Un Débil Amanecer 1: Haven... Ningunaparte

I:

La lluvia golpea el cristal como las lágrimas de un dios indiferente. Tras el impecable trabajo del cristalero se puede ver la forma, medio oculta por el aguacero, de los rascacielos de la ciudad. Masivas y elegantes torres, palacios de los acaudalados y nobles, catedrales alzándose hacia las estrellas de las que vinimos.

Lo he dado todo por ti, sacrificado en nombre de un mundo mejor, por un futuro necesario aunque fuese improbable. He quemado mi posición de Príncipe para iniciar una guerra que me convirtiese en Emperador, ganando con ello el odio de los míos ante las promesas incumplidas y las envidias de los demás por mis victorias. Conquisté un trono que llevaba siglos vacío y que requiere de un complicado entramado de favores y equilibrios para funcionar. Un puesto noble y glorioso pero carente de poder real, si no se fuerza al mundo a girar contra su voluntad.

He mejorado la economía de los dominios imperiales con nuevas leyes, educación y servicios. Solo para encontrarme con la oposición de una Iglesia que no quiere siervos educados y cultos, sino perdidos en el oscurantismo de la superstición. Y las conspiraciones de una nobleza que no desea que sus propios siervos empiecen a tener ideas de libertades y derechos como tuvieron hace tantos siglos.

He pacificado a las Naciones Estelares Vuldrok por medio de la diplomacia y el matrimonio, solo para ser denostado por quienes consideran una deshonra casarse con una extranjera, una bárbara. Y he tenido una hija, mi bella Aurora, que pondrá final a los problemas de sucesión y herencia que tanto daño han hecho al Imperio, pero por cada uno que ve la ventaja que ello supone una docena conspiran a sus espaldas para acabar con su vida.

Y nada ha sido suficiente para saciar tu apetito por sufrimiento y dolor. Nada de lo que tengo o tuve, ni de lo que tendré, puede calmar tu voraz deseo de destrucción, tu ciega ambición de tener más, tus orgullos heridos. Lo he sacrificado todo por un Imperio más frágil que un castillo de naipes, más débil que el bebé que llora en su cuna, más fragmentado y dividido que una vidriera destrozada.

Lo he sacrificado todo por ti, y me pagas con hiel y veneno. Se acerca el final de mi mandato, mi tiempo se acaba, lo puedo sentir en los huesos y en la Corte, en la mirada de embajadores y prelados, obispos y mercaderes. Los cuervos se preparan para el festín y mi caída está escrita. Y nada de todo lo que he sacrificado, nada puede evitarlo. Te he entregado todas mis horas, días, meses y años y aún quieres más.


 

01: Haven… Ningunaparte

Lisandro Castillo se encontraba en pie, firme, en el lugar de honor del pequeño astropuerto. La puerta a otros mundos y estrellas sería hoy utilizada por primera vez en más de un año para recibir invitados. Por la importancia de los mismos, el joven caballero lucía su uniforme militar de gala, dominado por los colores blanco y azul: los motivos propios de su casa. Pero también estaban los emblemas bermejos y negros del Duque de Sutek y las enseñas doradas y vermellones de las condecoraciones que el Príncipe Hazat le había otorgado. Al fin y al cabo, él había sido oficial y héroe de los ejércitos de su señor, siguiendo los antiguos vínculos de vasallaje entre ambas Casas.

Parecía haber ocurrido en otra vida, bajo un sol muy distinto al que ahora le iluminaba, en tierras de un mundo que se encontraba a una distancia infinita de su posición actual. Y es que Haven, la luna que la Casa Castillo tenía como su feudo, estaba a una distancia inconmensurable de todo. No es que eso fuera literalmente cierto, solo dos saltos la separaban de la Capital Imperial, pero prácticamente nadie hacía esos saltos. Sólo una pequeña nave tenía los derechos comerciales de esa ruta y era fácil entender por qué: Haven no tenía nada que ofrecer en el Imperio más allá de madera y agricultura. La primera era demasiado común y pesada como para ser algo que valiese la pena exportar y la segunda demasiado perecedera y prevalente en buena parte del Imperio.

El rugido del descenso de la única nave que viajaba al sistema se hizo patente, levantando un viento y polvo que alborotaron los pelos del soldado y los demás presentes. La Espada de Lorrena había confirmado que la otra nave, la pequeña nave mercante Lucky Star, llegaría a tiempo y todo estaba dispuesto para recibirla con honores. El astropuerto se encontraba limpio y decorado, la guardia de honor reunida, el espacio despejado para la delegación y el vehículo descapotable preparado para transportarlos al aterrizar.

No era el casco negro de la Lucky Star y su visible timón dorado, símbolo universalmente reconocible del Gremio de Navegantes, lo que importaba. Ni siquiera las mercancías de otros mundos que había en sus bodegas, que suponían la única entrada de tecnología en Haven. Ni las noticias de lo que ocurría en otras estrellas. No, lo importante de verdad eran sus pasajeros.

Mientras en tren de aterrizaje vertical de la nave se desacoplaba de su exterior para iniciar el procedimiento, Lisandro dejó vagar su mente unos últimos instantes. Hacía años que no veía a su tío Marcush Castillo, ahora un caballero del Emperador mismo. Verle de nuevo sería un hecho memorable, lleno de historias de batallas y honor. Pero, lo verdaderamente trascendental era que a bordo iba también un desconocido, aquel para el que todo este circo se había organizado: un cobrador del poderoso Gremio de Banqueros llamado Seth.

Y con él llegaba el último aviso de que la Casa Castillo tenía que pagar las deudas que había contraído para construir la Espada de Lorrena, la única nave de batalla de la Casa. Una deuda que había arruinado a los Castillo y Lisandro sabía bien que no tenían forma de pagar. No sin perder lo poco que les quedaba de honor y posición nobiliaria: el orgullo y el título de Marqueses de Haven.

Los Reeves también lo sabían y no les importaba. Habían venido a cobrar sus intereses en sangre si hacía falta, para mandar un mensaje al resto de Casas nobiliarias de lo que pasaba cuando no se pagaba. Ni siquiera era la amenaza de la impresionante flota de los banqueros la que infundía temor, sino el enorme acceso e influencia del gremio de acreedores, que controlaban deudas de un extremo a otro del Imperio. Sus Decanos cenaban con Duques, desayunaban con Obispos y ofrecían a todos lo que quisieran… mientras pagasen sus intereses. Y los Castillo ya no podían hacerlo, no con el incremento de impuestos decretado por el Duque de Sutek para lidiar con los crecientes problemas en su planeta. Y no con las malas cosechas que se habían producido los últimos años en Haven, fruto de una agricultura anticuada y poco productiva y unas cosechadoras de gases que se habían quedado obsoletas y no se podían reemplazar. No había dinero para realizar esas costosas inversiones, por urgentes y necesarias que fueran.

El final del enganche de la Lucky Star en el suelo del astropuerto sacó a Lisandro de sus ensoñaciones. Firme, observó como las puertas de la vieja nave mercante se abrían y la escalera de metal se extendía. La armadura brillante y plateada de Marcush fue visible en la puerta primero y el hombre, con su pelo blanco y su paso decidido, comenzó a descender por ella.

Tanto Lisandro cómo el agarraron sus muñecas izquierdas en el saludo ancestral de su casa, señal de que disponían e todo el tiempo del mundo para la otra persona. Algo de gran significado en una luna donde el ciclo del día y la noche era irregular e imprevisible. Un saludo que hacía referencia al amor por la puntualidad de los Castillo, y su disposición a brindar su tiempo a aquellos que lo valiesen.

-Saludos sobrino – saludo el caballero con su voz cascada. Sus ropas blancas y doradas lucían los emblemas del Trono el Fénix y la Espada de la Justicia.

-Bienvenido a casa, tío, ojalá vuestra visita se produjese en momentos más gratos. ¿Cómo es el banquero?-

El viejo caballero rió con fuerza. Su sonrisa parecía franca pero no llegaba del todo a iluminar su mirada. Pero Lisandro no podía estar seguro de lo que ello implicaba, la última vez que había visto a su tío había sido antes de marchar a la guerra, antes de haberse rebelado contra su madre, antes de tener el menor atisbo de bigote.

-Parece informal y cercano, licencioso y acostumbrado a vivir bien, pero las apariencias engañan, sobrino. Es un Reeves y eso le hace peligroso.-

Lisandro asintió pero no tuvo tiempo de responder pues un hombre joven y atractivo estaba descendiendo por la escala. Sus ropas eran sobrias y elegantes, hechas con sedas que no se veían en Haven y cortadas a medida para encajarle a la perfección. Su sonrisa abierta no disimulaba la inteligencia que se veía en sus ojos. Le acompañaban seis bellas mujeres como un séquito, dignas de cualquier sueño lujurioso posible, pero bajo sus apariencias suaves y delicadas, Lisandro pudo reconocer los ademanes y gestos de quienes se encontraban entrenadas en combate. No sólo eran bellas e impresionante, eran duras guardaespaldas, una declaración de intenciones del gremio de usureros.

-Saludos maestro Reeves sed bienvenido a Haven. Soy Lisandro Castillo, tercer hijo de la Casa Castillo, sargento de los ejércitos de la Casa Hazat, héroe condecorado de la guerra de Hira tras mi victoria en el Bosque Rojo. Seré vuestro acompañante y enlace en estos días que pasará con nosotros.-

El banquero río abierta y francamente mientras se llevaba el puño derecho al corazón en el saludo tradicional de los Hazat. No conocía las tradiciones de Haven y sus propios saludos pero estaba bien versado en las cuestiones de corte y protocolo para tratar con la nobleza.

-Maestro me va un poco grande, Caballero Castillo, soy apenas poco más que un aprendiz.–

¿Un aprendiz? ¿Era una broma? El destino de la Casa Castillo estaba en juego, ¿y los Revees no se dignaban siquiera a enviar un alto miembro del gremio? ¡Eso era un ultraje! Pero aunque la sangre fluía con rapidez por sus venas, Lisandro tuvo que controlarse pues que perdiese el  control habría sido un primer triunfo para los banqueros.

En algún lugar del astropuerto, discreto e invisible, estaría su detective. Iba a tener mucho trabajo por delante para averiguar todos los trapos sucios del joven banquero. Pero Lisandro necesitaba encontrar esos esqueletos si quería tener una oportunidad para solucionar la situación.

-Disculpe el error, maese Reeves – dijo, alargando la primera vocal en un gesto que, con el tiempo, repetiría muchas veces- . Acompañadme al auto y os llevaré ante mi madre, la Marquesa Lorrena Castillo.-

El coche se aproximó entonces. Era un vehículo antiguo y venerado, regalo de un antiguo Príncipe Hazat antes de que el Imperio tomase su actual forma, destinado a conmemorar los lazos de vasallaje que entonces se establecían entre ambas casas. Elegante y glorioso, siglos después seguía funcionando perfectamente aunque solo se emplease en eventos públicos, recepciones y otros actos de importancia. Al fin y al cabo su combustible era muy caro y su mantenimiento requería tecnología que había que importar de otras estrellas. Así que, la mayoría del tiempo, usaban los altos y elegantes caballos que llevaban siglos criando en la luna pero que solamente podían sobrevivir en la gravedad relativamente baja de Haven.

-Por supuesto pero, por favor, llámeme Seth, Caballero Castillo.-

Si había un rastro de humor, diversión o ironía en su voz, Lisandro no podía estar seguro. El coche se detuvo al lado de ellos, su puerta azul y blanca abriéndose con un suave zumbido cuando el Caballero que lo conducía lo ordenó. Un Caballero poco importante y demasiado prepotente para el gusto de Lisandro, uno que pretendía a su hermana pequeña con galantería vacía ya que no había servido con los Licaones en Hira. Pero eso importaba poco ahora que Marcush y Seth abordaban el vehículo; su séquito tendría que seguirlos en los eficaces pero menos lujosos carruajes.

-No debe verme como un enemigo- dijo el Reeves tan pronto el vehículo se puso en marcha por la calzada- . Yo quiero lo mismo que usted y su Casa: un acuerdo mutuamente beneficioso para ambas partes. Nada más que eso. Realizaré un estudio de sus recursos, le mostraré como sacarles mejor partido y, al final, todos saldremos bien de esto. Soy bueno con los números, ya lo verá, y mi máquina pensante me permitirá ayudarles a dirigir sus tierras de una forma más rentable.-

Las casas de piedra que se veían por las ventanas estaban engalanadas al igual que el pequeño astropuerto que dejaban atrás. Las calles estrechas y tortuosas estaban atestadas de campesinos con sus mejores ropas, que se empujaban unos a otros para vitorear a su paso y tratar de ver a los importantes visitantes. Las buenas gentes del feudo lunar estarían hablando de ello durante meses pues pocas novedades y eventos tenían ocasión de disfrutar y comentar.

-Estoy seguro de ello, maese Reeves. Mi madre, la Marquesa Lorrena Castillo le recibirá como merece y seguro que con nuestro trabajo estos días encontramos una buena solución a la situación. Pero mi madre es Marquesa y orgullosa, atada a las viejas formas, así que creo que tendremos ambos que trabajar de modo cercano para hacer que… entienda la gravedad de la situación y las medidas drásticas que esta requiere.-

Seth asintió sin entender del todo las consecuencias de lo que Lisandro decía, pues no conocía a la familia. Pero Marcush asintió silencioso, conocedor de sobra de las virtudes y defectos de su hermana. Y las complicadas políticas internas de los Castillo, capturados entre una señora cada vez más lejana de la realidad y una heredera a la que no dejaban gobernar.

-Comprendo y sin duda trabajaremos fantásticamente juntos y construiremos un futuro glorioso para su Casa y para mi Gremio.-

Irónicamente, ninguno era consciente en aquel entonces de las consecuencias de lo que estaba pasando. Del alcance que todo ello tendría en todo lo que estaba por venir, y el modo en que el universo entero cambiaría a partir de entonces. Yo lo sabía y lo sé, pues conozco de muchas cosas, pero me estoy adelantando y aun no es hora de que me presente.

 

 

 

Ur-Tarik accedió a la taberna por su puerta principal. El Gato Borracho era un antro de mala muerte, en las cercanías del astropuerto, frecuentado por vividores y jugadores por igual. No desentonaba en la misma por a su gabardina larga y su ropa reforzada, llamaba la atención por no ser humano. El único alienígena en toda aquella luna pequeña y olvidada.

Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices rituales, ocultas siempre por sus amplias ropas, legado de tradiciones que sus ancestros habían creado y que él ni comprendía ni le importaba. Había sido muchas cosas en su vida: pordiosero, piloto de nave de guerra, superviviente, detective. Pero antes que ninguna de ellas, los demás siempre veían sus ojos completamente negros, sus ademanes extraños y sabían que él no era humano. Eso era todo lo que necesitaban saber para temerle por ser diferente, odiarle por ser extraño, despreciarle por no ser uno de ellos. Y él lo sabía bien, siempre había sido capaz de leer los pensamientos de quienes le rodeaban, algo que sin duda era muy útil en su profesión pero que era una puta mierda para su vida personal. No quieres saber todos los trapos sucios y mierdas de todas las personas con las que te acuestas, destruye toda la magia.

Pero él no se encontraba en la taberna ni por magia ni por sexo. Venía buscando al único otro foráneo que se encontraba en la ciudad, y sabía que visitaría aquel antro tan pronto hubiese llegado. Ezekiel Tranask de Aragon era su nombre y se habían conocido unos años atrás, cuando el otro le había traído hasta esta luna olvidada de la mano del Pancreator. Un lugar donde nadie le buscaría, donde poder esconderse de las conspiraciones y tejemanejes en las que le habían introducido en el pasado. Un refugio temporal hasta que las cosas se calmasen de nuevo en Sutek y pudiese regresar a hacer negocios allí.

Buscaba a quien le había traído porque era el único que podía seguir la ruta espacial entre Sutek y Haven. Era el único piloto con la llave y la licencia del Gremio de Navegantes, los Charioteers, para comerciar y transportar bienes y personas entre ambos lugares. Y era la puerta a conseguir al menos las primeras informaciones por las cuales le pagaban. Encontrar esqueletos en los armarios era, al fin y al cabo, algo a lo que los detectives se venían dedicando desde mucho antes de que siquiera tuvieran ese nombre.

Ezekiel se encontraba sentado en la barra, flirteando descaradamente con una muchacha que estaba claramente fascinada por alguien que no fuera de aquel cenagal perdido. A su lado, un hombre, probablemente el padre de la jovencita, analizaba una pala automática que permitiría mejorar su granja. Tecnología prohibida para las manos de unos campesinos, comprada de extraperlo y fuera de la vista de la Iglesia en una taberna de mala muerte.

-Ezekiel, es bueno verte de nuevo por aquí- saludó Ur-Tarik, tomando asiento al lado del navegante.

-¡Ah, mi buen amigo alienígena! Toma un trago con nosotros, ¡yo invito! Vengo con buenos negocios y algo de dinero, y que menos que compartirlo, ¿no crees?-

-¿Ese dinero tiene que ver con vender lo que no debes a quien no debe comprarlo, o con los gremiales que trajiste en la nave esta mañana?-

-Tarik, Tarik, Tarik, ¡no hace falta ser tan formal! A nadie le importa una pequeña herramienta para una granja, solo va a hacer que este buen hombre viva un poco mejor y pueda pagar mejor sus impuestos nobiliarios y hacer algo de dinerillo. Y yo hago un poco también, ¿a quién hacemos daño?-

-La Iglesia no lo verá así, sabes que los campesinos no se encuentran bajo el amparo del Privilegio de los Mártires…-

-Bueno, lo que la Iglesia no sabe, no puede hacerle daño, ¿no crees? Además, sabes de sobra los negocios que hago, así que no has venido aquí a hablarme de ellos como no lo hiciste cuando vine la última vez hace siete meses, ni la vez anterior, ni la que vino antes a esa. Yo no pregunto por tu pasado, tú no preguntas por mis negocios ¡y todos tan amigos!-

Ezekiel sonrió dicharachero, sus coloridos y estrambóticos ropajes amarillos, rojos y púrpuras moviéndose de un lado a otro mientras alzaba su vaso de whiskey para brindar con el detective. A su lado, los colores apagados de la vestimenta del alienígena resultaban discretos y Ur-Tarik prefería que fuese así, llamar la atención nunca era bueno para los suyos.

-¡Por nuestra larga amistad, mi buen compañero!- brindó el navegante.

-Corta el rollo, no tengo tiempo para estos juegos. Aún no has respondido a mi primera pregunta, pero ya da igual. Sé de dónde salen esos fénixes que tan fácilmente estás gastando. Quiero saber del Reeves que has traído. ¿Quién es? ¿Qué se dice de él? ¿Para qué parte del Gremio está trabajando?-

-Y yo que pensaba que solo querías hablar con un viejo amigo, ¡hieres mis sentimientos! ¡Ves, querida, al final solo me tratan para sacar cosas de mi!- exagerando sus aspavientos dramáticos, Ezekiel se volvió hacia la muchacha que rió mientras se tapaba la boca.

-Déjate de dar vueltas, el tiempo está corriendo. Pagaré por la información, ya lo sabes, pero la quiero para ayer.-

La sonrisa burlona y juguetona del piloto se ensanchó ante la mención del dinero. Ese sí que era su idioma, y pagaría por unos cuantos buenos vicios, unas manos de carta, algunas bebidas y sin duda algo de compañía. No se podía pedir mucho más de la vida a ojos del Charioteer. Y era una de las cosas que Ur-Tarik comprendía bien del otro hombre, su falta de ambición y su búsqueda solo por vivir bien y tranquilo.

-Bueno, puedo hacer algunas preguntas a los pilotos y contactos de Vera Cruz y ver que saben. Mi padre aún tiene amigos en esa ruta y creo que es posible que nuestro Decano en Aragon sepa mucho al respecto...-

-Nada de involucrar a ningún Decano ni pez gordo- interrumpió el detective-. Esto hay que manejarlo con suavidad y sutileza. Sino no veras ningún pajarraco que gastar en alcohol, juego o mujeres. Yo también haré preguntas a algunos viejos contactos de Sutek, pero recuerda que esto es para ayer.-

-Por supuesto, mi buen amigo, ¡y para ayer estará!-

Si hubiera sido posible, Ur-Tarik habría puesto los ojos en blanco ante los aspavientos coloridos del piloto. Desgraciadamente, sus ojos eran esferas completamente negras, nadie habría notado la diferencia.

 

 

 

En mitad del espacio dos naves siguen sus trayectorias en una coreografía tan antigua como el vuelo espacial. Domina la escena la forma gris oscura y negra de la corbeta, la más pequeña de las naves capitales de la armada de la Casa Hazat, pues tales son las enseñas que muestra en su casco mil veces dañado y tantas veces reparado. Sus cañones están silenciosos, como llevan demasiado tiempo, y no será ahora cuando rompan su silencio. Bajo ellos, en doradas letras góticas, podría verse el nombre de la nave: la Gloria del Segundo Mundo.

Sutek es, al fin y al cabo, el segundo mundo, el primer lugar al que la humanidad llegó al abandonar Terra. Aunque la Gloria es acaso la más pequeñas de las naves de guerra de la Casa Alcázar, cargaba con ella un legado que pocas podían igualar, pues su distinguido servicio se extendía desde hacía siglos y había participado en buena parte de las victorias y batallas destacadas de los Hazat. También en muchas de sus derrotas, pero eso normalmente se omite al contar las historias, pues al final estas tienen más poder que cualquier cañón naval; si no me creéis, preguntadle al Profeta que bien lo sabe y bien lo utilizó… aunque, de nuevo, me estoy adelantando.

Laureana Mejía del Alcázar observaba las maniobras de atraque de la pequeña nave con la suya a través de los ventanales del puente de mando de la Gloria del Segundo Mundo. La distante luz del sol de Sutek iluminaba la escena con su frío y débil fulgor. La corbeta Hazat tenía la tercera bahía de atraque abierta, su interior expuesto al espacio de no ser por la protección de los escudos de energía que rodeaban a la nave. Escudos que permitían la entrada de la pequeña lanzadera blanca, con las enseñas de la Iglesia de la Santa Tierra bien visibles en su frontal como si fueran capaces mágicamente de abrir cualquier puerta solo con su presencia. El poder de las historias, al fin y al cabo.

Pero Laureana no estaba pensando en nada de ello, mientras sus oficiales de puente constataban que la maniobra se producía sin incidentes. Dos años alejada del frente, lejos de Hira donde ganar gloria y renombre, donde poder distinguirse. Más de seiscientos días desde que había regresado a Sutek para recibir el honor del ascenso a capitana del navío de guerra, y estar cerca por si era necesario para su Casa. Al fin y al cabo, aunque nunca fuese a heredar el título, de todos era bien sabido la devoción de la capitana por su familia y su habilidad con la espada en cuanto a duelos de honor se refería. Pero peor aún, a sus ojos, era que debía cumplir con un matrimonio ya concertado con uno de los miembros de la Casa Büren, un hombre al que ella apenas había visto en un par de ocasiones. Un político, cobarde y débil que se escudaba en los favores de su Casa para con los antiguos Duques de Sutek para conseguir un matrimonio que les fuera favorable. Y la mano de la capitana del navío, que tantas vidas había segado, ahora debería servir para cimentar una alianza que permitiese un cierto equilibrio en las condiciones cada vez peores de la vida en Sutek y su política.

Los oficiales confirmaron el final del proceso de atraque de la lanzadera en los muelles y Laureana se encaminó hacia allí a recoger a su nuevo huésped. La política no había sido nunca de su interés, el cortejo, el tira y afloja, las manipulaciones en la sombra. Su lugar no era el de ser esposa o madre, sino que pertenecía en el puente de mando de una nave de guerra de la Casa Hazat, o en las lanzaderas de desembarco dirigiendo el asalto desde primera línea. Pero hacia demasiado tiempo desde la última vez que su espada se había mellado al chocar contra otra o que su uniforme se había manchado de sangre. Demasiado desde que había tenido sentimientos de verdad, emociones ciertas, honor y gloria sinceros.

La bahía de atraque de la corbeta estaba ocupada por tres lanzaderas de asalto de su casa, engalanada con los pendones y banderolas de los Alcázar. Pero la nave que había entrado destacaba poderosamente, su blanco inmaculado no disimulaba los siglos que llevaba en servicio, acaso desde tiempos de la caída República, corrupta y malvada. El círculo dorado se veía claramente en su lateral, el universal y reconocible emblema de la Santa Iglesia. Sus motores y casco podían ser antiguos, pero se encontraban bien mantenidos, cuidados y alguien había vuelto a pintar toda la cubierta recientemente. Algo que solo hacían los presumidos y aquellos que sabían que la pintura duraría, pues no esperaban el impacto de los cañones enemigos.

Las puertas blancas se abrieron y la escalera se desplegó. Tranquilamente, descendió una mujer, sus túnicas meciéndose bajo un viento inexistente en el navío. Llevaba las manos cruzadas frente a su regazo y su mirada, fiera, se posó con fuerza sobre la capitana como si quisiera verle los más íntimos secretos. O, acaso, incluso ya los supiese, pues el emblema de los místicos y brujos de la Iglesia, la controvertida Orden Eskatonica, era visible en sus ropajes.

Un monje de la ortodoxia, joven y mal tonsurado, descendió con prisa detrás de ella, que avanzó en silencio hasta encontrarse frente a Laureana, con una proximidad casi incómoda. Con la firmeza y la soltura que otorga la práctica, la capitana se llevó el puño al pecho en el tradicional saludo Hazat, esperando una respuesta que no parecía llegar.

-Bienvenida a bordo, Eminencia, ¿a qué debemos el placer de vuestra llegada?-

Tras un instante más de mirada profunda, la bruja continuó y pasó de largo. Su silencio inquebrantable, sus manos entrelazadas frente a si, avanzaba como si conociese perfectamente el interior de la nave. Una nave que no era suya sino de la Casa Hazat, una transgresión que era, como mínimo, maleducada y que bien podría merecer un duelo en otras circunstancias. No sería el primero que libraba la capitana, aunque nunca había ocurrido contra alguien de la Iglesia.

-Disculpe a la Hermana Karyn, Capitana- habló el monje mientras extendía unos documentos-. No ha hablado en todo el trayecto desde que nuestra Capitana la recogió en Sancta Terra, pero aquí tiene los documentos necesarios. Ha solicitado ser transportada por usted y esta nave a Haven. Y vuestro Príncipe ha accedido. No sé nada más, me temo, yo solo… bueno, me alegro de que ya no esté a bordo de la Sanctus Verbum, será… más tranquilo regresar a Sancta Terra sin una hereje a bordo.-

Laureana observó los documentos brevemente mientras el hombre hablaba, atropellando ligeramente sus palabras mientras se retorcía las manos. Haven estaba a solo un salto de distancia del primer y más sagrado de los mundos, pero no entendía qué podía querer una eskatónica allí con tanta fuerza como para haber conseguido el apoyo del Príncipe mismo. Ni por qué había escogido su nave particularmente de entre todas las naves civiles y militares que operaban desde Sutek. Sin duda le habría sido mucho más sencillo y discreto conseguir transporte de los Charioteers, el gremio de navegantes, que acudir a favores de la nobleza.

Mientras el monje se despedía para volver a su blanca lanzadera, Laureana se despidió como requería el protocolo y se dio la vuelta presta a seguir a la monja y ver qué tramaba. Las eskatonicas eran una colectividad pequeña y misteriosa, rodeada de leyendas y conspiraciones. Se decía que podían derrotar a los terribles simbiontes de Stigmata, que podían ver el futuro, que se acostaban con demonios para obtener poderes impíos, que leían libros prohibidos de brujería y oscurantismo y que conocían los pecados del alma con una sola mirada. Y tantas otras cosas. En Sutek no tenían ni monasterio, ni capitulo ni presencia, era la primera miembro de la orden que Laureana veía.

Pero, más importante que todo ello, era una perfecta oportunidad para abandonar sus aburridos quehaceres en la órbita de Sutek y poner en marcha la nave. Con suerte podría retrasar unos cuantos días el regreso y mantenerse al margen del boato y la corte de sus padres y de los arreglos para el matrimonio con un hombre al que no conocía, mientras que el que si amaba permanecía en el frente de Hira.

 

 

 

El salón del trono de la casa Castillo era modesto y antiguo, pero se encontraba ampliamente engalanado de blanco y azul, las enseñas y estandartes de la Casa colgando de paredes y balcones. Cuando Lisandro puso el primer pie en su interior, la docena de caballeros a ambos lados se cuadraron, sus espadas refulgiendo bajo el brillo de las lámparas y el sol que entraba por las coloridas ventanas.

Detrás de él entraron su hermana mayor, Lethycia Castillo, que había salido a recibir a los invitados en el patio del castillo, así como Seth y Marcush Castillo. El séquito del banquero iba unos pasos más atrás, cerrando la comitiva con su belleza, aunque desentonando ligeramente en las formas.

La Marquesa Lorrena Castillo se puso en pie del trono, llevaba puestos sus mejores ropajes, azules y dorados, que habían sido hechos para sus viajes de juventud. Ahora le quedaban ligeramente grandes, igual que la Corona de la Casa se veía rodeada de una cumbre de pelo blanco y ralo, subrayada por las arrugas de su edad. Había dejado atrás los sesenta años ya, y en Haven no era posible conseguir las drogas y tratamientos, prohibidos por la Iglesia pero ampliamente usados por la nobleza, que permitían alargar la vida y prolongar la juventud. Su mente ya no era tan aguda como en otros tiempos, ni su vista, pero el espíritu de la Corona permitiría que todo fluyese adecuadamente.

Lo que siguió fue una interminable retahíla de muestras de respeto y cortesía. Primero para Marcush, no en vano era noble y miembro de la Casa, y después para Seth y su séquito. Formalidades rodeadas de deseos de buenas intenciones y preguntas de cortesía, pues era de mala educación tratar temas de importancia con quienes eran recién llegados y no habían tenido tiempo de asearse y descansar. No sería hasta el día siguiente que empezarían de verdad las negociaciones, después de la cena de gala de bienvenida… pero Lisandro no estaba dispuesto a esperar tanto. Esta era una oportunidad de oro para ganar poder en la corte si sabía jugar bien sus cartas, y sería necesario hacerlo si quería algún día tener el título de Marqués de Haven, aunque por tradición se transmitiese solo matrilinealmente y le correspondiese a Lethycia por edad.

Lorrena Castillo dio por finalizada aquella primera recepción para retirarse y dejar que los invitados se aseasen y descansasen. Lisandro sabia perfectamente que su madre ya no aguantaba los largos eventos con la misma energía que tuviera de joven y que necesitaría un reposo prolongado antes de la cena. Había tenido numerosos choques con ella en el pasado, hasta había abandonado la Casa para ir a la guerra por su culpa, así que no se sentía mal por aprovechar ese tiempo para poner en marcha sus planes.

Ordenó a uno de los sirvientes que avisase a Seth de que esta noche iría a conversar y comenzar las negociaciones. Después se aproximó a su hermana mayor, quien estaba conversando con Marcush y sus pequeños hijos. Los muchachos estaban fascinados por el Caballero del Fénix y querían que este les contase historias de batallas y monstruos, algo a lo que el caballero accedió al ver aproximarse a Lisandro y ver que había cosas importantes que ambos hermanos tenían que hablar. Lisandro sabía que se reunirían con Baudias en el jardín trasero del castillo donde los dos viejos camaradas de armas, el noble y el campesino, el caballero y el maestro de armas, contarían historias a los dos muchachos y se pondrían al día de lo ocurrido en este tiempo separados. Por un momento, deseó poder bajar con ellos al jardín, contar historias de Hira y de muchos otros sitios y escuchar las de ellos, de las Guerras Imperiales y las batallas contra el Califato. Pero todo eso tendría que esperar, la supervivencia de la Casa Castillo estaba en juego.

-Hermana, debemos prepararnos estos días, el futuro de la Casa va a depender de nosotros.-

-Hermano, estoy de acuerdo con que eso sería lo necesario y lo correcto, pero Madre sigue siendo la Señora de la Casa, de ella dependen las negociaciones y los acuerdos.-

-Hermana, sabes tan bien como yo que Madre está demasiado agotada para poder gestionar estas tareas como antes. Será mejor dejarla descansar y reponerse todo lo que pueda mientras nosotros nos encargamos de las tareas más mundanas que la cansarían.-

Lethycia enarcó suavemente una ceja mirando a Lisandro, prolongando el silencio unos segundos. Luego hablo con voz tranquila pero firme, sin apartar la mirada ni un poco.

-Hermano, lo que decís raya la traición, aunque sé que lo decís con buena intención. Pero entre la administración cotidiana del feudo y criar a mis hijos, no creo que me quede tiempo para participar en vuestros entramados.-

-¡Pero Hermana! Descuidad que, con Marcush de vuelta, los pequeños estarán entretenidos. Y si preferís, puedo encargarme yo de estas cuestiones para que no tengáis que esforzaros vos que tanto tenéis por hacer.-

La ceja enarcada no descendió, mientas la mayor de los Castillo asentía. Una sonrisa danzaba en sus labios, a medio camino entre la preocupación y la diversión. Ella era demasiado educada y cuidadosa, la hija tradicional y perfecta, para lo que Lisandro quería hacer, pero una parte de ella sabía que era necesario. Al menos, así lo quiso interpretar el caballero mientras se separaban para retornar a sus tareas y planes.

Por delante les quedaba una larga serie de recepciones y conversaciones previsibles y predecibles. El protocolo a cumplir en la corte, la antigua danza del protocolo, mientras las primeras piezas se disponían sobre el tablero. Con su madre ausente para descansar, con la excusa de dejar relajarse a los invitados y meditar sobre las cuestiones que aquí les traían, Lisandro tenía tiempo para observar a los recién llegados. Y esperar a que Ur-Tarik pudiese encontrar algo de utilidad, algo que poder usar para ganar una posición de influencia en las duras negociaciones que, fuera de lo que marcaba el protocolo, comenzarían esa misma noche.

 

 

 

La mirada de Remigio, el chambelán de la Casa Castillo, era una que Ur-Tarik había visto un millón de veces por todo el Imperio. Xenos, decían sus ojos; inhumano, reflejaban sus iris; monstruo, demonio, alienígena. El odio primitivo y atávico que los humanos tenían a lo desconocido y lo extraño, que antiguamente habían vuelto contra si mismos pero que, una vez encontraron otras especies sintientes, echaron sobre ellas. Guerras y masacres después, el pueblo de los Ukar había sido sometido como subhumanos e inferiores. Su cultura aniquilada ante las imposiciones de gobiernos y religiones, sus orgullosos clanes desbandados y divididos para evitar que pudieran volver a alzarse contra la humanidad. Hacía milenios de aquellas guerras y humillaciones, tanto que a Tarik no le importaban, pero su impronta todavía permanecía imborrable en la mente de la humanidad, estuvieran donde estuvieran entre las estrellas.

Ese desprecio era algo que Ur-Tarik había visto desde su Primer Baño Solar y le acompañaría sin duda hasta el final, cuando finalmente cayese sobre él la Última Noche. Ahora lo notaba en la mirada de un chambelán prepotente y estirado, claramente molesto de que alguien como él pisase los gloriosos salones de su casa, por menor y pequeña que esta fuese. Pero le dejaría pasar, Lisandro le había invitado a la cena porque quería un informe de lo descubierto, por poco que fuese, y el chambelán tendría que aceptar la palabra de uno de los hijos de la casa, por mucho que le asquease. Casi había un pequeño placer en verle tragar su orgullo y acompañarlo al salón, especialmente sabiendo que llegaba tarde y eso iba a causar especial incomodidad entre los Castillo.

La larga mesa estaba engalanada con viandas lujosas que el detective sabía que no era lo que la Casa comía habitualmente. Se encontraban ya degustando el plato principal, el ave natal del planeta que era símbolo de la Casa. Llegar a mitad de partida tenía sus ventajas para quien sabía dónde mirar, y los ojos completamente negros del alienígena tenían esa habilidad y detallaban hasta el menor gesto mientras avanzaba por detrás de los sillones en busca de Lisandro.

Al frente de la mesa se encontraba la Marquesa Castillo, que conversaba alegremente con el hombre sentado a su lado: Gerard Panache. El Arzobispo principal en el planeta, representante de la Santa Iglesia, era un hombre con cierta juventud y encanto, y según los rumores eso le había abierto más que las puertas de más de una de las mueres del planeta. Nada infrecuente, los obispos raramente tomaban votos de celibato, pero los rumores señalaban que una de las damas era la Marquesa, y en las miradas intercambiadas entre ambos sin duda había más que la familiaridad habitual entre una noble y su confesor. El escándalo podría haber sido jugoso si hubiese buscado pruebas del mismo, pero en este caso era irrelevante, al menos de momento. Pero el detective sabía que eso siempre podía cambiar rápidamente y que recordar esos detalles acababa siendo beneficioso en los momentos más inesperados.

Frente a ellos, la heredera de la Casa prestaba atención a sus dos hijos, asegurándose de su comportamiento impecable. El resto de los miembros de la Casa le seguían, después Marcush y Baudias, el Maestro de Armas de la Casa, que compartían anécdotas de guerra en Hira y otros planetas que ruborizaban a las damas y sacaban las carcajadas de los caballeros. El médico y el profesor de la capital eran los ciudadanos más importantes y se encontraban presentes también, justo en el lugar adyacente al lugar donde se encontraba el asiento vacío destinado a Ur-Tarik. Al lado del cual se encontraba la figura colorida del Charioteer, Ezekiel, que como miembro de los gremios presente también había sido invitado a la recepción.

En el otro extremo, el hombre para el que todo esto tenía lugar, cómodo en su lugar de homenajeado. Seth, el representante de los Reeves, estaba solo acompañado de dos de sus delicadas acompañantes, que generaban una conversación encantadora y fluida con la misma facilidad que el joven banquero. Fuera de su planeta y de sus costumbres y aun así daba la apariencia de que llevase toda su vida entre los Castillo, de no ser por sus puntuales errores de protocolo debido a las costumbres particulares de la Casa.

Con delicadeza, Ur-Tarik se inclinó sobre el hombro de Lisandro para brevemente susurrar en su oído.

-Asumo que tendrás un comunicador y voy a necesitar acceso al mismo para conseguir la información que necesitas. Tengo que hacer unas cuantas llamadas a viejos amigos y contactos que se encuentran lejos de aquí.-

La petición del detective fue hecha en voz baja pero muchos habrían añadido a su lista de ofensas la falta de tacto y decoro cortesano. A Lisandro eso no le molestaba, conocía al hombre desde que había sido piloto de una de las naves en las que había servido en Hira, varios años atrás, y era un piloto de honor y valor. Las formas pesaban mucho menos que eso.

-Veré lo que puedo hacer al respecto, pero la llave del estudio de la torre la tiene la Marquesa y suele ser reacia a entregarla. Es posible que necesitemos la Corona también, al menos para que el comunicador te acepte con sus ritos. Se puede arreglar, pero deberá ser después de la cena.-

-Eso ya como veas, Lisandro. Esto es para conseguir la información por la cual me has contratado, así que tú sabrás la urgencia e importancia que tiene.-

El detective se encogió de hombros, como si todo aquello no fuera de la menor importancia para él. Pero para Lisandro era lo más importante del mundo, la supervivencia de su Casa dependía de lo que ocurriese esos días, y eso le hacía vulnerable a las tretas del alienígena. Mientras el detective regresaba por detrás de las sillas hasta ocupar su asiento, pensó en la larga lista de gente con la que tenía que hablar fuera de Haven si quería encontrar el rastro del gremial.

 

 

 

No fue hasta después de la cena que Lisandro consiguió, con la ayuda de su hermano, la llave a la Torre de la Paloma. En tiempos antiguos, el Secretario de Comunicaciones trabajaba desde ella, usando las antiguas antenas y platos que había sobre su tejado para comunicarse con el resto del Imperio. Pero aquellos tiempos habían pasado hacia mucho y ahora casi nadie subía al despacho de la Torre, solo cuando alguna comunicación llegaba de la espada de Lorrena, normalmente señalando la llegada o partida del navegante Ezekiel un par de veces al año.

El despacho de piedra estaba frío en medio de la noche, incluso aunque aquella no era una noche particularmente gélida en la luna. Algo en la antigua construcción hacía que una corriente de viento siempre pareciese enfriar el ambiente y llegar a los huesos. Ni la rica alfombra, ni los tapices de la pared ni la cómoda mesa de madera local lograban disimular eso. Al menos la Corona, con permiso del Espíritu que la habitaba, podía encender la calefacción y abrir la cerradura con sus brillantes luces verdes. La llave lo hubiera permitido, pero no calentar la sala hasta donde las condiciones del lugar permitían.

Lisandro y Ur-tarik entraron en el lugar, que lentamente cobraba vida con las luces activándose. El Caballero podía escuchar a su hermana descendiendo la torre como habían acordado, iría a entretener a los invitados durante un rato. Así que él pasó la mano suavemente sobre la superficie de madera, haciendo que la antigua maquinaria pensante en su interior cobrase vida y, con ella, el comunicador. Siguió realizando los gestos que había aprendido desde pequeño, el roce de la palma que entrega la sangre para conseguir el reconocimiento de los espíritus de la mesa, y finalmente esta confirmó que se encontraba dispuesta. La herida era muy superficial, un mero detalle, el precio del pecado del uso de la tecnología.

“Espíritu, quiero que le des acceso al comunicador a Ur-Tarik, aquí presente”. No lo dijo en voz alta, no hacía falta, los espíritus de la Corona escuchaban sus pensamientos cuando la ceñía sobre su cabeza. En respuesta, la mesa mostro de nuevo su aguja, dispuesta a recibir un nuevo sacrificio de sangre para aceptar que Ur-Tarik la emplease.

Con un gesto, Lisandro le indicó al detective que procediese con el mismo rito que le había visto realizar antes. Y con el ofrecimiento de sangre cumplido, el lugar estaba preparado para comunicar con las estrellas más distantes en un instante. Tal era el poder de la antigua e inaceptable tecnología que solo la nobleza y la Iglesia, más los gremios, podían emplear debido al Privilegio de los Mártires. El derecho a usar una tecnología y cargar con el pecado inevitable que ello implicaba, por el bien del Imperio.

 

 

 

Una vez solo,Ur-Tarik empezó a hacer llamadas. A Aragon, capital de la casa Hazat, a Vera Cruz, planeta del que provenía seth, y también a Sutek, los señores de la Casa Castillo. En todos esos planetas tenía contactos y amigos, gente a la que debía favores y gente que se los debía a él, gente que con evasivas señalaba que investigarían al respecto. El viejo juego del hoy por ti mañana por mi, de la corrupción mantenida con un pago discreto de las promesas que se materializaban tiempo después en nuevos favores.

En aquel momento, sobre la mesa el holograma mostraba a un hombre ancho de hombros y  de mirada dura. Un viejo conocido de su tiempo en Sutek, un matón bajo el aspecto de un hombre de negocios del gremio de los Scravers. Sentado en su despacho, la imagen mostraba un lugar decadente y sexualizado, y el audio llegaba de una voz rasposa de alguien que había ingerido una cantidad poco decente de alcohol pero, gracias a su hábito, lo soportaba bien. El estómago del traficante de armas estaba expuesto pues la camisa le iba pequeña para el volumen que había adquirido y se intuía la cabeza de una muchacha moviéndose en la parte baja, fuera del área que mostraba el holograma.

-Preguntaré respecto a ese joven, tengo amigos que igual saben algo. Mañana te podré decir algo Ojosnegros, pero me debes otra. Y los favores empiezan a apilarse… algo peligroso para un hombre libre como tú, sin el respaldo de un gremio, ni siquiera el de detectives.-

-Gunther, viejo amigo, sabes que siempre pago. No te preocupes, ¿o acaso has olvidado cómo te saqué las castañas del fuego cuando tenías un topo entre los tuyos informando a tus rivales?-

-No, olvidado no, Ojosnegros, pero eso ya ha prescrito hace mucho. Llevas dos años fuera de Sutek y cada vez veo más difícil que puedas pagar lo que estás pidiendo, escondido como estás.-

-Ah, pero tengo una buena oportunidad entre manos, Gunther, que puede darnos el dinero que hace falta para allanar nuestras cuentas y celebrar nuestra amistad. Está todo controlado, ya lo verás.-

-Bien, bien, te creeré una última vez, espero que no decepciones. Veré que descubro de este Seth, pero te puedo adelantar que el Gremio Reeves no es tan monolítico como parece y sus decanas de Vera Cruz y Aragon están compitiendo por la influencia y los favores en busca de ascensos hacia Leagueheim. Ya sabes cómo va la política gremial, al final todo son monedas y líneas en las cuentas para conseguir un buen puesto en el planeta gremial.-

-Claro, el viejo juego, nada nuevo bajo el sol. Si ambos hacemos bien esto podemos sacar un buen dinero que seguro que no nos viene mal a ninguno de los dos.-

-Seguro que sí, Ojosnegros, seguro que sí. Pero cuídate, tus amigos los Büren han estado preguntando por ti otra vez…-

Mientras se despedían, el detective se quedó dando vueltas a esa última frase. La Casa Büren, una de las casas menores de Sutek, era la razón por la que vivía escondido en Haven. Que hubieran reiniciado su búsqueda no eran buenas noticias, era solo cuestión de tiempo y dinero que Gunther u otro le traicionase y dijese a los nobles dónde podrían encontrarle. Había que jugar bien, rápido y duro para blindar su posición aquí, y Lisandro era su mejor opción para ello. Sino estaría de mierda hasta el cuello antes de lo que un cura tarda en recitar un Pancreator Victix.

 

 

 

El noble se encontraba en la entrada del dormitorio destinado a Seth y su séquito. La bella mujer que le abrió lo hizo encantada  encantadora y le guió al interior de la sala. El Caballero había estado en numerosos campos de batalla como para reconocer uno cuando entraba en él, aunque en este no se luchase con cañones láser y escudos energéticos. Los pequeños ajustes en el dormitorio para que sus ocupantes se sintiesen cómodos y la actitud de los ocupantes del mismo le hicieron entender rápidamente que, aunque esta fuera su Casa y su hogar, en realidad se encontraba en el territorio del enemigo.

-Mi señor Lisandro, bienvenido. ¿Una copa? ¿Un puro tal vez?- el gremial le saludó desde el sofá donde una de sus bellas acompañantes le masajeaba suavemente la cabeza.

La que le había dado la bienvenida en la entrada se aproximó con la bebida y el cigarro, caros y traídos de fuera, y una sonrisa que era una invitación. Pero Lisandro no pudo evitar darse cuenta de nuevo como bajo el bello aspecto de la mujer se encontraba una guerrera. Lo notaba en sus movimientos felinos, en la forma de evaluar a su oponente, en las pequeñas cicatrices de batallas casi perfectamente disimuladas salvo para el más experto de los ojos. No era una cortesana, era una guardaespaldas. No era un trofeo, era un arma.

-Por supuesto, estaré encantado de aceptar ambas cosas. Espero que nuestro tiempo juntos esta noche sea más productivo que todos los ritos de la tarde, Madre es una mujer… tradicional, como le dije en el transporte. Tendremos que buscar soluciones innovadoras para nuestra situación común, maese Seth.-

-Ah, sin duda. Las cuentas del gremio Reeves nos son conocidas a ambos y como bien sabes lleváis un retraso inaceptable en los pagos y a mí me corresponde encontrar una solución que sea aceptable para todos. Lo menos dolorosa posible. Entiendo que construir la Espada de Lorrena y que la Casa vuelva a tener una nave de batalla capital era suficientemente importante y ahora es solo cosa de ajustar aquí y allí los números y los servicios. ¿Quiere algo más que lo que ya tiene, algo de compañía tal vez?-

La invitación era clara y sin duda seductora. Cualquiera de las seis damas presentes sería un placer que un soldado como él no había tenido ocasión de disfrutar en la calidad ofrecida. Pero Lisandro sabía que aceptar le quitaría atención y precisión, esto era una batalla y cualquier distracción era potencialmente fatal. Así que declinó con un suave gesto de la cabeza, una sonrisa que no llegó del todo a sus ojos y una invitación a que Seth siguiese hablando.

-He hecho algunas evaluaciones desde que llegué aquí de potenciales fuentes de ingresos que podrían aplacar parte de la deuda. No cubrirla por completo, pero sin duda permitirían ganar tiempo. Espero tener mañana acceso a vuestras cuentas para poder buscar modos de optimizar la asignación de recursos, pero de momento hay cosas que se pueden gestionar de modo fácil. El vehículo de la recepción, por ejemplo, puede ser dispuesto por un buen dinero. El gremio Reeves no puede venderlo en si, eso es monopolio de los Charioteers, pero podemos acordar con el navegante una tarifa adecuada por sus servicios como intermediario y que esa venta os genere líquido que poder emplear en pagar la deuda.-

-¡Pero eso es imposible! Ese vehículo fue regalo de un antiguo Príncipe Hazat a la fundadora de mi Casa, en reconocimiento por los vínculos de vasallaje que unían a ambas Casas. Madre jamás aceptará una venta así, no es cosa de dinero sino de posición, de prestigio. De nobleza.-

Las palabras fueron duras, pero no el tono en el que se dijeron. Lisandro sabía que habría que vender antiguos regalos, dotes, poderes. La Casa debería aceptar la humillación para sobrevivir, y esperar poder destacar de nuevo en los campos de batalla de Hira para poder ganar prestigio, posición y tierras de mayor valor. La espada era la clave de la economía al final, por mucho que los gremiales no lo entendiesen, pues es con la sangre derramada que se genera verdadero poder y riqueza. Pero fingir ese agravio le daba poder de negociación, con suerte permitiría subir el precio del vehículo cuando fuese vendido. Convencer a su madre sería otra historia.

-También he observado la posesión de baterías de defensa contra asaltos espaciales en varias torres. Siendo que Haven no ha sido atacada en muchos siglos y su único vecino son vuestros señores de Sutek, parece que son un producto que no necesitáis y puede obtener un buen precio. Asumo que la Corona de vuestra madre tendrá una inteligencia artificial avanzada que…-

-¿La Corona? Tiene un espíritu máquina si es eso a lo que os referís, pero es el símbolo del derecho al trono de la Casa. Eso sí que no es negociable.-

La sonrisa de Seth mientras se reclinaba en el sofá se amplió, a la vez que una de sus delicadas acompañantes se sentaba en su regazo indolentemente. Una indolencia tan falsa como todo lo demás en aquel teatro, la mujer estaba muy atenta a lo que ocurría y su mirada inteligente confirmaba que no era un mero trofeo. Ninguna de ellas lo eran, eran soldados, eran armas para el campo de batalla del banquero.

-De acuerdo, de acuerdo, no os molestéis mi buen Señor. ¿Otra copa?-

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