Jugando con Fuego... ¿o Acaso una Historia de Amor?
Dicen que en la vida todo el mundo tiene, al menos, una gran
oportunidad: algo para lo que no han trabajado y que, sin embargo, cae
directamente en sus manos o pasa en su dirección. Puede ser una oportunidad
laboral, de hacer dinero, emocional o incluso sexual, y lo que se haga con ella
nos marcará desde entonces.
La mía se llamaba Ángela, y literalmente llegó a mi puerta a
última hora de un ventoso día de Septiembre. Como la "Goddess in the Doorway" de
la canción de Mick Jagger. Yo, por aquel entonces, era un joven profesor de
universidad, encargado de las asignaturas de Relaciones Internacionales y
Organizaciones Internacionales, y del que todo el mundo decía que tenía un
brillante futuro. Más de uno incluso auguraba que sería el catedrático más joven
del ramo, llegado el momento. Junto al respeto de mis compañeros (y alguna que
otra envidia, no nos equivoquemos) tenía una esposa, Lina, a la que quería con
locura y que me devolvía ese amor en igual medida, y una hija pequeña de a penas
unos meses. La vida, ciertamente, me sonreía.
Y entonces entró ella. Sinceramente, yo a aquellas horas lo
único que quería hacer era recoger y marcharme a casa, pero me quedaban diez
minutos de tutorías y no podía echarla. Ángela era alumna del Doctorado del
Departamento, todavía en tiempos del plan de estudios que Bolonia ha terminado,
y yo le había dado una asignatura de Análisis de la Situación Internacional
durante el periodo docente del Doctorado. Ya entonces había demostrado ser,
probablemente, la chica más inteligente de su grupo, aunque probablemente más de
uno fuese incapaz de ver aquello debajo de una carcasa tan bien construida.
Junto al par de poderosos paradigmas que tenía en la parte superior de su
cuerpo, redondos, firmes y claramente resistentes a los efectos de la gravedad
en contra de lo que indica la Física, poseía también un vientre plano y liso,
apropiado para usar incluso como mesa para escribir. Y bajo él, un culo redondo
y firme, ligeramente respingón, y dos piernas que eran como dos columnas
griegas: firmes, pero elegantes.
Sin embargo, probablemente lo que siempre me había impactado
más de ella eran sus ojos. Dos esferas marrones y brillantes enmarcadas en
suaves gafas, y que demostraban la inteligencia que había en su cabeza. Justo
encima de ellos, las dos suaves líneas que eran sus cejas se enarcaban o
bajaban, con una expresividad que jamás he visto en otra mujer. Bajo ellos, una
elegante nariz nos llevaba hasta encontrar unos labios carnosos pero no en
exceso, de modo suave y perfectamente coherente, nada grosero. Todo ello
enmarcado por la cascada de tinta que era su pelo, suave y sedoso como si se
acabase de duchar, que rodeaba su cara ovalada y de pómulos ligeramente
marcados, como aristocráticos.
Una diosa, en resumen, que entraba justo cuando yo me quería
marchar. Por muy atractiva que fuese, yo ya estaba harto de la Facultad, y sólo
esperaba que fuese breve.
-Profesor Luna, venía a solicitarle que dirigiese el proyecto
de investigación que quiero realizar sobre la ONU- me dijo ella nada más
sentarse, directamente y sin dar rodeos.
Fruncí la boca. La verdad es que la ONU es un tema
enormemente trillado, y de una alumna tan brillante esperaba algo más original.
-Me temo que eso no es posible, Ángela. Estaría encantado,
pero ya le he dicho a Jorge Mediaz que se lo dirigiría a él, y teneros a los dos
sería un exceso de carga que no puedo asumir si no quiero que se resientan mis
demás clases y mis investigaciones. No deberías haberlo dejado hasta última
hora.-
Ya, sé lo que estáis pensando, que fui un idiota. Que a una
chica así no se le dice que no. Probad a tener que corregir trabajos de 300
alumnos, llevar adelante un par de seminarios, tres investigaciones, y
participar en el Departamento, todo ello sin que se resienta vuestra vida
familiar, y ya me diréis.
En cualquier caso, ella permaneció en silencio unos segundos,
sopesando algo. Yo sólo quería poder recoger.
-Usted es el mejor del Departamento, si realmente quiero
llegar a algo necesito de su guía.-
Sonreí, pero siempre he sido bastante inmune a los halagos,
incluso los provenientes de una mujer así. Y entonces, toda expresión pareció
desaparecer de su cara, y en vez de una alumna tuve delante a una negociadora
nata.
-De acuerdo, le ofrezco lo siguiente. Si acepta tutelar mi
investigación hasta el DEA se la chuparé una vez por semana. Una vez la
investigación esté terminada y con buena nota, y mientras dure la tesis, le
dejaré follarme una vez por semana. Y una vez terminada la tesis y consigue que
entre en un Departamento de esta Facultad podrá hacerme el culo, que hoy por hoy
es virgen y seguirá siéndolo así hasta entonces; y mientras mantenga esa plaza,
podrá seguir haciéndolo mientras no se retire.-
He de decir que no tenía respuesta para algo así. Ni lo vi
venir. En mis años de docencia, y todos los que seguirían, jamás alguien me hizo
una oferta ni remotamente similar. No son cosas que pasen en el mundo real.
Pero, quizás, lo que más me sorprendió fue la forma en que lo
dijo. No lo dijo con la sensualidad típica de alguien que está habituada a usar
su cuerpo para conseguir las cosas, sino con una fría determinación, la decisión
de quien está dispuesto a sacrificar lo que sea por conseguir lo que desea. Yo
no tenía respuesta, así que habló ella de nuevo.
-Y espero que a cambio de todo ello, usted sea tan duro
conmigo como con cualquiera de los doctorandos que me han precedido y me
seguirán. Que realmente analice mis textos, corrija los errores con severidad, y
me indique lo que haya que mejorar. No quiero el camino fácil.-
En ese momento, sólo una cosa me vino a la cabeza. Bueno, a
parte de un torrente de sangre, todo sea dicho. Lina. No podía hacerle eso a mi
esposa. Así que, encajando las cosas lentamente en su sitio, respondí con parte
de mi aplomo habitual.
-La oferta es tentadora, pero me temo que es imposible. Ya
tengo un alumno de doctorando, como te he dicho, y soy un hombre casado. No
puedo meterme en algo así. En cualquier caso, seguro que hay profesores del
Departamento que te pueden guiar y aún no tienen alumnos, ¿por qué tanta
insistencia conmigo? Y no vale que soy el mejor.-
Ella asintió, lentamente, y yo veía lentamente cómo su mente
maquinaba. No estaba dispuesta a dejar ir la presa así como así.
-Eres el mejor, y realmente esa es la razón principal. La
segunda es que durante las docencias de la primera mitad del año fuiste el único
profesor masculino que no se dedicó a mirarme las tetas más que a mis ideas, y
realmente me juzgaste por lo que te entregué y no por mi cuerpo. La tercera es
quienes son los otros dos especialistas en relaciones internacionales del
departamento: Elisa Fuentes es una lesbiana reprimida que se quiere vengar de
toda mujer femenina y atractiva, y Luis Puentes es un salido que no sabe pensar
más allá de la próxima alumna a la que va a acosar. Aunque supongo que, llegados
este punto, se lo tendré que ofrecer a él.-
Aquello era un golpe bajo, y ella lo sabía. Mi enemistad con
Luis era conocida, y realmente él sólo se aprovecharía de ella sin darle la
oportunidad que merecía. Pero meterme en este fregado iba a ser jugar con fuego,
tendría que ser listo si quería mantenerme por delante y no quemarme. Si iba a
jugar a esto, habría que cambiar las reglas.
-De acuerdo, Ángela, tienes razón. Yo seré tu tutor. Pero
necesito saber que realmente estás dispuesta a… lo que ello implica. Y quiero
que me hagas una demostración.-
Dejé caer las palabras con tono serio, igual de negociador
que ella. Creo que no se lo esperaba, pero asintió y se iba a poner de pie para
venir a mi lado cuando la interrumpí.
-Quiero que me escribas para mañana cinco páginas con el
índice tentativo de tu trabajo, y las ideas principales sobre el enfoque que le
quieres dar a la ONU. Trabajos sobre esta organización hay muchos, y quiero
saber qué tendrá el tuyo de especial.-
Se quedó paralizada delante de mi y noté como en sus
preciosos ojos marrones brillaba un extraño reconocimiento. Yo realmente había
aceptado ser su tutor, y no por su cuerpo, y esperaba que ella trabajase con
todo el ahínco habitual. Y quiero creer que, ya entonces, algo en su interior
supo que iba a entrar en el juego ella también, a ver quien de los dos se
quemaba.
A partir de aquel día, ella y yo nos comunicábamos sobretodo
por email, como con la mayoría de mis doctorandos, pero ella seguía viniendo una
vez por semana a mi despacho dispuesta a cumplir con lo prometido. Al menos, era
lo suficientemente discreta como para hacerlo a última hora, como cuando nos
habíamos metido en aquel juego loco, ya que las paredes de la facultad son de
papel, y lo que se hace en cualquiera de sus despachos se oye en todos los demás
sin problemas.
Sin embargo, yo no cedía a sus insinuaciones y sus
jueguecitos de palabras de doble sentido. Así que sacó la artillería.
Al principio, ella solía venir vestida con unos elegantes
pantalones ceñidos, que sugerían más que indicaban las perfectas formas de sus
piernas. Y, encima, camisas normalmente con uno o dos botones desabrochados, que
dejaban ver muy ligeramente el comienzo del valle entre sus senos, y ocultaba
ligeramente su volumen con unas chaquetillas algo holgadas, imagino que para no
ser el centro de atención de todo el mundo.
Pero, a medida que avanzaban aquellos dos primeros meses, y
ante mi sólida resistencia, ella fue variando su vestuario. Supongo que algo en
su ego femenino se veía atacado ante el rechazo. El caso es que empezaron a
aparecer las camisas con más botones abiertos, dejando ver un sendero de
perdiciones que debía estarme vedado. Los pantalones desparecieron, siendo
sustituidos primero por faldas por la rodilla, y después por unas más cortas.
Tampoco esos cinturones que se ven en ocasiones por la facultad, ella siempre
fue más elegante que eso, pero sí lo suficientemente cortas como para hacer que
mi imaginación volase al ver esa piel suave y tersa. Mantenerme concentrado era
cada vez más complicado, con sus suaves y variados perfumes, y sus gestos
estudiados, pero debía hacerlo. Por Lina, y por mi.
Y notaba que, con cada negativa a entrar en su juego, y con
cada semana que no le pedía que cumpliese con su oferta, su interés por mi
aumentaba. Parejo a cierto equilibrio intelectual, pues fui descubriendo que con
ella trabajaba en general muy bien.
Quizás el primer punto de inflexión fue en Diciembre, la
última semana antes del parón por vacaciones. Ella vino especialmente guapa
aquella tarde-noche, con una falda ligeramente más larga de lo habitual y
gruesa, que realzaba perfectamente todo lo que había debajo. Y, arriba, una
camisa que transparentaba muy ligeramente un sujetador blanco con algunos
pequeños dibujos que yo no podía ver.
Estuvimos trabajando cerca de una hora, analizando uno de los
libros que le había mandado que leyese, y la verdad es que ya estábamos bastante
cansados. Con las ideas ya resumidas y anotadas, y varias apreciaciones más,
añadimos varios libros para que ella leyese en navidades, y nos preparamos para
despedirnos.
Juguetona, ella se acercó a despedirse con dos besos, en
lugar de darme la mano. Ella era consciente de que, estando yo sentado, me
dejaría ver una interesante parte de un canalillo que me provocaba poco menos
que delirios. Y, cuando se inclinó, por primera vez la imagen de Lina despareció
de mi mente.
Mientras ella se inclinaba con una sonrisa pícara, de
diablesa, yo bullía. Y cuando el momento del contacto de sus labios contra mi
mejilla iba a llegar, yo giré rápidamente la cara y le robé un beso directo.
Ella dio un saltito hacia atrás, sorprendida, jamás me había dicho que la iba a
poder besar, no era parte del trato. Sin embargo, el sabor de sus suaves y
húmedos labios, y el hecho de que rápidamente se llenasen de sangre, me indicaba
que le había gustado.
Así que me puse en pie y, con elegancia… me despedí de ella
hasta la vuelta de navidades. Podía notar su perplejidad mientras recogía sus
cosas y se marchaba, y sabía que, lentamente, iba cambiando las reglas del juego
como me había propuesto en un principio. Lo que no sabía era si aquello iba a
evitar que me quemase. Desde luego, aquello era más de lo que me había propuesto
en principio.
Por ello, en el momento en que ella abandonó mi despacho, la
imagen de Lina me golpeó con fuerza. La había traicionado. Sólo había sido un
beso, que buscaba evitar males mayores, pero… ¿realmente había sido sólo eso?
Ángela era la mujer más atractiva que conocía, y estaba jugando con ella a un
juego demasiado íntimo. El sexo es sólo sexo, pero los besos… los besos son otra
cosa.
Por suerte, las Navidades me permitieron olvidarme un poco de
Ángela y centrarme en mi vida familiar, en Lina y en mi pequeña. Nochebuena con
una familia, Fin de Año con otra, Reyes con ambas, la debacle de festividades y
felicidad hogareña no daba demasiado tiempo para pensar en nada.
Pero todo remanso de paz tiene un final. Con el regreso a las
clases, en Enero, regresaría Ángela.
Y lo hizo, pero ella también había decidido cambiar las
reglas del juego. De nuevo, llevaba las camisas cerradas hasta prácticamente
arriba, y volvió a usar los pantalones sexis pero largos del principio. Y dejó
muy claro, desde aquel primer día, que no podría quedarse hasta tan tarde porque
vendría a recogerla su novio.
Yo, en respuesta, me comporté como si nada hubiese pasado, y
me centré rápidamente en analizar los libros. Ella no lo entendía. Claramente,
los hombres con los que ella había tratado hasta entonces no se comportaban así,
no daban un paso en un sentido para luego caminar diez en el opuesto. Pero
tampoco ella era tan predecible como podría parecer, era demasiado inteligente
para ello.
Hasta Marzo, las cosas continuaron así. La tesina ya estaba
bastante completada, y cada vez que ella abandonaba mi despacho mi empalme casi
me dolía. Pero yo me mantuve firme, y ella siguió siendo recogida por su novio.
Sin embargo, mi calentura crecía día a día, y necesitaba hacer algo. Era obvio
que no podía llegar hasta el final, no con lo mucho que amaba a Lina, pero tenía
que mantener el juego vivo. Era extraño querer algo y, a la vez, desear que
nunca llegase.
Sin embargo, a principios de ese mes, yo necesitaba dar
salida ligeramente a mi calentura, por poco que fuese. Jugar yo a ser hielo y
ella a seducirme me gustaba demasiado, pero si ambos nos volvíamos hielo,
entonces ¿en qué punto estaba el juego? ¿Había desaparecido? ¿La había perdido?
Siempre podría pedirle que me la mamase, pero era consciente de que si lo hacía
rápidamente perdería todo lo que pudiese conseguir con ella, más allá de lo
contratado. No sólo en el plano sexual, además.
Y Lina me rondaba la cabeza continuamente. No podía hacerle
aquello.
Pero necesitaba una salida. Así que aquel día la acompañé a
la salida del despacho manteniendo la conversación y, cuando ella se dio la
vuelta para salir, le di una breve palmada en el culo. Fue tan breve que casi ni
pude sentirlo, pero lo que noté era su perfección, su dureza y firmeza. Y el
saltito que ella dio mientras salía, fruto de la sorpresa inesperada de un juego
que parecía haber quedado atrás.
Cuan equivocada era esa percepción.
A la semana siguiente ella vino explosiva. Parecía haber
descendido de los cielos directamente a mi puerta, con esa faldita tan corta, y
la camisa tan abierta. Sus dos pechos parecían gritar "¡Cómeme!" como en Alicia
en el País de las Maravillas, y sus dos piernas exigían ser besadas y
acariciadas. Pero no sólo aquello iba a cambiar.
Directamente rodeó la mesa y vino hacia mi. Yo me giré,
sorprendido, sin tener muy claro qué pasaba. Y ella se sentó sobre mi, colocando
una pierna a cada lado y sus brazos en torno a mi cuello. ¡Casi podía sentir
todo su cuerpazo sobre el mío! La suave presión de sus pechos sobre el mío, el
calor de su entrepierna sobre mi pantalón, el roce de sus piernas y brazos… Se
inclinó sobre mi y me dijo al oído:
-Si quieres, podemos renegociar el acuerdo…- y me dio un
suave lambetazo en la oreja que hizo saltar todas mis hormonas.
Mis dos manos, como dos resortes ajenos a mi control, se
lanzaron sobre su culo, apretándola contra mi. ¡Que culazo! Se podrían construir
catedrales encima de lo firme que era, redondo y perfecto, justo del tamaño de
mis manos. La apreté contra mi mientras ella soltaba un pequeño gemido.
Y entonces, agarrándola todavía de ahí, me puse en pie y la
senté sobre la mesa. ¡Bastaba de juegos, me la iba a follar, y me la iba a
follar ya! Ni Lina ni hostias, necesitaba dar salida a todo. Ella me había
desbocado y desarmado, y no podía ni pensar. Metí mis dos manos bajo su faldita
y tiré con fuerza de las braguitas suaves con las que se tapaba su parte más
sagrada. Y entonces, en medio de la vorágine, un pensamiento surcó mi cabeza,
saltando todas las alarmas:
"¡Para! ¡Para de una vez! No por Lina ni hostias, sino
porque le demostrarás que eres como los demás, y habrás perdido a Ángela para
siempre…"
Pero, ¿cómo parar? Tenía sus bragas en mis manos. Sus labios
entreabiertos pedían guerra, y estaba claro que había caído en sus planes. Pero,
quizás, aún podía forzar un empate.
Levanté su falda y me incliné ante ella. Su coño, rosado y
perfecto, se abría ante mi, ligeramente humedecido y sin rastro de pelo. Parecía
reclamar una polla lista, y sin embargo lo que recibió fue una lengua. Lamí,
besé y acaricié toda su zona secreta, ante los ojos de incredulidad de ella.
Pero, rápidamente, a su sorpresa le siguieron los gemidos, los pequeños
suspiros, las respiraciones pesadas, a medida que yo me internaba más y más
entre sus pliegues, y acariciaba con suavidad su clítoris.
Cuando su tono de voz se aceleró un poco más, sus piernas
parecieron querer aplastarme la cabeza, cerrándose en torno a mi como una presa
ineludible. Sin embargo, ni aún así la dejé ir, sino que seguí lamiendo,
besando, y chupando cada vez con más y más energía, hasta que ella se corrió en
mi boca con un suave y prolongado suspiro.
Menos mal que no era de las que gritaba, o nos habrían
descubierto sin problemas.
Me puse en pie frente a ella, ambos completamente vestidos
salvo porque sus bragas estaban en el suelo. Sus labios, rojos, húmedos y
brillantes parecían querer competir con sus mejillas por ser las más carmesíes,
y sus ojos parecían relucir.
-Contrato renegociado- le dije, con una sonrisa-. A partir de
ahora, quizás en vez de que tú me comas la polla, sea yo el que te coma a ti el
coño.-
Ella me miraba con sorpresa. Creía que tenía la situación
controlada cuando le había agarrado el culo y, sin embargo, al final había
logrado salir de la trampa al darle placer a ella y no tomarlo yo. Al menos, no
directamente, porque me sentía como en las nubes.
Me incliné sobre ella, que aún trataba de procesarlo todo, y
le robé un segundo beso. Breve y fugaz como el primero, pero cuando me alejé de
sus labios suaves ella dejó su boca entreabierta, como dispuesta a darme otro.
-Creo que tu novio te debe estar esperando, y no estaría bien
que aguardase más de lo necesario- le dije con una sonrisa, mientras me guardaba
las bragas en mi bolsillo.
Aún no tengo claro qué fue, de todo aquello, lo que más la
sorprendió mientras salía del despacho. Si el cambio de mi vocabulario, si la
contradicción entre hablarle del novio y quedarme sus bragas, si el beso, o el
que yo le comiese su vagina cuando ella aún no me había mamado el pene. Pero lo
que está claro es que algo fue, ya que no dijo ni palabra mientras salía.
La semana siguiente no la vi, ya que yo tenía un Congreso en
Viena y no estaba en la facultad. La de después tampoco, porque ella tuvo que ir
a atender a su madre que había tenido alguna clase de problema de salud.
Ello me dio tiempo para pensar. Yo amaba a mi mujer, de ello
no había duda. Sin embargo, Ángela me daba una pasión, un juego que ya no tenía
con Lina. Mi esposa me daba la estabilidad, el cariño, el hogar al que regresar
y unas buenas dosis de sexo, pero era mi estudiante la que me daba lo
imprevisto, el desafío, el morbo.
Fueron dos semanas de mucho darle vueltas al coco, intentando
encajar las piezas de un puzzle que parecía querer escaparse de entre mis dedos
con demasiada frecuencia. Y, al final, descubrí que no podía escoger entre
ellas. Quizás sea la salida cobarde, es cierto, pero una y otra me
complementaban de diferentes maneras. Con Ángela había pasión, pero también
había un gran complemento intelectual entre ambos. Con Lina había amor, y del de
verdad, y una hija en común, una vida y un futuro.
No podía prescindir de uno de los dos lados sin quedar para
siempre reducido a la mitad de lo que soy.
Así que decidí que, si iba a jugar en ambos campos, al menos
debería encargarme de que ambas tuviesen lo mejor. Ángela ya tenía lo que
quería, Lina también. Pero, con ambas, podía ser más completo, más atento, y más
cariñoso. Bueno, quizás no con la estudiante, no sin romper el juego, pero si
con mi esposa. Dicen que una de las primeras señales de que un marido tiene una
aventura es que se vuelve más cariñoso y atento, así que fui especialmente
cuidadoso para que no se notase, pero me encargué de demostrarle que era la
reina de mi vida cuando podía y era adecuado, en la cama y fuera de ella.
En cualquier caso, a la tercera semana Ángela vino a su
tutoría semanal, y su simple imagen hizo arder todo en mi interior. Llevaba un
top ceñido que dejaba su ombligo al aire, y que remarcaba perfectamente la forma
de sus pechos, aprisionados bajo las palabras "Divine Goddess". Cuanta razón
tenían. Abajo, la falda más corta que le había visto, que dejaba todo tapado
pero por los pelos. Aún no sé cómo conseguí evitar saltarle encima, porque su
vista hacía que todas mis hormonas masculinas exigiesen tomarla.
Ella se sentó en su lugar con la aparente seriedad de
siempre, y comenzamos a revisar los textos que ella había escrito. Quedaban un
par de meses para la primera fecha de examen, y el trabajo ya estaba muy
avanzado, pero requería aún de unas cuantas revisiones y expansiones. Yo, sin
embargo, me sentí ligeramente defraudado. Tras lo ocurrido la vez anterior, y
con su ropa, esperaba algo más… explosivo que simplemente revisar sus textos.
Igual era momento de que tomase yo la iniciativa. Cuando
terminamos de revisarlo todo, la miré mientras recogía sus cosas, y le dije:
-Súbete a la mesa, y bájate las bragas, que quiero cobrar
parte de nuestro trato.-
Aún hoy no tengo muy claro lo que vi en sus preciosos ojos
pardos en aquel momento. ¿Deseo? ¿Lástima? ¿Sorpresa? ¿Expectación?
¿Defraudación? Lo que si se es que tardó unos segundos en hacer nada, y yo tuve
tiempo de pensar un millón de veces en lo ocurrido. Como cuando dicen que pasa
tu vida frente a tus ojos al morir… pues lo mismo, aunque no fue mi vida sino mi
posible futuro con Ángela el que vi.
Entonces, ella se puso en pie. Me miró desafiante y, mientras
alzaba una de sus cejas de modo severo pero enormemente sensual, se bajó las
bragas con un movimiento sinuoso de la cintura. Tras ello hizo un pequeño hueco
en la mesa y se sentó en él. Todo en su pose parecía querer decir "A ver si te
atreves…", pero yo no podía ya dar marcha atrás. Si lo hacía, perdería de nuevo.
Así que me colé entre sus piernas abiertas, y me quedé
mirando directamente a sus ojos, vidriosos, expectantes y duros. Y, entonces,
dirigí mi mano derecha directamente a la zona en cuestión, comenzando a
acariciarla suavemente. Lentamente, la exploración exterior fue ganando en
intensidad, a medida que los dedos se internaban más y más audazmente en su
cuerpo, y ella se reclinó sobre sus codos. Pero no la iba a dejar ir tan
fácilmente, y yo me incliné sobre ella, sin tocarla, pero mirándola directamente
a los ojos. Sus labios se entreabrieron a medida que los primeros suspiros
escapaban de ellos, y yo agradecí de nuevo a todos los dioses el hecho de que
ella no hiciese ruido.
Ligeros quejiditos se escapaban de su boca ocasionalmente, a
medida que primero uno y después dos de mis dedos entraban una y otra vez dentro
de ella, acariciando hasta el último recóndito pliegue de su coño. Y, a medida
que eso hacía, su orgasmo se acercaba a pasos agigantados.
Entonces me incliné sobre ella y le arranqué un nuevo beso.
Pero este no fue breve y fugaz, sino que me quedé allí, mordiendo sus labios,
besándolos con pasión y fuerza, y notando como ella me devolvía cada uno de los
gestos con ira, pasión y lujuria. Para cuando su orgasmo llegó, nuestras lenguas
jugaban la una con la otra como si fueran viejas amigas, ansiosas por contarse
la una a la otra todo lo ocurrido mientras no estaban juntas.
Pero no paré, sino que continué hacia un segundo y tercer
orgasmo, mientras sus labios se entregaban más y más a los míos, y apasionadas
nuestras lenguas se enfrentaban ahora en el interior de su boca, luego en la
mía, luego en el espacio entre ellas.
Para cuando salió al encuentro de su novio, azorada y roja,
llegaba con bastante retraso. Y yo tenía un nuevo juego de braguitas para mi
colección, una tanga amarilla con la que limpié los líquidos que habían salido
de su coño y habían quedado sobre mi mesa.
Una vez más, a la semana siguiente no vino. Dijo que tenía
mucho que escribir y reescribir después de los comentarios de la última vez, y
que necesitaba el tiempo. Yo creo que era una excusa, necesitaba organizar sus
pensamientos y lo que estaba sintiendo. E imagino que su novio debió ser el
principal beneficiado de ello.
Acercándose ya finales de Abril, el trabajo en la tesina de
ella y de las clases para mi nos ocupaba la mayor parte del tiempo. Había que
preparar exámenes, escribir, y trabajar para que todo estuviese listo y
perfecto. Mis alumnos no tenían por qué sufrir a raíz de que yo tuviese una
aventura de alguna clase, y Ángela no iría a ningún sitio durante varios años
aún, de modo que las veces que nos encontramos fueron claramente de trabajo.
Parecíamos haber regresado al status de antes de las
navidades, donde se jugaba con palabras y gestos, pero no se pasaba a nada más.
Pero, en esta ocasión, por debajo de la intensa tensión sexual existía una
extraña promesa: el juego estaba detenido, en pausa, no terminado. Ella tenía
sus planes para la continuación, y yo tenía los míos, y de vez en cuando
dejábamos caer pequeños detalles al respecto.
Con la llegada de Mayo comenzaron los parciales del segundo
cuatrimestre, y ella le daba los últimos detalles a su trabajo. Además, Jorge
Mediaz, mi otro alumno de doctorado, comenzó a solicitar mucho más tiempo, pues
llevaba todo con mucho retraso. Típico de los chicos, todo a última hora. Así
que cuando podía ver a Ángela era todo muy formal, y centrado en lo que ella
hacía para estar lista a tiempo.
A mediados de Junio fue su examen. Jorge se retrasaría hasta
Septiembre, pero ella estaba lista. El día antes la cité en mi despachó toda la
tarde, para ultimar la preparación de la defensa del trabajo. Al fin y al cabo,
es muy diferente escribirlo que argumentar contra los profesores al respecto.
Estuvimos debatiendo y preparándolo durante cuatro largas
horas, durante las cuales mi mente se centraba en lo que ella decía, mientras mi
pene se centraba en lo que ella era. Como siempre, él va por su parte. Pero
cuatro horas con semejante diosa eran mucho tiempo.
Cuando llegó la hora de marchar, la acompañé hasta la puerta,
pero mi mano se disparó y la detuvo antes de que saliese (algún día deberé
entrenar a mi mano para que no haga cosas por si misma). La hice darse la vuelta
agarrándola suavemente por el brazo, y ante su mirada dudosa, puse mi otra mano
en su cintura y le di un beso.
Fue un beso suave, pero no fue uno breve. Y a este le siguió
otro, y uno más, y un tercero. Mis dos manos la apretaron entonces contra mi por
el culo, pero sin fuerza ni violencia (aunque con un culazo como ese, me costó
evitar que lo hicieran), simplemente para sentirla por completo contra mi, y yo
contra ella. Sus labios se entreabrieron, y mi lengua se coló en ellos como un
río que destruye su presa. Pero, aunque lo hiciese rápido, las caricias eran
suaves y lentas, cariñosas y dulces.
No le decía "te voy a follar ahora mismo, Ángela", sino
"estoy a tu lado en esta prueba". Quizás no fuera la forma más adecuada de
decirlo, es cierto, pero era la que se me ocurría. Y cuando noté sus brazos
rodear mi cuello y sus deliciosos labios responderme con la misma suavidad supe
que ella entendía el mensaje.
Y cuando, un minuto más tarde, rompió a llorar sobre mi
hombro, liberando toda la tensión de la prueba que se avecinaba, del trabajo de
tantos meses, de las dudas y las inseguridades, supe que todo estaba listo.
-Venga, vete preciosa. Que mañana vas a triunfar.-
Le dije, cuando oí que sus sollozos remitían. Y, con una
extraña sonrisa, ella se dio la vuelta y abandonó mi despacho.
Como es obvio, al día siguiente no pasó nada. Con lo
exuberante que era su cuerpo, la mirada de todos los hombres estaba
permanentemente puesta en ella, y con su novio al lado (un tipo atractivo, pero
que no estaba a su altura) no hubo ocasión de nada. Sólo pequeños gestos, como
dedos cruzados, para darla confianza ante la prueba que se avecinaba. Prueba
que, como yo ya sabía, superó con creces, y un Magna Cum Lauden.
La celebración posterior si se brindó para un pequeño
momento, cuando me encontré con ella de casualidad camino ambos del baño. No,
no, no ocurrió lo típico, de que uno arrastra al otro al interior del baño y se
desata la pasión como dos colegiales. Pero alejados de su novio y de los ojos
indiscretos por un momento, ella me agradeció todo mi apoyo con un breve pero
suave beso en los labios. El primero que ella me daba a mi, y que permaneció
grabado en los míos durante horas, como si de fuego se hubiese tratado.
A partir de entonces llegaron los tres meses de verano, en
los cuales, como todos los años, ella se iba con su familia de Toledo y yo no la
vi. Fueron meses dichosos, la verdad, en los cuales pude estar con Lina y la
niña sin preocupaciones ni otras cosas en la mente. Por una vez, tras aquel año
de locura, podía dedicarle tiempo a mi familia sin dudas, ni la imagen de Ángela
dando vueltas en mi cabeza.
Sin embargo, he de admitir que temía el verano en lo más
hondo de mi ser. Hablar con Ángela de vez en cuando por email era muy frío, y no
sabía cómo estarían las cosas tras tres meses sin vernos. O si acaso aquel beso
significaba que estaba entrando en el peligroso campo de los amigos, y no de los
amantes. No tenía nada claro y, sin poder verla ni hablarlo con ella, lo único
que podía hacer era tratar de ignorarlo y dedicarme a mi familia.
Ella, en cambio, lo tenía muy claro.
El primer día de tutorías no vino, ya que sabía que estaría
todo el día con Jorge intentando sacar adelante su proyecto en tiempo record. Al
menos para un aprobado raspado y que no perdiese el año. Con los retrasos, el
segundo día tampoco fue posible, y yo me devanaba los sesos dándole vueltas a la
situación mientras intentaba hacer que las piezas de aquella tesina mediocre
encajasen. Lo conseguimos dos días después, por los pelos, y Jorge superó su
examen con un Aprobado raspado. Después de ello, lo puse a trabajar en su DEA
inmediatamente, pues no quería volver a tener una situación así con él.
Al día siguiente de tutorías vino ella. Con los meses
pasados, casi no recordaba lo impactante que era su belleza, su pelo negro
ondeando suavemente, sus grandes pechos aprisionados bajo el mismo top de
"Divine Godess" de la otra vez, su falda corta y, por primera vez, unos zapatos
con algo de tacón. "Estaba para comérsela y no dejar ni los huesos", como suele
decir un amigo mío.
Yo estaba a la expectativa, inseguro sobre todo, pero ella
caminó hasta mi con una seguridad y un aplomo que me recordaron cuando
negociamos la primera vez. Rodeó mi mesa y, una vez más, se sentó sobre mi, con
las piernas una a cada lado. Se inclinó sobre mi, pero en vez de dirigirse a mi
oreja como la otra vez, fue directa a mis labios.
Jamás me habían besado así: un beso profundo, apasionado,
entregado, sin barreras. Sus labios acariciaban, mordían, chupaban. Su lengua
nadaba en mi boca como tratando de recuperar todo el tiempo perdido. Sus manos
rodeaban mi cuello, como si quisiesen que ambos nos convirtiésemos en una sola
persona.
Me llevó varios segundos realmente darme cuenta de lo que
ocurría, no era algo que hubiera pensado. Pero entonces la apreté contra mi de
nuevo por ese culazo divino que tenía y le devolví el beso con tanta pasión como
ella me lo daba. Estaba en sus derrotado, me había desarmado por completo con
ese ataque. Levanté una de mis manos con dificultad desde su gloriosa posición,
directa a sus pecho derecho que todavía, a estas alturas, no había catado. Y,
ciertamente, no desanimó: duro, firme, redondo y pleno. Ligeramente más grande
que el tamaño de mi mano, y enormemente sensible; tanto que incluso a través de
la telilla del top y del sujetador podía sentir su pezón. Parecía querer huir de
su encierro, y más cuando suavemente comencé a acariciarlo y a excitarla. Los
gemidos que escaparon de su boca demostraban que lo estaba haciendo bien, que le
gustaba, que se entregaba.
Y entonces ella, en un movimiento fluido y felino, no sólo se
puso en pie sino que acabó arrodillada frente a mi. Mi bragueta fue bajada a la
velocidad de la luz, y extrajo mi polla con una sonrisa que me desarmó aún más,
si era posible. Se sabía vencedora de esta ronda, y yo no tenía voluntad para
contraatacar. Sólo pude dejarme llevar, y disfrutarlo.
La tragó y comenzó a mamar con fuerza y ahínco. He de
reconocer que no fue la mejor mamada que me habían hecho, pero su pasión, su
entrega, y su mirada triunfadora compensaban con creces eso. Y llevaba tanto
tiempo deseándolo que era como estar en el cielo, sentir como ponía toda su
garganta a trabajar en simplemente darme placer, notar cómo sus labios
acariciaban y aprisionaban a la vez, disfrutar como su lengua acariciaba toda mi
extensión.
No tardé mucho en aproximarme al momento. Tanta espera no da
aguante, al fin y al cabo. Así que se lo indiqué con un gesto y ella dio un paso
atrás y, con una sonrisa morbosísima, recogió todo mi regalo en un pañuelo. Lo
dobló con cuidado, y lo guardó en su bolso.
-Yo también tengo mis trofeos- me dijo, con una sonrisa
juguetona, mientras se ponía en pie y se disponía a marcharse.
Y yo, allí, desmadejado y derrotado. Pero feliz.
Durante la siguiente semana, no sabía que pensar. Ella había
triunfado, yo había triunfado. Ella había vuelto una bestia del sexo, yo llevaba
demasiado tiempo esperándolo. Así que me masturbé como un loco. Quería que,
cuando llegase el día, ella no tuviese esa ventaja sobre mi.
Y no la tuve, ni esa semana ni la siguiente, ya que no vino.
Supuestamente era porque quería ir comenzando a preparar el DEA, pero ambos
sabíamos que era para hacerme esperar, porque ella era la que tenía ahora la
sartén por el mango y quería aprovecharlo.
Así que la segunda semana de Octubre fue cuando tuvimos el
siguiente encuentro, después de que yo le dijese en email que "quería cobrarme
el pago de esa semana". La verdad es que no tenía pensado cobrarlo, no quería
perder tan rápido, pero quería romperle su ventaja de que decidiese cuando venir
y cuando no. Ya pensaría algo sobre la marcha.
El día indicado me lo pasé completamente desconcentrado.
Demasiadas cosas en mi mente, y además me acababan de indicar que iba a tener un
nuevo proyecto entre manos. Uno gordo, la verdad.
Ella llegó, guapa pero contrariada. Creía que ya había
ganado, y eso la desilusionaba. Cuando entró se dirigió directamente hacia mi,
pero yo le indiqué que tomase asiento. Eso la descolocó, y sólo en ese momento
las piezas encajaron en mi mente. Ángela sonrió, ladeó la cabeza, y finalmente
se sentó. Notaba que no estaba todo ganado ya, y eso le gustaba.
-Verás, me he enterado hoy de que la Unión Europea en su
servicio de investigaciones va a poner en marcha un estudio grande a nivel
europeo. Quieren averiguar el interés y apoyo de la población a las
instituciones europeas, así como el grado de conocimiento que de ellas hay, y en
España el encargado seré yo.-
Hice una pausa, breve, notando como mis palabras calaban
lentamente en ella.
-Voy a necesitar ayuda, y en este periodo tú vas a tener
tiempo libre. No creo que pueda darte un gran sueldo, pero será currículo de
cara al futuro, además de experiencia. Y, por supuesto, no lleva ningún contrato
adicional.-
La broma casi se perdió en medio de su alegría y alborozo, y
me descubrí sonriendo simplemente de verla feliz. Ella vino hasta mi y me
levanté para devolverle el abrazo que obviamente iba a darme. Es curioso como,
pese a tener ese cuerpazo pegado a mi, lo que sentía en ese momento no era
excitación (o sólo eso) sino también afinidad y simple felicidad. Se alejó un
poco y me miró a los ojos.
-Muchas gracias, por todo. Por no ser como los demás. Por
esta oportunidad. ¡Te juro que no te defraudaré!-
-Lo se, llevo un año analizando tu trabajo, ¡dudo que haya
existido una entrevista de trabajo más concienzuda!-
Ella me besó, primero con ternura, y luego… no sé. Había
pasión y calor, ciertamente, y la batalla de lenguas ciertamente lo atestiguaba,
pero no sólo eso. Había un reconocimiento. Creo que ella comenzaba a llevar el
juego a un nuevo nivel. O algo. Y no se dónde estaba yo con respecto a todo
ello. Sólo se que las caricias de su lengua, el sabor de sus labios, y el placer
de todo ello eran más de lo que había esperado cuando un año antes ella había
entrado por la puerta de mi vida, a golpe de imprevistos.
Aquella tarde no pasó nada más. Ni siquiera en las siguientes
reuniones, pues a medida que reuníamos el equipo cada vez se producían los
encuentros con más gente delante. Trabajo y más trabajo, la vida universitaria.
Fue casi a mediados de Noviembre cuando nos reunimos por primera vez en privado
para discutir su DEA y los avances en el proyecto. Iba a ser una investigación
larga, y requería mucha preparación.
Ella entró como salida de una fantasía erótica, como la
típica ejecutiva agresiva que todos desean tener por jefa o secretaria. Con su
maletín con todo el material de la investigación y de su Doctorado, la camisa
blanca inmaculada pero ligeramente abierta sobre sus gloriosos pechos, la
chaquetilla abrochada sólo en los botones más bajos, y los pantalones de pinza
que sugerían las magníficas piernas que ocultaban.
Iba abriendo su maletín para extraer la documentación, pero
en lugar de sentarse en su sitio lo hizo sobre mi, dándome la espalda. Hubiera
jurado que su culo estaba hecho para encajar con mi pene. Con una sonrisa pícara
comenzó a repasar los datos del estudio, mientras ocasionalmente fingía
"recolocarse", excitándome al hacerlo. Su olor era tan intenso que me hubiera
mareado si me hubiera quedado sangre fuera de mi creciente amigo.
Así que yo contraataqué y, mientras indicaba alguna cifra o
dato del papel, aprovechaba para acariciarle con el costado del brazo su
cintura, sus pechos, o su cadera. Casi notaba una corriente de estímulos salir
disparados cada vez que lo hacía, por breve que fuera el contacto, y en más de
una ocasión a ella también la noté estremecerse.
Jugamos de ese modo, calentándonos mutuamente, durante toda
la reunión. Tengo muy claro que los principales beneficiados de ello fueron su
novio y mi esposa. Y la gloriosa paja que me hice en su honor tan pronto
abandonó mi oficina al final del encuentro.
Así fueron las siguientes reuniones que tuvimos a solas,
aunque fuesen escasas. Y siempre salía con la misma taquicardia. Creo que a ella
le ocurría lo mismo, aunque lo llevaba mejor, ya que esa situación la controlaba
ella y yo necesitaba darle la vuelta de nuevo a las tornas. Lo había conseguido,
brevemente, con lo del trabajo, pero de nuevo ella llevaba ventaja.
Por lo que aproveché de nuevo la última reunión antes de
Navidades (¿por qué siempre dejo todo para última hora, será porque yo también
soy hombre?) para cambiar ligeramente las reglas. Como siempre, ella llegó
guapísima y vino directamente a sentarse sobre mi tras darme un pequeño "morreo
de hola", cosa que había instituido unas pocas reuniones antes, y que aseguraba
que mi palo mayor estuviese más que listo para encajar en su valle trasero. ¡Que
bien besaba aquella mujer! Pero yo aquella vez tenía que mantener un poco la
cabeza fría, y ser más audaz que lo habitual. Tenía que dejar correr mis
hormonas, pero de modo controlado.
Así que dejé que se confiase, y comenzamos los jueguecitos de
siempre. Pequeñas caricias, miradas pícaras, pequeñas risitas… toda la
parafernalia que nos dejaba a ambos siempre al borde. Estuvimos más de una hora
y media trabajando de este modo, según el reloj de mi ordenador y, cuando noté
que ella ya iba calentita, mi mano dejó de rozarla inocentemente para adentrarse
en su camisa y asir directamente una de sus maravillosas tetas.
Ella dio un respingo, aquello se salía del guión. Pero yo
mantuve mi presa firmemente y la apreté contra mi, acariciando su pezón en
círculos, pellizcándola, acariciando la base de su teta derecha. Un gemido se le
escapó y me miró sorprendida, notando como en esta ocasión ella iba a perder el
control antes que yo. Notando como ella aún era incapaz de reaccionar por la
sorpresa, llevé mi segunda mano a sus pechos y, mientras sobaba ambos con
profundidad y detalle (¿os he dicho ya lo maravillosos que son esos dos globos?)
la comencé a preguntar por las cifras y datos que tenía que exponerme. Y ella,
capturada entre dos frentes, no sabía reaccionar.
Yo, mientras tanto, no me cansaba de sobar toda su anatomía,
desde sus pechos a su estómago, sus hombros y su espalda. Pero sin acercarme a
ningún punto claramente sexual. Hasta que vi que lentamente recuperaba la
concentración, y mientras regresaba a acariciar los puntos más sensibles de sus
esplendorosas tetas, comencé a chuparle el cuello en pequeños besitos y
lambetazos. Y cuando eso ya comenzaba a no ser suficiente para mantenerla
desconcentrada me encargué de darles el mismo tratamiento a sus pequeñas y
preciosas orejitas. Ahí se perdió. Nunca había visto a una mujer correrse sin
contacto directo con su sexo, pero Ángela se corrió sin lugar a dudas. No se si
por el morbo, por mis caricias, o por que, pero se corrió sin dejar posibilidad
de ocultarlo, con unos gemidos ligeramente más altos de lo habitual, sus labios
hinchados del todo, y arqueando ligeramente la espalda.
-Me parece que esos datos son prometedores, aunque tendrás
que mejorar la exposición- le dije, risueño, mientras se recuperaba.
Ella sólo ladeó la cara y me dio un beso breve pero de
infarto. Se entregó de tal modo como mujer alguna se había entregado a mi, y yo
le correspondí en igual manera.
A partir de entonces, el juego fue modificado para siempre.
Los fajes se volvieron habituales, pero siempre en una dinámica de intentar dar
más de lo que se recibe, como si ser el que mantiene el control siempre fuese
más importante. Sinceramente, tampoco tuvimos tantas ocasiones como nos
gustaría, pero las aprovechamos bien para aprendernos bien los cuerpos el uno
del otro.
Las mamadas, mutuas o de uno solo, se volvieron más
habituales, pero más como modo de descargar nuestra propia calentura que por que
el otro las solicitase. Los besos se volvieron húmedos y me aprendí de memoria
la forma de sus curvas y sus sabores y texturas. Ciertamente, si hubieran sido
una complicada carretera, podría haberla recorrido incluso ciego.
Sin embargo, nunca tuvimos sexo, ya que aún no habíamos
llegado a ese nivel en el contrato.
Si que os puedo decir que, una vez más, su DEA fue aprobado
con la mayor nota, Magna Cum Lauden, y el proyecto arrancó después de una
planificación excepcional.
Y con ello, llegó el verano, y nos separamos de nuevo. Ella a
su ciudad, yo me quedé a trabajar. Por supuesto, el proyecto seguía en marcha,
pero podíamos coordinar esta fase por email y teléfono, ya que de momento se
estaban realizando las encuestas y estas estaban subcontratadas a una empresa,
por lo que nuestra participación al respecto era baja.
Fueron un par de meses tranquilos y dichosos con mi familia,
que me hicieron recordar con calma lo mucho que amaba a Lina. Ella era mi
compañera en el camino, y avanzábamos juntos y cogidos de la mano por la vida.
Y, desde que me había ido volviendo más atento, la veía más feliz que nunca.
Cierto, todo se construía sobre una mentira, pero…
En cualquier caso, en Septiembre la vi de nuevo, aunque las
dos primeras veces no tuvimos intimidad ya que eran reuniones con todo el equipo
del proyecto para ir analizando los diferentes datos que la empresa encuestadora
nos iba proporcionando. Eran preliminares, pero permitían ir avanzando algunas
teorías sobre las que podíamos ir a buscar bibliografía cuando se salían de
nuestras expectativas, o ir confirmando nuestros planes cuando caían dentro de
ellas.
La tercera vez ya nos vimos a solas, en mi despacho, y fue
tan tórrida como todas las anteriores. Mientras mis manos nadaban por su cuerpo,
su boca se saciaba con mi cuello. Los quedos gemidos de ambos llenaban la sala y
entonces me mordió con un poco de vileza y una sonrisa de depredadora; a mi se
me escapó un:
-¡Que mala eres, Angie!-
Ambos nos quedamos callados un segundo, y luego rompimos a
reír. Nunca la había llamado de ese modo, siempre habíamos mantenido la estricta
distancia… al menos en cuanto a nombres. Y se había roto. Victoria para ella.
Me besó, y por una vez vi que ella sonreía de un modo
extraño. Solo esperaba que no significase amistad, o algo así, pero tampoco
amor. Eso lo complicaría todo. ¿Y que sentía yo? ¿Qué estaría mostrando mi
sonrisa para ella? No lo sabía.
-Ya sabes, como la de la canción de mis adorados "Rolling
Stones"- dije, de nuevo, intentando salir al paso de mi error.
-Eres un tonto- dijo ella, mimosa, y dándome un besito suave
y cariñoso que, lentamente, se fue tornando en uno más apasionado a medida que,
de nuevo, íbamos cogiendo inercia y yo le acariciaba sus eternos muslos.
Cuando un rato después ambos nos habíamos corrido y estábamos
abrazados en la silla de mi despacho (¡Cuánto había visto la pobre!), ella dijo
con tranquilidad, casi naturalidad.
-Bueno, hora de irse- se levantó, abrochándose la blusa tras
recolocar su sujetador en su sitio-. Nos vemos pasado mañana en la reunión, ¿no,
César?-
Mi nombre.
Por un momento la miré a los ojos. Brillaban, juguetones.
Habiendo yo cometido el error, era lícito.
Y, a partir de entonces, para todo el mundo fuimos el
Profesor Luna y Ángela Pérez. Pero, cuando nadie miraba, éramos César (o una de
las muchas variaciones que ella inventó) y Angie.
De hecho, a menudo yo ponía diferentes versiones de esa
canción en el medio de las demás en los actos en los que estábamos juntos por el
proyecto, en parte porque me encanta, y en parte para ponerla en un ligero y
cariñoso aprieto, ya que obviamente todo el mundo se metía con ella al ser
reconocido el tema.
Desde Octubre, sin embargo, fue imposible tener nuestros
escarceos habituales, ya que el profesor del despacho de en frente pasó a tener
sus tutorías a última hora como las mías, de modo que oiría todo por discretos
que fuésemos. Así que nos conformábamos con besos y caricias más suaves, que
sólo nos dejaban peor de lo que estábamos al principio, y con más ganas el uno
del otro. Era increíble pero, por muchas veces que hubiera tenido sus pechos, o
su vagina, o su cintura, o su cara entre mis manos o frente a mis labios, nunca
quedaba saciado.
Así vino un Noviembre de sequía y ansias, y un Diciembre casi
de locura. Supongo que Lina agradeció esto, pues durante esos meses estaba
especialmente fogoso, pero una cosa sé hacer bien: mentir. No es algo que haga a
menudo, pero siempre he sido bueno en ello, con lo que ella se creyó que se
debía al stress del proyecto, que necesitaba salir por algún lado. Además,
supongo que ella simplemente estaba encantada. Igual que el novio de Angie.
Sin embargo, como siempre, la última semana antes de
navidades traería cambios. Supongo que el volcán estaba demasiado ardiente ya.
Estábamos, como siempre, en mi despacho, y llevábamos ya un
buen rato metiéndonos mano suavemente mientras repasábamos datos y afirmaciones
y preparábamos el trabajo. Era poco lo que había que hacer, la verdad, ya que
con las vacaciones la mayoría de otros profesores y auxiliares involucrados en
el proyecto también se irían a sus casas.
Así que estábamos especialmente calientes, ya que no podíamos
darnos rienda suelta, pero teníamos el tiempo para hacerlo. Entonces, yo sugerí,
entre silenciosas exhalaciones:
-¡Vámonos a otra parte!-
Parece mentira que, en tanto tiempo, no se me hubiera
ocurrido una solución tan sencilla. Pero, simplemente, estar con Angie parecía
vinculado al despacho tras tantos meses, eran como una misma cosa.
Ella se puso en pie rápidamente y fue a por sus cosas,
dándome la espalda, y me pareció que la había cagado.
-Conozco un buen motel- oí decir a su voz-, está alejado y
nadie nos reconocería.-
Aquello cayó sobre mi como un balde de agua caliente. No sólo
no la había molestado sino que estaba de acuerdo.
-No- respondí, con un aplomo que me sorprendió-. Tú no eres
ni una puta ni una cualquiera. Buscaremos un buen hotel y estaremos juntos
tranquilamente.-
Pude ver como sus ojos, brevemente se llenaban de lágrimas,
aunque ella tratase de reprimirlas y se las enjugase con el dorso de la mano. Le
cogí la mano con suavidad y le di un beso allí donde estaba el rastro de las
lágrimas, y ella se abrazó a mi con una fuerza enorme.
Hasta entonces, he de reconocer que jamás me había dado
cuenta de la inseguridad que toda esta situación le producía a la pobre. Debía
sentirse a veces que no sabía cual era su lugar, qué significaba para mi, ni
nada por el estilo. Quizás no lo sabía ni de ella misma. Yo tampoco lo tenía
claro, como ya sabéis, pero lo que sí sabía es que no era un juguete de usar a
tirar, sino que estaba a mi nivel. Era mi igual, y precisamente en ello
estribaba gran parte de su atractivo. Y si ella se entregaba, yo también lo
hacía, no sólo de palabra como tantos que prometen la luna, sino de verdad.
Mientras conducía en dirección a una ciudad cercana donde
nadie nos reconociese, ella usaba su portátil para buscar un hotel adecuado.
Hizo una lista con su habitual eficiencia, y yo escogí el más caro. Es curioso,
pero nunca pensé que elegir mantener cuentas separadas cuando me casé me fuese a
servir para esto. Llamé a Lina y me inventé una excusa lógica y probable de por
qué iba a tener que pasar toda la noche fuera y volvería al día siguiente; ahora
la verdad es que ya no me acuerdo de cual fue, lo que sí recuerdo es que coló,
probablemente porque yo muy muy raramente miento. Cuando yo acabé, ella hizo lo
mismo con su novio, que se puso celoso y le montó una pequeña bronca por
teléfono; o, al menos, lo intentó, ya que ella con su habitual aplomo lo paró en
seco y lo calló, argumentando de una forma tranquila y racional que desarmó al
otro. Lo cierto es que tenía a su novio danzando en la punta de su dedo.
Así que entramos en el hall del hotel como si fuéramos una
pareja de viaje, con ella cogida de mi brazo, y la verdad es que me sentí
poderoso. Todos se volvían a verla, y eso que aquel día ella no iba
especialmente maquillada ni nada, ya que en principio no íbamos a tener tiempo
ni ocasión de hacer nada. Y, sin embargo, era un imán para los hombres, y yo un
foco para sus envidias. Nunca me había sentido así, y he de reconocer que me
gustó. Y mucho.
Supongo que también por el peligro de ser vistos juntos en un
lugar público del brazo, por improbable que fuese que nadie nos reconociese.
Aunque bueno, que fuese casi imposible no evitaba que yo estuviera un tanto
paranoico y mirase ligeramente a los lados intentando ver alguna cara conocida;
y en el brazo notaba como ella más que estrecharme me apretaba, fruto
probablemente de la misma tensión.
Sin embargo alquilamos una buena habitación sin incidentes, y
nos dirigimos a ella. Supongo que la elegancia y seguridad de ambos, y nuestras
ropas evitaron que pensasen que ella era una prostituta, porque evidentemente no
era de la clase de lugares que permiten su entrada, y me alegré ya que no sabía
como explicar que simplemente éramos amantes: profesor y alumna. No es algo que
hubiese hecho nunca, ni en lo que tuviese la mínima práctica, al fin y al cabo.
Pero divago.
El caso es que entramos en el ascensor, con botones, y
mantuvimos la perfecta corrección. Bueno, salvo por los ligeros movimientos de
ella que hacían que los ojos del pobrecillo casi se saliesen de sus órbitas cada
vez que creía que iba a poder verle algo más del canalillo, sólo para
encontrarse que ella cambiaba el vaivén y volvía a permanecer secreto. Una y
otra vez. Yo mantuve mi rostro de seriedad, igual que ella, pero he de reconocer
que me costó infernalmente, y tan pronto salimos del ascensor ambos nos morimos
de risa todo el camino hasta la puerta de la habitación.
Probablemente, eso sí, se debiese más a una risa nerviosa que
a una de hilaridad, ya que la broma de Angie tampoco había sido para tanto.
Entramos y lo hicimos como una pareja de casados desde hace muchos años, cada
uno por su lado. Yo quería saltar sobre ella, pero tenía miedo de que eso fuese
demasiado. Supongo que ella estaría igual.
-Voy un momento al baño, ahora vengo- dijo ella, y se internó
en el mismo como si fuese un refugio.
Llevábamos dos años y medio para llegar a esta situación, y
aún así sentía que me precipitaba, que ponía demasiado en riesgo. Lina, el
novio, Angie, y yo. ¿Cómo saldría todo cuando esta noche terminase? ¿Qué habría
cambiado? Fui al minibar y me serví una copa, mientras pensaba todo esto:
necesitaba que algo calmase el caballo que se había metido a galopar en mi
corazón. Le pregunté que si quería beber algo, y se lo preparé. Vodka con limón,
si no recuerdo mal.
Se abrió la puerta y ella entró en la habitación con un
sujetador de encaje y unas braguitas a juego, ambas en blanco. Buscaba
impactarme, y vaya si lo consiguió: me dejó literalmente paralizado en mi sitio,
con ambas copas en mis manos. La había visto semidesnuda en un millón de
ocasiones, pero verla así, casi completamente desnuda, con esa seguridad y ese
aplomo, su sonrisa más seductora y un andar felino hacia mi hizo que el caballo
dejase de galopar, directamente se volvió loco. Y yo completamente incapaz de
hacer nada, ni siquiera cerrar la boca.
-Gracias- dijo ella, con falsa modestia, mientras cogía la
copa de mi mano y se regodeaba con la situación.
Punto para ella, indiscutiblemente, aunque hacía tiempo que
había perdido la cuenta de los marcadores.
Sólo el que se bebiese su copa casi de un trago delató lo muy
nerviosa que ella también estaba.
-Estás, simplemente… increíble- conseguí decir.
-Pues va siendo hora de que te lo creas- dijo, pícara,
mientras colocaba la copa vacía de vuelta en la mesita y me rodeaba el cuello
con sus brazos.
Rodeé su cintura con cuidado, como temiendo que todo fuese un
sueño y se fuese a desvanecer de entre ellos, o romper en mil pedazos como una
figurita de cerámica. O algo. Pero no lo hizo. Ella estaba ahí, conmigo, y no
había vuelta de hoja para ninguno de los dos. Un pequeño escalofrío recorrió su
espalda cuando mis manos la rodearon, y otro me recorrió a mi cuando me incliné
sobre ella y besé sus labios primero con tranquilidad. Aquella vez, a diferencia
de todas las anteriores, teníamos toda la noche para nosotros.
Al menos, esa era la teoría. Pero todo el mundo sabe que,
como dice la célebre frase de alguien que no recuerdo, "ninguna teoría sobrevive
al encuentro con los hechos". Y aquella tampoco lo hizo.
Sentir su calor, la humedad de su boca, la pasión de su
mirada, el roce de su pelvis… todo tan directo, todo sin temores, hizo que ambos
nos disparásemos. Quizás simplemente, llevábamos demasiado retraso. Pero el
primer y tranquilo beso rápidamente se cambió en un torrente de pasión, de
mordiscos, de lametazos, de intercambios apasionados hasta que no supimos de
quien era la saliva que teníamos en la boca. Mis manos se apropiaron de su
culazo firme, de sus altivos pechos, de su coño que se humedecía con rapidez, de
sus caderas de slalom, de su cuello de marfil. Sus manos rápidamente abrieron mi
camisa, se deshicieron de mi cinturón y desabrocharon mis pantalones. Pronto
ambos estuvimos en iguales condiciones: en ropa interior.
La subí sobre la mesita de las bebidas, lanzando una de las
copas al suelo y haciéndola añicos, y me retiré un paso. Mientras recuperaba un
poco el aliento, no podía dejar de admirar la belleza perfecta que tenía
delante, toda para mi. Y yo, todo para ella, pues me escrutaba en igual medida
que yo lo hacía.
Mientras nos besábamos de nuevo, bajé mis manos por sus
caderas y, con su ayuda, deslicé sus bragas por sus piernas hasta que cayeron.
La noté temblar un poco, no se si de miedo, de excitación, de sorpresa, o
inseguridad. Quizá un poco de todo ello. Y aproveché este momento para agacharme
frente a ella y comenzar a devorarle los bajos como nunca lo había hecho.
Besé, lamí, acaricié, penetré con dedos, sorbí, chupé, y
cosas incluso para las cuales no tengo verbos adecuados. Todo con tal de
disfrutar del peculiar sabor de sus líquidos, que me demostraban lo mucho que le
estaba gustando. Y si a ella le gustaba, a mi me gustaba. Y entonces, por
primera vez, la oí gemir con cierta rotundidad.
No, no era como en todos los relatos y pelis porno, que
parece que a las mujeres les apetece hacer que todo el mundo en la manzana
siguiente se entere. Pero, desde luego no era tan callada como cuando hacíamos
lo mismo en el despacho. Así, entre suspiros quedos y ligeros gemidos, se
intercalaban pequeños grititos de placer, y gemidos mayores que se acentuaron
ligeramente a medida que se aproximaba su orgasmo. El cual llegó justo después
de su grito más fuerte, mientras arqueaba la espalda como tanto le gustaba
hacer.
Su sonrisa depredadora fue probablemente la cosa más bonita
que he visto jamás, y la mejor recompensa. Aunque lo que vino después tampoco
estuvo, precisamente, mal que digamos.
Ella me empujó suave pero firmemente contra la cama, y tiró
de mis calzoncillos y calcetines. Yo me había olvidado de estos últimos, pero se
ve que ella no. Y, una vez estuve desnudo frente a ella, su pequeña lengüecita
salió a humedecer sus labios, como si anticipase un banquete. Tengo muy claro
que es un gesto que hizo por mí, pero aún así fue tan erótico que mi pene dio un
saltito, y se hubiera empalmado aún más si fuera posible. No lo era.
Entonces lo agarró con una mano y, de golpe, se lo tragó
entero. No es que tenga un monstruo entre las piernas, pero tampoco la tengo
pequeña, y al principio le costaba hacerlo todo de tirón. Aquella vez ya no,
prueba de lo mucho que había aprendido desde que habíamos empezado a jugar
juntos. Y me la chupó como si se jugara la vida en ello, con una maestría que
ninguna otra mujer que haya estado conmigo había tenido jamás. Lamiendo,
succionando, besando, acariciando, mordisqueando ¡incluso soplando y
acariciándola con el pelo! El mismo tratamiento le deparó, por primera vez,
también a mis huevos, que pedían amor.
Sin embargo, ambas cosas hizo con una ligera crueldad, ya que
siempre que yo estaba a punto, ella paraba. Una y otra vez, me dejaba al límite.
Es cierto que así la corrida es mayor, pero ¡yo ya estaba más que en mi máximo!
Y entonces, cuando yo pensaba que iba a parar de nuevo, Angie llego hasta el
final y me corrí sobre el suelo del hotel como si quisiese pintar toda la
habitación de blanco. Obviamente, exagero, pero salió tanto como nunca en mi
vida.
-Desde luego, todo esto no cabe en una de mis servilletas-
comentó, burlonamente.
Por respuesta, yo la cogí de las axilas y la tumbé en la
cama, al lado de mi. Casi daba vértigo estar en la cama con una preciosidad tan
perfecta al lado, estar a su altura, darle lo que realmente merecía y deseaba…
ciertamente, produce inseguridad. Al menos me lo hizo a mí. Pero ella, viendo
que me paralizaba brevemente, me acercó con sus brazos y me besó.
-Ya era hora de que completásemos la siguiente parte del
contrato, ¿no crees?- casi suspiró en mi oreja.
Fue como una declaración de guerra. Quedarme quieto
ciertamente no iba a ser estar a la altura, ¡había que poner toda la carne en el
asador! Y, si no llegaba, al menos habría tenido una noche mágica con ella.
Así que me coloqué sobre ella, con cuidado para no hacerla
daño, y puse mi polla, que ya estaba de nuevo lista para la batalla, sobre su
coño. Comencé a acariciárselo por fuera, haciéndola rabiar, pero lo único que
conseguí (a parte de que nos calentásemos ambos una burrada) fue que se riese
con una risa inocente y sin malicia alguna.
-¡Para, para, que me haces cosquillas!-
Por lo que paré, pero dentro de ella, internándome un poco en
su coño. Obviamente no era virgen, pero lo tenía mucho más cerrado de lo que uno
esperaría de una chica de veintisiete años con su cuerpo y su mente. Así que la
introduje un poco, esperé a que se habituase, y continué un poco más,
lentamente, entrando paso a paso. Imagino que probablemente no le haría daño de
todas todas, pero nunca se sabe.
-Eres un tonto- me dijo ella, cariñosamente, mientras me
besaba con verdadero sentimiento. ¿Cuál? Eso no lo sabía.
Eso sí, una vez estuvo dentro del todo, comencé a darle ritmo
a la cosa. Al principio, un ritmo pausado pero firme, que fuese algo que pudiese
mantener un buen rato y que disfrutásemos ambos, y que nos permitiese seguir con
los calentamientos, los besos y las caricias hasta en los lugares más recónditos
que alcanzásemos. Después un ritmo más fuerte, más apasionado y caliente,
acercándonos a ambos al orgasmo, y finalmente un sin ritmo con toda la pasión y
energía que yo tenía, pero sin buscar hacerle daño. Parando si veía que ella aún
no llegaba, y he de reconocer que cada vez que me detenía todas mis hormonas y
pensamientos gritaban "¡Joder, no pares, sigue de una puta vez!", pero yo
paraba, brevemente, y luego lo retomaba, retrasando así mi final hasta que
llegase el de ella.
Diría que el de ambos fue a la vez y precioso, pero no sería
verdad. Ella se corrió un poco antes, y cuando vi que su espalda se arqueaba y
soltaba un único grito me dejé ir yo dentro de ella. Fue entonces cuando me di
cuenta de que no llevaba condón. ¡La había liado! ¿Cómo podía ser tan tonto? ¡Un
jodido error de principiante! No es que yo lo hubiese hecho con un millón de
mujeres, pero desde luego no cometía tonterías como esa. O no debería. Pero ella
me tranquilizó con una sonrisa.
-Tranquilo, tranquilo, que tengo conmigo las pastillas para
el día después. Mi hermana me las consigue de trapicheo.-
Con un suspiro, me recliné sobre ella y la besé con gratitud,
con amor, con no se, un millón de cosas.
Nos quedamos en la cama como media hora, charlando, de todo y
de nada. De su vida, de la mía, de a dónde íbamos, de a dónde no íbamos. No eran
proyectos de pareja, pero de algún modo los de ambos incluían al otro. Al cabo
de esa media hora nos dimos la segunda ronda, con ella cabalgándome como una
amazona mientras yo escalaba sus poderosas montañas con mis manos alpinistas.
Quizá fue un polvo más salvaje y breve que el otro, pues ambos seguíamos medio a
tono aún antes de empezarlo, pero fue tan gratificante como el anterior. Aún
recuerdo perfectamente la imagen de su cuerpo perlado con las gotitas de sudor
saltando sobre el mío como si me quisiese partir de placer.
Tras ello descansamos un buen rato, este si que no miré el
reloj, hablando de una y mil cosas. Así fue como me enteré de que ella no había
tenido muchas relaciones, porque con su cuerpo los chicos que habían osado
entrarle siempre iban con el rollo gallito de "usarla para su propia
satisfacción" (en palabras de ella), con lo que nunca volvía a verlos. Su novio
y yo éramos diferentes, quizá porque ella dominase a su novio, quizá porque yo
fuese raro.
Yo le hablé de Lina, de la niña, de mi tiempo como
estudiante, de mis trastadas y los profesores que me hacían la puñeta, de un
millón de cosas con las que ambos nos reíamos, y a las que ella me respondía con
sus propias historias, sus propios profesores y trastadas. Le conté como perdí
la virginidad (durante mi último año de instituto, con una chica de clase con la
que salí cuatro meses), ella me contó la suya (con un chico en una discoteca,
que la emborrachó y que había sido rápido y poco satisfactorio). Y entre risas e
historias se aproximó la mañana.
No dormimos ni un minuto, pero lo recuerdo como uno de los
mejores momentos de mi vida.
Y con la mañana, una ducha (juntos, por supuesto), que
terminó con un tercer round en la cama, y nos separamos. Juraría que vi pesar en
sus ojos, y estoy seguro de que ella debió verlo en los míos.
Tres semanas de tranquilidad siguieron, pero yo no pude
disfrutarlas como debería por un resfriado tonto navideño. La Nochebuena en un
lado, Fin de Año con constipado, Reyes viendo la ilusión de la peque. En casa,
todo en orden, todo amor, todo perfección. Pero yo no podía quitarme a mi Angie
de la cabeza.
Con el regreso de Enero, no tuvimos forma de vernos a solas
más que unos pocos minutos, en los que intercambiábamos besos apasionados y
caricias furtivas, pero nada más. No surgían excusas adecuadas, o no podíamos
coordinar fechas. Al menos hasta finales de mes, que logramos escaparnos juntos
una noche más a un hotel.
Después, los exámenes de Febrero, que no es sólo hacerlos
sino corregirlos, lo cual nos lleva a Marzo. Ahí si conseguimos tener un fin de
semana para nosotros solos, ya que había un Congreso de Sociología en Atenas (al
que realmente fuimos) pero cuyas noches compartimos en todas las ocasiones. Eso
sí, durante el día, ni una muestra de afecto ni camaradería más allá de lo
profesional, demasiada gente me conocía ya, pues mi carrera continuaba en
ascenso. Envidiaban mi joven y guapa ayudante, pero la mayoría pensaban (con esa
superioridad típica de los hombres) que una preciosidad como ella jamás se
liaría con un profesor como yo, y nosotros no les sacábamos de su error.
A finales de Marzo llega una de esas situaciones inesperadas,
que sacan todo de sus marcos establecidos. Me bajaba un día del bus (me gusta
usar el transporte público, que además en mi ciudad es muy bueno) cuando voy y
pongo mal el pie. Rotura de tobillo. Y de las más tontas.
Así que para el hospital a que me enyesen y toda la
parafernalia. Y, ya que me había saltado varias consultas mensuales y que me
tenían allí, pues de paso pruebas de esto y lo otro, visita al oculista, etc.
Tras ello, un par de semanas de baja en casa, con el pie en alto. Pero es antes
de que me diesen el alta cuando ocurrió lo inesperado.
Una mañana vino a visitarme Angie. Supongo que sabía que por
las mañanas mi esposa trabajaba y mi niña estaba en parvularios, por lo que yo
estaba sólo. Al menos mientras las enfermeras no entraban para comprobar cosas.
El caso es que entró ella, y por una vez vestía especialmente discreta: ropa
amplia que ocultaba sus exuberantes formas, falda de vuelo que tapaba sus largas
piernas, gafas cuadradas y pequeñas que tapaban un poco sus brillantes ojos, y
el pelo en un moño mal hecho. Se podría decir que simplemente estaba guapa.
Llegó y tras los saludos y preguntas de rigor (que se que no
os interesan) comenzamos a charlar de modo algo más apasionado de nosotros y
esas cosas. Una enfermera entró, y luego otra, con lo que nuestra conversación
se veía interrumpida. Por suerte, mi cama no se veía desde la entrada, y al ser
un hospital privado era una habitación individual, por lo cual la maldad entró
en su cabeza.
Aprovechando que la segunda enfermera se fue, ella se
introdujo por un lateral de mi cama, bajo la sábana, y me levantó el faldón de
la batilla de hospital. Yo me quedé mudo de sorpresa ante el panorama, pero mi
pene reaccionó de muy otra forma. Un modo que ella recibió con una pequeña
risilla, segundos antes de comenzar a mamármela.
Yo no sabía si estaba en el cielo o el infierno. Si alguien
entraba, ¡no le iba a dar tiempo a salir de ahí sin ser vista! Pero, al mismo
tiempo, hacerlo en un lugar público tenía un morbazo increíble. Y la habilidad
de su lengua y de sus labios seguía creciendo. Era insuperable la cantidad de
sensaciones que era capaz de provocar en mi mientras yo me comía la olla. Y
estaba claro que yo no tenía voluntad de parar.
Justo segundos antes de que entrase la siguiente enfermera me
corrí gloriosamente, como pocas veces antes, y ella lo recogió todo en la
servilleta de mi comida. La enfermera entró y Angie justo salió de rodillas,
ocultándose tras la cama.
-¡Ah! ¡Aquí está! ¿Ves como te
dije que te habían traído una servilleta en la bandeja del desayuno?-
Me preguntó, y me dejó a cuadros, pues mostraba con una
sonrisa completamente inocente la servilleta doblada en varias partes donde mi
corrida estaba guardada. Tuve que reconocer que tenía razón con lo de la
servilleta para que la enfermera no sospechase, pero ambos sabíamos que en
realidad le estaba reconociendo que estaba ganando ella en nuestro juego. Habría
que hacer algo para cambiarlo.
Me llevaron a casa y allí estuve en reposo. Aunque se me pasó
por la mente llamar a Angie y aprovechar alguna de las mañanas juntos, la verdad
es que me sabía mal. Bastante le estaba haciendo a Lina y la niña (aunque no lo
supiesen) como para hacerlo en nuestra casa. Supongo que ella pensó lo mismo,
pues tampoco lo sugirió en ningún momento, y cuando tuvo que venir a finales de
mi convalecencia a revisar unos datos para dar unas órdenes sobre el proyecto de
investigación, no hicimos nada de nada. Bueno, salvo lanzarnos miraditas que
incendiarían los bosques.
Ese pacto de no usar nuestras casas quedó firmado entonces,
eran territorio vedado, fuera de los límites.
A mediados de Abril ya estaba libre de nuevo. Retomé mis
clases para tristeza de mis alumnos masculinos (que claramente preferían a mi
sustituta, Angie) y yo me sonreí para mis adentros al verlo. Normalmente, los
estudiantes son claros y transparentes como el agua, por mucho que crean que
están siendo enormemente sutiles y que los profesores no nos damos cuenta.
El caso es que a finales de Abril decidí que tenía que hacer
algo para empatar el marcador, o me enfangaría como siempre entre Mayo y Junio
con los exámenes, y luego el verano daría demasiada ventaja a Angie. Por lo que
la invité a pasar juntos una noche en una ciudad algo alejada de la nuestra, por
lo que tendríamos que quedar antes de lo habitual. Aceptó encantada, ya que
además aquella ciudad no la conocía.
Preparé de antemano todo y lo pagué con la tarjeta nueva que
había creado después de la segunda noche de hotel, una tarjeta de la cual mi
esposa no tenía noticia y a la que iba una parte de mi sueldo de las
investigaciones (y del cual, mi esposa no puede llevar control). Quizás fuera
paranoia, pero más valía ser precavido.
En cualquier caso, me encontré con ella en un lugar discreto
y neutral, y fuimos en mi coche de viaje. Eran varias horas, y en ellas hablamos
de trabajo, de planes, de futuro y de muchas cosas. Su tesis marchaba bien
además, con lo cual también nos dio mucha conversación. Nadie se imaginaría que
entre nosotros había algo. Bueno, quizás si, si veía cómo se había vestido ella.
Ya que teníamos toda la noche, le dije que la iba a llevar a un sitio bien, que
se vistiese lo más elegante posible, así que llevaba un vestido de noche largo y
rojo, ceñido a sus amplias formas pero discreto a la vez. Sobre él, un chal y un
collar igual de discretos, que tapaban ligeramente el amplio escote. Se lo había
comprado para una boda, y jamás lo había vuelto a usar desde entonces.
Y una vez llegamos a nuestro destino, ella se quedó con la
boca abierta. La ópera. Ella jamás había estado, y me había comentado entre
risas que siempre había querido ir.
-No creas que esto lo hago por impresionarte- le dije,
serio-, ya que sé que te tengo impresionada de sobra. Pero nunca te he hecho
regalos, ni nada que demuestre que… bueno, eso, que me pareció lo mínimo por
devolverte lo maravillosa que eres.-
-Tonto- respondió ella, que se inclinó sobre mi para darme un
leve besito.
La ópera, vista desde el palco, es como siempre fastuosa y
majestuosa. Os la recomiendo. Pero supongo que para este relato no os interesa.
Sino, buscad la trama de "Turandot", de Puccini, e imaginaros un buen montaje,
con buen presupuesto, vestuario, música y demás que narre su historia de amor,
su tragedia, los sacrificios, lo exótico, etc.
Después de la ópera nos fuimos a cenar a un buen restaurante,
una cena igual de deliciosa que transcurrió entre conversaciones sobre lo
maravillosa que había sido la obra y lo mucho que nos había gustado. Aunque con
diferencias, había algunos cantantes que me habían gustado mucho a mi, y a ella
menos y… bueno, os hacéis una idea.
Tras ello nos fuimos de copas, y a bailar. No soy un gran
bailarín, pero me defiendo al menos, y puedo mantener el ritmo y no dejarme ni a
mi ni a mi pareja en ridículo. Obviamente, no nos fuimos a una discoteca
cualquiera, sino a una bastante exclusiva, donde nos dejaron entrar simplemente
por cómo íbamos vestidos (y, supongo, por lo impresionante que estaba esa noche
Angie).
Comenzamos a bailar abrazados, pues justo entramos con una
lenta, y tras ello nos tomamos una copa. Varios tíos intentaron entrarle, pero
ella los rechazó con un simple arqueamiento de su ceja. Charlamos, bebimos, y
cuando volvió a sonar música que nos gustaba salimos de nuevo a la pista.
A medida que avanzaba la noche, el local iba llenándose más,
y más, y a los chicos del lugar les quedó claro que ella estaba conmigo. Aunque
no aguantaría ni media hostia de ninguno de ellos, la seguridad del lugar era
bastante alta, por lo cual no se atrevieron a nada, y se fueron a por otras
chicas (algunas de ellas también impresionantes aunque, al menos a mis ojos,
ninguna como Angie). Las copas se siguieron y cada vez estábamos más apretados
unos a otros. Aprovechando esto, colé una de mis manos por la raja de su
vestido, directamente bajo el frontal de sus bragas, mientras me inclinaba sobre
ella.
-¿Creías que lo del hospital no tendría venganza, preciosa?-
y le sonreí, como si fuera un villano de película. Un gesto que fue acompañado a
la entrada del primero de mis dedos en la zona sagrada, comenzando a acariciarle
los labios y apartando hacia un lado sus bragas.
Ella, sobra decirlo, me miró fingiendo cabreo, pero noté que
en realidad le divertía aquel gesto. Pensaba que no me atrevería realmente a
llevarlo más allá. Pero yo no me corté, y a unas caricias siguieron otras, y
otras, por incómodo que fuese acceder por un lateral, mientras danzábamos hacia
una de las esquinas de la discoteca. Juraría que al menos una o dos parejas se
quedaron mirándonos, inseguros de si realmente veían lo que creían ver entre los
flashes de luz. Y cuando llegamos a una columna, un dedo se coló en su interior.
Dos. Y comenzaron a moverse.
Se puso toda roja, mirando a su alrededor, mientras me
abrazaba, intentando ser discreta. Pero luego, decidió contraatacar, y comenzó a
gemir. No gritaba brutalmente, pero si lo suficiente como para que las parejas
de alrededor pudiesen quizás oír algo entre el ruido de la música, ya que
estábamos en una zona mal bombardeada por los baffles.
Yo me paré, helado, no sabía qué hacer. Y ella me sonrió
victoriosa, mientras se aproximaba para besarme, un beso de consolación. Pero yo
decidí que no, no me iba a ganar aquella mano, y moví mis dedos más
vigorosamente. Por supuesto, todo intento de disimular algo así era inútil, pero
ella se corrió rápidamente poco después, mirándome con incredulidad.
Esa noche, juntos en el hotel, después de follar a gusto,
charlamos como siempre hicimos, abrazados el uno al otro. De lo morboso que
había sido, y de lo mucho que nos había gustado hacerlo, en ambos casos, jugando
con lo público. Pero en lo cuidadosos que debíamos ser, pues no podíamos ser
descubiertos. Fue una conversación realmente tórrida, que duró un muy buen rato,
pero no se acercó en calor ni de lejos al polvo salvaje que la siguió, con ella
dándome la espalda mientras yo la follaba abrazado a sus tetas, y con nuestras
lenguas luchando la una contra la otra como espadachines de esgrima.
A partir de entonces, intentamos ensayar algunos juegos
pequeñitos en nuestra ciudad, en zonas donde no nos conociesen. Un típico magreo
de teta en el metro, caricias en las piernas en el bus si este iba muy lleno,…
el juego fue escalando. Pero nos dimos cuenta que los transportes públicos no
eran adecuados, pues los estudiantes viven dispersos y tanto ella como yo éramos
conocidos en la universidad.
Así que cambiamos de estrategia, y ascendimos de nivel el
juego. Pasamos a mamadas rápidas en un callejón, comidas de coño aceleradas
entre columnas poco visibles, y demás. Hasta que, un día, casi nos coge la
policía. Imagínense, un profesor reputado de universidad, y una preciosa
estudiante terminando su doctorado, con él comiéndole el coño a ella en un
callejón.
Pero esa vena seguía existiendo, por mucho que durante un mes
la ignorásemos y recurriésemos a los habituales hoteles.
Sin embargo, no hubo tiempo para más: llegaron los exámenes
y, con ellos, el verano. Seguimos en contacto por su tesis, y por el proyecto
que entregamos en Julio, pero obviamente el mail no daba para más juegos. Su
tesis también estaba muy avanzada, y ella comenzaba a pensar en presentarla en
navidades.
Yo, secretamente, lo temía. Es cierto que si le conseguía un
lugar en un departamento, en teoría su contrato seguiría vigente de por vida,
pero no quería recurrir a ello. Y dejar de verla como hasta ahora me daba
vértigo. Amaba a Lina, y cada día del verano me lo recordó, pero Angie también
era una parte igual de importante de mi.
No sólo por el sexo, que era fantástico, sino por las
conversaciones, las discusiones, los planes. Ella podía igualarme en campos
donde mi esposa, por haber estudiado otra carrera, no podía seguirme. Mi esposa
era una de las directoras de un importante museo de la ciudad, pero no podía
debatir conmigo de relaciones internacionales, del funcionamiento del mundo, y
de tantas cosas. No, al menos, al nivel que Angie podía.
Quizás me sería más fácil prescindir del sexo alocado y
apasionado con mi amante, que de las conversaciones que tenía con ella y todo lo
que compartíamos. ¿Eso es lo que define una amistad? ¿Un amor? No lo sé, pero
defina lo que defina, a mi se me aplicaba.
Llegó Septiembre y yo con un nudo en el estómago. Ella no
vino, como siempre, hasta después de los exámenes, y cuando la vi no paramos de
hablar, de discutir y planear. Y, por supuesto, después no paramos de follar, de
besarnos, de acariciarnos, y de recuperar tres meses en que nuestros cuerpos no
se habían visto. Pero, quizás lo mejor de todo ello fue cuando, ya desaforados
nuestros cuerpos y mentes, pudimos finalmente dormirnos juntos y abrazados en la
cama.
A partir de Octubre retomamos nuestras locuras, pero
subiéndolas al siguiente peldaño. Supongo que todo empezó un día que mi esposa
estaba de viaje y mi niña estaba con sus abuelos como todos los viernes. Así que
yo estaba libre para estar con Angie.
Era de noche, y paseábamos por una zona poco céntrica cuando
ella me miró pícaramente. Empujó un portal y se abrió, supongo que ella habría
notado que estaba mal cerrado. Entró trotando y, mientras se abría la camisa, me
dijo jocosamente:
-Hazme tuya, machote, ¿o no hay huevos?-
Ella sabía que yo normalmente no entraba en ese tipo de
juegos, pero ver aparecer su sujetador negro era una llamada mucho más
importante que su broma. Así que me colé dentro y avanzamos corriendo hasta el
fondo del pequeño pasillo, que tenía una puerta de mantenimiento que debía dar,
supongo, a la maquinaria del ascensor. La levanté por su culo y la aplasté
contra dicha puerta, sólo tenuemente iluminados por la luz exterior.
-Tengo huevos para eso, y para lo que te voy a hacer ahora,
nena- le dije, fingiendo voz de tipo duro de película barata.
Y comenzamos a besarnos, una y otra vez. Obviamente, no
tardamos tanto en preliminares como nos gustaba, ya que estábamos en un sitio
donde bien podían descubrirnos, de modo que me bajé la cremallera mientras ella
apartaba sus bragas. Y toda hasta el fondo a la primera, mientras yo me
apoderaba de uno de sus pezones, que asomaba por encima de la copa bajada de su
ropa interior. Nos besamos, acariciamos, y gemimos, pero sobretodo follamos.
Rápidamente y a fondo, pues la situación lo exigía, pero la verdad es que el
morbo hizo lo demás.
Para cuando salimos del portal, con la ropa de nuevo
arreglada y en su sitio, reíamos como críos que habían hecho una travesura. Pero
el brillo lujurioso de sus ojos y la humedad que yo acababa de probar de su boca
prometían que la noche no acababa allí. Por el contrario, acabó como siempre en
un hotel, donde estuvimos hasta muy tarde dándonos todos los preliminares que en
el portal no habíamos podido tener, y rememorando todos los momentos, como
cuando se había encendido la luz porque el detector de movimiento nos acababa de
pillar de casualidad.
A lo largo de ese año, follamos en alguna azotea, en algún
otro portal, y en sitios algo más raros pero donde no nos molestasen. Todo sea
dicho, en dos ocasiones fuimos pillados: en una por unos adolescentes que
volvían de fiesta borrachos y que se quedaron tan sorprendidos por ver a un
pivón como Angie semidesnuda en su portal que no hicieron nada mientras salíamos
corriendo entre risas, y en otra por unos abuelos que nos abroncaron
enormemente.
Sin embargo, llegó Diciembre, y con él su examen de tesis. Se
juntó el tribunal, expuso y defendió el trabajo y, como era su marca, el Magna
Cum Lauden fue suyo. No tuvimos tiempo para estar solos en todo el día, ni antes
para darle un besito de confianza como la vez anterior, ni en medio de una
fiesta donde ella fue la homenajeada, como es natural. Lo único que logré, poco
antes del examen, fue agarrarle la mano educadamente (al fin y al cabo estaba su
madre delante y mirando) para inspirarle confianza. Ella, sin embargo, logró
meterme una notita en el abrigo cuando le di el abrazo de despedida y me marché.
Casi no me di cuenta de su existencia, pero al quitármelo cayó al suelo y por
poco no lo vio Lina.
"Mañana festejamos esto como Dios manda, en mi apartamento.
Angie".
Juraría que antes de su nombre había una T o una Q, o algo
así borrado y tachado. Pero quizás fuesen cosas mías.
Huelga decir que, al día siguiente, estaba allí como un
reloj, y con un nudo en la garganta como nunca antes. Nunca habíamos violado la
santidad de las casas que compartíamos con nuestras parejas, ¿querría sólo
hablar? ¿O iba a cambiar de nuevo las reglas? No lo sabía, pero mientras
esperaba al ascensor, no podía dejar de pensar que algo no iba bien. Nada bien.
Fatal.
Me recibió vestida como siempre, con su amable sonrisa, y me
saludó como "Profesor Luna", algo que no hacía nunca que estábamos solos. ¿Tan
mal iba la cosa? El nudo de la garganta a penas me dejaba respirar. Pero ella lo
deshizo cuando, tan pronto cerró la puerta, me dio un beso de tornillo tan
impresionante que hubiera soltado todas las vigas del edificio. El sabor de sus
labios, la humedad de su lengua, la entrega de sus ojos cerrados… todo deshizo,
como un rayo, mis dudas.
-Ya era hora de que vieras mi casa, ¿no Cesarón?-
Asentí, recuperando la compostura y el aplomo. Y la seguí
mientras ella, con aparente inocencia, me iba enseñando una habitación tras otra
de su apartamento de soltera, como siempre lo llamaba. La cocinita pequeña pero
moderna, el salón cuco y bien aprovechado, el baño limpio, y el dormitorio… allí
ella entró hasta su cama y se sentó sobre ella. Lentamente, uno y otro de los
botones de su camisa fueron cayendo, mientras ella me decía:
-Una tesis merece una celebración más… adecuada.-
La camisa cayó sobre el edredón, mostrando sus dos más que
amplios reclamos, encerrados en una prisión de tela negra elegante, justo como a
mi me gusta. Yo, por supuesto, estuve de acuerdo en celebrar tan alto mérito de
aquella forma.
Me lancé sobre ella como un depredador risueño, y me la comí
a besos. Uno, y otro, mientras con mis manos siempre le iba quitando las
diferentes prendas que le quedaban sobre su cuerpo, como a mi me gustaba: osea,
que las prendas eran una excusa para acariciarla por completo. Con suavidad o
energía, la falda, las medias, los zapatos, el sujetador y las bragas fueron
desapareciendo, mientras yo me deleitaba con el sabor de sus labios, sus orejas
y su cuello. Ella no se quedó corta, y en igual medida me iba quitando la ropa a
mi, mientras me besaba en los hombros e intercambiaba incluso algún
mordisquillo, que inmediatamente yo le perdonaba cuando me miraba con cara de
diablesa.
Agarrándola suavemente de uno de sus hinchados y rosados
pezones, la hice reclinar, y me dediqué a comerle el coño como hacía tiempo que
no hacía. Quizás por el morbo del lugar, o por el tabú roto, pero me esforcé
completamente, arrancándole un orgasmo a base de lamidas y besos, mordisquitos
suaves y caricias, dedos exploradores y clítoris amados. Se corrió en mi cara
con más jugo del habitual, lo cual me confirmó que ella también estaba
especialmente excitada aquel día.
Con fuerza y energía, se puso en pie y me tumbó a mi,
dispuesta a devolverme el gesto, pero yo me resistí, y la abracé contra mi,
comiéndome sus labios con desesperación. Quería durar más después, quizás
hacerlo más de una vez. Así que la agarré del culo y la llevé contra la mesita,
donde deseaba hacerla mía.
-No… no- respondió ella entre gemidos-, estamos demasiado
cerca… de la ventana.-
Ni me había fijado en la ventana, así que le di la vuelta y
la apoyé con suavidad pero firmeza contra el armario. Con sus piernas rodeando
mi cintura me introduje en ella, escuchando sus gemidos directamente suspirados
en mis oídos según progresaba en su interior. Al fin y al cabo, aquel día no
podíamos hacer ruido si queríamos que los vecinos no se enterasen, que en este
país las paredes entre pisos también son de papel.
Comencé a embestir mientras me comía su cuello como si fuese
un vampiro, y sus oídos como si fuesen un manjar. Ella, mientras, me arañaba la
espalda con suavidad, pero de modo que notase claramente las uñas. Estábamos
fuera de control. Luego la deposité en el suelo y, desde detrás, comencé a
internarme en sus húmedos interiores. No se si ella se dio cuenta o no, pero
había un espejo cerca: yo no podía ver reflejado más que el interior de su
armario, pero ella sí debía ver algo si miraba en esa dirección.
Me corrí poco después de verla arquear la espalda, como
siempre, sin condón como era habitual pues ella tenía la píldora sobre la
mesilla de noche. Había empezado a usarla poco después de que nuestras
incursiones sexuales se volviesen habituales, y aunque al principio sus cambios
hormonales eran raros, ahora se agradecía. Follar sin condón no tiene ni punto
de comparación.
Caímos destruidos sobre la cama. Recuperando el aliento entre
carantoñas y mimos, entre besitos, caricias y abrazos. Yo me hundía entre su
pelo cuando, de pronto, me dijo con una voz apasionada y más caliente.
-Estrena mi culo, te corresponde a ti. Se que según el
contrato aún no me has encontrado hueco en el departamento, pero no se si te
llegará virgen si no lo tomas hoy.-
Yo la miré, sorprendido. Así que su novio había estado
insistiendo en estrenarle la vía trasera, y de ahí todo. Asentí, mientras me
levantaba, y me miró entre sorprendida, decepcionada y descolocada.
-Voy a por un par de cosas; harán falta unas buenas lociones
para que no te duela, y quiero asegurarme de que tenemos todo. No tardo nada, no
te me enfríes.-
La verdad es que esta parte del contrato nunca había pensado
en ella, me di cuenta mientras terminaba de vestirme ante los ojos sorprendidos
y quizás agradecidos de ella. Salí rápidamente a la calle, sin saber muy bien
qué hacía falta. Yo nunca lo había hecho por allí, y la única experiencia que
tenía al respecto era lo leído y visto en películas y relatos porno, en general
ambas fuentes bastante poco fiables. Por suerte, uno siempre tiene un amigo de
un pasado… digamos que movido, que puede responder a estas dudas.
Conseguir todo lo que me dijo me llevó más de lo esperado,
pues no encontraba algunas de las cosas en las cercanías del piso de Angie, pero
finalmente regresé. Antes de timbrar tuve que pararme y tomar aliento. El nudo
regresaba, aunque más por la responsabilidad de que algo así saliese bien que
por miedo o inseguridad. Quería que no sufriese, que lo disfrutase, y quería que
fuese especial. Ya, ya sé que son las típicas ñoñerías que dicen los
quinceañeros respecto a perder la virginidad… y, sin embargo, en cierto sentido,
yo sentía que eso era lo correcto. De una forma más madura, sin tanto color
rosa, pero debía ser así, al menos en la medida de lo posible.
Unos minutos después estaba frente a su puerta, y ella me
abrió. Yo llevaba dos bolsas del supermercado de abajo, que había conseguido
antes de ir a por lo demás, de modo que el vecino que salió no sospechó nada
acerca del contenido "especial" que había en ellas.
Me acerqué a Angie que me miró con cierto temor, pero yo sólo
le di unos besos tranquilos, y tranquilizadores, mientras la abrazaba.
-La ropa de la cama la vas a cambiar, ¿no? Porque digamos que
igual la ensuciamos un poco…-
-Si, si, tranquilo- respondió ella, pero todavía había algo
de temor en su voz.
Intenté aparentar calma mientras dejaba las cosas en el suelo
y la tomaba en mis brazos. Un beso tras otro, pero ella seguía sin estar
tranquila, hasta que la dejé en la cama. Claramente se había enfriado, y no me
extrañaba con lo que había tardado en encontrar las cosas. ¡Me había enfriado
hasta yo! Así que de nuevo comenzamos los juegos preliminares, los besos, los
abrazos, las caricias.
Y, lentamente, fuimos ganando en calor. Sinceramente, era
imposible que no me pasase teniendo a tal bellezón entre mis brazos, y me
gustaría creer que a ella le pasaba igual conmigo. Un beso tenue, una lamida, un
mordisquito, y de nuevo las manos comenzaban a volverse locas y a explorar una y
otra vez el territorio tan deseado. Sus pechos reaccionaron rápidamente
hinchando sus pezones de sangre, y yo lo acrecenté besándoselos y mordiéndoselos
con suavidad a través de mis labios. Y sus gemidos, finalmente, se oyeron como
música para mis oídos. Pero no me llegaba, me lancé sobre su clítoris y su
vagina y, con un poco de perseverancia, le arranqué su tercer orgasmo de la
tarde-noche. Ciertamente, me costó más de lo que era habitual, pero llegó.
Entonces regresé con las cosas del salón, y extraje los dos
aceites que me habían recomendado, dejando las cosas "por si acaso" cerca pero
fuera de la vista en principio. Embadurné su entrada trasera simplemente dejando
caer líquido, y luego, lentamente, introduje un pequeño consolador destinado a
este fin. Ni siquiera tenía muy claro que estas cosas existían antes de hoy.
Ella me miró, con los ojos vidriosos, pero no dio señales de dolor. Al menos, no
del físico. Estaba determinada y decidida, pero notaba que algo en su alma
moría.
Así que paré, con el consolador dentro de ella, y di la
vuelta hasta quedar frente a ella. Desnudo como estaba, le entregué otro juego
completamente nuevo de las mismas cosas.
-Te lo he dicho, no eres mi puta. No es que me apetezca ser
sodomizado, para nada, y los tabús entre los hombres con los temas de la
homosexualidad son mucho mayores como seguro que has estudiado. Pero no te haré
nada a ti, jamás, que no esté dispuesto a pasar por ello yo mismo. Y esto no es
una excepción.-
Le entregué las cosas mientras me daba la vuelta y me ponía
en cuatro. Había hablado con un aplomo que estaba lejos de sentir, con una
seguridad que no creía que poseyera. Pero, desde luego, su mente y su
personalidad valían mucho más que cualquier sacrificio. Si ella creía, por la
razón que fuese, que debía pasar por esto, yo haría que no fuese humillante para
ella. Y esta era la única forma que se me ocurría.
Sin embargo, jamás llegó el contacto. Me volví, sin tener
nada claro, y la vi sollozando, pero sonreía al hacerlo. Una sonrisa preciosa.
Extraña, viva, a medio camino entre todas partes, y a la vez en todas ellas. Me
di la vuelta y la abracé, besando cada uno de los regueros con suavidad y
cariño, limpiándola de todo ello. Y, tras ello, besándola en la boca, que
desapareciese el sabor del dolor, del miedo y de la humillación con la unión
entre uno y otro.
-Estoy lista- me dijo, con una sonrisa amplia que temía no
volver a ver-. ¡Y no creas que te voy a poner tan fácil cambiar de acera!-
Su chiste, tonto y poco gracioso, me pareció lo mejor que
había oído en mucho tiempo. La besé de nuevo, un beso profundo, dedicado,
entregado, un beso de amor. Y ella me lo devolvió de igual manera. En aquel
momento, le hubiera dicho que sí a cualquier cosa que me pidiese.
Pero tras estar unos segundos así, ella misma se volvió a
poner en cuatro y yo retomé mi posición original. Pero dejé la otra copia de los
juguetes de su mano, por si cambiaba de opinión, junto con el pequeño manuscrito
que me había hecho con las instrucciones. Sin sorpresas.
El consolador se había salido ligeramente de su sitio, pero
había logrado dilatar el ano en cierta medida. El resto podía hacerlo con los
dedos, como me habían dicho que era mejor, y más placentero (al menos, según mi
amigo, no tengo con qué comparar). Un dedo primero, completamente embadurnado de
loción para menor roce. El fondo, menos dilatado, fue complicado, de modo que me
paré, besándole las nalgas mientras esperaba que lo aceptase, acariciándole las
piernas con mi otra mano. Luego otro dedo, y a repetir el proceso, aunque llevó
más tiempo. Su respiración se aceleraba al notar entrar el segundo dedo,
profunda y rápida, mientras su frente de nuevo se perlaba de sudor, pero su
sonrisa aún se podía ver de vez en cuando, y el miedo había desaparecido de sus
ojos.
Finalmente, me puse en pie tras ella, y comencé a penetrarla,
muy lentamente. Avanzando, pasito a pasito, y parando. Dejando que se
acostumbrase a tenerla dentro. Notando como las lociones reducían el roce de un
ano enormemente ceñido a mi polla. Como su culo parecía hecho a medida para mi.
Finalmente, apoyado sobre él, alcance el final del trayecto. Estaba ensartada.
Estuve un buen rato parado detrás de ella, asegurándome que
no le dolía. Acariciándola, dándole mimos, y besándola en la espalda.
Finalmente, comencé el retroceso, lento y pausado, seguido por una nueva entrada
del mismo estilo. Y una y otra vez. Fuimos ganando ritmo y, discretamente al
principio, ambos comenzamos a gemir. Una de mis manos avanzó por debajo de ella,
alcanzando su coño, y comencé a masturbarla, incrementando su placer. Pero
aquello apretaba demasiado, y yo no era demasiado veterano.
No mucho después, me corrí en su interior, llenando su culo
de mi semen hasta el final de los no se cuántos metros de tracto intestinal.
Entrando y marcando donde ningún otro hombre había estado. Sintiéndola entregada
a mi hasta donde ella nunca lo había hecho. Y yo, con ella. Mientras me salía de
ella comenzamos a abrazarnos, y darnos una infinidad de mimos, besitos y demás.
Era consciente de que ella no se había corrido, de modo que bajé a su clítoris y
terminé el trabajo como no había podido hacerlo desde detrás, llevándola a un
nuevo orgasmo sobre su cama.
Finalmente, nos abrazamos. Y vi una lágrima deslizarse por su
mejilla. No lo entendí. Al menos, no inmediatamente.
-Me voy a casar, en dos meses. Esta… esta será nuestra última
noche. Puedes hacer conmigo lo que quieras, cuantas veces quieras, pero cuando
salga el sol habrán de separarse nuestros caminos. Al menos, este tipo. Sé que
te prometí con el contrato que sería de por vida si me conseguías un lugar en el
Departamento, y comprenderé si no lo haces, pero… te pido que… que dejes eso
atrás y perdones una promesa cuyas consecuencias… no entendía.-
Ella comenzó a llorar suavemente.
-Podemos, cariño, podemos hacer lo que queramos. Y sabes de
sobra que el contrato nunca sirvió de nada. Sé feliz, que es lo que importa.-
La miré y nos besamos, tranquilamente, como los primeros
besos robados. Como reconociéndonos. Esa misma noche lo hicimos cuatro veces
más, una de ellas por detrás que salió mejor. Pero, en todas ellas, hicimos el
amor. Incluso cuando tenía su ano ensartado y sus cántaros en mis manos,
nuestros labios se hablaban otro idioma el uno contra el otro.
Pero ella había ganado. Punto.
Juego. Set. Y Partido.
Como se titula la canción de Foreigner, "Love Isn’t Always on Time".
*********************
Hasta aquí llega la carta tal como ella la leyó en la noche
de su boda. Fue mi regalo secreto, oculto dentro del regalo real. Ella subió las
apuestas a nuestra partida con un marido y una retirada, yo las subo metiendo
los sentimientos.
He estado buscando un lugar para ella en el Departamento, y
lo he conseguido tras bastantes esfuerzos: un favor debido aquí, sus notas y
expedientes por allá, y unas promesas más allá hacen milagros en el politiqueo
de la Facultad. Nos vamos a estar viendo mucho los dos, aunque sea como
compañeros.
Quizás haya que volver a empezar con los besos robados, las
miradas incandescentes, las caricias furtivas. De ahí a lo siguiente, avanzando
paso a paso por su contrato. Al fin y al cabo, estamos hechos el uno para el
otro, y ¿acaso hay algo más excitante que dos mentes que se complementan, dos
cuerpos que encajan, y dos maridos/esposas engañados?
Hablando de Lina, me consta que desde hace cinco meses ella
también tiene una aventura con un compañero del museo. Sólo sexo, se supone.
Nuestra vida familiar es excelente, y ambos somos más felices que nunca.
Independientemente de que mi jugada funcione con Ángela o no, no voy a decirle
nada a Lina. Que ella disfrute de lo prohibido. La amo, y ella me ama a mi, un
poco de salsa en la vida va bien. Y si sufre mucho por las dudas y las cosas que
surgen, como a mi me ocurrió en ocasiones, le diré que todo está bien, todo, y
que esté tranquila.
Como conclusión, pues, Ángela estuvo dispuesta a convertirse
en la puta de un profesor para poder alcanzar sus sueños en la Universidad. Yo
estuve dispuesto a caer en un juego morboso pese a que estaba prohibido. Creo
que ambos nos hemos quemado, y conseguido mucho más de lo que esperábamos. ¿Amo
a Ángela? No lo sé. No es el amor que tengo y tuve por Lina… pero, ¿Quién dice
cómo es el amor? Yo sólo se que nunca dejaré escapar a ninguna de las dos, igual
que espero que ellas no me dejen escapar a mi. Yo las necesito, y espero que
ellas me necesiten. Ellas me complementan, y yo las complemento. Siento cosas
por ellas, y ellas por mi. ¡Y desde luego me la ponen dura, ambas! ¿Eso no es
amor? ¿Hace falta ver el mundo rosa? ¿O acaso el amor adulto se puede basar en
confianza, en respeto, en apoyo, en soporte, en pasión, en entendimiento, en
compartir cosas, en construir futuros, en aprender…?
No tengo las respuestas, pero espero poder aprenderlo con
ellas dos. De un modo, u otro.
Este relato fue escrito el 5 de Enero de 2011.
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