La Llegada del Invierno

Los copos de nieve caen, amontonándose suavemente unos sobre otros, pese a ser el mes de Juno según el antiguo calendario. Dunas blancas que tapan cualquier rastro de verde, iluminadas sin piedad por la luz que cae sobre ellas. Sus suaves reflejos enmascaran con su belleza la muerte de toda vida, el erial del mundo, amortajado en sempiterno blanco. Las olas suaves del mar se mecen oscuras, removiendo los fantasmas de sus profundidades que despiertan al mundo. Su apacible superficie es rasgada a la mitad por la enorme cabeza escamada, con espumas engalanada. Voraz y monstruosa, sus ojos dorados y afilados, ruge su poderío y su saludo a las estrellas. Se alza en el cielo como un ave inmensa hasta atrapar un avión en su fauces como si de un insecto se tratase y, cuando cae, aplasta un mundo que abraza como una amante. Continentes son destruidos y montañas allanadas con su caída, reformando océanos y bosques, devolviendo su abrazo con piedra.

El martillo de la fragua golpea sin dar a basto, sus chispas iluminando un negro dragón que roe unas raíces. Mordisco tras mordisco, el árbol se sacude encima, debilitándose cada vez más. La ardilla y el águila se sacuden con terror en sus hogares. Las heridas de los colmillos y de las garras de la bestia se acumulan en las profundidades de la madera. Y con una feroz dentellada, el daño se vuelve demasiado y, casi a cámara lenta, el árbol se desploma arrojando hojas en todas las direcciones como estrellas fugaces. Los mundos colgados de sus ramas se sacuden y fragmentan mientras la madera colapsa sobre un mar verde e infinito de nogales y robles. 

Una montaña se alza en medio de ese bosque eterno, coronada por dorados palacios de mármol. Piedras son arrojadas por gigantes y cíclopes contra los mismos, pero el verdadero enemigo es el destrozo que sacude el mundo. Enormes laderas, escarpados riscos, salientes virtuosos... todos ellos empiezan a resquebrajarse y se arrojan al abismo verde bajo ellos, dejando caer los altos palacios como los huesos de piedra en que se están convirtiendo. La majestuosidad de alas y aleros, de estatuas y poetas, para siempre perdida en la caida sobre la selva indiferente y vengativa mientras la montaña misma desaparece entre polvo y ramas, condenando con ello a sus otrora poderosos habitantes.

La nieve se sigue amontonando, mientras la última de las ofrendas de sangre se agota, anunciando que no habrá un nuevo renacer. Una hermosa mujer brilla guiando un carro glorioso, su vestido de boda impoluto se sacude tras ella, danzando libre y trágico. Las fauces del lobo cada vez están más cerca, hasta que finalmente la alcanzan y la devoran en una orgía de sangre y muerte. El espejo donde su belleza se reflejara se sacude y fragmenta y el sol mismo se transforma, cesando en su movimiento por el cielo para siempre. Su luz se vuelve blanca y brillante, inmaculada, pero no calienta ni produce confort en los corazones. Y a su lado, la luna fragmentada cuelga en el cielo, un tributo de otro lobo y otro sacrificio. Sus trozos, sostenidos en el espacio inmóviles, muestran las hendiduras de garras y colmillos.

Una mujer de cuervos rodeada aconseja a un rey con su lanza, en los campos de Moytura. El trono de reyes ha sido corrompido y las profecías cumplidas, y de nuevo el horrendo y deforme enemigo se alza para lanzarse contra ellos. Monstruos y demonios arrojándose contra una muralla eterna defendida por héroes y caballeros con lanzas y arcos, que una vez fueron mortales; pero la misma pared infinita se muta y altera siguiendo patrones imposibles de comprender, dejando indefensos a sus guardianes y exponiéndolos al asalto del cambio. Y otros guerreros se reunen frente al más alto de los salones de Valhalla, sabiendo que los entrenamientos y juegos han terminado y la verdadera batalla se aproxima, una carnicería como nunca se ha visto ni se volverá a dar.

Un hombre de piel azul a lomos de un caballo blanco cabalga finalmente. Su espada cercena cabezas y cuerpos, amontonando cadáveres a sus pies. A medida que llega el final de la Era de la Disputa, su trabajo le cubre de sangre y vísceras. Tantos espectros libera que llenan y desbordan los más lujosos salones de baile. El glorioso azul de cuatro brazos, engalanado con pesar y esperanza en sus ojos, hace girar la Rueda una vez más, arrojando el mundo al cambio que siempre debía llegar.

Y abajo, en las profundidades bajo el mundo, más allá de los pasadizos quebrados y girados del Laberinto con sus antiguos guardianes, hay un oscuro río. Lugar donde el halcón finalmente cae derrotado y la serpiente devora la barca de los amaneceres. Y con ello se extiende la oscuridad que anida en el corazón del submundo. Una prisión que finalmente ha sido vaciada, sus ocupantes regresando a sus terribles tronos de poder, tiranos omnipotentes y gloriosos, con una venganza por cumplir.

Pues la batalla final ha llegado. Ragnarok. Sobre el blanco de Fimbulwinter y la muerte de los dioses, solo queda la esperanza del renacer. Un futuro posible y profetizado en un tiempo donde el Destino imperaba, pero su trono ha sido aplastado por la serpiente y el lobo, y toda certeza de ese nuevo tiempo perdida. Solo queda la batalla por hacer de esa pequeña llama una hoguera que, una vez, alabe al sol como otrora se hizo y restaure el mundo cuando los nuevos dioses y hombres nazcan del árbol. 

Praise the sun.

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