Cronicas de las Tierras de la Bruma 46: El Nacimiento del Fenix

Cuentan las antiguas crónicas que yacía en su forma de huevo, apresado y adorado, en Nueva Rom. Y que fue la Luz Reveladora la que le liberó y permitió que eclosionara. Que con una llamarada se alzó a los cielos nocturnos y, con cada batir de sus alas, el pasado dejaba paso al futuro. Que surcó los cielos como una estrella de este a oeste, guiando a Zarel y Shana en su busca a las profundidades del bosque. Puede que fueran solo historias y leyendas, adornadas, pero lo que esta claro es que el renacimiento del pájaro de fuego señalaba el comienzo del fin del Ciclo del Fuego y la creciente llegada del Ciclo de la Oscuridad. Aún hoy consideramos ese como el comienzo del cambio de capítulo y por aquel entonces, los adivinos lo sintieron también.

Pero aún estábamos en el punto álgido del Ciclo del Cambio, con una ciudad inmersa en un segundo proceso electoral para elegir a un nuevo Presidente. Con la Orden reventando por dentro y dividiéndose en dos en medio de excomuniones desesperadas que, en el Continente Sagrado, continuaban alejando a la ciudadanía de la fe tradicional en el Aeon. Incluso Viktor van Eskel, el Cuestionador cuya fe le había llevado a interrogar a Zarel sobre su santidad, ahora predicaba subido a un cajón acerca del fin del mundo y las falsedades de la Sagrada Iglesia. Pero el cambio se producía también en la mentalidad de la gente, como Savirie Valnesh que se mudó a la ciudad y comprobaron con sorpresa que su filosofía había lentamente progresado en dirección al bien. 

Zarel fue quien acudió a ver al adivino Antenogenes para entender la estrella fugaz que había divisado por la noche, con la misma facilidad con la que nosotros observamos nuestro silencioso cielo estrellado. Y este fue el primero en hablarle de la llegada de un cambio de ciclo, del toque del Aeon en la criatura y del viaje de la misma hacia el oeste, al lugar donde el Nuevo Cisne sabía que se encontraba el Templo del Fuego. Y partieron hacia allí, cruzándose con Ingrid en el camino, que regresaba de escoltar a los ilícidos fuera de las murallas de Nueva Catan. 

Nee'lara, el Hogar de las Estaciones, el Templo del Fuego, era el más grande de los antiguos templos de los elfos. El lugar había estado rodeado de una pequeña ciudad pero todo yacía en ruinas, largo tiempo abandonadas, cuyas partes altas mostraban las quemaduras del aterrizaje del fénix y su paso llameante desde el este. Ante el escenario, se les ocurrió que acaso fuese buena idea ir a buscar a Valashir Anadara, la Princesa del Fuego de Asur Na'assib. Zarel, Milia y Shana fueron a hablar con ella en la Casa del Aire de la ciudad, donde se encontraba reunida con la Princesa del Viento, a quien su dios Nitain le había revelado extraños augurios de la llegada del Ciclo de la Oscuridad y las pruebas que este supone. Pues, de todos los ciclos, es el oscuro el más terrible, pues pone a prueba la defensa y protección de aquello que más se quiere. No les costó convencer a Valashir de que las acompañase en busca del fénix. Mientras tanto, Aurora se reunía con Va'alen, la Princesa de la Oscuridad, descubriendo que los ejércitos de los elfos se aprestaban para defender Assur Na'andria pues las revelaciones señalaban que los gigantes, antiguos enemigos del Reino del Fénix, se movían de nuevo. Y, sabiendo que nuestras heroínas estaban destinadas a algo más difícil y peligroso en el lejano norte, los elfos querían valerse por si mismos y defender sus ciudades y sus gentes. 

Con Valashir acompañándolas, regresaron a Nee'lara, donde Shana fue rastreando el paso del fuego. Aunque la ciudad llevaba siglos abandonada, unas semanas atrás alguien había llegado a la misma y la había acabado abandonando de nuevo. Y, sobre un arco de mármol, encontraron la señal de que el fénix se había posado allí y había entrado en batalla contra un contemplador de enorme poder, una batalla de la que ambos habían salido heridos. Estaba claro que debían cazar a la monstruosidad devoradora de emociones, pero hacerlo podía poner en peligro al ave de fuego, de modo que Aurora usó su magia para atraer a la criatura fuera de su cubil y enfrentarse a ellas entre las ruinas. 

Y el contemplador lo hizo, su mirada y la de sus seguidores capaz de anular la más poderosa de las magias. Sus tentáculos portadores de mil males. Su vida, tan efímera como la de cualquier enemigo que osase cruzar el camino del Nuevo Cisne. Murió entre virotes de la ballesta de Shana, la carga de Talon y un océano de fuego que se llevó su vida y la de sus seguidores, convocado por la magia de Zarel, Aurora y Valashir. Un mar de llamas que precedió a la llegada del fénix al combate, pues el poderoso ave no estaba dispuesto a dejar que las heroínas, santas para muchos, fueran a luchar solas. 

Conversaron con el ave, que les contó de los tiempos del origen del Reino del Fénix y de Santa Jaina, de amenazas de más allá y de la maldad que crecía en el norte, contra la que él mismo había muerto. Un enemigo de todo lo concreto, de todo lo cierto, de toda verdad, donde la forma y materia de las cosas bien podía alterarse sin motivo ni razón alguna. La poderosa encarnación de la Duda misma. Incluso consiguieron que les entregase una de sus plumas, un poderoso símbolo para los elfos, si bien no estaba dispuesto a anidar en sus corazones aún pues su encierro era demasiado reciente. Les habló del primer dragón, el único verdadero, no la encarnación de la Malicia que había adoptado su forma en una mofa ridícula, oscura y retorcida. Les habló de sus exploraciones y las que vendrían, de la corrupción del bosque contra la cual los Barbaslargas recientemente habían luchado. Y, en las ruinas de su nido, en el corazón del Templo del Fuego, les habló de la poderosa magia para controlar las estaciones que tenían los elfos, y del Vagabundo que mantenía el equilibrio entre las esferas.

Se separaron después, pues toda cosa que empieza debe llegar a su final, pero no sin la promesa de la colaboración y el reencuentro. Pues demasiados males permanecían en el bosque, pero por primera vez en mucho tiempo, un poderoso aliado se unía a la causa. Regresaron con los elfos de Asur Na'assib a devolver a Valashir a la ciudad, la joven princesa fascinada por el Templo y ansiando regresar al mismo cuanto antes para poder devolverlo a su gloria perdida y reincendiar su silenciado corazón de fuego: la Llama del Tiempo. 

Y, por esta noche, casi está contado todo. Solo queda un detalle, pero uno importante. Pues al regreso a la ciudad fueron a ver a Kayla Noctis, para que les preparase las pociones con las que adentrarse en sus sueños en busca del ente que los estaba usando para dañar a la ciudad. Y, entre risas y laberintos, encontraron los flameantes ojos de la criatura, algo que jamás ninguno de ellos había visto antes. Les amenazó, una mezcla de ira y miedo enmascarado con soberbia, hasta que ellas mismas la expulsaron de los sueños con sus propias voluntades en forma de virote de Shana y conjuro de Aurora. Pero el encuentro les había dejado con más preguntas que respuestas, aunque no deberían esperar demasiado para empezar a encontrar otras piezas del rompecabezas, pues el Ciclo de Fuego brillaba con fuerza ante la llegada de la Oscuridad. Pero, de eso y de mucho más, hablaremos mañana por la noche, cuando te cuente el descenso hacia el pasado. Ahora descansa, que llevamos demasiado caminado y aún nos quedan duras jornadas por delante, ¡y no te apropies de toda la manta, demonios!

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un mundo de tinieblas

El poder de los nombres

Tiempo de Anatemas 27: La senda de la tinta y la sombra