La Edad Oscura 22: la Danza

La guerra es la forma más tradicional del ser humano para resolver sus diferencias: matas a todos los que opinan distinto y desaparecen esas distinciones. Pero el camino al trono no se construye con cadáveres y sangre, sino por toda la danza previa: las promesas de alianza de un noble, la bendición de la Iglesia, los recursos de los gremios. Y el Imperio se adentraba de lleno en ese complicado baile de máscaras y duplicidades, ahora que el tiempo del Emperador se aproximaba a su final.

Pero nuestros héroes comenzarían su siguiente viaje visitando a la Dama Eskatónica que, sin que ellos lo supiesen, había ajustado todo antes incluso de su nacimiento para garantizar que cumplirían sus destinos. Y, yaciendo en su lecho de muerte, ofreció nuevas respuestas a algunas preguntas, mientras muchas otras quedaron sin abordar, secretos que la acompañarán a su tumba invisible. Pero sus últimas profecías no se cumplen, porque se enuncian de tal modo que Lisandro lleva a Seth de vuelta a Varadim, al encuentro con la antigua enemiga.

Agenshia Minesmith, la heresiarca que revivió de entre los muertos de mano de Azazel, se niega a entregar a Ur-Tarik, el traidor, a la Inquisición. La llegada del Emperador de los Soles Exhaustos cambia ese juego y surge un tenso debate no sobre la ley, sino sobre la justicia, sobre el valor de la vida de los hombres y el papel de dios. Pero la heresiarca calcula mal sus movimientos, sus palabras cruzan la línea de amenazar la existencia de todos los habitantes de Varadim y la paciencia de Seth se acaba. Rifle en mano, la vida de Agenshia llega a su final, seguida al poco por la de Ur-Tarik, cercenada su existencia por la espada de Lisandro. Y Azazel, divertido, rinde Varadim ante los dos, abandonando su influencia en el mismo planeta con una sonrisa.

Pero el regreso a Byzantium Secundus pone a Seth en su nueva ruta, autodecidida. El único camino al trono imperial es el sacrificio más absoluto, para poder ejercer el supremo acto de imponer la voluntad de uno sobre los mundos del Imperio. Y para salvar la dinastía imperial, Seth solicita al Emperador que sacrifique a su hija a una vida de deber; que el Príncipe Hazat sacrifique su orgullo y ambición; que los demás sacrifiquen sus destinos y deseos. Todo para que una niña de un año, Aurora, pueda ser el germen de la esperanza que las profecías de su nacimiento despertaron en mucha gente. Una solución pacífica que evite una guerra devastadora pero que requiere la colaboración de quienes raramente se ponen de acuerdo, y cambios profundos en el Imperio mismo.

Entre las dudas de un Padre que no quiere condenar a su hija a esa vida, y la aprobación de una Madre que entiende que lo que es necesario es necesario, nuestros héroes empreden un viaje a donde ningún Imperial ha llegado: Raven, el planeta sagrado de los Vuldrok. Previa parada en Hargard, donde una guerra entre los Eldrid y los Vuldrok amenaza con estallar pero ofrece también nuevas oportunidades para crear riqueza y alianzas con Casas Menores pero importantes para el futuro y para el pasado. Y más allá, en el exterior del sistema del planeta sagrado, los piratas cuentan su historia del terror que acecha invisible entre las estrellas, devorando naves y tripulaciones como quien come un aperitivo.

Más allá de los mapas estelares que dibuja una gárgola en la arena, más allá de las conspiraciones de la corte o los monstruos de las estrellas, las manos de la humanidad se aproximan y alejan, en el eterno chocar de los cuerpos, las voluntades y las ambiciones. En la más antiguas de las danzas de esta especie, la más letal de las mismas, las que determinan el futuro que puede llegar a tener lugar y el que queda desechado por el camino.

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