Historia de una Ida y una Vuelta 4: Por un Puñado de Likes

Cada persona no es más que una incógnita a despejar en una Ecuación a la que la mayoría son ciegos. Es cuestión de despejar las dudas y aclarar las piezas: qué siente, qué quiere, qué necesita, qué teme. Descubrir qué les hace moverse los convierte en peones en una danza, como muñecos en mano de un titiritero experimentado. Con un movimiento de los dedos cometen un error inesperado, con otro están muertos. Tic, tac. Un número cambia en el plan y todo se ajusta.

Mientras me alejaba de la mina con Mula y Nora, las piezas encajaban en mi mente, un Plan cuidado para iniciar una cadena de inevitables consecuencias que nos sirviesen dos enemigos de la lista en bandeja. Surgió otra alternativa, una inesperada oportunidad de jugar un caballo de Troya, pero nosotros no necesitamos las bendiciones de Atenea para acabar con nuestros Héctores. Solo las piezas dispuestas de un plan inevitable. Y este, como todo, depende de conocer las figuras dispuestas en el tablero y saber jugar con lo que ven y lo que no. Cualquier jugador veterano de poker, de cualquier cantina de Marte, te dirá que no va de contar cartas o de calcular las probabilidades de las jugadas de la mano de cada jugador. Eso es necesario, sin duda, pero después es un truco de magia, un despiste, hacerles ver lo que quieres que vean para que crean que tienen mejor mano de la que tienen, para que apuesten su dinero en una jugada que ven clara pero es una trampa. 

Hipótesis: a Dynamo solo le mueve una audiencia y un respeto y aclame popular acorde a su ego, pero la audiencia del programa de torturas va descendiendo inevitablemente con los días al perder el morbo, la sorpresa, la novedad. Necesita un nuevo espectáculo que le lance al centro de la pista. A Swan le mueve una crueldad ciega y brutal de un monstruo de las llanuras marcianas, incapaz de entender que, como todo, la maldad es solo una herramienta más. 

Contrahipótesis: Dynamo traicionará a Swan rápidamente si obtiene un espectáculo mejor. Swan se dejará cegar por su narcisismo si es desafiado en su ego. 

Tic... Tac. Dos danzarines en una obra para la cual no son más que actores en un guión que no entienden. Tuvieron sus momentos de álgida gloria, pero ahora tocaba tragedia. 

Síntesis: dos equipos. Aurea y yo por un lado, para encargarnos de la muerte de Swan y la corrupción de Dynamo. Los demás, encargados de poner a salvo a los mineros torturados y con ello ganarnos el favor de la corporación minera. Y salvar vidas. Todo en alta fidelidad, retransmitido en directo, como un mensaje a las estrellas mismas.

Cabalgar hacia la mina esa mañana fue tenso, pues al final las hipótesis y síntesis son como castillos de naipes. Como una partida de poker. Al final, la Ecuación siempre deja cierto margen de error, de azar, de imprevisto. Igual que el vehículo invisible que suministraba a la mina, era posible que los perfiles psicológicos policiales errasen, los cálculos se desviasen infinitesimalmente de sus disposiciones iniciales y hubiese que incurrir en costes de monedas de plata, oro u platino. Pero la Ecuación estaba resuelta, la apuesta sobre la mesa, ahora jugaríamos la partida a vida o muerte.

Actuar como distracción para que el equipo de sigilo se infiltrase en las instalaciones era parte de la historia. La parte principal era cambiar la narrativa y convencer a Dynamo de que le convenía jugar a nuestro juego, con nuestras reglas. Los espectadores habían tenido suficiente espectáculo de maldad, nada podía obtener ya de exprimir una fruta vacía. Pero un héroe que cambiase el encuadre, un duelo a mediodía bajo el sol, justicia hecha sobre un monstruo. Eso tenía drama, eso tenía tensión, eso tenía audiencia. Y fue cegado por la codicia, por el amor a los números de audiencia y a una narrativa diseñada para cegarle a la realidad. Ganarnos su favor para el futuro, cuando llegase su momento, cuando nos necesitase y no viese la puñalada en la espalda, a la vez que sacrificaba a Swan en el altar de la aclamación de los sondeos demoscópicos de audiencias generadas y retenidas, la única deidad a la que el cínico showman adoraba. 

Cuando eres rico entiendes que el dinero lo puede todo. Cuando eres asquerosamente millonario te das cuenta de que hay cosas más valiosas que pueden cosas que ni ambicionabas antes. Contactos, amigos, favores, confianza. Y cuando, como yo, naces aún con más dinero que eso, entiendes el juego que ciega a lo que verdaderamente importa. No es amor, amistad ni ninguna cursilería por el estilo digna de película para pobres perdedores. Es la mano adecuada en el momento adecuado. 

Con Dynamo cegado ante la perspectiva de audiencia, más fama y dinero, quedaba el orgullo para arrastrar a Swan al exterior. Humillarlo y hacerlo de menos, un abusador de pobres e indefensos en vez del gran guerrero, ante las cámaras; desafiarlo a demostrar que era más que una mierda en un duelo a solas contra el espíritu mismo de Marte encarnado en Aurea, Gloria, ego, narcisismo, desafío, proyección de fuerza... apariencias. Y, ante las cámaras del mundo como ojos ávidos, fue revelada su pequeñez. El Emperador estaba desnudo y era un cobarde. El resto, doscientos metros de separación entre ambos al comienzo del duelo, y sangre sobre la arena marciana. Escarlata sobre vermellón.

Mientras bajo el sol se disponían al duelo a muerte, bajo la montaña el segundo equipo se infiltraba como sombras invisibles, hasta la sala donde los rehenes eran retenidos. Imperceptibles, navegaron el laberinto de la mina hasta el campo de batalla donde fuego, plomo y acero sellarían el destino de muchos. La mitad de los guardas que abusaron de los mineros no supo siquiera qué les golpeó. La otra mitad deseó haber pertenecido al primer grupo. Tal fue el estado de shock que ni siquiera pensaron en acabar con los rehenes, tal y como Nora había calculado cuando trazó el plan de asalto para forzarles a poder pensar únicamente en su supervivencia. El resto fue el vuelo de los misiles controlados, las maniobras de artes marciales con cuerdas, las granadas, los lanzallamas y las espadas. Decenas de soldados del ejército de la Autoridad Solar muertos, los rehenes salvados incluso del colapso de las pasarelas gracias a los firmes cables que Mula tendió y a la evacuación organizada por Ghia. Todo retransmitido por Dynamo para consumo mundial, medalla que luego se pondría la policía de Olympus City.

Fuera, el duelo a muerte fue un prolongado asedio. Una serie de movimientos demasiado rápidos para ser percibidos. Esquivas, fintas, disparos, flechas. Presas, lanzamientos, granadas. Hubo que usar en algún momento monedas de cobre, hasta el valor de una moneda de plata en total, para que la danza quedase perfecta. Y al final, sobre el cuerpo derrotado de Swan se alzaba una Aurea que no había sido siquiera herida de modo superficial, una declaración de intenciones para el sistema solar entero. Pues los records de audiencia habían sido destruidos y sería un combate que expertos y analistas verían probablemente durante décadas. Con todo el drama y la historia de la justicia hecha, la velocidad de implantes más allá de lo que muchos podrían imaginar, la perfección que solo el tiempo puede regalar. 

Con Swan en el suelo, mutilado por Aurea y ejecutado por Ghia, quedaban otras piezas en movimiento. Cobrar los favores debidos para establecer una relación con Dynamo. Encajar una nueva relación con la corporación minera y su representante después de encargarnos de su problema sindical descontrolado. Una celebración en la cantina local estaba en orden. Fue entonces cuando, entre mano y mano de poker y trago de whiskey, mientras Mula follaba con alguna minera y Aurea se había retirado a devorar la mente del Sargento, que una pieza inesperada canjeó y cambió el tablero. Una llamada a Hermes a pedirle una información trivial a cambio del dinero que había ganado con las acciones de la corporación minera: el número de monedas de Dynamo, el Gilipollas. 

Cada persona tiene un valor. El nuestro eran tres monedas de platino. El de Dynamo era el mismo número, pero en monedas de plata. Y había cometido el error que le costaría la vida: decirme que abandonaba la mina y retransmitiría todo desde fuera. E irse en su jet privado. Mi familia, a través de la T.A.I.U. había construido las infrastructuras de comunicaciones de Marte y mucho más allá. El jet es más lento que el tren. Era nuestro.

El resto era una concatenación matemáticamente inevitable de una ecuación perfectamente dispuesta. Llegar antes a Olympus City usando el tren e interceptar su vuelo fuera de la ciudad antes de que llegase. Misiles al vuelo, un avión derribado. Por mucho que quisiese retroceder en el tiempo, con tres monedas de plata no podía viajar a antes de haber cogido ese vuelo. Estaba atrapado entre la muerte y la muerte, sin dinero para pagar una segunda oportunidad ni un plan para salvarle. Atrapado ante la ira destructiva de Rev y la fuerza de la mera gravedad. El discurrir del tiempo, tan inevitable para quien no puede retroceder más que unas pocas horas. Hipótesis sin antítesis.

Tic... tac. La Segadora se aproxima a la estrella mediática. Tic... tac.

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