La Edad de Fuego 1: Dogma de Fuego, Cisma de Cenizas

La joven Emperatriz observa la lluvia de Byzantium Secundus sentada frente a la ventana, meditando en su soledad sobre el terrible peso que supone el Imperio sobre sus hombros. Unos Mundos Conocidos decididos a dividirse y romperse, donde envidias y rencores abundan, donde las rivalidades antiguas cocinan su odio sobre el peso de los años de paz, donde la herejía asoma en cada sombra. Pero ella no duda ante la misión que tiene por delante, la ardua tarea titánica que la espera. Ella es Aurora I, la Emperatriz Fenix, conocida como el Sol Renacido por los campesinos de mundos esparcidos entre las estrellas, llamada la Rosa sin Espinas por los miembros de la Casa Decados, mientras los Al-Malik la conocen como Daw'alshams (la Luz del Sol), los Li Halan respetuosamente la han nombrado Kagakayu-hime (la Princesa Radiante), es la Espada sin Mácula para los Hazat, y el Bastión del Honor entre los Hawkwood. 

Y este es su destino.

Pero esta historia empieza años antes de que ella esté meditando, con el nacimiento de distintos bastardos. Dos niñas nacen en Byzantium Secundus, hijas del amor y el deseo del Consejero Imperial por sus amantes principales, herederas del legado del gremio de los Talebringer. Astra, la mayor, y Rauni la pequeña. Y en Sutek nace otro bastardo, hijo de una infidelidad del Gran Almirante Imperial a espaldas de su mujer, no deseado retoño del legado de los Castillo. Lázaro es su nombre y sus hermanos mayores, hijos legítimos del Duque y la Duquesa, son como mínimo complicados.

Si dejamos que caigan los granos de arena del interior del reloj y los años discurran frente a nosotros veremos que las niñas crecen en un hogar que las quiere, si bien su padre es un hombre ocupado trata de dedicarles tiempo cuando puede. Pero Astra crece a la sombra prolongada de la niña Emperatriz, su autoestima dañada por ser gremial en un mundo de nobles. El muchacho, por su parte, se cría en un entorno hostil, entre las bromas y desprecios de sus hermanastros y un padre distante y problemático. No es un problema de sombras inalcanzables las penurias que enfrenta el joven, sino la maldad del capricho y la ambición. Apenas tienen unos cuantos años de tierna infancia cuando sus caminos se cruzan por primera vez en el aniversario del nacimiento del Profeta Zebulon y cualquier observador solo vería unos niños más pequeños jugando bajo la vigilancia de la mayor de ellos. Un momento tierno que se pierde a medida que los granos de arena siguen cayendo del reloj. 

Astra fue criada desde pequeña para aprender tecnología y ciencia por parte de su padre, mientras su madre la entrenaba en las formas de la etiqueta y la corte nobiliaria. No en vano, la dama Salandra Decados era Duquesa por derecho propio. Entre pequeñas invenciones y juguetes fue ganando la maravilla eterna de su hermana Rauni, pero nunca era suficiente para un padre para el que cada éxito significaba que se podía comenzar con la siguiente lección. Mientras tanto Lázaro fue apartado de su familia directa para retirar el insulto que suponía un bastardo entre los legítimos, enviado con su abuela y los Castillos de Haven a criarse entre árboles y tranquilidad. Un remanso de paz, un paraíso alejado de sus hermanastros, bajo los cuidados de sus tíos y su abuela. Pero ese espacio se vería dañado unos años después, cuando su abuela casi muere y su padre y hermanastros acuden a prestarle sus respetos y, por la malicia de los mayores, el joven vio veneno vertido en sus ojos como experimento. 

El siguiente encuentro entre los tres bastardos ocurre al poco y en ese momento cada uno encuentra algo inesperado. Cuando Astra le regala a Lázaro unas gafas hechas por ella misma encuentra por primera vez alguien que sinceramente aprecia algo de lo que hace y se emociona con ello. Y Lázaro encuentra a alguien de su edad que lo considera una parte de la familia, distante y casi desconocida, pero bienvenida. Pero mientras las infancias de los niños discurren, las tensiones se esparcen por el Imperio y sus sombras se proyectan en los ánimos oscuros de los padres, en los choques políticos y económicos, en los conflictos que anidan entre las estrellas.

Con la caída de más granos de arena Astra llega a la adolescencia y es oficialmente incluida como aprendiz en el gremio de los Talebringers. Aprendiendo arqueología, ciencia, tecnología, le cuesta pero finalmente consigue ser enviada a Leagueheim para finalizar sus estudios con Vryla. Allí de primera mano ve la pérdida de poder de la unión, los conflictos entre los Gremios y el día en que, durante ocho largas horas, la Liga misma deja de existir. Si bien el bache es superado, no lo es sin un alto precio y la sombra de lo que pudo haber ocurrido acompaña a la joven a su regreso a Byzantium ya como miembro de los Talebringers.

Lázaro por su parte es enviado a la Sagrada Terra a entrar en la Iglesia y durante los primeros años es educado en un entorno de debates teológicos ricos y profundos. Pero ese ambiente se va tornando cada vez más opresivo a medida que las fuerzas conservadoras van haciéndose con el control de la Iglesia y la sombra de la Inquisición amenaza con considerar cada debate una herejía. Su intelecto consigue atraer la atención del Padre Augusto de la Orden de San Malthus que le apadrina y le guía en sus investigaciones sobre la violencia, la paz y la virtud. 

Es entonces cuando sus caminos se cruzan por tercera vez, durante una de las celebraciones del ascenso de la Emperatriz al Trono Imperial. Unas gafas nuevas y mejoradas es el saludo y el regalo de Astra a Lázaro y llevan a una larga y deliciosa tarde de conversaciones sobre la ética de la ciencia, la virtud de la tecnología, el bien y el mal, y tantas otras cuestiones. Con la inocencia y el candor de la juventud los tres bastardos debaten y ríen, analizan y entienden, y aprenden juntos. 

La separación, con la caída de los últimos granos de arena, llevan a que Astra empiece a organizar expediciones de los Talebringers en busca de reliquias y finalmente parta a su primera misión cuando Rauni llega a la mayoría de edad y se convierte en aventurera del gremio. A Lázaro le espera una complicada defensa de su tesis, controvertida y cuestionada por las voces represivas y del odio, pero es la intervención del Santuario de Aeon la que garantiza su aprobación como clérigo de la Iglesia de pleno derecho. Junto a su preceptor Augusto, viajan por la Sagrada Tierra en busca de antiguos secretos de fe en templos y mausoleos de miles de años de antigüedad.

Y así es como, con la caída de las últimas briznas del interior del reloj, llegamos a la Emperatriz meditando ante la ventana. Los Hermanos de Batalla han hecho pública su ruptura de relaciones con la Iglesia y la amenaza de una prolongada guerra de fe se cierne sobre los Mundos Conocidos. Serán nuestros bastardos aquellos que, por azares del Destino o de la providencia divina acaben en el centro del último intento por evitarla. Seth encarga a Astra y Rauni que, con una delegación de Talebringers, acudan ante los Hermanos de Batalla para tratar de alcanzar una resolución pacífica al conflicto. Mientras tanto la Madre Superiora Fennil Hawley del Santuario de Aeon organiza una expedición pacífica de herejes y aliados de los Hermanos de Batalla en un último intento de tender puentes entre la Iglesia y la Orden militar. Seis Talebringers en una nave espacial de los Charioteers parten de Byzantium Secundus, y seis eclesiásticos de tres Ordenes distintas hacen lo mismo desde la Sagrada Terra en una nave-hospital del Santuario. 

Sus caminos se cruzan de nuevo, en el comienzo del verdadero viaje de sus vidas, en el monasterio-fortaleza en órbita de la puerta de salto del sistema De Moley: la Pancreator Gladius. Los Hermanos de Batalla están preparados para una invasión, sus naves de guerra en estado de alerta y dispuestas para el combate. Mientras hacen las comprobaciones de seguridad en ambas naves, los jóvenes idealistas se reencuentran esta vez con un objetivo en común en parar una guerra pero distintos caminos para alcanzarlo. De la negociación al sacrificio, de la gestión a la minimización de daños, los distintos planes son debatidos en ese monasterio que tantos soldados ha visto pasar.

Su viaje irá desde entonces en paralelo, como en la distancia han ido sus vidas, ambas naves con destino al yermo planeta de De Moley donde la tenue atmósfera difícilmente puede sostener vida y las dispersas comunidades rurales apenas pueden sostenerse. Allí retrasan su misión por la piedad y el cuidado de los necesitados, atendiendo a los enfermos y heridos, oficiando los ritos religiosos que necesitan para sanar su alma. Y conversando, conociéndose los miembros de las dos delegaciones, los Eskatónicos y los Ortodoxos, los Talebringers y las miembros del Santuario de Aeon. Voces distintas cada una, con sus verdades y sesgos, diversas como son los mortales a ojos de la unidad del Pancreator.

El ascenso por las montañas hacia los monasterios de los Hermanos de Batalla es complicado y arduo, imposible de hacer para ejércitos que pudiesen buscar sitiar a los monjes guerreros. Con cada noche de ascenso una conversación en torno a la hoguera, un pequeño sacrificio ritual a San Paulus el Viajero para que les lleve a su destino, unas piezas más añadidas a la maqueta y señales vistas en la ventisca. Portentos difíciles de interpretar entre el esfuerzo de trepar en la tenue atmósfera hasta una fortaleza que les recibe llena hasta el extremo. Pues la hospitalidad de los guerreros sagrados está ocupada ahora por Maestres de la Orden venidos a debatir el futuro, por miembros de las compañías y sacerdotes guerreros que conversan en susurros de batallas del pasado y miedos del futuro. 

Pues los cincuenta años de Pax Imperialis se encuentran danzando sobre el filo de una espada y cualquier pequeño detalle puede abocar a los Mundos Conocidos al fuego y las cenizas, a la muerte y la destrucción, al silencio de voces que hablan pero oídos que no escuchan.

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