La edad del fuego 3: Los renglones torcidos del Pancreator


Crear ese concilio, esa última oportunidad para la paz, requería que los caminos de Lázaro y Astra se separasen. El tiempo estaba corriendo en su contra a medida que la Iglesia tramitaba la excomunión de los Brother Battle y había demasiadas piezas complicadas que mover, en lugares muy distantes, como para hacerlo juntos. Astra acompañó a Musashi Wan Li Halan en su nave yate con destino a Kish, para tratar de convencer a la más religiosa de las Casas nobiliarias de que apoyase la convocatoria del concilio; mientras tanto, Lázaro recorrió las montañas y luego las estrellas con destino a la sagrada Urth, a convencer a la Iglesia de que acudiese a ese concilio.

Convencer a los Li Halan sería complicado, no solo por la tarea en si, sino por las condiciones de la misma. Pues, por su legado e historia, los Talebringer no eran bienvenidos en Kish y los recelos del Príncipe Ieyasu con respecto a Seth y su gente eran de todos conocidos. Pero tampoco era más sencillo conseguir convencer a la Iglesia, pues para reunirse con el Sínodo Sagrado harían falta apoyos políticos y recursos con la siempre presente amenaza de la Inquisición en cada movimiento. Pero Astra consiguió el apoyo de Musashi a cambio de mejorar la espada reliquia de su familia, la renombrada Danzarina de los Mil Lotos, regalo de un demonio en tiempos antiguos; y Lázaro organizó un plan con los demás miembros de la delegación eclesiástica para buscar los apoyos de los Arzobispos más afines y conseguir con ello que los órganos principales de la Iglesia les recibiesen.

El primer imprevisto de Astra ocurrió al llegar a Kish, cuando se encontró en el astropuerto con la reportera Kamina Seashore. Controvertida investigadora del gremio de los Voceros del Pueblo, la joven interrogó a Astra y consiguió que esta permitiese que la acompañase para contar su historia. Con ella y con Rauni, aunque su hermana pronto se aburrió, se presentaron en la sede del Gremio de Armeros y Herreros para conseguir de ellos permiso para usar sus forjas para la mejora de la guarda de la Danzarina. Y su trabajo al frente de los hornos fue de tal calibre que impresionó a los demás armeros de las instalaciones que vieron su desdén inicial transformado en admiración para cuando acabó la obra. 

Lázaro y Augustus, tras separarse del resto de la comitiva eclesiástica, marcharon al seminario donde se habían conocido, en la noble ciudad de Cairo. Allí se entrevistaron con el Presbítero Swan Galled, un hombre tolerante en tiempos donde eso era un riesgo. Consiguieron convencerle de la importancia de su misión para que este intercediese con el Arzobispo de Cairo y les consiguiese una reunión. Pero a la salida del despacho del Presbítero, los rumores ya comenzaban a circular por la institución educativa, desde los más alocados a los más mundanos, y como Swan les había advertido, dar ese paso implicaba dejar atrás toda posibilidad de discreción y anonimato, algo que sin duda a Augustus le costaba.

Con la guarda terminada, Astra fue a reunirse con Musashi para entregársela. El Conde estaba sorprendido por la buena labor y cumplió con su parte de empezar a acelerar los procesos de solicitud de una entrevista con el Príncipe, pero estos deberían esperar al día siguiente pues la corte ya se había retirado por esa tarde. Así que las tres mujeres, tras una idea de Rauni, acudieron al espectáculo de linterna mágica a ver una antigua proyección de aventuras y guerreros, sobre el secreto del acero y pegarle puñetazos a camellos. Pero se fueron antes de la segunda sesión, la proyección de una película más que subida de tono sobre la decadencia y prácticas sexuales de los Li Halan, mucho tiempo antes de haber encontrado al Pancreator.

La entrevista de Lázaro y Augustus con el Arzobispo de Cairo fue breve e intensa, pues como les advirtió la guardaespaldas del mismo, Ambessa Medarda, al dignatario le gustaba mucho oir su propia voz y no tenía demasiado tiempo. Así que con tacto y cuidado, Lázaro consiguió interceder en los monólogos de su eminencia Mirza Abu Talibe introducir las ideas clave. Y el Arzobispo estaba interesado pero a cambio quería una cosa menor, que Lázaro ayudase a una joven al-Malik, la hija del conde que actuaba como Embajador de la Casa en Urth, a encontrar su camino en la vida. Una conversación a cambio de la oportunidad de otra en el futuro, ante el Sínodo Sagrado. 

Encontrarse con la joven guerrera al-Malik les llevó al palacio-teatro de la Casa Real en Cairo, donde la familia atendía a un recital de poesía. La joven Sharma, aburrida a muerte, mientras su padre efusivamente se entregaba a las palabras. Pero fue la intervención de Lázaro la que cambió todo eso, escuchando a la joven y sus sueños así como los problemas de incomprensión que encontraba su padre Harim al-Malik. Y, contraviniendo lo esperado, el joven novicio convenció a la muchacha que expresase su voluntad de ser guerrera como una obra de teatro improvisada para sus padres y la emoción y sinceridad del momento hicieron que las lágrimas rodasen y la familia se reconciliase y encontrase el camino. Fue Dalia, la madre, quien agradecería al monje su intercesión y prometió la ayuda de su familia si llegase a ser necesaria.

Ya fue a la mañana siguiente que Astra se encontró de nuevo en el palacio del Príncipe Li Halan, con sus elegantes salones y voladizos tradicionales y sus rígidas normas de etiqueta. Mientras hacía el papeleo fue llevada ante la dama Saeko Kung-Zhao Li Halan, que si bien era una mujer joven, no por eso era menos dura y severa. Fue esta quien evaluó si Astra merecía el tiempo disponible del Príncipe, y lo hizo en una conversación tensa y complicada de la que la Talebringer salió exitosamente pero por los pelos. Y no sin encontrarse cara a cara con el desdén y las reticencias de los miembros de la Casa Real a los miembros de su gremio, y de su sangre en especial.

Augustus comenzó su día anunciando a Lázaro que no solo tenían el apoyo del Arzobispo, sino que el Gran Inquisidor Gondo Ortiz les reclamaba en Sevilla. El maestro del Sínodo Inquisitorial, pese a ser miembro del Templo de Avesti, era un hombre extraño entre los suyos, uno con mucho en común con el Santuario de Aeon, uno dado a escuchar y no quemar si no era necesario, uno con un pasado como pagano y terrorista. Fue una conversación de encuentros y desencuentros, donde el optimismo de Lázaro fue enfrentado a la necesidad de prepararse ante las consecuencias del fracaso y de la herejía que preocupaban al Gran Inquisidor. Y una conversación que demostraba sin ambages que la Inquisición sabía mucho de Lázaro, más de lo que incluso su mentor sabía de él. Y al final, Gondo Ortiz accedió a no interponerse en el proceso ante el Sínodo Sagrado cuando llegase el momento.

Astra se encontró de pronto, tras la conversación y hacer papeleo, invitada a atender a la corte del Príncipe. Una prueba para ver cómo se desenvolvía entre desconocidos y enemigos. Y la joven navegó esas turbulentas aguas con honestidad y una sonrisa, buscando aliados entre los armeros y los charioteers, las prostitutas y quienes le ofrecieron la oportunidad. Con el Editor de los Voceros del Pueblo en Kish discutió la posibilidad de librarse de Kamina si hiciese falta; y con el Decano de los Scravers se encontró una inesperada tensión que logró resolver con humildad y unas disculpas que su padre jamás hubiera ofrecido. Y con todo ello vadeó las aguas rápidas y superó la trampa puesta ante ella.

Mientras tanto, Lázaro y Augustus abandonaron la catedral de Sevilla, discutiendo sobre la pertinencia de atraer o no la atención de la Inquisición sobre ellos. Pero también de la belleza de la obra del Pancreator y su manifestación de mil maneras diferentes en los mundos repartidos bajo los soles. Fue en ese viaje que Fennil Hawley les confirmó que el Santuario de Aeon había conseguido el apoyo del Arzobispo de Petersburgo y, junto al del Arzobispo de Cairo, serían suficientes para que el Sínodo Sagrado les recibiese al día siguiente. Pues al final, la obra del Pancreator se escribe certeramente, aunque sea con los renglones torcidos que son las vidas mortales. Y Lázaro aprovechó esa tarde, ya en Roma, para confesarse y comulgar en la Catedral de Zebulon, discutiendo de pecado y miedo.

Astra fue llamada a una reunión privada con Ieyasu Khung-Zhao Li Halan. Un hombre honorable, pero severo y recto, de fe innegable y moralidad conservadora. Ante los miembros más importantes de su corte, la joven tuvo que explicar el plan, la voluntad del Trono del Fénix y su Kagakayu-hime, como los Li Halan llaman a la Emperatriz Aurora I. El Príncipe escuchó con atención y respeto pese a su tensión con los Talebringers y el propio trono imperial, haciendo ocasionales preguntas para aclarar las intenciones del concilio y lo que se esperaba de la Casa Real Li Halan. Pero no emitió una respuesta o decisión, sino que envió a Astra fuera mientras debatía la cuestión con su corte personal, previo a emitir cualquier decisión. 

Y es que aquella noche, mientras ambos se preparaban para descansar, separados por las infinitas distancias que alejan las estrellas entre si, los dos se preocupaban y preparaban para los complicados encuentros que tendrían al día siguiente. Conversaciones y discusiones que bien podrían costar millones de vida en un conflicto sangriento que arrasase todos los Mundos Conocidos, que los sumiese en batallas y alzamientos campesinos y condenasen a sus habitantes a nuevos años de dolor y horror como habían sido las Guerras Imperiales.

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