre lo inocente y lo endiablado, mientras hacía amago de acercarse.
Yo necesitaba bajar mi erección, necesitaba tiempo. Comencé a desnudarme a toda velocidad, arrojando la ropa a donde cuadrase, mientras pensaba a toda velocidad.
-Baila y desnúdate para mi- le dije, y a mi mismo me sorprendió el tono firme y convencido con el que se lo dije. Aquello me daría tiempo.
Ella sonrió, poniéndose en pie. Le gustaba jugar, exudaba sensualidad por cada poro, y noté que le gustaba que yo tratase de aguantar. Creo que se lo tomaba como un reto. Sin música ni nada, se dispuso a demostrarme lo mucho que ponía a mi alcance, en forma de cuerpo de escándalo.
Comenzó con un suave vaivén de las caderas, que hacía moverse levemente la cruz roja que colgaba de su ombligo. Sus manos y brazos se mecían en el aire, como si se deslizasen por corrientes invisibles, dejando ver la elegancia de sus formas. Despacio, de modo casi imperceptible, sus firmes piernas le fueron dando más energía a los movimientos de su cadera, a la vez que en un abrir y cerrar de ojos, daba una vuelta sobre si misma para acabar de espaldas, con su largo pelo cubriendo parte de la misma.
De espaldas, meneaba suavemente su culo de nuevo, dejándome contemplar con tranquilidad la dureza redonda del mismo. Debía dedicar mucho tiempo al gimnasio, a juzgar por la impresionante forma física que tenía. Sus caderas comenzaron a ganar de nuevo energía, mientras jugaba con su pelo, alzándolo y dejándolo caer, mostrando y ocultando su cuello de cisne.
Y entonces, sus manos, se fueron a la espalda bajo el pelo, y cuando aparecieron de nuevo tenían el exiguo top colgando de una de ellas. Solo el olor de su cuerpo, a medida que comenzaba a mostrarse, ocupaba la sala y me excitaba aún más si eso era posible. Olía a mujer, deseosa de sexo, plena, dispuesta, demandante. Con ambos brazos trató de taparse lo más posible, pero cuando se dio la vuelta había huecos estratégicamente colocados que dejaban intuir más que ver la deliciosa suavidad de aquellas dos colinas de firme y duro diamante, con los pezones endurecidos como para matar con ellos. Lo había imaginado, pero no me había terminado de creer hasta entonces que fuese por la calle sin sujetador.
-¿Así está bien?- preguntó ella, haciéndose la remolona.
-A mi me han enseñado que cuando se empieza algo, hay que terminarlo- le dije, dejando que mis ojos se deslizasen de sus pechazos, por la firmeza suave de su vientre, hasta el pequeño pantaloncito blanco.
Ella sonrió depredadora, viciosa, mientras bajaba ambas manos hasta el borde de la tela del pantaloncito. No ocultó sus pechos, sino que por el contrario los realzó dejando que ambos brazos los juntasen. Y comenzó a deslizar los pantalones por sus suaves piernas, siempre empezando con suavidad, jugando en el borde de las braguitas a “mostrar y ocultar” y luego ganando velocidad hasta dejarlos caer de rodilla abajo hasta el suelo, donde quedaron tendidos entre sus tacones. Sus suaves dedos comenzaron a delinear el borde del minúsculo tanga, hasta que este siguió el mismo camino que los pantalones, dejándola gloriosamente desnuda.
Y entonces, lentamente, volvió a danzar para mi, luciendo su entrepierna depilada, sus pechos que se mecían con suavidad, sus labios que parecían tararear en silencio una canción, sus miradas eléctricas.
-¿Te gusta lo que ves?- el tono irónico de su voz dejaba muy claro que sabía muy bien que sí.
Me puse en pie, y con fuerza la abracé contra mi cuerpo, notando por primera vez la presión de sus pechos desnudos, el roce directo de su pubis, la suavidad de su vientre. En vez de rechazarme, ella puso sus manos suavemente en mi pecho.
-Te voy a follar- le dije, directo, con demasiada adrenalina en la sangre para decirlo de un modo más suave-, pero antes te voy a devolver el gran favor que me has hecho.-
Con una sonrisa, giré sobre mi mismo hasta que ella quedó de espaldas al sofá, y la empujé al mismo con suavidad. Ella cayó sentada, sorprendida de que no fuese a poseerla directamente, como probablemente otros habrían hecho en mi lugar. Yo me arrodillé ante ella, en una postura similar a la que ella había tenido, y le separé las piernas ante su sonrisa sensual.
-Hueles increíble- le dije, poco antes de que mis dedos comenzasen a explorar la parte más alta de sus muslos.
Ella rió suavemente, quizás por mis palabras, quizás por unas cosquillas, y rebulló inquieta en el sofá. Pero yo no me aceleré, continué acariciando su piel con parsimonia, calentando tocando y explorando su intimidad, mientras mi boca subía a probar por primera vez sus pechos. Eran firmes y duros, y resistieron mis lametones como si estuviesen hechos para eso, demandando más mordiscos suaves y más chupetones. Mientras, mis dedos finalmente alcanzaron su vagina, y comencé a acariciar suavemente primero sus labios exteriores, y luego los interiores.
Los primeros gemidos, suaves como ronroneos, escaparon de su boca, y supe que era el momento de abandonar mi delicioso retiro entre sus pechos y bajar lamiendo todo su estómago hasta finalmente quedar frente a sus bajos. Sonriendo juguetón, le di el primer lametón, notando como todo su cuerpo se tensaba ante el rápido roce sobre su clítoris. Luego vino uno segundo, y tercero, hasta que mi propia saliva se mezcló tanto con sus jugos que era imposible diferenciar unos de otros.
Sus manos apretaron mi cabeza, pero yo seguí excitándola con mis dedos y mi boca a mi ritmo, notando como todo su cuerpo se tensaba cada vez más y más, y lentamente sus hombros se echaban para atrás y su espalda se arqueaba. Sus ronroneos ya se habían convertido en gemidos en toda regla, y finalmente con un gritó, se corrió por primera vez, regalándome sus jugos.
Durante unos instantes, simplemente me senté a su lado y observé como recuperaba la compostura. Su cuerpazo estaba cubierto por una fina película de sudor, que lo hacía brillante y apetecible, sus labios y pechos estaban hinchados de sangre, y toda ella transpiraba que quería más… especialmente su mirada.
-Parece que al final, la que ha recibido más tratamiento he sido yo, ¿eh?- dijo, con un guiño enormemente sexy.
Yo le sonreí de vuelta, y ella, recuperada su fuerza, se sentó sobre mi, mirándome, mientras su pubis rozaba contra mi polla en una caricia que prometía mil delicias.
-Creo que habrá que equilibrar esa balanza, sino la enfermedad no se curará…- dijo ella, susurrando en mi oído mientras me lamía el pabellón suavemente, y me daba pequeños mordisquitos.
Se ajustó sobre mi y, con un poderoso movimiento, se clavó entera.
Ambos contuvimos la respiración con el impacto y el placer desatados, y la dejamos escapar como un exhalido cuando sus piernas comenzaron a moverse. Sus caderas hacían unos movimientos increíbles, dignos de una bailarina, mientras yo trataba de acoplarme a su ritmo. Frente a mi, sus pechos danzaban al son que marcaba su deseo, hasta que me aferré a ellos y comencé a devorarlos como si no hubiese mañana. Sus gemidos aumentaron de volumen, al igual que el ritmo de sus caderas.
-¡Fóllame, eso es!- dijo ella, mirándome a los ojos.
Y entonces, no se por qué, la sujeté de las caderas inmovilizándola sobre mi, y la besé. Mordí sus labios, que estaban hechos precisamente para eso por su carnosidad y suavidad, enrosqué mi lengua en la suya, y la devoré. Ella se sorprendió, pero no se quedó corta, devolviéndome el beso con la misma pasión y desenfreno. Pero se fue convirtiendo cada vez en algo más voluptuoso y sensual, no sólo nos comíamos, sino que nos acariciábamos, nos explorábamos con los labios, jugando. Mis manos comenzaron a acariciar su espalda, su duro culo, mientras ella hacía lo mismo con mis hombros.
Nos reconocimos entonces, como si nos acabasen de presentar, como si las máscaras de los disfraces hubiesen caído. Puede que no supiese su nombre, o de qué trabajaba, pero noté que no sólo era el volcán sexual, sino una mujer completa de verdad, por fuera y por dentro. Mi pene, todavía en su interior, encajaba a la perfección, y aunque no nos movíamos su vagina seguía acariciándola con movimientos musculares increíbles.
Me levanté con ella encima, y rápidamente rodeó mi cintura con sus eternas piernas. Y así, abrazados, besándonos, y con nuestros cuerpos acariciándose como si fuese imposible que se separasen, la lleve a mi dormitorio.
Entramos tambaleándonos, porque estaba más pendiente del entrechocar de nuestras lenguas que en el camino correcto, pero finalmente entramos. Haciendo eses, llegamos a la cama, donde me senté con ella encima, todavía devorando sus labios. He de reconocer que el camino hasta allí con mi polla en su interior fue por momentos muy placentero, y por otros doloroso cuando el movimiento era inadecuado, pero esa mezcla resultó sorprendentemente excitante.
Dolor y placer, una poderosa combinación, pero los besos sensuales y voluptuosos de ella pronto los alejaron como cuestión filosófica de mi mente. Tenía los ojos entrecerrados, mientras sus brazos me apretaban contra ella, y sus caderas comenzaban a ganar algo de ritmo. A medida que ganaba energía, nuestros labios se separaron, y los gemidos comenzaron a llenar la sala con sus sonidos sexuales. Era como un segundo round de una batalla entre titanes del sexo, ambos dispuestos a movernos con energía con tal de obtener el placer.
Pero, con un giro de cadera, yo giré sobre mi mismo y acabé tumbado sobre ella.
-¡Ah!- exclamó ella entre sorpresa y placer por la violenta sensación- ¿Estoy despertando a una bestia?-
Sonrió brutalmente sexy, y no pude menos que inclinarme sobre ella y comenzar a besar sus labios de nuevo, me estaba volviendo adicto a su carnosa dulzura. Comencé a moverme, notando como sus labios vaginales parecían no querer dejarme salir de su suave cavidad, abrazándome con unos músculos fuertes y deliciosos.
Comencé a bombear de un modo cadencioso, fuerte pero controlado, no quería correrme todavía. Ella era demasiado preciosa, valiosa, no podía acabar aún, no sin al menos darle a ella un orgasmo también. Así que comencé a estimularla más, acariciando y besando sus abundantes pechos, sus carnosos labios, sus elegantes caderas y sus larguísimas piernas. Su culo me quedaba complicado, pero siempre que podía lo amasaba como si me fuese la vida en ello.
Pero todo tiene un límite, y comencé a acelerar a medida que notaba que se acercaba lo inevitable. La cama comenzó a crujir a medida que mis embates iban ganando en fuerza y sus gemidos en volumen. Presionaba, disfrutaba, y ella gemía cada vez con más fuerza hasta que, a la vez, nos corrimos sobre la cama. Fue como una explosión de placer, que recorrió desde mi polla hasta mi cerebro, dejándome durante unos segundos sin control de mi cuerpo, perdido en el placer.
Al cabo de esos segundos me quedé observando la diosa con la que compartía la cama, y comenzamos a intercambiar besos cálidos y suaves. Deleitándonos en la presencia y contacto del uno con el otro, y notando como la tensión sexual crecía de nuevo entre los dos. De los besos y caricias fuimos pasando a tocamientos más serios, a masturbarnos el uno al otro, y finalmente a que ella se sentase sobre mi de nuevo, conmigo tumbado en la cama.
El segundo polvo fue mucho más largo y lento, voluptuoso, enredado entre besos, caricias y deseo de explorar lo que no se había conocido la primera vez. Fue cadencioso, mágico, de una sincronía increíble para ser la segunda vez, y acabó con un segundo orgasmo mutuo y con ella desplomándose sobre mi. Lentamente, rodó sobre si misma, ronroneando todavía de placer, hasta acabar tumbada a mi lado entre las sábanas completamente descolocadas.
Me quedé mirando el techo de la habitación, tratando de recuperar la respiración y la cordura. Jamás había resistido tanto, ni dado tanto con una mujer… tampoco ninguna me había dado tanto en respuesta. Ella cogió su mechero y se puso un pitillo entre esos labios que, incluso entonces, yo estaba deseando besar. Iba a decirle que en mi habitación no se fuma, pero de pronto las luces en mi cerebro volvieron a funcionar, supongo que porque la sangre ya estaba liberada.
Ella me miró divertida, sonriendo.
-Al fin te das cuenta, ¿no? Mira que te he dado pistas…-
-¿Leonor?- ese era, desde luego, el mechero que le había regalado en su cumpleaños, hacía unas pocas semanas…  si, se que no era un regalo muy imaginativo, pero era una broma recurrente entre nosotros.
Ella sonrió, con tranquilidad, dando una primera calada.
-Que no digas a partir de ahora que nunca nadie ha fumado en tu habitación- respondió ella con una sonrisa juguetona y ligeramente burlesca.
Yo trataba de hacer encajar la imagen de mi amiga de la oficina, poca cosa, formal y seria, con aquella divina bomba sexual con la que compartía la cama desnudos y sudorosos. No era posible, no encajaba. ¿Gemelas? ¿Clones?
-Pero ¿cómo?- osea, no, nadie se podía hacer una cirugía total en dos días y estar radiante para follarse al compañero de curro majo al tercero. Era imposible.
-Esta también soy yo, siempre lo he sido- respondió, acariciándome suavemente la mejilla-, pero tú eres un poco tonto.-
Lo que me faltaba oír. Pero, dadas las circunstancias, no podía negárselo.
-Estoy muy buena, y lo se. Por eso cuando mi prima Nuria me enchufó en la empresa me advirtió que era un departamento con mucho “salido”, que incluso había habido algunas demandas por acoso sexual que no habían progresado. Que tuviera cuidado. Así que todos los días me maquillo cuidadosamente para disimular, me pongo ropa que oculta mis formas y no me sienta bien, y unas gafas que quitan brillo a mis ojos y no encajan con la forma de mi cara. Y dejo que los hombres babeen por Camila.-
Asentí, notando como mi cerebro hacía increíbles esfuerzos por reajustar mi percepción del mundo. Y sus ojos seguían sonriendo, pero de una forma distinta, más suave y más firme.
-Los demás pasaron de mi desde el segundo día, me dieron curro de más, y hablaron mal a mis espaldas. No me importa, soy buena en mi trabajo, podía sacar todo eso adelante y más. Estaba preparada para ello, con la crisis no está el mundo como para ser selectivos con el trabajo, y dicen que aún se va a poner peor. Cuando pueda buscaré un nuevo trabajo, y listo, esto es temporal.-
Vale, lo iba entendiendo, pero, aún así…
-Hasta que viniste tu por medio, al segundo día, y me trataste como la persona que soy, la profesional, la que sabe hacer su trabajo, la que tiene una opinión que vale la pena escuchar,…- su voz perdía una parte de su firmeza al hablar, pero sólo parte, muestra de que estos meses no habían sido tan fáciles para ella como quería hacer creer bajo su máscara- Llevo semanas dándote señales para que me invites a tomar algo por ahí, pero no las has pillado, así que…-
Hizo un gesto, señalando todo a nuestro alrededor, como si fuese la única forma. Su sonrisa era enigmática, ¿triste? ¿alegre? Sexy, eso sin duda.
-¿Te casarás conmigo?- salió de mi interior, entre risas de ambos, que rompieron la solemnidad del momento.
Ella se acurrucó sobre mi, y charlamos y nos dimos mimos. Volvimos a hacer el amor una tercera, deliciosa y apacible vez. Y finalmente, con el amanecer, nos dormimos. Huelga decir que no hubiese terminado el trabajo al día siguiente si ella no me hubiese ayudado, pero a cambio yo también tuve que “sacrificarme” y compensar a mi súcubo personal.
Un año y medio después, la mayor improbabilidad de todas ocurrió, cuando ella finalmente me respondió con un “sí” a mi pregunta. Así que a algunos les tocarán las Fiji, a otros la lotería, y a otros currar. Pero a mi… a mi me tocó la mayor improbabilidad de todas: una mujer entre un millón... mi mujer.
PD: dedicado a todos los que nos quedamos currando en Halloween y, lamentablemente, no vimos cumplirse ninguna de las improbabilidades.

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