A Vista de Águila

Frente a él, la llanura de Castilla se extendía como un mar amarillo mecido suavemente en olas por las leves brisas del viento. Siempre le había gustado aquella vista más que ninguna otra, más que las elevadas vistas de la torre norte que daban sobre Burgos. En el fondo, quizás, Alfredo de Alarcón era un hombre sencillo. Tal vez, incluso, muy en sus profundidades echase de menos la tranquila paz del monasterio.

La puerta tras él se abrió, y los familiares pasos de Ernesto se acercaron a él.
-Hay nuevas, mi señor. El Rey ha convocado a las Casas a una justa este mismo verano. Quiere ver medirse a las mejores lanzas del Reino, y probablemente mantener ocupada a la Casa Alba y que no dediquen el verano a destrozarse mutuamente.-
-Se destrozarán de todas todas...- dijo el Duque, volviéndose con un suspiro y observando a su agraciado hijo. Algún día, quizás, él podría terminar su labor. Ahora, Alfredo ya estaba demasiado cansado de la vida y de la lucha.
-Ciertamente- dijo el joven con una sonrisa predadora-, como debe ser. También parece que el Obispo de Burgos se halla mal. Gripe, dicen- y acompañó el gesto presignándose con rapidez, intentando mantener alejado tan terrible mal.
-Parece que tendremos por delante un año ocupado. El Cardenal debe estar lleno de visitas.-
"Soy demasiado viejo para esto" pensó una vez más en el mismo día. Viendo su aflicción, su hijo le sonrió tranquilo pero educado, demasiado bien educado para romper la etiqueta.
-Es curioso- comenzó el Duque, dándose de nuevo la vuelta y mirando por la ventana-, creí que podría cambiar el mundo, y al final es el mundo el que me ha cambiado a mi. Su Eminencia Guzmán de Alba suele decir que "a Dios rogando y con el mazo dando", pero creo que Ildefonso tiene razón cuando enfatiza que esto es un valle de lágrimas. Y parece que a nosotros nos ha tocado ahogarnos en ellas.-
Ernesto permaneció en silencio. Conocía a su padre, y aunque quizás no fuese afecto lo que los uniese, sabía que era con él con uno de los pocos con los que el Duque se sinceraba y lanzaba sus monólogos internos. Así que calló, y dejó al señor de su Casa hablar consigo mismo.
-Y es extraño, que este valle de lágrimas tenga el aspecto de una llanura. Supongo que nuestro Señor Dios Todopoderoso- dijo, presignándose al mencionarlo- tiene un cierto gusto por la ironía mientras nos pone a prueba. Por suerte, supongo, no me queda demasiado más por luchar. Un perro viejo y desdentado ya no puede morder mucho más... pero tú, Ernesto... tú...-
Las palabras quedaron en el aire, mientras el Señor se inclinaba levemente sobre la ventana. Y su hijo, detrás de él, pudo sentir el peso que su padre ponía sobre sus hombros. Sus frustraciones, sus fracasos, todo ello pesaba sobre la ancha espalda de Ernesto como la muralla de la ciudad ducal. A veces, incluso, pensaba que tanto peso le fracturaría su espina dorsal... y en otras ocasiones, esperaba con ansia el momento de poder finalmente ponerse a prueba.
Un águila real surcó el cielo en círculos sobre ellos, como llevaba haciendo muchos años. Al principio, Alfredo había querido ver en ello un signo del futuro, una marca del destino. Pero, al final, sólo había quedado la ironía, la realeza tan bella, cercana... y a la vez, elevada en un cielo demasiado distante. Inalcanzable para siempre.
"Regia", como la había bautizado en secreto, lanzó un fuerte chillido de desafío... pero si era contra el tiempo, contra un destino que había llenado su mano de malas cartas, o contra un mundo que ya no encajaba con lo que había sido, no estaba claro. Quizás, simplemente, buscaba un ratón que comer en la tierra, cerca del castillo. Tal vez los Alarcón fueran más ratones cada vez, y menos águilas.

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