Sobre los Mares del Destino

Josep de Cruilles salió de la lujosa casa con una amplia sonrisa en su cara, y un trotar ligero y feliz. Delante de él, la guardia de su Casa se movilizó para asegurarse que nada le pasaba en mitad de Barcelona, pero él ni la vio; él estaba demasiado pendiente de los olores de las casas, de los colores de los edificios gremiales, y de los sonidos de la vida del pueblo llano. Había sido una buena mañana. Detrás de él, Llordi de Cruilles, su consejero, salió trotando, tratando de mantener su ritmo.

-Ha sido usted muy hábil en las negociaciones, mi Señor- le dijo, en Catalán, como solían hablar entre sí los miembros de la Casa.
-Sí, lo he estado, eso es cierto- respondió el Duque con una risa natural y tranquila, amigable y sin trampas-. Pero la verdad es que este arreglo beneficiará tanto al Gremio de los Joyeros como a nosotros, lo cual es doblemente beneficioso. Va a ser un buen año, Llordi, lo presiento, un año en que comenzar a compensar las pérdidas.-
Su consejero asintió, manteniendo el ritmo con dificultad.
-Lo cierto es que habéis heredado una Casa debilitada, todos los sabemos, pero también somos conscientes de que si alguien puede recuperar la gloria perdida sois vos, mi Señor.-
-Es como un negocio, mi buen amigo, o los lances de una justa. Unas veces van bien, en otras no. Es cuestión de saber aprovechar los primeros, y minimizar los daños de los segundos.-
El Duque se detuvo a comprar una pieza de fruta para seguir trotando a lo largo de la calle, con energía y felicidad. Había días que simplemente eran buenos. Entonces, frente a él, apareció un joven con la librea de la casa; la cara transpirada del sirviente y su rostro congestionado mostraban que había corrido un buen rato en el tranquilo aire primaveral. Los guardias bajaron las lanzas, bloqueando su acceso, pero el Duque lo dejó pasar al ver que portaba una misiva. El muchacho avanzó, y se inclinó con poca gracia frente al Señor.
-Mi... mi Señor, ha llegado una... una misiva al Castillo. Me han dicho que... que era importante, y que corriese a traérosla. Así que aquí... aquí la tenéis.-
La entregó y se marchó, pero el Duque ya no le estaba prestando atención. El sello de la Carta era el Sello de la Casa Real, y el contenido era una llamada, un reclamo para que acudiesen a Toledo a un torneo real. El paso de Josep se hizo más lento mientras leía, y permaneció más lento aún cuando la cerraba y se mesaba la barba. En algún lugar de la calle, la fruta permanecía tirada.
-¿Malas nuevas, mi Señor?- preguntó Llordi, preocupado.
-No, malas no, mi buen amigo. Una oportunidad. Un riesgo. Hemos de ir al castillo, tenemos mucho que planear y preparar en los meses por delante. Misivas por enviar. Piezas que encajar en sus sitio.-
Llordi permaneció en silencio, sabía que mientras su Señor planeaba, lo mejor era esperar a que diese atisbos de plan y se dejase de vaguedades. Entonces sí que aceptaba las críticas y las ideas, pero no ahora, mientras su estado de ánimo cambiaba a la velocidad en que sus pasos reducían su distancia.
-¿Recuerdas que dije que este iba a ser un buen año, Llordi?-
-Si, mi Señor, por supuesto.-
-Acaba de llegar la carta que va a ponernos por delante la ocasión de que así sea, o de que fracasemos profundamente. Convoca a la Corte, hemos de llamar al Caballero de la Daga junto a nosotros, pues le necesitaremos. Y los mejores caballeros de justas, por supuesto, como el Caballero del Águila Negra. Pero, sobretodo, llamad a los cortesanos. Hemos de planear.-
-Por supuesto, mi Señor.-
Josep Cruilles continuó caminando, ignornando la reverencia de Llordi y como su consejero se alejaba en pos de lo que había solicitado. Ya no importaba el olor de las curtidurías varios barrios más allá, ni el sonido de los herreros y sus martillos que golpeaban rítmicamente por delante de él, ni siquiera las gaviotas que volaban sobre él y buscaban alimento. La vida de la ciudad ya había desaparecido, un nuevo negocio había surgido, uno donde los riesgos de inversión eran muy grandes... pero mayores podían ser los beneficios.

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