Libertad Ansiada
Bajo él, la gloriosa ciudad de Granada se encontraba abrazada por los
bárbaros brazos del ejército cristiano. Se aproximaba el final y podía
notarlo: los defensores estaban dispuestos, los enemigos tenían listas
las escalas, la voluntad estaba lista. Incluso las catapultas habían
callado, habiendo barrido ya los almenares... palabra que sus propios
ancestros habían traído a la península.
Mohammed IV observaba todo esto desde las alturas, desde la inexpugnable y bella Alhambra, a solas en la ventana.
-Mi señor- dijo el Visir Haquim con educación-, ha llegado la hora, los cristianos se lanzan a la carga contra las murallas.-
Años de leal servicio serían ahora recompensados con la muerte. Décadas
de gobierno justo serían transformadas y recordadas como barbarie e
incultura, cuando ¡era su reino el que había sido epítome del
conocimiento! Y no aquella masa de bárbaros e incultos cristianos, que
comenzaban a aparecer sobre la muralla, luchando con sus espadas contra
las alfanjes de los guardias defensores.
Hubo un tiempo en que sus propios guardianes y soldados eran las mejores
fuerzas de combate de la península, o al menos las de sus ancestros.
Sin embargo, como demostraba la sangre que comenzaba a cubrir la
muralla, aquel tiempo había pasado hacía mucho. Se habían dividido,
luchado unos contra otros, y la Casa del Islam había provocado su propia
caída. Por mucho que lo había intentado, Mohammed IV era consciente de
que jamás había tenido oportunidad de derrotar a los bárbaros del norte,
su tiempo en la península ya había pasado.
Mientras los caballeros comenzaban a tomar la puerta y abrirla para que
entrase la caballería, no pudo menos que recordar sus intentos de
conseguir que el califato de Marrakesh acudiese desde el otro lado del
Estrecho. Infructuosos, uno tras otro, pues mientras su propio tiempo
declinaba el de su primo del sur crecía. Todo por dejar a la joya del
Islam languidecer y, ahora, ser destruida finalmente entre sangre y
fuego. Fuego cuyas llamas comenzaban ya a extenderse por los edificios
próximos a la muralla, donde la batalla y el pillaje habían dado
comienzo.
-Mi Señor- dijo el Visir-, aún está a tiempo de huir.-
-¿Huir a dónde? Ya nada queda de nuestro mundo en esta tierra. Ni
Sevilla, ni Córdoba son ya fieles a Alá, sólo Granada resistía...-
La voz se le partió en la garganta, a medida que veía al enemigo tomar
posesión de los zocos y los baños, donde hasta la noche anterior eran
los fieles los que habitaban. Ahora las casas eran saqueadas, los
hombres asesinados, y las mujeres violadas. Él les había fallado a
todos.
Mientras los enemigos tomaban posesión de la ciudad, él no podía dejar
de recordar las pocas Taifas que aún sobrevivían cuando él había llegado
al poder. Mezquinas, zafias, más centradas en su propia supervivencia,
en negociar pequeñas concesiones de los cristianos... que en buscar
crear un frente unido que se resistiese. Los enemigos a penas estaban
más unidos, con débiles reyes y conspiraciones por el poder, y sin
embargo habían sabido jugar con las ambiciones y deseos de los
diferentes califas como si de un libro abierto se tratase.
Y ahora todos se encaminaban hacia su final, en compensación por sus
fracasos... y lo hacían muy literalmente, pues las tropas cristianas ya
comenzaban a trepar los inclinados caminos que se dirigían al palacio.
La Alhambra era el símbolo de la mayor grandeza de la civilización en la
península, de la cultura y la belleza, y ahora iban a profanarla con la
barbarie. Era una princesa, entregada para ser violada. Y él no podía
hacer nada ya para evitarlo.
Hacía horas que no sabía dónde se había metido el Visir, mientras él
observaba por la ventana. Probablemente hubiese huido, o quizás muerto
en los combates que se oían en el patio de los leones. Seguro que ni
siquiera entendían la belleza del lugar, ni lo único de su composición,
simplemente verían botín y muerte. Los cristianos eran así, incapaces de
ver la grandeza aunque la tuviesen delante, y sin embargo expertos en
la guerra y la destrucción. ¡Que combinación más horrible y fatídica!
Anatema de toda creación, el gran devorador, que ahora llamaba a su
puerta con estruendo.
-¡Mi nombre es Gabriel de Triana! ¡Ríndete, sucia escoria y se mi prisionero!-
Probablemente la historia hablase de un gran duelo, del entrecruzamiento
de las espadas, de los gestos de valentía... de la épica tragedia de
aquel momento. Y, sin embargo, nada más lejos de la verdad.
El hombre frente a él estaba sucio, claramente llevaba varios días sin
lavarse y su espada estaba mellada. La armadura estaba mal encajada,
rota en numerosos puntos, y cubierta de sangre. Y su cara, era firme y
brutal, salvaje como la espada que portaba.
Era algo peor que la muerte.
Mohammed IV se dio la vuelta y saltó. Fue breve, un momento de auténtica libertad, el primero en su atribulada vida.
Este relato fue escrito el 26 de Julio de 2011.
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