Un Débil Amanecer 2: Escenas Cotidianas y Escenas Extraordinarias

II:

La mujer avanza con dificultad en medio de la tormenta de ceniza que agita con vientos huracanados su vestimenta. La tela se rasga en diversos puntos, impactada por piedras de duros filos levantadas del suelo negro y propulsadas por el viento. Cada paso que da está sumido en la oscuridad, pues tal es la cantidad de polvo en el aire que el sol apenas puede penetrar hasta donde se encuentra. La única fuente de luz es la piedra ornamental azul que ilumina su frente y la guía allá donde no puede hacerlo su mirada ni su conocimiento. El duro peregrinaje en tierras de la muerte.

Cada paso es más difícil, más duro, más doloroso. Hasta que finalmente colapsa de rodillas sobre la ceniza, lágrimas corriendo por sus mejillas. Toda la impotencia, el dolor, el sufrimiento, el esfuerzo… todo ello saliendo de su boca en un grito desgarrado y desesperado.

Lo ha sacrificado todo por una respuesta. Su vida, su cordura, su conocimiento. El respeto y el entendimiento de los demás, la posibilidad de aceptación y comunidad. La tranquilidad de una vida segura y privilegiada. La sabiduría obtenida y la que podría obtener. Todo por perseguir esa respuesta a la pregunta que ha consumido todo su ser desde que tiene recuerdo. Y ahora ha llegado al final del camino, perdida, derrotada, hundida entre las negras cenizas.

Y cuando todo está perdido, la sangre de sus heridas mezclándose con sus lágrimas, la tormenta amaina, la ceniza se posa. Y ante ella, colosal y monstruosa, la estatua se alza. La criatura es más antigua que la humanidad, la especie que la construyó la dejó allí antes de desaparecer sin rastro. Uno más de los misterios de una galaxia demasiado antigua y demasiado alienígena a la vida y su entendimiento.

La estatua, con su mirada alzada a las estrellas, aúlla silenciosamente su ira y so odio contra un cielo indiferente. Como ha hecho durante milenios y seguirá haciendo una vez el último humano desaparezca. Y, en su interior, ella espera encontrar la respuesta por la que lo ha sacrificado todo.


 

2: Escenas cotidianas y escenas extraordinarias

El día, como siempre en la Casa Castillo, comenzaba con un desayuno de la familia. La madre presidiría la mesa como siempre y sus hijos y nietos se dispondrían alrededor para comentar el día por venir y las tareas por cumplir. El placentero y tranquilo espacio de la rutina, previsible y segura, ajena a la tortura que la familia debía sufrir a manos de los banqueros para seguir existiendo.

En su asiento, la joven Clarra Castillo se quejó como todas las mañanas del desayuno que le habían servido los sirvientes. Nunca acertaban, y ella siempre descartaba lo que había en su plato como acto de pequeña e inútil rebeldía. Las ojeras mostraban que había permanecido despierta hasta bien entrada la noche, probablemente bebiendo y festejando con alguno de los caballeros de la casa que la cortejaban con frecuencia. Pronto habría de casarse, pero nadie buscaba un matrimonio con una hija que no heredaría nada, proveniente de una Casa que no tenía nada que ofrecer.

-¿Qué tal es nuestro invitado, Hijo?- la pregunta de la Marquesa era suave, pero ocultaba su verdadero interés por el gobierno de su Casa. Se tomaba sus tareas en serio, aunque con su edad empezase a encontrar dificultades para cumplirlas.

-Agradable, encantador, poco ortodoxo, Madre. Verdaderamente peligroso, pero puede ofrecer opciones para salir de esta situacion indeseable. Vamos a tener que sacrificar cosas, va a ser difícil y doloroso, de eso no hay escapatoria me temo.-

Su madre frunció el ceño. Ella era noble, una noble no doblegaría la rodilla a un gremial, por mucho que ese gremio pudiese destruir su Casa. Es una cuestión de honor, de sangre, de posición. El orgullo de quienes se saben superiores por derecho por mucho que no tuviesen los recursos ni la fuerza del poderoso gremio de banqueros.

-Monseñor Panache me recordó anoche que pasas demasiado tiempo con ese alienígena, Hijo. Es perjudicial para el bienestar de tu alma: los alienígenas son pecaminosos por naturaleza y su cercanía oscurece tu alma hasta que pierde su capacidad para reflejar la luz divina. Así está escrito en los textos sagrados.-

-Sin duda, Madre, pero necesitamos a Ur-Tarik para que nos pueda conseguir la información necesaria para negociar con éxito con el banquero.-

-Estoy de acuerdo con mi Hermano, Madre- dijo la heredera de la casa-. Nos hallamos en esta situación por malas cosechas y los crecientes problemas de Sutek, de modo que necesitamos compensar nuestra falta de dinero con información. Es nuestra única baza de negociación.-

-No se negocia con los gremios, ¡nosotros somos los Señores de Haven desde que se fundó la primera colonia en esta luna! No va a venir cualquier cuentanúmeros a decirnos qué hacer y qué no, el orden del Imperio dice que somos los nobles los superiores y por mucho dinero que los Reeves tengan carecen de títulos nobiliarios.-

Clarra bostezó en su asiento, más para mostrar su aburrimiento por la conversación que por tener sueño realmente. Y los pequeños hicieron algo de alboroto, sorprendidos por el exabrupto, deseando escapar del desayuno para ir en busca de Marcush y que les contase nuevas historias.

-Madre- intervino de nuevo la mayor- , los tiempos cambian. Tío Marcush, abandonó nuestra Casa para unirse a los Caballeros del Fénix y servir al Emperador. El Imperio cambia desde que Alexius Hawkwood asumió el trono tras la Guerra Imperial, y nosotros debemos cambiar con él para poder sobrevivir. Sino, seremos devorados por los lobos a las puertas.-

-¡Tonterías! La Casa Hazat es más antigua que el breve tiempo que el advenedizo de Alexius lleva sentado en el trono, y como todos los senescales que le precedieron en el cargo, será olvidado y formará parte del pasado. Así lo ha mandado el Pancreator, mientras nuestros pecados sean tan fuertes como para enfriar los soles deberemos hacer penitencia. Y el Emperador no es excepción.-

-Madre, durante quinientos años el Imperio ha carecido de Emperador. Solo el Primer Emperador logró ser nombrado tal y su misma Casa ha desaparecido. Sí que un nuevo Emperador por primera vez en tanto tiempo es tan poco relevante, ¡no sé qué puede serlo! ¿Qué regresen los Antiguos después de haber desaparecido hace milenios?-

-Lisandro, Hermano, no debéis hablar así a Madre- la voz suave de la más mediana de las hermanas, Lidia Castillo, apenas se pudo hacer oír- Ella solo quiere lo mejor para todos.-

El Caballero asintió, pero la furia seguía en su interior aunque amainase. Había huido de esta casa cuando era casi un adolescente por los numerosos choques con su madre, había guerreado en Hira, matado y visto morir a sus hermanos de armas… todo para acabar de nuevo en Haven, donde nada parecía cambiar jamás, atrapado y prisionero de su posición y su sangre. Para que los Castillo sobreviviesen, había que cambiar las tradiciones y los pensamientos retrógrados de su madre, debía hacerse a un lado y dejarle a él tomar las riendas.

Pero eso no ocurriría, él no era el heredero de la Casa sino su hermana, doña perfecta. Y ella no tenía lo que hacía falta para sacrificar a sus hombres y lograr una victoria imposible como él había conseguido en el Bosque Rojo. Con ella, todo seguiría igual, más joven y vigoroso, pero inmutable en lo que importaba.

 

 

 

El puente de la Gloria del Segundo Mundo se encontraba atareado como siempre. Bajo las estrictas ordenes de Laureana, la nave maniobraba lentamente en busca de su dirección. Su pasajera permanecía en silencio frente a los ornamentados ventanales al frente de la nave, observando las estrellas. No había pronunciado palabra desde que había subido a bordo, sus manos siempre entrelazadas frente a ella, sus ropajes meciéndose al ritmo de invisibles y negros vientos.

La Capitana no sabía lo que pensaba la monja. Probablemente nadie en el universo lo sabía. Pero eso no era importante para ella. Navegación confirmó las órdenes que acababa de dar y los diales se iluminaron iridiscentes a su alrededor en el trono de mando de la nave. El profundo resonar de los motores llenó el aire con su monótono rugido, atenuado por la distancia de la parte trasera de la nave.

Un día les llevaría alcanzar la puerta de salto. Un día con la silenciosa compañía de la monja. Un día para dejar atrás el sistema de Sutek y alcanzar Haven y ganar con ello unos cuantos días más alejada de la sofocante prisión que era su casa y sus tareas. Y su prometido.

El oficial de Visión confirmó que en las cercanías de la puerta se encontraban varias naves esperando sus turnos de salto. La monstruosa y masiva estructura, más antigua que la humanidad, siempre se encontraba atareada. Las cuatro gárgolas de faces alienígenas y extrañas que aullaban su odio, ira, vergüenza o lo que fuese, siempre iluminadas por el paso de las naves que continuamente la activaban. Sutek, el segundo de los mundos, era un lugar con mucha historia, un lugar central en la red que conectaba el Imperio.

Desde esa puerta, una flota podía invadir igualmente Sancta Terra como podía invadir la capital imperial de Byzantium Secundus o la capital de la casa Hazat en Aragon. Podía transitar al otro de los sistemas principales de la Casa Hazat, Vera Cruz. Y, muy ocasionalmente, se abría a Haven, aunque nadie tenía interés en ir allí y muy pocas eran las naves que siquiera tenían llave para abrir esa dirección. La suya era una de ellas, pues ese era el destino al que debía llevar a su silenciosa pasajera.

Mientras la observaba desde detrás, con la presión creciente de la aceleración de la nave que buscaba aproximarse a la puerta de salto, por primera vez pensó que más que una monja, su pasajera parecía una bruja. Más de lo que la mayoría de su extraña y esotérica orden parecían habitualmente, según contaban las historias. Los rumores acerca de ella volaban entre la tripulación, supersticiosa como solo navegantes y soldados pueden ser, pues temían que una hereje como ella atrajese con sus pecados la atención de los monstruos y peligros que habitaban en el profundo espacio. Naves fantasmas perdidas siglos atrás en tiempos de la República, titánicos leviatanes capaces de hacer desaparecer navíos sin dejar rastro, sirenas que atraen con sus cantos al más pío hasta un terrible final… y tantas historias y supersticiones como habitualmente llenaban la nave.

Y, viendo sus ropajes ondear bajo el invisible viento y la joya de su frente refulgir brevemente reflejando su luz en el ventanal, Laureana no pudo evitar preguntarse cuánto habría realmente de verdad en esos rumores. Nunca había visto nada así, no creía que existiesen en tales portentos en el universo del Pancreator, pero si una bruja era real, ¿quién podía asumir que lo otro eran necesariamente solo historias?

 

 

 

Ur-Tarik llevaba sentado buena parte de la mañana ante el comunicador. Ahora que este le reconocía, y los miembros de la Casa estaban ocupados con sus negociaciones, él tenía tiempo para reconectar con sus contactos y recoger de ellos la información que habían ido reuniendo desde que les preguntase unas horas antes.

Gunther de nuevo ocupaba el holograma, su cara mostraba el cansancio y el hastío y claramente se encontraba malhumorado. Llevaban ya discutiendo unos buenos minutos, con la sensación de que no iban a ningún lado.

-Te lo he dicho, hasta donde puedo ver está limpio. Es un don nadie de Vera Cruz, uno de los miembros más bajos de su gremio allí. La Decana Daniella Giocanni le ha enviado aquí a cobrar la deuda, esperando mandar un mensaje para todo el resto de deudores de que quien se mete con los Reeeves paga el precio, independientemente de la nobleza de su sangre. Es parte de su conflicto con su superiora en Vera Cruz, por ver cuál de las dos es la banquera más importante del territorio Hazat. La política interna del gremio en la región está polarizada en el conflicto entre las dos, y ambas son fuentes de interés según se dice en los salones de Leagueheim y toda esa mierda.-

-Ya, todo eso ya lo se, Gunther. No me jodas que me llamas por el comunicador para contarme esta mierda. Bastante me cuesta poder acceder a esta máquina como para perder el tiempo con cosas obvias. Dame lo jugoso, los esqueletos del armario, cualquier gremial los tiene, lo sabes tan bien como yo.-

-Te lo puedo repetir mil veces, este de momento no los tiene. No ha tenido oportunidad, esta es su ocasión para brillar y demostrar su éxito y poder impresionar a su superiora. Es ambicioso, aparentemente brillante y ha liberado a sus seis sirvientas comprando sus contratos de los esclavistas del Muster como mandan los procedimientos gremiales. Si no sois capaces de manejar a un novato en su primera misión, mal vais a hacer negociando la verdad.-

-Te repites como un charlatán de los Voceros del Pueblo, ¿si esto es tan importante para la Decana Daniella por qué cojones manda a un novato en vez de a uno de sus agentes más expertos? ¿Y por qué no mueve la flota Reeves a las cercanías de Haven para reforzar su posibilidad negociadora? Seguro que está moviendo hilos en la corte del Príncipe Hazat para que no proteja a los Castillo.-

-No creas, en Aragon las cosas están tranquilas en este sentido, creo que la Decana de allí está bloqueando el asunto y el Príncipe está ocupado con sus preparaciones para las festividades del final de la primavera. Ya sabes lo importantes que son para él. Y creo que la Decana Giocanni manda a un novato, aunque es mi teoría no la he podido verificar, porque sabe que el joven tiene que darlo todo para demostrar que puede manejar la situación, de modo que negociará de un modo especialmente duro e inflexible. Además, después del descalabro con su padre, hasta cierto punto ella le medio crio dentro del gremio, así que seguro que le será totalmente leal.-

-¿Su padre? ¿Qué demonios pasó con él?-

-Lo de siempre con los Reeves, maniobras agresivas, deudas impagadas. Malos consejos y asesoramiento le llevaron a caer en desgracia y desaparecer de la ecuación. De su madre nunca se supo nada. La escuela y la formación Reeves es todo lo que Seth ha tenido en su vida, les debe mucho y ya sabes lo importante que son las deudas para esta gente.-

-Mierda. Eso tampoco es útil, con eso no podemos ir tirando.-

-Ya bueno, es lo que hay. Seguiré preguntando, pero no se puede sacar nada de un alijo vacío. Y este parce que está lleno solo de telarañas.-

Con frustración, Ur-Tarik cerró la comunicación. Preguntase a quien preguntase, de un modo u otro encontraba la misma historia. Nada, limpio, ambicioso pero eso era de esperar, bueno con los números y brillante en conocimientos que muchos consideraban olvidados. Tonterías que no ayudarían a Lisandro en una negociación, de algún modo había que romper el silencio pero sus vías se secaban desde aquí. Sin poder ir a Vera Cruz era muy difícil llegar más allá, pero si no lo hacía el noble Castillo no se sentiría conforme y necesitaba ese dinero para poder largarse de Haven ahora que los Büren le buscaban de nuevo.

 

 

 

Marcush y Baudias jugaban con sus sobrinos en los jardines del castillo. Los dos muchachos movían sus espadas de juguete con fuerza y violencia, pero sin pericia, emulando las historias que los dos veteranos soldados compartían con ellos. Batallas durante la Guerra Imperial, en que habían luchado defendiendo las ambiciones del trono imperial para la Casa Hazat, aunque al final fracasasen en el esfuerzo. Pero sobretodo historias de combates contra los infieles en Hira, lugar donde ambos se habían conocido, cubiertos de tierra y sangre en las trincheras del planeta convertido en campo de batalla.

-Estábamos hasta las rodillas en barro, los brazos entumecidos y agarrotados del esfuerzo de abrirnos paso entre la maleza y el lodo. Llevaba tres días lloviendo sin parar y tanto caballeros como soldados nos encontrábamos agotados.-

Las palabras de Marcush iban acompañadas de grandes aspavientos, como si apartase la frondosa maleza de Hira solo visible para él. Los dos muchachos miraban con los ojos abiertos de par en par, como si pudiesen ver esos bosques y lodazales ante ellos, y golpeaban con sus espadas de juguete para abrirse paso entre ramas y hojas visibles solo en su imaginación. No muy lejos de allí, Lisandro y Seth continuaban sus negociaciones mientras paseaban por el jardín, pero eso no detuvo el relato del viejo caballero ni el silencioso acompañamiento de su antiguo camarada de armas.

-Y de pronto, la espesura dio paso a un pequeño claro, ocupado por la cabaña de la bruja. Los lugareños la temían pero estaban forzados a vivir y servirla, pues ella había envenenado sus mentes con relatos heréticos del Califato y les obligaba con oscuras artes a trabajar para ella.-

A su lado, Baudias le miró enarcando una ceja. Ambos recordaban la historia bien, no había sido de sus mejores momentos, y no había bruja en modo alguno en la misma. Solo nobles locales, siervos y civiles. Pero la historia real sin duda no era apta para el consumo de los jóvenes muchachos, era mejor la versión decorada de novela de caballerías que les estaba contando su tío-abuelo.

-Los lugareños, con sus mentes controladas por la brujería, salieron a enfrentarse a nosotros. Espadas oxidadas y aperos de labranza, menos los dos alguaciles que poseían rudimentarias pistolas de proyectiles. Cada uno de sus golpes buscaba segar nuestras vidas con la furia que la bruja había introducido en sus almas, pero nuestros escudos de energía detuvieron esa ira con la impunidad de quienes tienen al Pancreator de su lado. Pues no hay oscuridad, ni la de la más terrible de las brujas, que pueda eclipsar el brillo eterno de Dios desde su trono en el Empíreo.-

Los niños asintieron entusiasmados, mientras con los arcos de sus espadas jugaban a matar y decapitar a los poseídos sirvientes de la bruja. No podían ni imaginar que aquellos no habían sido más que los ciudadanos de aquel pueblo que servían a su alcaldesa siguiendo sus tradiciones; que eran simples campesinos con aperos de labranza enfrentándose a un ejército preparado de la Casa Hazat, con su infantería entrenada y veterana de mil batallas, los escudos energéticos de sus nobles demasiado fuertes como para que nada de lo que allí se encontraba pudiese siquiera penetrarlos y suponer una amenaza a sus usuarios.

Fue una masacre. Una de tantas que habían cubierto el suelo de Hira de la sangre de infieles e imperiales por igual. Una guerra que no perdonaba ni a nobles ni a civiles y que llevaba años rugiendo desde que el Califato había intentado invadir el territorio Hazat y había reiniciado la antigua guerra. Y ahora, años más tarde, el Califato había desaparecido tras su puerta de salto, huyendo de su derrota ante los imperiales y dejando a sus nobles y siervos para defenderse por sí mismos. Era la crónica de una masacre anunciada y cada vez menos reductos permanecían resistían los envites imperiales.

Aquí, en Haven, rodeados por los muchachos que se creían las versiones romantizadas de las historias, los dos veteranos soldados podían exorcizar los fantasmas que cargaban con ellos desde las luchas en aquel maldito planeta. Aquellos combates que habían sido demasiado para Marcush y le habían llevado a abandonar a la Casa Castillo para defender a un Emperador Hawkwood en quien veía la posibilidad de un Imperio mejor. Aquellas luchas que habían terminado por romper el espíritu de combate de Baudias y le habían llevado a aceptar una posición como maestro de armas de la Casa Castillo en Haven, lejos de su planeta natal a donde nunca esperaba regresar ya.

 

 

 

Fue durante la cena, después de largas negociaciones en torno a qué se podía vender y cómo se podía optimizar la producción de los campos, que la Corona informó de que había llegado un mensaje al comunicador. Inesperado y no programado, Lisandro se encontraba ahora en la fría Torre de la Paloma con la extraña certeza y sensación en su interior de que algo no andaba bien. La ligera presión en el pecho que cierra la boca del estómago que señala la proximidad inminente del entrechocar del acero y el disparo de los cañones.

-Aquí Lisandro Castillo, informe Espada de Lorrena.-

La fragata de batalla, en órbita sobre el planeta, era la razón del endeudamiento de su Casa. Y ahora, plácidamente ocupada por apenas una cuarta parte de la fuerza necesaria para que funcionase a pleno rendimiento, se encargaba principalmente de las superfluas tareas de control aéreo. Algo innecesario en un lugar donde solo venía una nave cada muchos meses, pero algo en lo que emplear la poderosa fragata en tiempos de paz, hasta que Lisandro consiguiese que su madre aprobase y negociase el envío de la misma con sus Licaones de vuelta a Hira, a por honor, gloria y tierras.

-Mi Señor Lisandro, aquí el suboficial Rhodes informando de un inesperado evento. El Oculator de guardia ha detectado la activación de la puerta de salto, Señor. Y…-

El oficial, joven e inexperto como muchos de los que se habían unido después del regreso de los Licaones desde Hira, titubeaba. El holograma mostraba su gesto preocupado mientras se inclinaba sobre el comunicador de la nave, en un puente que se encontraba prácticamente vacío a aquellas horas de la noche.

-El Oculator ha identificado el paso de una nave a través de la puerta, Señor. Una nave… extraña. Con la distancia no poseemos precisión en las observaciones, pero los espíritus de la máquina son incapaces de identificar a la nave en modo alguno. Pero es grande, una fragata sin lugar a dudas, mi Señor…-

De nuevo, el oficial titubeaba, incapaz de decidirse a terminar lo que estaba diciendo. Había miedo en sus ojos, a la nave, a defraudar al noble, a no estar a la altura.

-Adelante suboficial, proseguid con el informe. Una nave desconocida no debería ser motivo para tanta extrañeza, los Charioteer tienen una enorme variedad de naves. ¿O acaso se trata de la nave avanzadilla de la flota de los Reeves, para aumentar la presión durante las negociaciones?-

-No mi Señor, no creo que sea eso. Será… será mejor que lo vea por usted mismo. Le envío la comunicación que estamos recibiendo en bucle desde que la nave cruzó. Lamento que tenga que ver esto, mi señor.-

El holograma del puente vacío de la Espada de Lorrena desapareció y fue sustituido por una imagen dantesca. Era el puente de otra nave, rojo en todas sus decoraciones, pero sobre el trono de mando se sentaba una criatura horripilante. Quizás en otro tiempo había sido humano, uno nacido entre las estrellas a juzgar por su constitución ligera y su falta de masa muscular, propia de quien no ha crecido en la alta gravedad de un planeta.

Lo monstruoso era su rostro, la expresión refinada y elegante que mostraba su porte contrastaba con los tres ojos que adornaban su cara, alineados en horizontal sobre una nariz pequeña. Bajo ellos, unos labios extremadamente finos y pálidos que no ocultaban unos dientes afilados como cuchillas. Y su piel, fina al extremo, dejaba ver las finas estrias de las venas que había bajo ella.

Un impuro, un mutante, con el pecado de su alma tan negro que se mostraba en su exterior.

-A la atención de quien perciba aqueste mensaje- estaba diciendo el extraño-. Nos somos Alarryc Stormfront, Comandante de la Libertad Duradera, honorable miembro de los Dragones Rojos. Provenimos de Varadim para visitar a nuestros antiguos vecinos pues precisamos de ayuda y auxilio para nos y nuestro pueblo. Acudimos con las manos abiertas en muestra de paz, y con el deseo benévolo de quienes tienen las mejores intenciones para con sus conciudadanos. Que de aquesta ventura obtengamos provecho todos, pues nos encaminamos a vuestro encuentro en la respetable provincia de Haven. Nuestra larga ausencia de esta nuestra querida República causa que nuestras bases de datos se hallen desfasadas, de modo que rogamos a quien reciba aqueste mensaje lo haga llegar a las autoridades y al condestable locales con la mayor celeridad, para poder reunirnos con prontitud y traer nuestras cuestiones ante el Senado Republicano. ¡Que el rugir del dragón os sea propicio!-

Y con eso, terminaba el extraño mensaje. Con él, llegaba de vuelta al Imperio uno de sus mundos perdidos, uno de sus mundos muertos, con el que todo contacto se había perdido tras la caída de la República un milenio antes. Y, ante el desconocimiento de todos, formaba el primer gran paso, el primer movimiento, que haría tambalearse a la Casa Hazat, que derribaría un Emperador, y cambiaría para siempre el destino del Trono del Fénix.

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