Acero para Humanos 11: La Llamada de la Muerte

 

Con la llegada del otoño del año 1263, el Norte entero escuchó la llamada de la muerte. Hombres y mujeres, niños y ancianos, reyes y hechiceros, vasallos y mercaderes... todos, uno a uno, tendrían que escoger cómo responderían a esa llamada. Algunos, como los skelligenses, lo harían con el hacha en una mano y el escudo en la otra, cantando canciones de gloria y muerte. Otros aprovecharían para clavar sus cuchillos en las espaldas de quienes no podían defenderse, como el rey de la Liga de Hengefors cuyos ejércitos se preparaban para invadir Holopole. Otras intentarían una última respuesta diplomática al conflicto, para evitar un derramamiento de sangre, como buscaba hacer Meve, la reina de Lyria y Rivia. Y otros, acobardados, huirían y se esconderían, intentando que los cuernos de la muerte no les encontrasen con sus profundas canciones. Pero al final, la historia es para aquellos que, escuchando la llamada, responden con sus pies firmes y decididos:

Vigorosos navíos cortan las olas
camino de las llanuras verdecientes
Cada horizonte un nuevo comienzo
¡Alzate y reina!
Lejos de los fiordos y las corrientes heladas
los cuervos vuelan sobre nuevas fronteras
Canciones y sagas guiadas por el Destino
Escudos y lanzas
Juramentos de lealtad y la emoción del saqueo
Juntos y unidos por clan y familia
El golpe del martillo y el rugir del trueno
resuenan dentro
Los ecos de la eternidad
La muerte me reclama
Las velas se mueven sobre ríos escarlatas
sangre y gloria en los campos de batalla
escudos se parten en astillas de madera
Hierro y acero.
Se alzan fuegos y resuenan las campanas
Que la gloria nos lleve a los salones de los dioses
Brillo de oro y el sonido de canciones
La llamada de la muerte

Nosotros nos encontrábamos entonces aún en Kovir, lejos de la guerra que comenzaba por el trono de Cintra. Pero esa guerra nos preocupaba porque podría cobrarse la vida del único rey verdaderamente bueno que he conocido en mis viajes: el Rey de las Miserias de Chociebuz. Así que fuimos a su corte y le convencimos de que abandonase las alcantarillas y se refugiase con nosotros para buscar una solución a la guerra que asolaba su reino, desde la seguridad y distancia de Kovir. Pues si Nilfgaard le mataba o, peor aún, le esclavizaba para hacer verdad sus deseos, el Norte entero temblaría... y un hombre así merecía una vida decente, no la ignominia de las alcantarillas. 

Tras ello decidimos avanzar las investigaciones en torno al cuadro de Derathor de Yspaden y en buena hora comenzamos esa aventura condenada, pues los horrores que allí presenciamos aún me persiguen en pesadillas en las noches malas. Empezó de modo inocente, como suele ocurrir, pues el horror a menudo nos acecha tras una apariencia inocua. Chloe fue a entrevistarse con él y lo encontró triste y abatido tras abandonar a su esposa, la espíritu del invierno, debido al final del verano. Tras ello marchó a la torre del hechicero muerto Redernat de Breza donde, entre los horrores de su demencia y sus pactos oscuros encontró su códice de magia negra... y, en lugar de destruirlo, lo escondió por si en el futuro era necesario. Si me hubiese consultado le habría contado decenas de historias que demuestran que eso siempre es una mala idea, pero la hechicera no compartió con nadie ese secreto hasta mucho más tarde. Mientras tanto, yo viajé a Vengerberg en busca de coleccionistas de arte donde encontré que la Reina Meve había enviado una delegación diplomática a Cintra para intentar asegurar el cuerpo de su prima la Reina Calanthe. Pero entre los cortesanos de Demavend, Rey de Aedirn, no solo empecé a negociar el matrimonio de mi primo con la hija menor de un Duque (no un mal resultado, si os soy sincero y honesto, y sin duda humilde) sino que encontré el rastro del cuadro en una historia de un castillo antiguo y misterioso que había ardido con el cuadro dentro. Maldita la hora que escuché hablar de él. 

Viajamos los cuatro hacia allí y lo único bueno que pude obtener de ese viaje fue una noche apacible que contar historias con Sheila y el pequeño Barth, en Veitewer. Pero cuando comenzamos a avanzar hacia las montañas de Mahakan en busca del castillo, pronto supe que algo no marchaba bien, es algo que los bardos notamos. Y, a medida que avanzamos por las estrechas trochas abandonadas de las montañas eso solo se reforzaba. ¿Qué hacía un castillo de hacía doscientos años en mitad de las montañas, en ningún sitio? Antes de encontrarlo hallamos un troll vigilando un puente sobre un estrecho arroyo y creedme si os digo que los trolls son tan tontos como aparentan sus monstruosos cuerpos. Le engañamos, si os soy sincero, con algo de astucia y aún ahora debe estarse preguntando por qué su bolsa de oro no pesa más cuando dice "mágico". 

Alcanzamos la mole quemada y en ruinas del castillo de Ravenholm a mediodía, en medio de las montañas, una sombra ominosa que se escondía a la vuelta de un camino. Y sus torres semiderrumbadas y ennegrecidas por el fuego no eran nada en comparación con el horror que encontré al atravesar sus portones y llegar al patio de armas, pues mis buenos amigos debo deciros que viajé doscientos años al pasado, a la fatídica noche en que el castillo ardió. Los nobles, mi tatarabuelo incluido, se preparaban para una fiesta del Barón del castillo, un festejo decadente y perverso cuya maldad crearía una maldición que perdura hasta nuestros tiempos. Pues ni con todo fuimos capaces de romperla, aunque me estoy adelantando a los hechos. 

En una primera exploración yo fui víctima de los encantamientos del castillo siendo transportado en el tiempo, pero no así Chloe que fue capaz de resistirse a su influjo con el poder de su magia. Trinde, que nos acompañaba, también se vio afectada de modo distinto, creyéndose de vuelta en su hogar e incluso el golem de la hechicera sucumbiría al conjuro y comenzaría a danzar a esa macabra música. Pues la fiesta que se daba en los esplendorosos salones que yo veía era decadente pero no terrible... no aún. Y, presidiendo el salón estaba el cuadro de Derathor que nosotros buscábamos identificar. El sonido de unas campanas de plata comenzó el desenfreno, el sexo y el comer sin límites ni etiqueta. Y la llegada del señor del castillo, el Barón de Ravenholm, que pese a que yo no había nacido por aquel entonces parecía tener conocimiento de mi. El cómo es posible y las conversaciones que tuve con ese monstruo de apariencia humana son incomprensibles si no se acepta que ocurrieron y, a vosotros mis queridos amigos, solo os diré que pasó porque así es la hechicería. Y poderosas magias y encantamientos se estaban liberando en aquel salón decadente. 

Pues para cuando Teos se nos reunió, la decadencia había aumentado acompañada de los susurros del Barón a sus invitados. Y sin ningún tipo de limitación humana, se entregaron a sus más bajos instintos. El sexo no era normal, la forma de comer, la muerte y la mutilación, los perversos giros y las risas maniacas. Liberando una energía concentrada por la poderosa línea de ley de fuego que cruzaba los salones del castillo. Y el Barón nos contó su plan... bueno, me lo contó a mi primero, ventajas de ser un bardo de lengua de plata, aunque sus verdades aún ahora preferiría no haberlas descubierto. Un plan de la antigua deidad llamada Lilith para traer unas doncellas durante un día de sol negro con el que quemar el mundo y que resurgiese de sus cenizas, como hoy en día predica la Iglesia del Fuego Eterno que entonces no existía. Afirmó ser el padre de Teos, aunque ni el brujo ni yo le creímos. Reveló que para ser la hechicera más poderosa Chloe debería enfrentarse a los mayores peligros, pues pedir un deseo a un genio siempre tiene una maldición acarreada. Habló de los conjuros que se estaban liberando, de la desenfrenada pasión que canalizaba el caos del lugar hacia el cuadro de Derathor, pues eso era lo necesario. Y nosotros, para evitar que se quemase el cuadro, lo retiramos. Supongo que debimos darnos cuenta entonces que el cuadro nunca se podría haber quemado en ese castillo, o sino el inmortal habría muerto mucho antes de que yo naciese, pero creedme que con los espantos que estábamos siendo testigos no estábamos como para filosofar sobre el tiempo y sus consecuencias. No cuando tienes un hombre follándose la cabeza decapitada de otro al que previamente este mismo había mutilado. O al golem matando con golpes de cadera a una mujer que gozaba de que le destrozasen el útero con una pared de piedra pues nadie crea golems con aparatos reproductivos. 

Horrores como esos solo fueron a mayores cuando el Barón se alzó entre la multitud y exigió su sacrificio para la divinidad y los suprevivientes, con sus propios dedos, comenzaron a escarbar en su interior para exponer sus órganos y entregar sus vidas. No me quedé a ver más y, corriendo con el cuadro, huí del horror de vuelta a la entrada, de vuelta al presente. Teos tuvo que sacar a Chloe de allí, pues ella finalmente se nos había unido hacia el final de los actos y quería arriesgarse a ver lo máximo posible de los poderosos conjuros que se estaban liberando. Huimos, entre conversaciones incómodas y silencios aún más sucios y nos separamos. Yo regresé esa noche a dormir con Sheila y no me cuesta reconocer que, como un niño, lloré en sus brazos para expulsar el horror que acababa de presenciar mientras ella, con paciencia y cariño, me tranquilizaba. Esa es una noche en que no acabamos juntos en el granero, con lo que habia visto no podía pensar en nada ni relacionado con el sexo. 

De vuelta en Kovir decidimos entregar el cuadro a su dueño, Derathor, pero no contarle aún la verdad que sabíamos pues quizás le destruyese, y aún tenía que cumplir su parte del acuerdo. Lo encontramos en la taberna donde unas semanas antes Mischifuz se había escapado y su gesto cambió al recuperar el cuadro y liberarse de la carga que tantos años había pesado sobre sus hombros. La mortalidad con la que todos convivimos y que para él le era tan extraña. Pues suyo era el don, o la maldición, de nunca escuchar la llamada de la muerte que por el Norte resonaba. Lo más extraño de la noche fue el encuentro con el Misterioso Benefactor, como Teos decidió nombrar a aquel extraño mercader con sus dos guardaespaldas zerrikanias. Quizás descubrimos grandes verdades, tal vez todo fue humo y espejos. Aún hoy no lo tengo claro, pues ese encuentro fue sin duda extraño, como extraños estaban siendo aquellos días tan cercanos al horror. 

Yo he de reconocer que no podía más con mi carga y regresé durante unos días a los brazos de Sheila pues, a donde iba a ir Chloe yo no podía ayudarla. Y es que la hechicera había sido reclamada por el Capítulo del Regalo y la Palabra para responder de los crimenes que Rubentz de Angrasel había alegado que había sufrido a sus manos. Teos la acompañó pues quería entrevistarse con la rectora de Aretuza para averiguar más de lo que había ocurrido con la caída de Kaer y Seren. 

Si os soy sincero, no se como Chloe consiguió que el Capítulo la exculpase de los cargos de los que se reconoció ser culpable. Dicen que con una buena dosis de verdad, una argumentación inteligente, apoyos sólidos... pero, sobretodo, por poder y ambición, por utilidad a la Hermandad, pues aunque la mano de Rubentz se había vuelto más poderosa, la de Chloe lo había hecho mucho más. Y al final, eso es lo que más importa a los directores de la Hermandad, los cinco poderosos hechiceros del Capítulo. Teos logró su entrevista con Tisseia de Vries allí y obtuvo algunas de las respuestas de la hechicera, lo cual le llevaría a continuar sus indagaciones sobre lo ocurrido en la destrucción de la fortaleza. 

Pero aquellos avispados y conocedores de sus historias sabrán que, mientras los barcos zarpaban de Skellige camino de la guerra en Cintra, un rey perdía su vida. Ethain, rey de Cidaris, envenenado por las flechas de los primeros scoia'tael mientras hacía su peregrinaje para salvar su ciudad del ataque del kraken. El primer tirano en morir bajo el ataque de Iorveth y los suyos, sin que Vernon Roche pudiese evitarlo. Aunque algunos, quizás malintencionados, sugirieron desde pronto que quizás acaso fuese Roche quien acabase con la vida del rey, para tener la excusa que buscaba para acabar con los elfos.

Y así es como el Norte comenzó a responder a la llamada de la muerte. Entre tambores de guerra y traiciones, emboscadas y horrores. Oscuros poderes se movían en las sombras, pero los más terribles no eran las deidades antiguas sino las manos humanas que empuñaban hoces y espadas, capaces de matarse por una mujer en un sarcófago de hielo, que se debatía en el límite entre vida y lo que sea que venga después.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un mundo de tinieblas

El poder de los nombres

Tiempo de Anatemas 27: La senda de la tinta y la sombra