El Honor de los Medinaceli

Jorge de Medinaceli, Duque de la Casa de Medinaceli, se encontraba disfrutando de la compañía de una de las jóvenes e impresionables nobles que acudían aquellos días a Toledo. Ella, bella e inocente como una flor, le entregaba casi sin darse cuenta todo lo que debería haber permanecido intacto e inviolado para cuando se uniese a algún hombre en Santo Matrimonio. Para Jorge, con su poder y habilidad, no había sido difícil seducirla pero la verdad es que aquella noche él quería un placer tranquilo y sin complicaciones; bastante tenía con todo lo relativo a la alta política que se estaba celebrando durante aquellos días. Demasiados nobles, demasiado juntos.
Y entonces, toda la tranquilidad y suavidad de los muslos de ella, calientes y sudorosos, se vio interrumpida por tres firmes golpes en la puerta. Sólo el chambelán de la Casa se atrevería a molestarle en una situación como esta, y únicamente si se trataba de algo importante. Por un momento, sólo pensó en ignorarlo, en hacer como si no hubiese oído nada, y la sonrisa suave e incitadora de ella parecía animarlo a ello.
Pero no debía. Y no podía. Limpiándose la sangre fruto de la tierra descubierta y conquistada, comenzó a vestirse ante una chica sorprendida que, lentamente, se iba dando cuenta de lo que había hecho. Sin embargo, una sonrisa de Jorge bastó para sacarle las dudas, y convencerla de que esperase por él brevemente, que en seguida podrían terminar lo empezado. Al menos, eso esperaba él. Lo último que hacía falta era saber que en la noche anterior al comienzo de los lances de los torneos, algún Alba había comenzado una batalla, o que un Alarcón herido en su honor había decidido tomarse la justicia de su mano, o quizás un Cruilles había iniciado un duelo porque habían atacado su orgullo. Cualquier cosa.
Para lo que no estaba preparado, ciertamente, era para encontrarse a su sobrino segundo abajo. Mientras descendía, completamente acicalado, las escaleras del palacio real de Toledo notó que al lado del célebre y galante Caballero de las Cuatro Coronas se encontraba otro, a quien el Duque no conocía. No era de la Corte, eso estaba claro, y por su heráldica creía estar seguro de que era miembro de una Casa menor Alarcón, una de las alejadas.
-Mi Señor Duque- saludó su sobrino, con la reverencia profunda que correspondía a la situación-. Lamento molestaros, pero los miembros de la Casa de la Vega han traído a mi atención algo de la mayor importancia y que no podía retrasar en traer a vuestra atención.-
Se notaba que el caballero de justas estaba incómodo y nervioso, y no era habitual ver así a aquel joven, siempre tan seguro de si mismos que resultaba un poco apabullante para muchos. Para Jorge era desconcertante verlo así, y lo que no encajaba en su lugar no le gustaba al Duque, que debía encargarse de que todo funcionase a la perfección. Hyspania se mantenía unida por los pelos, cualquier error en el torneo podría ser fatal.
-El Caballero del Sabueso ha traído a mi atención un complot que debe ser solventado esta misma noche. No sería complicado, tío, pero tiene sus ramificaciones políticas que vos sabréis ver mejor que yo. Resulta, tío...- las palabras del caballero se interrumpieron.
Jorge podía claramente ver que aquello no era el terreno del famoso luchador de torneos y conquistador de mujeres, pero ahora eso no le importaba. Ramificaciones políticas en la noche previa al comienzo de las justas, no era bueno. No después de todo lo que se había discutido entre las Casas Ducales la noche anterior. Nada podía interferir en los planes. No si Hyspania iba a evitar la guerra civil.
-Por favor, Luis, deja de dar vueltas y ve al grano- la proverbial afabilidad del Duque, siempre cercano, se había congelado ligeramente. Formal pero algo distante, su voz grave demostraba que no había tiempo para ser encantador en aquella situación.
-Resulta que la Casa Rivellez ha tenido... bueno, va a tener... un accidente. Lo han arreglado todo, tío, para que el heredero muera en el torneo. Ya sabe que Julián de Rivellez es un poco... cortito, tío... en cambio su segundo hermano sería mucho más apto para el gobierno de la Casa. Así que han dañado los estribos que va a usar Julián, y han comprado a nuestro organizador para asegurarse de que se bata conmigo en la primera ronda. No sobrevivirá, tío.-
No tuvo que explicarle al Duque todo lo que había detrás, Jorge lo tenía muy claro. Por un lado, una sucesión fuerte podría mantener la zona de los Rivellez bien y en paz. Segura. Por otro, los Vega ahora sabían que se había comprado a su juez, lo que dañaría el honor de los Medinaceli y las posibilidades de que su gobierno funcionase. Pero los Rivellez tenían una posición clave para algunas cosas... y, por otro lado, no tendría problema en anular políticamente a los Vega si hiciese falta, aún cuando ahora que lo recordaba tenían fama de buenos políticos.
El silencio se prolongó unos segundos, muy poco tiempo para que nadie se diese cuenta de todas las opciones que eran analizadas en su mente. Él había nacido para esto, y la política era su campo de juego habitual.
-Caballeros, todo esto debe quedar entre nosotros- dijo, abarcando a los dos con una mirada, notando la incomodidad de ambos caballeros ante su escrutinio-. Ahora iréis a casa de ese juez, y os encargaréis de él. Interrogadlo y aseguraros de su culpabilidad y, si es cierta la acusación, mañana uno nuevo e imparcial ocupará su lugar- la velada referencia a la ejecución no pasó desapercibida a ninguno de los dos caballeros, que asintieron sombríos-. El honor del Rey debe permanecer sin mácula. Ya hablaremos de las recompensas por vuestro honor y vuestro deber, caballeros.-
En silencio, ambos hicieron profundas reverencias y abandonaron el palacio, dispuestos a cumplir su cometido. El poder podía conseguir muchas cosas, pero no tantas como el honor. No importaba tenerlo o no, a diferencia de lo que creían los Alarcón, sino aparentarlo. Si creían que no lo tenías, no valías nada como gobernante a menos que pudieses imponerte por la espada... y ese era un camino que no estaba dispuesto a que el Reino recorriese aún.
El Duque se encontró pensando sobre cómo le explicaría todo esto al Rey de modo que el joven no se inmiscuyese ni hiciese público lo que debía quedar en secreto. Alfonso era demasiado inocente, demasiado puro. Había aprendido mucho, pero le quedaba aún demasiado por recorrer. Pero sería en el futuro, ahora Jorge de Medinaceli sólo quería regersar a los cálidos muslos de la joven. Esta noche sólo deseaba descansar y disfrutar, y dejarse querer un poco. Sin embargo, el chambelán le interrumpió.
-Mi Señor, Gabriel Gallardo, el nuevo valido de su Casa, solicita una audiencia. Dice que es importante...-
Parecía que el deseado descanso se iba a retrasar más todavía.
-Muy bien. Que le suban unas fresas a María- dijo, con fastidio, viendo entrar a tres nuevos caballeros en la sala.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un mundo de tinieblas

Tiempo de Anatemas 27: La senda de la tinta y la sombra

Al principio... (antología 1)