La Edad del Fuego 4: Deus vult!

 
Antes de continuar con nuestra historia hay que retroceder en el tiempo para encontrarnos con un alienígena huérfano, depositado en la entrada de un monasterio de los Hermanos de Batalla en Stigmata. Y una noble heredera de la importante Casa Gonçalva en Aragon, importantes vasallos de la Casa Hazat. Ambos cargando los poderes, pero también la maldición, de la psíquica en secreto.

Irina creció en el monasterio de Stigmata que correspondía al capítulo de la legendaria capitana Theafana Al-Malik. Una vida ordenada y regulada, pautada desde la tierna infancia para enseñar la sabiduría del Profeta, la disciplina de la lealtad, la hermandad entre quienes deberían luchar juntos. Y tras esas enseñanzas en la tierna infancia, su mentor Cornelius la llevó en un viaje a Velisimil, el planeta natal de su especie los Ur-Obun, a aprender su herencia espiritual y sus sendas para poder elegir con conocimiento si quería tomar los votos de los Hermanos de Batalla, con su dureza y sacrificio, o prefería una vida con su gente. Pero la gente de Irina era la Orden de monjes guerreros, y su decisión estaba clara.

Mientras tanto, Macarena creció a caballo entre las tierras de los Gonçalva y el palacio del Príncipe Hazat. Entre lecciones de protocolo y juegos con su nodriza. Y fue con esta con la que tuvo la revelación, cuando en los jardines del palacio, tuvo un encontronazo con Manuel Jacobi Nelson Eduardo de Aragon de Hazat, el nieto del Príncipe y su pequeña cohorte. El choque entre la pequeña y el pequeño, entre la bien educada y el mimado, casi llega a la pelea ante la cual, por primera vez, son los poderes mentales de la joven la que consiguen doblegar la voluntad del heredero y le fuerzan a pedir disculpas. Para horror de la nodriza, enfado del niño y miedo por parte de los padres de Irina, pues la psíquica se encuentra demasiado cercana al pecado y la sombra de la Inquisición se alargaba con cada día que pasaba.

Si saltamos unos años en el tiempo, encontraremos a Irina recibiendo la formación de escudera en el monasterio De Moley, del cual ya os he hablado en esta historia. Con disciplina y fe, fue aprendiendo a controlar sus oscuros impulsos causados por los dones de su raza y por las bendiciones teúrgicas del Pancreator. Siguiendo la estela de los Santos reconoció su miedo, la imperfección de no estar a la altura de las responsabilidades que cargaban sobre sus hombros, y fue tomando cada vez más tareas de liderazgo con otros escuderos y aprendices como ella. Pues sus dotes de liderazgo se transmitían con facilidad y para la Orden no existen distinciones entre humanos y alienígenas, una vez alguien toma la senda del Pancreator como para dedicarle la vida, todos eran Hermanos. 

A Macarena la encontraríamos aprendiendo también las artes de la espada, en sus primeros duelos con su maestro de armas Gurney. Sin escudos, las armas entrechocan con verdadero riesgo por primera vez, mientras el caballero la prepara para algún día ser capaz de defender su nombre, su honor y el de su familia. Pues esas son las cosas sagradas para una buena señora Hazat. Pero en el danzar de las espadas y las advertencias sobre los peligros de la corte, la joven confía a su maestro sus dones psíquicos y cómo estos la habilitan para el combate de manera excepcional y recibió de su profesor la misma respuesta que de sus padres: cuidado. Pues era un arma poderosa pero si era conocida podía suponer su final en la corte o en la política, pues una mancha así era difícil de aclarar una vez se conociese, y Macarena tendría que aprender a disimular su uso y a no recurrir a ello salvo en el peor de los casos si no quería sufrir el trágico final de los derviches que había leído en sus lecciones de historia.

Y con eso llegamos al momento de ser adultos. Irina tenía por delante una noche, junto a sus hermanos, de vigilia, oraciones y meditaciones. Pero muchos de los otros jóvenes estaban nerviosos ante el día siguiente y lo que implicaría y fueron las oraciones de la alienígena las que consiguieron apaciguar sus corazones y aclarar sus mentes. Y al día siguiente, ante la Capitana Theafana, fue hora de tomar los votos y convertirse en una Hermana de Batalla. Y junto a los juramentos de lealtad y obediencia que son tan centrales para la Orden, para seguir hasta el final las lecciones de San Mantius, la joven añadió un voto adicional por buscar una solución alternativa siempre que fuera posible a los conflictos, lejos de la barbarie y violencia que muchos asocian a la Orden, no en poca medida por las leyendas que circulan sobre ella. Tras ello comulgó, se ordenó y cuando abandonó la capilla lo hizo como una integrante más de la Orden, a las órdenes de quien había sido su mentor, Cornelius, y con el resto de sus compañeros de aprendizaje convertidos ahora en sus hermanos de armas dentro del capítulo.

El nombramiento como caballero de Macarena ocurrió en el palacio Hazat de Aragon, ante la corte reunida. La futura heredera de una de las ramas nobles de la Casa Gonçalva, una de las más influyentes en la corte, debía ser presentada en sociedad ante todos pues con su incorporación los tableros de juego de la política y el poder cambiaban. La espada la marcó, portada por su padre, y se alzó con sus juramentos de lealtad a su Casa y a sus señores, y la designó como la futura heredera de sus tierras y señoríos. Las conversaciones y la danza siguieron pero de todos es conocido el gusto de Juan Jacobi por convertir danzas y festividades en juegos y pruebas, y esta no iba a ser de otra manera. En esta ocasión, quien terminase la danza con la mano de Macarena sería el vencedor del juego, y todos los muchachos de su edad compitieron por danzar con ella y retener su atención. Pero ella ya estaba en otro lugar, jugando a hacer política, escogiendo al heredero de la Casa Castenda para que tuviese su mano al final y tender así puentes entre ambas familias. Pues las divisiones Hazat debían llegar a su final ante la existencia de enemigos exteriores más importantes.

Es así como llegamos al presente, pues los Hermanos de Batalla decidieron enviar a Cornelius y su grupo a la Sagrada Terra, a proteger a la delegación que recientemente había visitado el Monasterio De Moley. Y el Príncipe Hazat envió a la joven a una oculta prueba a la corte del Príncipe Li Halan. Y, sin saberlo ellos, sus caminos se entrecruzarían desde entonces y durante todas sus vidas, con los de aquellos que ya conocemos.
 
 

Pero antes de retomar las andaduras de esas dos comitivas, dejadme deciros de la existencia de grupos, conspiradores, en las sombras de muchos sitios del Imperio. Discretos y sutiles, maniobraban al amparo de la noche para avanzar sus agendas. Uno de esos grupos había logrado descubrir uno de los secretos del pacto que, tiempo atrás, los Hermanos de Batalla de Stigmata, seguidores del Maestre Sanitra Urnadir, habían hecho con la Oscuridad. Con cuidado, desarrollaron sus planes para luchar contra su enemigo, pues ellos consideraban que esa era la voluntad divina. Su enemigo... o quizás debería decir, Nosotros.

Como también otros, en las tierras Li Halan, consideraban que la voluntad divina sería seguir la llamada de la Iglesia en caso de que hubiese una excomunión de la Orden de los Hermanos de Batalla y una llamada a la cruzada contra ellos. Y este era el día en que Ieyasu, Príncipe de la Casa Real, anunciaría su respuesta a la propuesta de Astra. Pero esta, antes de ir a ese encuentro, acabó cruzando su camino con el de Macarena a la entrada del palacio del Príncipe, la gremial y la noble, atadas sin saberlo por lazos tendidos por sus padres, familias y responsabilidades. Una con una misiva que entregar al embajador Hazat en la corte Li Halan, la otra cargando la responsabilidad de ser la mensajera del Trono del Fénix. Un encuentro quizás fortuito, o quizás se podría decir que era la voluntad del creador que se hallasen y conectasen aquellas dos muchachas y sus compañeras en las escaleras.

¿O tal vez la voluntad del Pancreator era que los Hermanos de Batalla acudiesen a la cafetería del Hotel del Peregrino en la antigua ciudad de Florencia? Pues Cornelius y sus hombres habían acudido a proteger a Fennil Hawley, la Hermana Superiora del Santuario de Aeon, que junto con Lázaro y Augustus, tenía que presentar el caso del concilio ante el todopoderoso Sínodo Sagrado. Y la delegación se encontró con la sorpresa inesperada de la posición de Irina, pues la joven abogaba por esa tercera vía que alejase las espadas de la solución que se podía conseguir con palabras. Pero la presencia de los Hermanos de Batalla en la Sagrada Terra, después del cisma, no pasaba desapercibida y entre los diáconos y novicios de una ciudad como Florencia las noticias pronto volaron pues espías hay en todas partes. 

También cabría considerar si, más que el encuentro fortuito en las escaleras, la voluntad del Pancreator no sería que las jóvenes lograsen navegar las complejidades de la corte de Kish y la prueba inesperadamente colocada para ellas por el Príncipe Hazat. Pues la conversación con su embajador entre los Li Halan reveló que las palabras de Juan Jacobi eran una advertencia a los Li Halan para no unirse a la guerra en caso de que esta estallase, pero enunciarlas bien podría agravar las tensiones. Así que optaron por guardar y retrasar esas palabras, mientras Ieyasu Kung-Zhau Li Halan anunciaba ante la corte reunida que su Casa apoyaría la existencia de un concilio pero que, si llegaba a ello, escucharían la llamada de la Iglesia en cuestiones de fe y de guerra, fuera cual fuese el coste. Incluso la Metropolitana de Kish, la Madre Superiora Agnes Wang, con sus infinitas metáforas vegetales, se mostró favorable a todo ello, pues es mejor abonar adecuadamente una planta que tener que podarla.

Podríamos plantear si no fue la voluntad divina la que hizo que las palabras del grupo ante el Sínodo Sagrado calasen en los presentes pese a la presencia de figuras inicialmente contrarias como el propio Syneculla Sigmund Drual. Quizás fue el tranquilo alegato de Fennil Hawley exortando a la compasión y a la piedad. Tal vez las acertadas palabras teológicas de Lázaro sobre la necesidad de no violencia y de unidad de la Iglesia. Podría incluso ser las controvertidas afirmaciones del tardío Ivor Vernat y las advertencias de la Orden Eskatónica, mitigadas por el humor de Lázaro para acallar sus reverberaciones heréticas. O acaso las inesperadas palabras de Irina hablando de entendimiento entre ambas partes, que nadie auguraba que fuesen a ser pronunciadas por una integrante de los Hermanos de Batalla ante tal audiencia. Sea como fuese, el Sínodo Sagrado, como se esperaba, delegó su decisión a que hubiese una validación previa del Colegio de Ética y, como había afirmado Gondo Ortiz en Sevilla, el Sínodo Inquisitorial permaneció callado en el asunto.

Y es que, al final, si se desconoce el plan divino, ¿cómo puede saberse cual es su voluntad? Todo eso podrían ser muestras de Sus designios, como podrían ser frutos del azar o de cualquier otra razón. Sus razones son incomprensibles y los mortales, a ciegas, deben hacer por interpretar las enseñanzas y decidir por si mismos cual es el camino a seguir. Y esperar con ello que así se cumpla Su voluntad.

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