La Edad del Fuego 2: El incognoscible plan divino

 


Con la verde primavera
el filo salió a danzar bajo los cerezos en flor
Guiado por el honor y la osadía
no titubea ni duda durante sus pasos de baile.
La osadía de la inocencia.

Durante el calor del verano
el filo encontró descanso en su vaina
Pues los tiempos de paz no son
campos felices para el guerrero.
El equilibrio de la sabiduría.

La templanza del otoño
llenó de óxido el filo imbatible
pues quien titubea en un trono
pierde de vista lo que realmente importa.
La fragilidad del compromiso.

El frío blanco del invierno
exige fuerza y firmeza de la hoja
pero cegado por la pasividad de la paz
el guerrero ha olvidado como danzar.
La debilidad del noble.

Y ahora, en lo profundo del hielo
me pregunto si acaso alguna vez
alguien volverá a ver caer las flores del cerezo.

Nos reencontramos con nuestras delegaciones después de dejar sus cosas en el pequeño y espartano habitáculo que le dan a cada uno de sus integrantes, para su estadía en el monasterio De Moley. Han tenido ocasión de usar (por turnos debido a su pudor) las duchas de los hermanos y, en el refectorio del monasterio encuentran a una santa en vida para muchos, para otros un demonio o una hereje: Theafana al-Malik. Juzgada y condenada por el inquisidor caído, amante del antiguo Emperador, pacificadora de los simbiontes, muchos son los nombres y títulos que acompañan a la estela de esta notable mujer. Y esa conversación, con la capitana legendaria capitana de uno de los capítulos de Stigmata, muestra ya desde el principio que los Brothers Battle no son una entidad monolítica. Así, la guerrera santa muestra que ella es contraria al cisma, que cree que la única forma de solucionar el problema consiste en reformar la Iglesia desde dentro.

La siguiente conversación que tienen, en el campo de entrenamiento, es con Sanitra Urnadir, el Maestre de la Hermandad en Stigmata. Protector del planeta, escudo contra simbiontes, el más influyente de los miembros de la Orden oculta secretos bajo su actitud y personalidad más exaltada y abrumadora. Y muestra sus argumentos de oposición directa a la Iglesia, la importancia de su regla que dictamina que los Brothers Battle son la espada del Pancreator y su escudo, el hecho de que el cisma puede entenderse de distintas maneras. Y, en el centro de su posición, la idea de que la corrupción eclesiástica ha llegado a un punto inaceptable pero que ellos no iniciarían la violencia sino que eso lo haría la Iglesia tras el proceso de excomunión.

Es tras acudir a las oraciones de esa tarde que se encuentran con Claudius, el Gran Maestre de los Brothers Battle, señor del monasterio De Moley y un hombre hastiado, en el salón capitular del monasterio. Durante una década ha liderado la Orden, siguiendo la estela de su predecesor, negociando y buscando compromisos con una Iglesia que solo sabe hacer oídos sordos a sus demandas y cesiones. Una institución volcada en si misma y en la persecución de herejes y demonios, viendo sombras amenazantes en todas partes. Y ha llegado el momento de decir el doloroso basta, de terminar de postergar la separación inevitable, que se terminen las prédicas en el desierto. 

Esa conversación llega a su final con la interrupción para la cena, aunque de camino a ella una conversación mucho más alegre y distendida con Rauni se produce. Al menos hasta que tanto Lázaro como Astra, imbuidos por una tarde de filosofía, debates teológicos y cuestiones morales, acaban regresando a esos temas y la hermana pequeña huye del encuentro y corre al refectorio para cenar. Y lo hacen todos, con conversaciones calladas con los otros miembros de la delegación religiosa, mientras uno de los hermanos de batalla lee de los Evangelios Omega unos pasajes selectos, como dicta la estricta regla de la orden.

Y antes de retirarse a descansar, una última conversación en la celda de Rafael Yotai, Maestre del capítulo de Hira, derrotador de simbiontes y de herejes, cuya sangre se vertió en diversos planetas pero ahora le falta. Pues la vejez se cobra su imparable precio en su cuerpo y la debilidad le corroe lenta y progresivamente. Pragmático, el Maestre muestra su intención de proteger las vidas de sus hombres antes de preocuparse de las cuestiones elevadas. Y es con esos argumentos prácticos que pueden ligeramente atraerle a su lado antes de retirarse a descansar finalmente. Menos Rauni, que se queda hasta tarde bebiendo con algunos de los hermanos de batalla y contando historias y aventuras en el refectorio del monasterio.

Un error, sin duda, pues antes del alba repican las campanas llamando a las misas vespertinas, que debían observar como invitados de la Orden por mucho que las sábanas y Rauni no quisiesen interrumpir su conversación. Una mañana centrada en los argumentos a presentar en el concilio de los Battle Brothers, reunidos en la sala capitular para decidir lo que la Hermandad hará a partir de entonces. Las posturas eran conocidas, hasta que Fennil Hawley da voz al plan trazado entre ambas delegaciones durante la cena, para celebrar un concilio eclesiástico que dirima pacíficamente la cuestión. No solo ella toma la palabra de entre los invitados, también lo hace Astra con un mensaje directo sobre la voluntad del Trono del Fénix y también Lázaro con una larga descripción que va desde una petición de perdón de la Ortodoxia a una defensa de la paz. Quizás las palabras menos esperadas son las de Ivor Vernat que pone sobre la mesa la inminencia del Eskaton, que la gárgola de Nowhere parece haber redirigido su mirada y que hay amenazas mucho más terribles que el cisma que deberían centrar la atención de la Iglesia.

Si todo hubiera ocurrido como se esperaba, lo que habría seguido habría sido un prolongado debate para tomar decisiones, pero este se vio interrumpido antes de empezar con la llegada imprevista de Musashi Wan Li Halan. El anciano ciego, maestro duelista y Conde de los Mil Lotos entró en la sala con su hija y su guardaespaldas, con la total falta de protocolo y la absoluta seguridad en si mismo que tantas victorias y disgustos le había dado en su vida. Y, en busca de una solución que evite la guerra de su Casa con los Hermanos, lanza un duelo que uno de los caballeros acepta, solo para acabar humillado cuando la espada del anciano le desviste en público. Es cuando el Maestre Sanitra acepta el duelo después, que Lázaro logra imponer algo de cordura en el encuentro y que las cosas se tranquilicen, uniéndose el Li Halan a la conversación de una búsqueda de soluciones a la situación, aunque su impulsivo y poco meditado plan llega tarde, como le señala Astra.

Escuchadas todas las opiniones, los Hermanos solicitan que los invitados abandonen la sala capitular para poder decidir entre ellos el futuro de su Orden. Camino del refectorio, Lázaro habla con su maestro Augustus mientras Astra acompaña al Li Halan. Y ya en el mismo salón de comidas surge una conversación con el Conde sobre el honor, la paz, la voluntad, y tantas otras cosas, escandalizando entre risas a Tomu, la hija del Conde y su guía en lugares desconocidos.

La comida llena el refectorio con la llegada de los Brother Battle que, en tonos callados, hablan entre si para no interrumpir la lectura de los Evangelios. Parece que no se ha llegado a una decisión de momento, pero que la propuesta del concilio se encuentra con el problema práctico de dónde celebrarlo que ambas delegaciones acepten y sea seguro para ambas. Y surge un plan para abordar el problema, la propuesta de Lázaro de usar el planeta sagrado Grail tan afín al Santuario de Aeon por su historia con Santa Amalthea, y la idea de Astra de usar la protección imperial para garantizar su seguridad.

Así que la muchacha consigue que los miembros de la Orden le permitan usar los sistemas de comunicaciones del monasterio para hablar con su padre y con la Emperatriz. Expone el plan y los descubrimientos hechos, pero una protección de un tipo u otro implica equilibrios políticos en Byzantium Secundus, pedir y pagar favores a los gremios, y muchas otras cosas que deben ser analizadas. Mientras tanto, Lázaro se reúne primero con Fennil Hawley para conseguir que el Santuario de Aeon apoye y presione a la Iglesia para aceptar el concilio. Y ella, si bien no puede hablar por el Santuario como conjunto, no duda que al final su gente hará lo correcto, aún si ello supone un terrible sacrificio personal. Y tras ello una conversación similar y distinta con Ivor Vernat para conseguir la colaboración de la Orden Eskatónica, entre referencias a poesías y otras cuestiones. 

Lo cual nos lleva, agotados, a las últimas reuniones, la misa de nonas, y la cena. Retirarse a la cama completamente fatigados, menos Rauni de nuevo, y encontrarse el mismo problema con las campanas que llaman a vespertinas. Fue tras esta primera misa que, con los capítulos de Hermanos de Batalla reunidos en su concilio, Lázaro aprovechó para oficiar una peculiar misa en su iglesia. Una lejos de los hábitos y usos de la Orden, que abrió debates y discusiones con los que asistieron, incluida Astra, Seguida de la tranquilidad y la frustración de la espera a la llamada de la Emperatriz que confirma la voluntad del Trono del Fénix de garantizar la seguridad del concilio mediante el despliegue de la Compañía del Fénix, en lugar de los preparativos inicialmente pensados. Correr a informar de esto a los Hermanos reunidos en su sala capitular, responder preguntas y de nuevo esperar es todo uno.

Y es que no es hasta la comida en el refectorio que el Gran Maestre anuncia que han decidido acudir al concilio si este se convoca y cuenta con las garantías prometidas. Un gesto probablemente futil ante la resistencia de la Iglesia y las enormes complicaciones para establecer un diálogo llegados a este punto, pues el Sínodo Sagrado ya ha comenzado el proceso de excomunión de la Orden como conjunto. Pero un último y, quizás, desesperado intento para lograr una paz que evite que los Mundos Conocidos sean barridos por el fuego pues, como dijo Lázaro, en estos tiempos oscuros es la luz de las  hogueras la que ilumina en lugar de ser la de los soles. Demasiado exhaustos están estos, observando a los mortales disponerse y actuar siguiendo lo que esperan que sea el plan divino.

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