Acero para Humanos 9: La Casa del Sol Poniente

 

El Norte es una amante cruel, pero también una casa de corrupción y maldad. Es seductora como una doncella joven pero te aboca a una historia trágica como la de tantas baladas que cantamos los bardos. Te sonríe y seduce de frente, mientras su mano hurga en tu bolso para robarte el oro, si es que no está directamente aproximando su cuchillo a tu espalda. Por eso la considero lo que describo con estos versos:

Hay una casa en el Norte
a la que llaman el Sol Poniente
y ha sido la ruina de muchas almas,
y dioses se que soy una.
Oh madres, decidles a vuestros hijos
que no hagan como yo he hecho:
malgastar su vida en pecado y miseria
en la Casa del Sol Poniente.
Tengo un pie en el estribo
y el otro en el suelo...
pues voy a regresar al Norte
a perderme y nunca ser encontrado.
Hay una casa en el Norte
a la que llaman el Sol Poniente
y ha sido la ruina de muchas almas,
y dioses se que soy una.

Y creedme, mis buenos amigos, que la historia que ahora os voy a contar es una de las aventuras más extrañas y complicadas de cuantas he vivido, y que nos trajo precisamente al encuentro de esa naturaleza ruin y corrupta de nuestros reinos, de nuestro hogar. Poco antes del comienzo de la Primera Guerra del Norte, o de Nilfgaard según cuente la historia, nosotros nos encontrábamos en Kovir, en los yates de los reyes, relacionándonos con la nobleza del reino. Chloe ambicionaba una posición en la corte que le diese seguridad frente al resto de la Hermandad, después del asalto a la torre de Rubentz en Kaedwen, y Teos iba a servir de puente para que consiguiese ese puesto mientras investigaba la caída de Kaer Y Seren. ¿Y un servidor, preguntáis? Pues los bardos siempre hacemos todo por ayudar a nuestros amigos, sin ningún interés egoísta y personal. 

¡Pasad nobles señores, uniros a nosotros, que seguro que aún queda comida en la cocina y mucha historia que contar! Y entre nobles señores nos encontrábamos, entre los más altos, cuando el motivo de que esta fuera una extraña y complicada aventura se presentó ante nosotros. Ante mi, he de reconocer, pues creí que el viaje al encuentro del brujo Cöen y la criatura a la que perseguía, el llevar a la reina Zuleyka con sus padres en el norte del reino, invitaban a hacer otra buena tarea. ¿Y quen soy yo para no aprovechar una buena oportunidad para ayudar al prójimo, sea elfo, mercader o rey? Así que, ni corto ni perezoso, pues la pereza es mala consejera para un cuentacuentos, ofrecí al rey Esterad el llevarnos con nosotros a su hijo Tankred para que aprendiese.

Debéis comprender, mis buenos señores, que Tankred por aquel entonces era un quinceañero insoportable, consentido, creído y habituado a que todo fuera como quería. Que, además, se estaba juntando con el hijo del Duque de Poviss, una muy mala influencia, que lo estaba llevando a una debacle de alcohol, fiesta, prostitutas y juego. Al fin y al cabo, así es nuestra Casa del Sol Poniente. Sus padres temían que su educación le llevase a ser un terrible rey cuando llegase el momento, y yo convencí a su majestad para que nos permitiese llevar al joven heredero en nuestra aventura, con la intención de que eso le hiciese madurar y empezar a ver algo más del mundo que se encontraba más allá de su enjoyado hombligo. 

Creo que la parte más difícil de toda esta aventura fue no partirle la cara al joven heredero como merecía, fui desterrado una docena de veces y Teos aún más. Le hizo medio millar de obscenas proposiciones y exigencias a Chloe, nos insultó a todos e hizo oidos sordos de las enseñanzas que queríamos que obtuviese. Pataleó y gruñó, se quiso batir en duelo y se enfadó, insultó y habló y el muy bastardo se regodeó en que era un príncipe y no necesitaba ni pensar. Incluso cuando le planteé una cuestión moral el muy zoquete se obcecó en su respuesta sin dar más vueltas a lo que le planteaba. Por ello, he de reconocer que uno de los momentos más satisfactorios de esta mi humilde vida de bardo, fue darle una buena y merecida bofetada al joven heredero, cuando su tono y posición se volvieron insostenibles.

Por el camino y los viajes alcanzamos a Cöen, a quien yo ya conocía de mi tiempo en Kaer y Seren con el resto de brujos del grifo. Perseguía a un hombre que llevaba vivo tres siglos en la Liga de Hengefors, alguien a quien a todas luces era un vampiro superior. O eso pensábamos por aquel momento. Y quería averiguar si era un vampiro peligroso o no, pues mis compañeros ya habían tratado con Friederich von Eismann en Attre y sabían bien que no todo vampiro es un monstruo. 

Cuando finalmente le hayamos, en lo profundo de las Montañas del Dragón, no demasiado lejos de donde se hallaba la torre de la gran hechicera Sheala de Tancarville, la historia resultó más extraña que eso. No se trataba de un vampiro, sino de un hombre enamorado de un espíritu del invierno que habitaba en aquella remota cabaña durante los meses del verano en que su amado acudía a verla. Un hombre, Derathor de Yspaden, que no envejecía porque en su lugar lo hacía un cuadro al cual había sido vinculado por un hechicero cuando era un mero infante. Pero había perdido el retrato que, ahora, se encontraba en paradero desconocido, y aprovechaba su tiempo para hacer política en la Liga, inmiscuyéndose en asuntos de reyes y hombres.

Por mucho que indagamos, no conseguimos descubrir si era un buen hombre o un monstruo oculto bajo la apariencia de una persona normal. Pero, como acordaron ambos brujos, si era un monstruo era sin duda uno humano, y eso no era tarea de los brujos acabar con él. Si nos da tiempo a lo largo de esta velada os hablaré de su vida en Hengefors y lo que pasó después, pero de momento nuestra aventura llegaba a su final y su majestad El Zoquete Adolescente no parecía haber aprendido nada de lo que esperaba que sacase del viaje. Así que, como dijo Teos, fue hora de hacer de los espectros del pasado, presente y futuro y darle un susto que sirviese para enderezar su vida.

Así que aprovechamos los dones mágicos de Chloe para visitar el campo de batalla donde los elfos habían sido masacrados por los caballeros de Cintra y enseñarle el coste de las malas decisiones y la ambición. En el altar de sacrificios de la costa le hablamos de la venganza y la ira. Ante la tumba de mi padre le contamos el precio que tiene ser un mal señor y que todos te den la espalda. Fue una historia dolorosa de contar, mi propia historia al fin y al cabo, pero esperaba que algo entrase en la mollera dura del príncipe.

He de reconocer que no tuvo nada de todo eso tanto efecto como me hubiera gustado, pero mientras le regresábamos a la casa de sus abuelos me gustaría creer que plantamos una semilla en él. Algo que, con el tiempo, germinaría para hacer de Tankred un buen rey. Porque sin duda, con la llegada de Nilfgaard al norte para apoyar al Duque de Attre en su pretensión temporal al trono de Cintra, lo poco que quedaba del verano se iba a calentar y en el futuro íbamos a necesitar monarcas con más capacidad y honor del que entonces se encontraba en las cortes del Norte, corruptas y decadentes.

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