Crónicas de las Tierras de la Bruma 53: El Alma de la Luz


Anoche te prometí que te hablaría del Alma de la Luz pero para hacerlo, primero tengo que aclarar que no existe una única alma para la misma. Los elfos creen que la luz es la guía de vivos y muertos, en el pantano la interpretan como el Sol Invicto, la luz del Aeon a menudo es descrita como la pureza frente a los Horrores de la Mente. No hay una única luz y, la que ahora nos atañe, es el alma que Zarel le daría a la misma, lo que le ganaría el sobrenombre de El Brillante. Pero para hablar de la luz, debemos hablar de la divinidad y de los dragones y de las otras formas en que se puede encontrar la iluminación.

Y empezaré, mientras calientas nuestra cena, por un libro. Pero no un códice cualquiera, sino aquel que atesoraba el apotecario, aquel por el que los padres de Shana habían dado su vida. Una copia del que se consideraba el más apócrifo de los textos sagrados de la Iglesia del Aeon, aunque fuera una recolección de las memorias de Santa Arcadia, escritas durante su éxodo del antiguo continente. El original, escondido en la biblioteca prohibida de la Isla de Alba, en algún momento había sido copiado y enviado al exterior y, en su inocencia, los padres de Shana esperaban cambiar la iglesia desde dentro al revelar aquellos documentos. Pues la visión de Santa Arcadia del Aeon era, sin duda, contraria en muchos puntos centrales al dogma eclesiástico. Ella consideraba que lo material había creado a Dios, el más puro de los mundos era el reino de las cosas físicas, en vez del abstracto espacio divino. No había un Aeon sin hombres y mujeres, sin casas y montañas, pero si había mujeres y hombres sin un Aeon. Eran los mortales quienes habían creado la divinidad, y eran los horrores de la mente de los seres vivos los que suponían un pecado terminal. Ideas, todas, demasiado terribles para que la Iglesia las aceptase como verdaderas en su dogma pero que, escritas por una de las santas, eran demasiado sagradas para ser destruidas. Y así, El Testimonio había regresado a la superficie, mil años después de haber sido escrito originalmente.

Mientras Shana y Zarel leían este texto, Aurora daba el primer paso en su transformación en algo más, creando vida nueva que jamás había sido vista en nuestro mundo. Por ello a menudo se la llama la Dadora de Vida, pues de dos de los árboles de los elfos y de la sangre de su hermana, llegaron a nuestro mundo el Tercer y el Cuarto Dragón. Pero, a diferencia de Aurora y Zarel antes de ella, Dracael y Dracaela eran pálidos y plateados, brillantes a la luz, como su madre, Shana, la Madre de Dragones. Y aparecieron como dragones jovenes, valientes y juguetones, que mucho tenían que aprender y muchas aventuras por correr, pues con la sangre y la educación de su madre, los dragones plateados desde entonces son amigos de las aventuras y las grandes gestas, paladines y protectores de aquellos en adversidades. Aunque, por aquel entonces, más preocupados en jugar y aprender que en las grandes consecuencias y responsabilidades que les deparaba el destino. Pues el destino, como la luz, es una poderosa fuerza que guía a todas las cosas vivas, desde la mosca más pequeña, al más grande de los dragones.

Conversaron con el fenix, maravillado de esta nueva vida y regresaron a Nueva Catan, donde fueron inicialmente recibidos con dudas y suspicacias ante la llegada de dragones nunca antes vistos, pero las palabras de Zarel tranquilizaron a las multitudes de curiosos. Fue ahí, antes de partir de nuevo al norte, que Amanecer demostró su transformación pues, como un niño de madera que quisiese ser de verdad, ella había usado su magia para cortar los hilos que tiraban de su vida y volverse de carne.

Y aquí es cuando corresponde ponerse serios para, finalmente, hablar del Hogar de la Realeza, el Templo más sagrado de la luz, en Asur Na'filem. Escucha bien, no te dejes llevar por los sonidos de la noche, pues la luz se dispersa con facilidad si no se centra en un objetivo. La puerta de descenso a Nee'filliar se encontraba en el templo, guardada por enigmas sobre la luz y la muerte. Nada que pudiese detener a nuestras aventureras, que rápidamente accedieron al lento descensor que se sumergía en las profundidades, iluminado por haces de brillante luz capturados con espejos y cristales. Parches de luz en la oscuridad, que mostraban el papel de Mulsha'ara, guiando a los elfos, al dragón y al fenix a ser quienes debían ser. 

Su efigie recibía a quienes llegaban a la sala principal, con dos puertas secretas, una para los vivos y la otra para los muertos. Abrir la puerta de los vivos requería una plegaria de sincera humildad ante la diosa de la luz, algo que el ardiente corazón de nuestras aventureras no era demasiado cercano a sentir. Pero si lo era el corazón de Madrigal, y fueron sus palabras las que abrieron esa puerta que daba al Recorrido de los Vivos. Generaciones de Príncipes de la Luz les acompañaron por los pasillos, dibujados en distintos estilos en las paredes, hasta que la sociedad élfica se estancó en sus tradiciones y el estilo se volvió para siempre uniforme. O, al menos, hasta que el árbol había ardido y el templo había sido reabierto, pues los siguientes estilos artísticos y cánones de belleza estaban aún por definir. 

El Recorrido de los Vivos desembocaba en la Forja de la Luz, el lugar donde la realeza de los elfos se condensaba en las tiaras de los dioses con las que los Príncipes y sacerdotes se ceñían la frente. El corazón del templo. Pero la forja aún se encontraba a oscuras, sus espejos esperando las energías necesarias para canalizar la energía luminosa, durmiente, esperando. Se adentraron en las profundidades para poder restaurar la forja, por las puertas que les llevarían por el Sendero de la Pureza.

Este llegaba al Salón de la Divinidad, donde los demás dioses élficos se encontraban representados. Encontrar las plegarias necesarias para que cada uno de ellos aceptase poner su poder al servicio de la luz fue más complicado de lo inicialmente pensado, pues requería no pensar como ellas mismas, sino como un Príncipe de la Luz que acude en solitario a Nee'filliar. Pero las encontraron, y la estatua de Auteri'i floreció, la de Vilatoor fue mecida por el viento, la de Vilatoor se rodeó de riquezas, la de Anadara se cubrió de llamas y, finalmente, la de Thaalorn se arropó con sus sombras. Y, con el beneplácito de todos los dioses, pudieron seguir progresando. 

Con su compañía llegaron a la Sala de la Ceguera, anegada en la oscuridad. Sala donde la angelical voz de un ente habló con ellos de los cambios habidos en el mundo, entre los elfos y más allá, y dijo que si querían reactivar la forja deberían probar la pureza de sus corazones en el campo de batalla. Solo de esa manera se revelarían sus temores y sus dudas y sus verdaderas intenciones serían visibles. Una batalla en un campo cubierto de la noche más impenetrable, solo rota por la luz de dos grandes espejos que iluminaron al titánico celestial y su compañera angelical, los Guardianes de la Pureza. Los virotes y los conjuros volaron, demostrando la inteligencia y la fuerza de carácter de las integrantes del Nuevo Cisne, que pronto recibieron la aprobación de ambos entes. Y, tras su retirada, pudieron iluminar toda la sala reflejando la luz de los espejos en el que ceñía a la estatua de Mulsha'ara. Toda esa luz se filtró y recubrió de formas y colores al reflejarse en gemas y cristales y surcaron pequeños senderos en la piedra, reflejándose hasta alimentar la Forja.

Pero solo la mitad de la misma se encontraba alimentada, la mitad de los vivos. Zarel, Shana y Aurora recorrerían entonces senderos que nadie vivo había recorrido jamás, pues los elfos dejaban a los muertos sus propias tareas. Pero, etéreas con los conjuros de Aurora, las tres se adentraron por los senderos de los difuntos, caminos sin nombre pues no son tierras para mortales, entre las raíces simbólicas del Árbol de la Vida. Y al final del sendero, rodeando las salas donde los vivos hacían sus labores, se encontraba un benévolo espectro: el Primer Rey Fénix, el primer elegido de Mulsha'ara, el primer guía de los elfos. Y ante él, se encontraba de nuevo el comienzo, la siguiente vuelta de la gran rueda del tiempo y el destino: Aurora quien era el nuevo Dragón, Zarel que era el nuevo Fenix y Shana la nueva líder de los elfos. El primer rey fenix era un hombre compasivo y humilde, y con la petición de Shana, reactivó la forja para que de nuevo pudiese ser usada. 

Con ella restaurada, la luz inundó el lugar y pudo ser canalizada para crear una nueva tiara de la luz, que Zarel se ciñó en la frente dejando de lado la que tanto tiempo había llevado como consejero del fuego. Y regresaron a la superficie, a la capital de los elfos, con una riqueza inconmensurable, no en oro y objetos de poder, sino en conocimiento. Pues la luz los había recibido y la luz les había aceptado y lo que allí habían visto e interpretado era el alma de la luz para los elfos y serviría para que Zarel encontrase su propia alma de la luz en su interior. 

Pero me estoy adelantando, aviva las llamas que hay que hablar de dragones, y se enfadan si se habla de ellos y la hoguera está moribunda. Pues Aurora había encontrado un nombre en los códices de dragones, uno de los nombres más poderosos de todos, y estaba dispuesto a convencerlo o a doblegar, al creador mismo de todo: Bahamut. Por las buenas, o por las malas, le concedería lo que ella esperaba. Y, sin embargo, como a menudo ocurre con los dragones, nada fue como la hechicera esperaba. Se hizo el ritual, acudió el aspecto del dios-dragón desde otros mundos muy alejados, de tierras de Mordenkainen, y hablaron. Pero no hubo violencia sino entendimiento, no hubo conflicto sino respuestas, no hubo poder sino aprendizaje. Pues esa, es la senda de la luz. Y les habló del equilibrio universal, de su reverso Tiamat, del aspecto de si mismo que ya se encontraba en nuestro mundo y que ellos conocían como Zarel, el Primer Dragón. Les habló de la extraña sensación que desprendía la divinidad en este plano, y de cómo las hechiceras a menudo se vuelven más poderosas, aunque en esta anidaba un buen corazón; algo que, todo sea dicho, el joven Zarel el Radiante pronto señaló, pues Aurora en muchos sentidos empezaba a comportarse como Mordenkainen mismo. Les habló de dragones de oro y plata, bronce y cobre, e incluso los bromistas de latón. Reconoció a los jóvenes hijos de la Madre de Dragones, y les conminó a hablar con su equivalente sobre las razones por la que en este mundo no había más dragones que uno.

Viajaron al pantano entonces, donde la Luz Reveladora había encontrado herido a Zarel semanas antes, dañado tras su existencial batalla contra el Dragón Demoniaco, la manifestación en este plano de Tiamat. Y Zarel habló con ellas, pero con su peculiar silencio dejó mucho por inferir y descubrir. Pues el Primer Dragón no creía en dominar ni en poder, sino en que este plano, su plano, era para los mortales. No le daría a Aurora lo que ella quería, no porque no pudiese, sino porque era ella quien tenía que lograrlo por si misma, avanzando en sus estudios del antiguo lenguaje o por otros cauces. Y hablaron de regalos para Skarsnik, el gnomo de la Luz Reveladora que tanto había apoyado al Primer Dragón en sus momentos de debilidad y duda. Y hablaron de la divinidad y del papel de los mortales para controlar un plano que Zarel quería que fuese para ellos. Y cómo su propia debilidad, garantizaba la misma debilidad por parte de su reflejo oscuro, incapaz de usar su poder para imponerse a los mortales. Pues este era el Ciclo de la Oscuridad, el tiempo en que debemos proteger a lo que nos es querido de las amenazas, y para el Primer Dragón, lo más querido era la vida y la grandeza de los mortales. 

Regresarían a Nueva Catan, donde seguirían con sus estudios. Incluso el joven Zarel estaba estudiando, acaso por primera y última vez, y su joven mente caminó de nuevo al pantano, a la recién restaurada ciudad de Nueva Rom. Allí donde el sol era más débil, más lejano y más perdido, el lugar en cuya catedral había aguardado el huevo del fénix para ser usado como guía en la oscuridad. Y fue allí que habló por primera vez en el idioma antiguo, y la Luz regresó a donde había sido desterrada. Un brillante símbolo, capaz de canalizar la fe y las creencias de los habitantes de la misma y, quizás con el tiempo y el esfuerzo de los mortales, guiar de vuelta al sol a aquellas tierras de donde había sido desterrado por el Miedo. Pues su oscuro roce acariciaba su mente tan al nordeste, tan cerca de su guarida, pero no podía con la determinación del joven, del Portador de la Llama. 

Fue en esta ciudad que decidieron seguir el rastro del extraño seguidor del club de fans del joven, para identificar por qué se comportaba como lo hacía. Lo que no esperaban encontrar es que alguien tiraba de sus hilos, un enemigo de su pasado: el terrible demonio Zariel. Quería destruir el culto en venganza por la humillación de su derrota, y había manipulado a diversos mortales para cumplir sus designios con promesas y pactos. Pero ninguna de esas cosas le pudo preparar para la trampa a la que sería invocado por la hechicería de Aurora, ni a la presión de las palabras del joven hijo divino. Pues el demonio, duque y señor infernal, acabó incluso teniendo miedo de la ira de esos dos santos y de sus recursos, y regresando humillado al infierno habiendo únicamente obtenido la no humillación como contrapartida a dejar de interferir en las actividades del Nuevo Cisne. Tal era el poder ya de nuestras jóvenes aventureras, que hasta el mismísimo infierno se doblegaba ante su voluntad, como pronto harían tantos otros. Pues quien osase dañar a lo que ellas querían pronto encontrarían sus espadas dispuestas a defenderlo. 

Te podría contar de la primera cacería de los dragones plateados, del gran bazaar de los elfos o de los susurros de los quori en las profundidades del bosque. Pero dejaremos aquí la historia por esta noche, pues en breve empezará a llover y debemos encontrar resguardo si no queremos mañana viajar mojados. La próxima noche te hablaré de la esencia de la transformación, de la disección de entidades extraplanares y más cosas. Pero ahora... ¡recoge rápido, que no querrás que toda tu ropa tenga más agua que la sopa de nuestra cena!

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