Palabras y Acero

Delante de él, dos de sus hidalgos discutían con vehemencia y pasión, algo de lo que Antonio de Alba estaba ya cansado. Sus numerosos caballeros llevaban así, por una u otra razón, toda su vida y los gritos parecían clavarsele ya en el fondo del alma.
-Silencio- solicitó, pero con los gritos era obvio que no le escucharon siquiera; de hecho, el Caballero del Dragón parecía dispuesto a desenfundar inmediatamente- ¡Silencio, he dicho!-

En efecto, el ruido desapareció con rapidez ante sus palabras elevadas. Ni siquiera realmente había gritado, simplemente había puesto un tono de voz más sólido, y los otros lo habían captado; primero, los ayudantes de cámara y los consejeros se habían callado, y finalmente los dos caballeros. A su lado, Ernesto de Alba cambió ligeramente el peso de sus piernas, acercando ligeramente la mano al pomo de su espada por su alguien osaba desafiar al Duque, pero permaneció en silencio.
-Mi Señor, solicito permiso para batirme en duelo por mi honor con este... despreciable ser, carente de toda mesura, etiqueta y honor- las palabras del Caballero del Dragón eran vehementes, y sus miradas parecían arder en dirección a su oponente.
-¿Yo el carente de honor y mesura? ¿Os habéis visto siquiera? ¡Sois la viva prueba de vuestra incapacidad!- respondió el Caballero del Buitre, con aires.
Antonio bien conocía a aquel caballero, era problemático y le gustaba provocar a los demás para que fuesen los otros los que iniciasen las trifulcas. Desgraciadamente, aquello no era ilegal, y el Duque se encontraba atado de manos para castigarlo mientras se iba enfrentando a un caballero tras otro. Pero, ahora, tenía un plan en la cabeza. Esa misma mañana había llegado un mensajero del Rey y Antonio llevaba rumiando la línea de acción desde entonces, en silencio y tranquilidad.
-En efecto, os doy permiso para solventar este duelo de honor. Sin embargo, no os batiréis aquí, sino que participaréis en la Justa de Espada que tendrá lugar en breve en Toledo. Y no lucharéis el uno contra el otro, sino que el que llegue a una ronda más avanzada será el vencedor.-
-Pero, mi Señor- protestó el Caballero del Dragón, atónito y extrañado-, eso va por completo en contra de los hábitos y lo que se espera. Es... poco ortodoxo, mi Señor, sin ofender.-
-Lo sé, lo sé. Sin embargo, estoy harto de que la Casa Alba se desangre en luchas intestinas. De que nuestros caballeros luchen unos contra otros en vez de contra los enemigos. Ahora deberéis hacer a otros sangrar para solventar vuestras disputas, y al hacerlo os traeréis gloria a vos mismos y a toda la Casa.-
Se hizo el silencio, pero era obvio que el Caballero del Dragón y el del Buitre no estaban muy de acuerdo. Su callado respeto era más bien fruto de que sabían que estaban muy por debajo de posición que su Duque y, por tanto, no eran dignos de rebelarse. Y a la silenciosa presencia de Ernesto. Antonio los vio marchar ofendidos.
-Y recordad que si no llegáis vivos a las Justas de Espada habréis faltado a una prueba de honor, así que os recomendaría que no os batieseis hasta entonces...- esperaba que aquello mantuviese al Caballero del Buitre bajo control. Al menos hasta el verano. Quizás, con suerte, entonces le ocurriese algo desafortunado.
Sin embargo, si era sincero consigo mismo, el Caballero del Buitre sólo era un problema muy menor. Había decenas de caballeros como él, que buscaban un enemigo contra quien usar sus espadas ahora que no quedaban Infieles a los que derribar. Lo peor es que como ellos eran algunos de sus Condes y Marqueses, y eso era mucho más terrible.
En cualquier caso, la mente de Antonio pronto abandonó el conflicto y pensó en lo que vendría. Temía que la división de la Casa se mostrase en los días del Torneo Real, pero también sabía que era una ocasión de poder. El Rey tendría que mantener a la Casa Alba ocupada de un modo u otro, y eso quizás le diese el enemigo exterior que necesitaba para evitar que la Casa se hundiese en sus divisiones internas.
El acero Alba no se había podido envainar tras las guerras. Pero, quizás con esfuerzo y tiempo, pudiese ser encauzado. Como aquella tarde, donde la lucha intestina al final se había transformado en algo productivo.
Si sólo lo respetasen los suyos tanto como merecía...

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