Un Débil Amanecer 3: El Navío de Otros Tiempos

III:

No debería presentarme aún, pero supongo que una eternidad de existencia no me ha enseñado paciencia para según qué cuestiones.

Yo soy aquello que te mantiene despierto por la noche, los ojos clavados en la negrura de tu techo, atento al sonido más mínimo que delate al peligro que te acecha. Lo que se mueve invisible por el rabillo de tu mirada. Soy el monstruo escondido en el armario, el sonido de la cuchilla en el callejón olvidado, el espectro de las bombas cayendo desde el cielo. Soy lo que hace que busques refugio en el fondo de la cueva y reces a tus pequeños dioses cuando caen rayos y resuenan los truenos.

Soy la línea mal escrita de tu texto sagrado que te lleva a la hoguera. Soy el pecado que escondes en la parte más recóndita de tu alma, demasiado asustado para reconocerlo. Soy la sombra del miedo, del deseo, del odio, del rechazo. Soy lo que hace que tu estómago se cierre ante la presión y la incertidumbre. Soy la mentira que escapa de tus labios y daña a los que quieres, la venganza mortal desatada por una ofensa mínima, el beso  apasionado que hace que el marido fiel rompa sus votos.

Soy la oscuridad que habita entre las estrellas, más allá del pálido círculo de fuego de tus hogueras y campamentos. Soy atemporal e indestructible, porque no me encuentro fuera de ti, sino que anido en los resquicios de niegas tener en tu interior. Soy la parte de ti que ocultas con máscaras y sonrisas cínicas, aunque te despiertes gritando en la noche al recordar mi susurro.

Porque yo soy tu, y tu vecino, y la vendedora de la esquina. Y todo lo oscuro, negro y terrible que escondes en tu alma. Por mucho que el Profeta Zebulon te advirtiese contra mi, tu pecado es tan parte de ti como tus virtudes.


 

3: El Navío de otros tiempos

En aquella mañana, el salón del desayuno era un caos de sirvientes entrando a traer los distintos platos mientras los miembros de la familia Castillo discutían las noticias que habían llegado con la noche. Mientras Clarra protestaba por enésima que no quería fresas sino cualquier otra fruta de mayor sustancia, Lisandro escuchaba a su madre con gesto contrariado. La Señora de la Casa hablaba con fiereza y pasión, sus ojos centelleando con energía que hacía tiempo que no se le veía.

-¡Son monstruos y herejes! No se puede hablar ni negociar con ellos y punto. Como dicen los Evangelios del Profeta: “los más oscuros de los pecados se reflejan en el alma pero también en la faz”. Y me has dicho que ese Comandante es monstruoso, lo cual demuestra que su alma lo es también. ¡Inaceptable!-

-Madre, estamos entre la espada y la pared. Las horas transcurridas desde su llegada han permitido que el Oculator de la Espada de Lorrena obtenga nueva información de la nave, más detallada. Es una fragata, con tecnología de la Segunda República. La mayor parte de la tripulación de nuestra fragata ha sido entrenada por Baudias pero nunca ha visto combate, y mis Licaones disfrutan de su descargo tras las batallas de Hira, dispersos por todo Haven. No podemos enfrentarnos a una nave superior en tecnología, completamente tripulada y con un entrenamiento desconocido. Además, Madre…-

-Además nada, Hijo, es una cuestión de fe, no de pragmatismo. Nuestras almas se las debemos al Pancreator, él provee por todos y el bienestar de nuestra estrella depende de no cometer más pecados. Ni nos aliaremos, ni negociaremos, ni protegeremos, ni ayudaremos a unos republicanos, marcados por los más terribles de los pecados.-

-Madre, he estado reunido con el banquero ayer durante todo el día y pocas soluciones encontramos a las deudas que hemos contraído. Y las que existen no os van a gustar, pues incluyen cosas como vender el automóvil, legado de nuestra fundadora.-

-¡Inaceptable! ¿Quiénes se creen estos banqueros que son? ¡Gremiales, ni más ni menos, no son de la nobleza! No tienen honor ni estatus como para exigir nada, ¡los Castillo somos una antigua y noble Casa, no nos doblegaremos ante nuestros inferiores!-

La Marquesa golpeó con firmeza la mesa, haciendo que las copas y platos de cerámica tintineasen con el movimiento. Sus nietos, sorprendidos por todo lo que estaban viendo, observaban con ojos abiertos todo, intentando darle sentido a aquella escena inaudita. Fue la voz de la heredera de la Casa, Lethycia, la que rellenó el silencio que dejó el exabrupto de su madre. Aunque lo hizo con su característica voz suave, también lo hizo con firmeza, tratando de reencauzar la situación y la conversación hacia un destino más positivo.

-Madre, los Castillo somos una Casa que ocupa una luna de escaso valor, endeudados con uno de los mayores gremios que posee una armada capaz de enfrentarse a cualquiera de las grandes Casas, mucho más con la nuestra. Debemos encontrar una solución a esta situación, pues fue tu decisión entrar en esta deuda para que nuestra Casa tuviera una fragata cuando la anterior fue destruida. Madre, debemos ser flexibles y buscar una oportunidad, no dejar que nuestro orgullo nos ciegue y lleve a la ruina. Además, el Profeta habla a menudo de ser generoso con quienes necesitan ayuda, ¿verdad?-

A Lisandro no se le escapó que, a su manera, le estaba apoyando, y se lo agradeció con un gesto de la cabeza mientras su Madre respondía. Solo Clarra permanecía ajena a todo esto, indiferente al destino de la Casa, solo pendiente en cortar indolentemente los melocotones que los sirvientes le habían traído.

-¿Y qué queréis, que les recibamos con honores en nuestro hogar y aceptemos sus monstruosas caras en nuestros salones, como ya hicimos con los banqueros? ¿Es eso lo que proponéis? ¿Qué otorguemos dignidad a quienes no la merecen?-

-Madre, Hermana y yo tan solo proponemos que les escuchemos y ganemos tiempo. Buscaremos una estrategia, quizás podamos abordar su nave y tomarla mientras están aquí sus líderes siendo recibidos. Una nave como esa merecería un valioso rescate sin duda, capaz de saldar nuestras deudas. Mas para cualquier estrategia necesitamos información; estamos trabajando en ello pero necesitamos vuestra aprobación para poder poner en marcha una recepción esta tarde cuando lleguen a nuestra órbita, que permita mantener las apariencias de decoro y reunir los conocimientos que necesitamos para tomar la decisión correcta.-

Con desaprobación, la Marquesa se alzó de la mesa y abandonó la sala, ante la estupefacción de los pequeños nietos que no entendían lo que ocurría. Pero para sus hijos, que la conocían bien, sabían que su silencio era lo más cerca que iban a estar de aceptar la propuesta. Era suficiente para poner en marcha la recepción, y pajes y sirvientes fueron enviados a los representantes adecuados para informarles de ello.

 

 

 

La calle estrecha serpenteaba hasta la entrada que el detective estaba buscando. Lisandro le había encargado buscar información sobre un planeta perdido llamado Varadim y aquello era mejor que buscar esqueletos en el armario del banquero, una ruta que seguía sin arrojar ningún resultado. Así que una investigación alternativa era un bienvenido cambio, que podía traer algo de dinero y con ello, permitirle comprar un pasaje fuera del planeta. Y si había información sobre un planeta perdido hacía mil años en Haven, era en la antigua biblioteca del Monasterio de San Forrester.

Este era un edificio muy antiguo, algunas leyendas afirmaban que había sido construido por los primeros colonos de Haven, milenios atrás; aparentemente, en el principio estuvo dedicado a religiones y deidades olvidadas, hasta que a Safe Haven llegó San Forrester y, con su dedicación y sacrificio, convirtió a los habitantes de la luna a la verdadera luz del Pancreator. Con los siglos, el monasterio había sido eclipsado en importancia por la Catedral del Alma Reflectante, también llamada como el santo en honor al mismo, pero el edificio seguía siendo respetado y querido. Y mantenía entre sus antiguas paredes revestidas y decoradas con antiguas imágenes, la mayor biblioteca de toda a luna.

En la entrada, Ur-Tarik fue recibid por un silencioso monje, que revisó la documentación que daba acceso al alienígena a aquel recinto sagrado. Estaba claramente disconforme con todo aquello, pero no se opondría al mandato de los señores de la luna por muy en desacuerdo que estuviese. Con un silencioso cabeceo, lo guió por los pasillos en dirección a la biblioteca, una colección de libros mohosos y polvorientos que nadie leía ya, con un lector de esencias en un lado para los textos más antiguos que requerían de lecturas digitales. Llevaba tantos años sin ser usado, que probablemente sus antiguos espíritus máquina serían incapaces de atender a las demandas de ningún usuario nunca más.

El monje le dejó frente al catálogo de volúmenes que listaba todos los pergaminos y códices incluidos en la biblioteca. Un aparatoso texto de cientos de páginas, cuidadosamente transcrito a mano por los amanuenses del monasterio, que lo mantenían actualizado con las escasas adiciones que se producían a la biblioteca.

Con un suspiro de frustración, Ur-Tarik tomó asiento frente al volumen. Tenía muchas horas de lectura por delante, en busca de rastros e indicaciones en los libros de cuentas, de comercio, en mapas antiguos o lo que pudiese encontrar. Y esperar con ello reconstruir algo de lo que una vez fue un sistema solar llamado Varadim.

 

 

 

-Mi querida Señora, me alegro de que me hayáis llamado con tanta prontitud ante una situación tan dramática para vuestra alma. Lo que me acabáis de contar sin duda es preocupante para el bienestar y pureza del espejo que refleja la luz divina desde el Empíreo.-

La voz suave del Arzobispo Panache, aterciopelada, caía como un bálsamo sobre los oídos de la Marquesa. Estaban sentados en un pequeño salón del castillo de la familia, una habitación cómoda y bien acondicionada, donde se empezaban a encender las iluminaciones artificiales. Haven pronto se encontraría a la sombra proyectada por el gigante planeta en torno al que orbitaba y, con ello, se producirían varios ciclos de oscuridad seguidos.

-Eso es lo importante Reverendo Padre, sin la guía del Pancreator no podremos hallar paz y salvación en el mundo que nos espera a todos al final.-

-Por supuesto, mi querida dama, y además nos encontramos frente al más terrible de los pecados. La antigua República era un espacio de falta de fe, de decadencia, de pecado y corrupción. De caída y pérdida moral y de rumbo, de ceguera y de obsesión por tecnologías que alejaban a las personas de las cuestiones espirituales, encerrándolos en prisiones de placeres y amoralidad. La República no solo fue un terrible gobierno sino que su decadencia condenó a los soles a su enfriamiento pues fue un tiempo presidido por el más terrible de los pecados: la Apostasía, el ateísmo, la no creencia en el Altísimo.-

Cayó el silencio en el pequeño salón ante la mención del más alto de los Pecados, su oscura sombra proyectándose sobre los contertulios. Pues aunque el tono de voz del hombre era suave, su tono firme transmitía la gravedad y el peso que tenía un pecado por el cual un alma se volvía totalmente opaca a la luz divina, incapaz de reflejar ni un poco de la magnificencia del Empíreo, condenada a la eternidad de oscuridad.

-¿Y qué debemos hacer, Reverendo Padre?-

-“Al que duda, se le educa. Al decidido y reincidente se le castiga. Al que niega Su existencia, solo la hoguera le espera”. Esas fueron las palabras del XXIV Patriarca en el Concilio de Roma. Siguen siendo parte central del dogma de la Inquisición, mi querida señora, y siguen siendo la luz que ilumina allá donde reina la oscuridad.-

El Santo Oficio era palabras mayores. No había inquisidor en Haven, nunca había hecho falta, los pequeños pecados locales bien podían gestionarlos los miembros de la Iglesia desde sus púlpitos en las distintas capillas y santuarios de la luna. El tribunal inquisitorial más cercano se encontraba en Sutek, involucrado en la búsqueda de los herejes y apóstatas que estaban enfriando aquel sol con sus pecados.

-No podéis estar hablando en serio, Reverendo Padre, el Santo Oficio no ha pisado Haven en siglos y no creo que sea necesario de momento. Estoy segura de que vuestra fe y guía será más que suficiente para impedir que el pecado de los extranjeros se infiltre en las almas de los fieles.-

El Arzobispo se encogió de hombros ligeramente, su sonrisa ladina ligeramente visible bajo la luz de las lámparas. Por su parte, la Marquesa se mostraba flexible pero también vulnerable, la perspectiva de la condenación para ella o su gente era demasiado terrible.

-Sin duda podría encargarme de ello, pero necesitaría… poderes especiales, mi Señora, para poder revisar a toda la congregación y controlar con quienes se reúnen con estos… impuros. De este modo podría asegurar que sus almas siguen siendo reflectantes pese a la influencia de esos extraños, y que se encuentran con el confort y cuidado necesario para superar sus dudas e inseguridades.-

-Oh, eso sería excelente, Reverendo Padre. Cuidad bien de la congregación y tendréis vuestros poderes especiales.-

Y Panache se reclinó en su asiento con una sonrisa, removiendo suavemente la taza de te de sus manos. Siempre había pensado que ser nombrado Arzobispo de Haven era un castigo inadecuado por sus pasadas… indiscreciones. Pero ahora le ofrecía una buena oportunidad, si conseguía encajar bien las piezas del tablero podría encargarse de evangelizar un planeta de herejes, ganando con ello influencia y poder y un Arzobispado en una diócesis de importancia o quizás incluso un cardenalato en Sancta Terra. Y manejar a aquella mujer era la clave para poder cumplir sus sueños, bastante prolongado había sido su martirio y encierro en aquella luna olvidada por todos.

 

 

 

En uno de los despachos de la fortaleza, Lisandro se reunía con Seth, ambos dejando de lado su conversación de los días pasados para tratar las nuevas noticias. Pues la llegada había cambiado el tablero de juego y el Caballero necesitaba evaluar dónde caerían los intereses del banquero, si acaso serían aliados o enemigos en este nuevo encuadre.

-La llegada de una nave de guerra de un planeta perdido ofrece numerosas oportunidades, Señor Reeeeeves- estaba diciendo el Castillo, alargando la primera “e” como solía hacer cuando buscaba algo-. Precisan ayuda de alguna clase, y por eso deberán pagar de algún modo, creando una buena oportunidad de riquezas que podrían emplearse en cubrir nuestras deudas sin precisar vender los artefactos de mi familia.-

El banquero sonrió mientras sus ojos mostraban cómo calculaba las consecuencias posibles de lo que estaba por venir. Reclinado en su sofá, una buena copa de su licor en la mano y una de sus chicas masajeando suavemente sus hombros, su silencio se prolongó en el tiempo. Pero Lisandro sabía que tenía que mantener la paciencia y no mostrar la presión que ese mutismo causaba, era parte de la danza de la política y la diplomacia.

-¿Tenéis información sobre el valor económico y comercial de aquel planeta, mi Señor?-

-Todavía no, maese Reeves, pero tengo a mi mejor agente trabajando en ello. Pronto sabremos más y podremos evaluarlo, pero organizaremos una recepción para estos republicanos como hicimos con vos, y estaréis presente cuando lleguen con sus mensajes y ofertas. Estoy seguro de que vuestra experiencia, y la cercanía de los gremios a la República, será de gran ayuda para evaluar las oportunidades que esta situación excepcional nos brinda.-

La referencia era sutil, pero seguro que no pasaba desapercibida para el banquero. Desde siglos atrás, los rumores señalaban que los gremios de Leagueheim, los últimos restos de los dirigentes de la República, seguían albergando contactos y simpatías republicanas. Muchos temían que en los salones de los grandes gremios, e incluso entre sus representantes en la capital imperial y otros de los mundos de importancia, anidaban traidores al Imperio con alianzas republicanas en sus corazones.

-Sin duda, si tenéis al mejor de vuestros hombres investigando esto, pronto tendremos información que podremos cotejar. Por supuesto, estaré encantado de colaborar con la Casa Castillo a la hora de evaluar las oportunidades que esta situación nos puede ofrecer a todos. Estoy seguro de que de nuestra colaboración, como siempre, saldrán grandes cosas.-

La sonrisa del banquero parecía sincera, pero sin duda el entrenamiento del mismo incluía desde temprano las habilidades necesarias para el engaño y la manipulación. Igual que Lisandro había sido entrenado en protocolo y el arte de la guerra. Y, como siempre que trataba con el joven gremial, el noble tenía la sensación de que navegaba en un campo de batalla que no controlaba.

-¿Le habéis comentado a la Marquesa las cuestiones que conversamos ayer, sobre el acceso a vuestra contabilidad para ver cómo sacar mejor rendimiento a vuestro planeta?-

-En efecto, así ha sido, pero Madre me ha informado de que esos números se encuentran divididos entre la biblioteca local y los conocimientos del espíritu de la Corona. Y esta solo la pueden portar miembros de la familia, como comprenderéis. Veré de tratar de conseguiros los números en papel para que podáis cotejarlos, pero llevará algunos ciclos conseguirlo todo. Y con la llegada de estos nuevos visitantes, como también comprenderéis, tenemos mucho que ajustar y preparar, el tiempo no es infinito.-

-Eso es discutible, pues no se conocen límites a las magnitudes temporales, pero comprendo lo que queréis decir mi Señor Castillo. Pero he de informaros que como sabéis la paciencia de mi Decana, la representante del Gremio Reeves en Vera Cruz, es limitada con toda esta situación. Y si no alcanzamos alguna clase de acuerdo en ciertos plazos que garantice el pago de la deuda, las consecuencias pueden ser desagradables para todos los afectados.-

Sin duda podían serlo. El gremio de prestamistas nunca había tenido que movilizar su flota para exigir un pago pero los rumores señalaban que contaban con una cantidad de naves digna de cualquiera de las grandes Casas. Y su influencia y alcance político y diplomático podía arruinar a los Castillo con mayor rapidez aún que sus cañones, pues muchos nobles y eclesiásticos estaban endeudados con ellos. Por eso querían hacer que la situación se resolviese de forma adecuada y óptima, con suerte sin necesidad de conflicto, pero estaban dispuestos a usar lo que hiciese falta para que los Castillo sirviesen de ejemplo ante cualquier otro deudor que estuviese planteándose saltarse los pagos. Y, por un breve instante, el caballero se preguntó cuántos otros nobles y clérigos estarían en aquel mismo instante en una situación similar en el Imperio.

 

 

 

Los restos de una apresurada y parca comida descansaban al lado de los códices que ya había revisado y carecían de interés. Pero entre los otros había encontrado pequeñas pistas, indicios que conectar meticulosamente unos con otros, con cuidado. Y, ante sus ojos inquisitivos, había surgido una imagen imprecisa y borrosa, de cómo había sido Varadim hacía un milenio, fecha del último intercambio encontrado en los registros.

Aparentemente, poco antes de la caída de la República, los políticos del planeta se habían enfrentado a aquellos que buscaban decapitar aquel gobierno. En agitadas protestas y discusiones, habían mostrado su inconformidad con la deriva de aquellos tiempos y el auge de rebeldes e independentistas. Aunque los detalles no estaban claro, habían terminado desaparecido del mapa pocos años antes de la toma de Byzantium Secundus por las Diez Casas. La última nave de la que había registro que cruzase la puerta de salto desde Haven con destino a Varadim había sido una nave diplomática. Después de eso, solo silencio, ni comercio, ni comunicaciones direccionales. Nada.

Eso solo podía significar una cosa a los ojos del detective, aunque haría falta consultar a Ezekiel para confirmarlo. Pero una ruptura tal de las comunicaciones indicaba un fallo en la puerta de salto. Y dado que la de Haven continuaba funcionando, el antiguo artefacto tenía que haber dejado de funcionar en el otro lado, aislando a Varadim del resto de lo que entonces era la República.

Pero había más información interesante entre los archivos. Las rutas comerciales y mercancías enviadas desde Varadim a Haven antes del cierre de la puerta de salto habían sido principalmente tecnológicas. Vehículos, herramientas, recambios. Eso hablaba de un planeta fuertemente industrializado, con tecnología que el Imperio probablemente había ido olvidando con el paso de los siglos y el auge de las restricciones religiosas al empleo de ninguna tecnología avanzada por el peligro que suponían para el alma de los feligreses. Las mentiras habituales de los poderosos para mantener sometidos a los débiles.

Por su parte, de sus importaciones se mostraba principalmente gente, pues aparentemente Varadim había estado enfrascado en un complicado proyecto de alguna clase a lo largo de muchos años, un proyecto de una escala planetaria. Los registros identificaban el paso de numerosos miembros de diversas empresas hacia el planeta, que con la caída de la República se habían unificado dentro del actual gremio conocido como la Suprema Orden de Ingenieros, uno de los más importantes gremios de Leagueheim. Lamentablemente, no tenía capítulo en Haven, pero quizás tuviesen algún registro al respecto en los archivos de otros planetas; aunque, la Suprema Orden era conocida por su hermetismo y secretismo y Ur-Tarik no contaba con amigos en sus salones que le pudieran dar alguna información en secreto.

También encontró las referencias a una milicia privada, por aquel entonces llamada una corporación, que se encargaba de la defensa del sistema de Varadim. Curiosamente, se denominaban a sí mismos los Dragones Rojos, enseña bajo la que navegaba la fragata que acababa de llegar al sistema. Por aquel entonces, tantos siglos atrás, sus instalaciones principales se encontraban en una de las lunas de Varadim, aunque era imposible saber ahora si esas lunas seguirían existiendo o cuántas eran.

Con cuidado, el detective cerró el último tomo y recogió las notas que había tomado hasta entonces. No era la imagen más detallada que se podría tener del sistema, pero tras mil años de incomunicación, de archivos perdidos y códices arruinados por la humedad de la biblioteca, no creía que hubiese mucho más que pudiese encontrar allí. Buscaría a Ezekiel por si acaso sabía de otro modo en que se pudiesen cortar las comunicaciones con un sistema que no implicase el cierre de la puerta de salto, pero más por atar cabos sueltos que porque esperase encontrar algo útil ahí. Apagando las luces de la biblioteca, pues era el único en usarla en aquel momento, el detective se colocó su gabardina y regresó a las estrechas calles de Haven, engalanadas todavía con los motivos que se habían usado para recibir al enviado Reeves y que ahora servirían para recibir a otros invitados más extraños.

 

 

 

El suboficial Rhodes estaba nervioso. La Espada de Lorrena estaba en silencio, su ornamentado puente dominado por la tensión del momento. Nunca había visto combate, y la cercanía de la Libertad Duradera pesaba en sus hombros. A medida que los Oculatores informaban del progreso de la otra fragata a través del sistema, el Capitán había estado recibiendo órdenes del Señor Lisandro Castillo desde la superficie. Ajustes en el posicionamiento y ángulo relativo de ambas naves, que Rhodes refería después a los Navegadores para que realizasen las maniobras requeridas.

Por eso sabía perfectamente que, aunque los Oculatores informasen de que la otra nave no había tomado una ruta de confrontación, la Espada de Lorrena sí que lo había hecho. Orbitando geosincrónicamente sobre Safe Haven, la ciudad principal de la luna, mostraba su estribor a la otra nave, con los poderosos cañones de ese lateral siguiendo el avance de la otra fragata. Estaban preparados para abrir fuego en el momento en que hiciese falta, sin dilación alguna.

Llevaban horas recibiendo algunas lanzaderas desde la superficie, subiendo a trompicones al personal necesario en caso de que se llegase a una confrontación abierta. Pero los oficiales se encontraban dispersos por toda la luna en sus asentamientos, las tropas de asalto de los Licaones se encontraban dispensadas de servicio tras su desempeño en Hira, y la nave seguía por debajo de la tripulación necesaria para funcionar a pleno rendimiento. Y, como el propio Rhodes, la mayoría de los tripulantes no habían visto combate, así que el nerviosismo y la tensión se hallaban presentes en cada gesto y mirada. Ni siquiera el Fraile, el capellán de los Licaones que había subido a la nave en una de las lanzaderas, conseguía tranquilizar el ambiente con sus palabras de inspiración y sus salmos bien intencionados. Lo que sí funcionaba era su tranquilidad y parsimonia, pues como Licaón que era, el Fraile era veterano de guerra de la campaña de Hira y verle bromeando con los soldados y oficiales liberaba la tensión mejor que plegarias y oraciones.

-Distancia de combate, Capitán- informó el Oculator Major desde su puesto frente a las pantallas de información con sus mapas y diagramas.

El silencio cayó de nuevo, todas las miradas convergiendo en el Capitán, sentado en el trono de mando. Fuera, del otro lado de las vidrieras del puente, la silueta roja como la sangre de la otra fragata era claramente visible. Sus decoraciones, llenas de garras y colmillos, mostraban dragones arrojándose sobre sus presas y Rhodes no pudo dejar de imaginar por un momento que ellos eran las presas ahora.

-Quietos. Que nadie haga nada. Tenemos órdenes de mantener la posición y no abrir fuego si no se nos provoca. No nos han provocado. Pero quiero que los Belatores estén preparados en caso de que las baterías deban activarse de improviso. ¿Se encuentran los cañones dispuestos?-

-Si Capitán- respondió la oficial de artillería, sus gafas reflejando el miedo que mostraban sus ojos- , aunque a esta distancia y con nuestra experiencia en ejercicios, no creo que obtengamos más de un cincuenta por ciento de impactos contra sus escudos. Desconocemos cuánto pueden aguantar estos, por lo que ignoramos si tenemos potencia de fuego suficiente como para derribarlos.-

-Capitán, eso da igual- dijo desde su lateral el corpulento oficial de Legio-, en estos momentos carecemos de equipos de asalto suficientemente preparados y armados como para tomar una nave de ese tamaño. Nuestros hombres como mucho podrán intentar defender la Espada en caso de que seamos asaltados.-

-Tranquilos, tranquilos- intervino el Fraile con una voz socarrona y grave- que el Pancreator proveerá contra estos infieles. Y lo que no provea el Altísimo lo proveeré yo con mi mazo.-

Con una palmada en su lateral, el veterano movió el utensilio que, en tiempos de paz servía para los oficios religiosos pero que, en el campo de batalla, se convertía en una contundente arma. Muchos sonrieron ante su comentario, poco podría hacer el Fraile contra todo un equipo de asalto si la otra nave les abordase, pero la tensión se aligeró brevemente de todas formas.

-Las órdenes siguen siendo las mismas, oficiales. Mantenemos la guardia y mantenemos la posición. Salvo que nuestro Señor Lisandro lo ordene o los enemigos inicien hostilidades, ningún cañón disparará hoy- respondió con firmeza el Capitán.

Una firmeza que el suboficial Rhodes no sentía y que, por el nervioso movimiento del Capitán en el trono de mando, el otro tampoco. Del otro lado de la vidriera, la silueta roja de la poderosa nave de guerra republicana se volvía cada vez más visible, a medida que deceleraba para alcanzar una órbita estable sobre Haven. Sus fauces rodeando unos cañones de gran potencia que, si bien permanecían silenciosos de momento, podían desatar su furia sin preaviso de ninguna clase.

 

 

 

Una enorme esfera de fuego descendía sobre ellos a través del cielo nocturno. Era la lanzadera republicana, lanzada unos minutos antes desde la Libertad Duradera y que transportaba a sus oficiales de mando en su misión diplomática. Lisandro esperaba engalanado y con su guardia de honor en el astropuerto, dispuesto a recibir a los pecadores que transportaba aquella lanzadera como hiciera dos días atrás con la delegación del gremio Reeves.

A medida que esta dejaba atrás la atmósfera y su casco se empezaba a enfriar, fueron claramente visibles los ojos amarillos y las fauces abiertas que decoraban su casco. Igual que el cañón anti infantería que las lanzaderas de guerra tenían en su parte inferior, diseñado para liberar la zona de aterrizaje de hostiles que pudiesen comprometerla. En más de una ocasión, durante su tiempo en Hira, Lisandro había sentido el cañón bajo él abriendo fuego contra un enemigo que no podía ver, pero que les esperaba emboscado, tal como aquel que descendía ahora sobre él podía hacer.

Pero este permaneció en silencio mientras la lanzadera iniciaba el procedimiento de atraque en el astropuerto. La fanfarria dio bienvenida a quien quiera que fuese a descender por las escaleras que pronto unirían la nave de transporte y asalto con la superficie del astropuerto. El siseo de la presión al ser liberada acompañó el calor que transmitía la lanzadera a aquellos allí presentes, mientras lo que resultó ser una rampa de descenso se desacoplaba y permitía ver a los ocupantes que descendieron de ella.

Al primero, el Comandante al mando, lo había visto en las retransmisiones y allí ya le había resultado un monstruo repulsivo. Pero en persona, sus tres ojos transmitían una extraña serenidad y los ademanes cuidados y respetuosos contrastaban con esa primera impresión tan alienígena. Un ardid para tratar de que Lisandro bajase la guardia, sin duda, algo que no iba a ocurrir. Tanto el Comandante como los otros dos oficiales, que mostraban otras deformidades también, eran muy altos y delgados, el cuerpo de quienes han crecido en baja gravedad durante mucho tiempo, con huesos frágiles y fáciles de quebrar para quien estaba entrenado en el combate a mano. Y si portaban escudos de energía personales, debían llevarlos apagados pues sus zumbidos característicos no se escuchaban en el astropuerto.

El Comandante Stormfront se llevó la mano a la frente, en el antiguo y pecaminoso saludo tradicional de las fuerzas militares de la República. Y Lisandro le contestó llevando la mano derecha a su muñeca izquierda, en señal de respeto tradicional entre los Castillo, pues su tiempo se encontraba a su disposición ahora.

-Bien hallado seáis, en aqueste momento de ventura y muchos más que nos acompañen en nuestro encuentro y el tiempo que dispongamos juntos. Que la ventura nos sea provista a todos y el rugido del dragón nos guíe.-

-Sed bienvenido a Haven, Comandante Stormfront y vuestros acompañantes, la noble Casa Castillo os da la bienvenida a nuestro ancestral hogar y os invita a cenar esta noche con mi Madre, la Marquesa Lorrena y su corte.-

Los extraños intercambiaron miradas de duda, claramente no entendían lo que estaba pasando. Quizás las diferencias lingüísticas habían supuesto una barrera insalvable entre ambos grupos.

-Hallámonos perplejos por vuestras palabras, ciudadano. Vuesa merced nos disculpe pero ¿acaso no se halla el Presidente de esta república disponible? ¿O sus funcionarios más cercanos?-

-Mi buen Comandante, temo que tenemos mucho de lo que hablar de camino a mi hogar. Vuestra República hace mil años que ha desaparecido y vuestras tradiciones… bueno, digamos que son herejía o traición a los ojos de nuestra gente.-

La confusión fue a mayores entre los extranjeros, que acompañaban confusos y descolocados al noble. Las miradas de los lugareños, que con tanto ahínco, interés y algarabía habían recibido a la delegación anterior, miraban con silencioso horror a los recién llegados. Y muchos hacían con sus manos el gesto circular, símbolo del Pancreator y de su Iglesia, en un intento de protegerse del pecado y del mal que estos republicanos representaban.

-No dudo de vuesa palabra, ciudadano, mas hallamo incomprensible la idea del fin de la República. ¿Cómo pudo caer tan magnífico sistema, y en qué ha tornado su esencia el tiempo?-

-La República tuvo… problemas – Lisandro no quería herir los sentimientos del recién llegado, complicando innecesariamente las negociaciones- . Y finalmente colapsó sobre si misma dando lugar a un periodo de interregno que, cinco siglos después, alumbraría al Imperio en el que nos encontramos ahora. El actual Emperador es Alexius Hawkwood, de la noble Casa Hawkwood. Haven y diversos sistemas cercanos son los feudos de la noble Casa Hazat, liderada por nuestro Señor y Príncipe, El Hazat.-

Dicho así casi pareciese que ambos se llevasen bien y fuesen leales el uno al otro. Lisandro adrede había dejado fuera de su breve historia que Alexius había llegado al trono tras una guerra de cinco décadas que había arrasado al imperio. Y que el Príncipe Hazat había sido su principal opositor en esa guerra, que muchos en la Casa creían que solo había perdido debido a la invasión tardía del Califato contra los planetas de la retaguardia de las mesnadas Hazat, creando un frente adicional en la zona considerada segura hasta entonces. Y por los extraños eventos que rodearon la batalla por la capital imperial de Byzantium Secundus, sobre los que abundaban las leyendas.

Y también se calló, mientras resumía la situación ante su extrañada y confusa audiencia, de decir que muchos sospechaban que el final de la guerra de las Grandes Casas no había sido más que un armisticio de dos décadas. Un tiempo en que se habían reparado naves, entrenado nuevos soldados y reunido recursos. Y que pronto, El Hazat u otro de los Príncipes de las grandes Casas desafiaría al Emperador por su trono y la guerra rugiría de nuevo por el Imperio. Pero la imagen del Imperio fraccionado y dividido, con los nobles guerreando entre sí, la Iglesia defendiendo sus propios intereses y los gremios conspirando, sin duda no sería útil para manejar la situación, así que todo eso Lisandro lo calló.

 

 

 

La recepción formal había sido breve, sin que la siguiese un periodo de descanso como había ocurrido con la llegada anterior. Al contrario, todos se encontraban sentados en torno a la mesa, con la Casa Castillo en un extremo, los gremios y personalidades ilustres en el medio, y los recién llegados de otro mundo en el otro extremo. Y en lugar de una conversación de trivialidades y platitudes, fruto del decoro entre gente educada en las formas de las cortes nobiliarias, lo que se producía era una acalorada discusión, agravada por los malentendidos lingüísticos y las asunciones que ambos grupos tenían del mundo.

-Por lo que decís, en vuestro sistema de Varadim creéis en el Pancreator como nosotros, ¿es eso correcto?- el Arzobispo se encontraba profundamente perplejo con aquella cuestión, no hacía falta ser un detective para notarlo.

-En efecto, Eminencia, el Arzobispo Starchild es nuestro líder eclesiástico en las enseñanzas que el Profeta Zebulon trajo a Varadim. Aunque acaso estemos desconectados de los postreros debates teológicos que abunden en vuesa actualidad, nuestra fe en sus enseñanzas es férrea y nuestras almas brillan con su luz.-

El grito ahogado que llenó la sala ante la herejía que acababa de pronunciar el dignatario fue respondido con miradas de incomprensión ante la reacción provocada por las mismas de parte de los extranjeros. Otra mucha de las trampas de la incomprensión había estallado.

-¡Herejía!-exclamó el Arzobispo- No hay más luz que la del Pancreator, nuestras almas no pueden más que reflejar su brillo con nuestra pureza, ¡no poseemos brillo propio!-

Los reunidos asintieron a sus palabras, ante la sostenida incomprensión por parte de los republicanos, que entendían el argumento pero no el peso que conllevaba la diferencia.

-Comprendemos que poseáis aquesa opinión de la cuestión Excelencia, mas debéis respetar la libertad de credo de aquellos que poseen otras interpretaciones de las enseñanzas del Profeta.-

Lisandro, en su asiento, se llevó una mano fatigada al puente de la nariz. Aunque, por lo que le había dicho a Ur-Tarik antes de entrar a la cena, había intentado prepararlos, estaba claro que los desacuerdos eran demasiado profundos. Los republicanos no sabían que cuestiones como la libertad eran pecado y la idea de múltiples interpretaciones era una herejía que se condenaba con la hoguera. Solo había una Santa Iglesia y, por ello, solo una verdadera interpretación de las Enseñanzas. Y aquellos que, en el Imperio o fuera del mismo, se desviaban de esas posturas pronto se encontraban en el extremo opuesto de un tribunal inquisitorial.

-Pero no hablemos de religión que siempre es tema controvertido- intervino desde su asiento Seth, el representante del gremio de los Reeves-, contadnos cuál es la crisis con la que se enfrenta vuestra gente y veremos de ayudarles.-

El dignatario asintió, aliviado del cambio de tema por uno que esperaba que causase menos conflictos. En su asiento, el Arzobispo sonrió depredador, y el detective no pudo menos que imaginar cómo aquel hombre estaba planeando usar su influencia y poder para garantizar el abuso de estos extraños durante décadas o siglos por venir.

-Por supuesto, nos trae aquí la mayor de las calamidades que ha caído sobre mis conciudadanos tiempo ha. Varadim desde antaño ha sido un planeta de gran actividad tectónica, fuente de mucha energía para nuestras industrias, mas causante de muchos males. Por ello, nuestros ancestros iniciaron complejos procesos de terraformación planetaria que buscaban dar el equilibrio geológico propicio para la vida de nuestros ciudadanos. Y, según las recolecciones de aquellos tiempos que quedan en los archivos virtuales, los procesos progresaban con ventura y se preveía gran bonanza. Hasta la tragedia de nuestra puerta de salto que se selló sin aviso previo, por mucho que introdujésemos las coordenadas de los destinos conocidos…-

El mutante estaba al borde de las lágrimas al contar aquellos hechos, sus tres ojos brillaban acuosos y su voz se quebraba suavemente. Era un hombre firme y duro, pero recordar su antigua historia aún lo apenaba, especialmente por el trágico final al que se dirigía esa historia. Pero se vio interrumpido por Ezequiel que, volcado sobre la mesa con sus coloridos ropajes, habló sin dejarle terminar.

-¿Introdujisteis coordenadas en una puerta de salto? ¿Podéis fabricar llaves de salto?-

El nerviosismo era obvio en el gremial y no era difícil entender por qué. El monopolio comercial de los Charioteer cubría los intercambios comerciales entre planetas pero, sobretodo, el monopolio en la creación, mantenimiento y actualización de las llaves que toda nave necesitaba emplear para poder activar las antiguas puertas de salto. Con ello, controlaban el fluir de todo lo que se movía entre las estrellas, bien porque fuesen naves del propio gremio como la Lucky Star, o bien porque solo transitaban por las estrellas en las rutas licenciadas a las mismas, pagando los considerables costes por ellas. Así, la Espada de Lorrena tenía a bordo una llave de salto, que permitía transitar la puerta de salto entre Haven y Sutek.

-En efecto, coordenadas de salto y guías actualizadas de los mapas estelares se encontraban entre los productos que Varadim ofrecía a la República antaño. Lamentablemente, con el cierre de la puerta de salto, las factorías y grandes computadoras necesarias para actualizar y gestionar coordenadas cayeron en desuso y muchos de los androides encargadas de su gestión hace mucho que fueron asignados a otros menesteres. Durante casi un milenio no se emplearon pero, cuando observamos señas de que la puerta de salto se estaba reactivando y de nuevo tenía energía, debimos devolver la vida a las factorías y la primera llave fabricada fue la que nos abrió la puerta en nuestra odisea en busca de auxilio.-

Si bien el mutante se explicaba sin dobleces ni extrañezas, Ur-Tarik vio el pánico que sus palabras causaban en Ezekiel. La idea de que otros pudiesen fabricar llaves de salto sacudiría al gremio de Charioteers desde su sede en Leagueheim hasta el último navío atravesando las estrellas. Y, con ello, el equilibrio de poderes interno de la Liga Comercial se vería sacudido como no ocurría desde hacía décadas.

-No nos resta mucho por narrar de aqueste relato, pues tras cruzar la puerta de salto nos hallamos aquí como vuesas mercedes ya saben. Arribamos con un mandato de nuesa Presidenta y del Parlamento para procurar ayuda de cualquier clase que se nos pueda ofrecer. Pues el mal de la radiación, fruto del deterioro y decadencia de las herramientas de terraformación, ha envenenado nuestro aire y nuestra agua desde hace décadas y dudamos que nuestros ciudadanos puedan aguantar tal martirio durante mucho más tiempo. Precisamos de ingenieros, medicamentos, alimentos y cualquier materia que pueda aliviar el dolor de nuesa población. –

Las miradas de extrañeza circularon por la mesa, una extrañeza que el propio detective sentía. Solo el banquero parecía comprender de lo que hablaba el republicano, de lo que se fuera esa radiación de la que hablaba el otro. Pero lo que estaba claro era que, de un modo u otro, se trataba de alguna maldición o un veneno que afectaba a todo el planeta.

-Sin duda os encontráis con cierta suerte, pues si bien no tenemos medicamentos contra ese mal del que habláis, en Haven contamos con extensas tierras agrícolas. Y estamos seguro de poder proveeros de alimento si negociamos un buen pago.-

Negociar y comerciar no era tarea de un noble, y muchos de gran posición se habrían escandalizado de las palabras de Lisandro, pero Ur-Tarik sabía lo desesperada que era la posición de la Casa Castillo y lo poco convencional que era el noble dentro y fuera del campo de batalla. Seth también parecía estar pensando algo similar, pues probablemente esto ofrecía como mínimo una buena oportunidad para saldar parte de la deuda que los Castillo tenían con los Reeves.

-Por supuesto, asumimos en Varadim que los devaneos del capitalismo no habrían mutado y por ello incluimos en la bodega de mi nave una cuantiosa cantidad de aureo que esperamos pueda comprar la ayuda que nos podáis proporcionar. La base de una próspera relación futura es el beneficio de todos los involucrados, después de todo. Sin duda observamos desde órbita con nuestros aparejos lo verde y viva que es vuesa luna y poder transportar alimento fresco y saludable a mis conciudadanos sin duda será un auxilio de gran valor que abra la puerta a futuras colaboraciones.-

Había esperanza en los tres ojos de aquel hombre y los cuchicheos alegres que compartía con sus compañeros. Demasiado sinceros, demasiado honestos para el Imperio, vestigios de tiempos olvidados que esperaban ayuda cuando lo que iban a encontrar era abuso. Pues el Imperio solo era bueno en una única cosa: la guerra y la conquista. Bueno, rezar también se les daba bien, hasta el detective tenía que reconocer eso, pero el resto de cuestiones ya eran otro cantar. Y no uno de gesta precisamente.

 

 

 

Fue unas horas después del encuentro, cuando los extranjeros se habían retirado a descansar, que Lisandro se encontraba reunido con el detective. Sopesaban juntos lo que habían visto y lo que se podía esperar, en la privacidad que otorgaban los jardines de la fortaleza en aquella noche prolongada.

-Si jugamos bien nuestras cartas, podremos salir todos ganando de esto. Pero va a haber que hacer sacrificios y cosas cuestionables. Y necesito un hombre que me sea leal en esto, pues no van a ser cuestiones menores las que deban manejarse con discreción.-

Ur-Tarik asintió a las palabras del noble, permaneciendo en silencio sin interrumpirle.

-Si todo va como planeo, viajaremos a Varadim a evaluar qué cosas de valor podemos obtener de esos republicanos y, con ello, fortalecer la Casa Castillo. Pero antes debemos salvar un escollo importante: el Arzobispo se va a oponer a una intervención nobiliaria en Varadim y va a sacar el precedente de Iver.-

Ur-Tarik enarcó una ceja, no sabiendo bien el contexto de aquella afirmación y, con rapidez, el noble la incluyó en sus argumentos.

-Aquel era un mundo perdido que regresó al Imperio hace cuatro décadas. Se lo disputaron la Casa Hazat y la Casa Decados en una dura guerra que acabó cuando el Emperador intervino y forzó una resolución, entregando el planeta a la Iglesia para que procediese a su evangelización. No podemos dejar que Varadim acabe en manos eclesiásticas, es la pieza clave para que la Casa Castillo llegue a donde quiero que vaya. Así que hay que quitar de en medio al Arzobispo y asegurarnos de que mi tío Marcush permanece en la ignorancia lo máximo posible, para que con él también este cegado el Emperador.-

El detective entrecerró los ojos ante las palabras del noble. No había ambigüedad con lo que estaba solicitando: mantener el secreto ante el Emperador, y acabar con un Arzobispo. Lisandro no tenía claro lo que el alienígena pensaría de todo ello, pues era un hombre libre, no pertenecía a ningún gremio, lo cual le daba cierto margen pero si empezaba a tomar contratos de asesinato se ganaría la ira del Gremio de Asesinos por invadir su monopolio comercial. Además de que el noble ignoraba dónde se encontraban los límites morales del otro hombre, pilotar una nave en la Armada Hazat era muy distinto a asesinar a sangre fría a un cura.

Pero Lisandro conocía a Ur-Tarik con la profundidad e intimidad que solo se tiene con un hermano de sangre, con un compañero de armas. Y sabía lo que el otro realmente anhelaba, aunque acaso se lo negase incluso a sí mismo. El alienígena quería aceptación, quería ser bien visto y respetado. Quizás incluso querido. Y todo eso, al menos en parte, eran cosas que Lisandro podía ofrecerle.

-A cambio de ello, te convertirás en mi mano derecha en cuestiones de espionaje y, si nuestra misión a Varadim sale victoriosa, la emplearé como herramienta de peso para que Madre te nombre Caballero de la Casa.-

Un título nobiliario, algo que casi ningún alienígena poseía, algo que garantizaba el respeto forzado de quienes le rodeaban pues título era más importante que raza u origen. Los títulos, las Casas, todo ello era la esencia misma, la sangre que circulaba por las venas del Imperio.

 

 

 

-Joder, joder, joder, joder y joder. ¡Me cago en los espíritus del motor y en la propulsión misma!-

A bordo de la Lucky Star, Ezekiel daba vueltas sobre sí mismo en la cabina de la nave. Una gallina se interpuso en su paso y salió espantada cuando, sin darse cuenta, le propinó una patada con sus pasos. Él solo quería que lo dejasen en paz y tranquilo, con una ruta que no diese problemas y le permitiese darse sus pequeños lujillos. No era ambicioso como su hermana ni buscaba medrar en los Charioteers ni hacerse con una fortuna como otros gremiales. Solo una chica guapa en un brazo, una bebida fuerte en la mesa y una buena mano de cartas. Eso era lo que le pedía al universo, pero ahora eso dejaba de ser una posibilidad.

Con los gestos adecuados activó los mandos de la antigua nave y los espíritus de guía y visión saludaron con sus zumbidos estáticos. El comunicador lo hizo poco después, sincronizando su emisión de voz con lo que capturaban los ojos de la máquina.

-Comunicador, contacta con mi padre. Dile que es urgente, que no puede esperar.-

Aunque no pudiese esperar, Ezekiel se vio dando vueltas por su cabina aguardando el momento en que la llamada fuese aceptada. Se sentó y se levantó, volvió a recorrer el espacio en círculos, buscó como distraerse y ensayó la conversación mil veces en su mente. Y, finalmente, el fantasma del comunicador mostró la imagen de su padre, mal afeitado y descuidado, sentado en el puente de su propia nave, mucho más grande que la de Ezekiel. A su lado, su hermana bebía café con rapidez, señal de que era ella quien había estado de guardia en el tránsito de su nave. Ella era su hija preferida, la que heredaría la gran nave familiar y las múltiples llaves y licencias de su padre, pero Ezekiel no tenía problema con ello.

Él solo quería una ruta tranquila y que le dejasen en paz.

-¿Qué coño quieres, Eze, que me despiertas mientras descanso? Seis meses sin dar señales de vida y ahora con putas prisas, ¡pareces una nave prioritaria que ha perdido su llave!-

Los vistososo colores de la ropa de su padre se movían fuera de control al encontrarse este sin terminar de vestir adecuadamente. Ni siquiera se había molestado en saludar protocolariamente. Y aunque sus palabras eran bruscas, el joven piloto encontró cierta tranquilidad en la familiaridad de la situación. No habría esperado que fuese de otro modo y bastantes cosas estaban saliendo mal y raras con toda esta movida como para que esta también lo hiciese.

-Mira, tenemos un problema, tú, yo, y todo el puto gremio de los Charioteers- Ezekiel se sentó ante el comunicador, retorciéndose el mentón distraído mientras hablaba-. La puerta de salto de Haven se ha abierto y han cruzado unos republicanos chalados de un mundo perdido llamado Varadim. Eso de por sí sería ya un buen mierdaco, pero ese mundo tiene una puta forja de llaves estelares y tienen coordenadas y demás. Y no entienden los gremios, ni los monopolios ni la puta República que les parió.-

Ezekiel se había vuelto a levantar del sillón mientras hablaba, gesticulando ampliamente con las manos mientras iba de un lado para otro. Del otro lado del comunicador, su padre y su hermana escuchaban cada vez más tensos, cada vez más serios. Esta no era otra más de las locuras momentáneas del piloto, ni otro de sus pequeños líos, esto era algo mucho más grande.

-Y ahora los Castillo van a dirigir las relaciones con Varadim y van a tener su fábrica de llaves y a la mierda los monopolios comerciales y el equilibrio de sus putas cuentas. Se va todo a la mierda.-

-Tranquilízate, Eze, déjame pensar- respondió su padre con el mismo tono severo del principio aunque estuviese teñido por la preocupación.

Al menos logró que Ezekiel se volviese a sentar, aunque aquello no fuese a durar mucho.

-Hablaré con el Decano del gremio en Aragon y veremos qué hacer. De momento, pégate a esa gente como moho en uno de los conductos, el gremio tiene que tener ojos en todo lo que está pasando o nos vamos a la mierda más rápido que una nave capturada por la gravedad de una estrella. El Decano Adder sabrá lo que hacer, y sino que se ponga en contacto con el Guildmeister en Leagueheim o con quien coño haga falta. Por lo mismo que esto se inició una guerra comercial contra los bárbaros Vuldrok y sus aliados Hawkwood, pero no se si la Liga estará ahora lo suficientemente unida como para plantar un frente conjunto. Mucha mierda se está moviendo por Leagueheim y no sé cómo anda el gremio de aliados y favores.-

Solo quería una vida tranquila. Con algún placercillo moderado y algún lujillo ocasional. No quería estar en el medio de los conflictos entre casas nobiliarias, en las disputas entre los gremios por la prevalencia en Leagueheim, en la misma naturaleza y supervivencia de la Liga en sí. Y, sin embargo, allí es donde el tiempo le acababa de colocar y no había manera de escapar de ello.

 

 

 

En la Torre de la Paloma, Lisandro estaba en comunicación con la Espada de Lorrena pues esta le reclamaba. Esperaba que la llamada hubiera sido solo para confirmar el estado de descanso de la Libertad Duradera, pero resultó que otras noticias habían llegado.

-Mi Señor Lisandro Castillo, le informo que el Oculator ha confirmado la entrada de una nueva nave por la puerta de salto. Según su perfil, se trata de la Gloria del Segundo Mundo, una corbeta antigua y prestigiosa que forma parte de la Armada de la Casa Alcázar de Sutek. Han seguido los protocolos establecidos y los procedimientos honorables de reconocimiento mutuo y se encaminan hacia Haven. Su capitana afirma que viene transportando a una monja silenciosa. ¿Qué hacemos?-

No había nada que hacer al respecto. La Casa Alcázar era una importante Casa Condal de Sutek, y si transportaban a un miembro de la Iglesia algo pasaría. Era demasiado pronto para que hubiese llegado alguien traído por el Arzobispo, así que era otra la razón de esta inesperada llegada de la Iglesia a Haven. Y no podía haber ocurrido en un momento peor.

Pero tal son la manifestación de los terrores y las oportunidades, no surgen para que los aceptéis tranquilamente ni surgen sin sacrificios ni demandas. No aparecen en los momentos en que nos son cómodos o favorecedores. Esa no es nuestra naturaleza.

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