Crónicas de las Tierras de la Bruma 23: Abandonando la Humanidad (primera parte)

El camino al poder desgraciadamente suele pasar por dejar atrás las limitaciones. El vampiro que se alimenta de la sangre de otros, el esclavista que somete a otros a la inhumanidad. Barreras y ataduras que nos encierran, que limitan lo que podemos ser sea por razones morales, legales, físicas o metafísicas. Cada quien puede llegar hasta cierto punto, pero para ir más allá hay que dejar atrás lo que nos hace humanos. Esa era la senda que las brujas habían tomado para proteger a los elfos, cuando contactaron con lo que se encontraba más allá del gran espejo.

Pero antes de ir allí, como te decía mientras hablábamos anoche, otro camino habría tenido lugar si el Nuevo Cisne hubiera investigado... pero no lo hicieron. Pero eso no implica que no interviniesen, después de solventar el acoso de una indignada Helga Sturmhand que se acababa de enterar de que Gnaven había negociado la ruptura de su contrato de matrimonio y se encontraba poco dispuesta a que eso impidiese el enlace y el mantenimiento de la tradición enana. Como decía, ellas sin embargo intervinieron decisivamente en lo que habría de ocurrir en la ciudad, cuando Ingrid Magnusdottir retó a un duelo a muerte a Victalove.

No se conoce a Aurora como la de los Mil Futuros por casualidad, no. Ella tenía el don del augurio y de la profecía, al mismo tiempo una bendición y una maldición, y gracias a ellos recibió la revelación de que la Espada Brillante perdería el duelo contra la chevalier. La sangre de la hija del rey de Haraldheim salpicaría la Plaza del Honor y su vida terminaría. Pero se negaron a aceptar ese destino y trazaron planes, compraron objetos mágicos, diseñaron estrategias. E Ingrid, siempre partidaria de que los fines justifican los medios, accedió gustosa a esos planes con los que esperaba derrotar eficazmente a la famosa duelista de la República. 

Y, solventado eso, al menos en parte, el Nuevo Cisne fue en busca de la siguiente de las brujas del bosque. Eivor Trantstill las estaba esperando en la entrada de su torre, una antigua construcción del Rey Fenix de los elfos que había fracasado a la hora de prevenir la extensión de las Brumas al Bosque Bajo. Probablemente, la Maestra de los Ritos Rojos hubiera querido manipularlas y engañarlas con sus pretensiones de paz y sus palabras dulces. Pero hay que tener cuidado con serpientes como ella, te lo digo yo que desgraciadamente me he encontrado con unas cuantas en mis viajes antes de esta peregrinación. Y ellas lo tuvieron claro, pues pocas palabras se intercambiaron antes de que los virotes y las bolas de fuego volasen y el cuerpo de la bruja y el demonio que parió acabasen reducidos. Pero su muerte no era más que el comienzo del horror, pues igual que el viento susurra entre las rocas, la risa de la bruja se alzó por toda la torre maniaca y demencial aun mientras su cuerpo supuestamente moría.

Lo que ocurrió a partir de entonces me es difícil de contar, y más ahora que estamos cenando nosotros. No quiero que la cerveza se corte y se nos indigesten los alimentos, y sin embargo es lo que siento que querría hacer mi propio cuerpo cada vez que rememoro lo que cuentan los antiguos textos de aquel descenso a la locura. Porque Eivor Trantstill hacía tiempo que, en su búsqueda de poder, había trascendido más allá de los límites de la corporeidad élfica y se había convertido en una monstruosa aberración que anidaba en lo profundo de una torre cuyos túneles y escaleras pronto dieron paso a sus esófagos pulsantes y ácidos corruptos. Un puto asco, no hay otra forma de decirlo, horrible y nefasto.

Tuvieron que abrirse paso por una boca monstruosa en las escaleras para poder alcanzar una cámara llena de jugos ácidos y nubes de gas venenoso. El estómago de la inmensa criatura se preparaba para llenarse y digerirlas y sus propias criaturas internas se arremolinaban para hacer su trabajo destructivo. Ácidos infernales que subían por la piel quemándola, hasta que volar o subirse sobre Ossom se convirtió en la única opción. Vómitos y sangre corrupta que manaban de los esfínteres que bloqueaban la salida. Arcadas y venas explotaban mientras gusanos retorcidos y extraños mocos trataban de digerir y destruir al Nuevo Cisne. Todo un catálogo de lo horrible y lo grotesco.

Pero te juro que no puedo seguir, me dan arcadas solo de recordar lo que leí en su momento. Mañana te contaré de los horrores que siguieron pero, si me disculpas, debo correr tras ese montículo que creo que voy a acabar expulsando todo lo que he cenado... siempre he odiado esta parte de mierda.

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