Gigantes de acero

  

La cámara atraviesa el dintel de acero y se adentra en el pasillo metálico. Es un pasillo estrecho, razonablemente sucio y descuidado, pero lleno de vida. Cruzándose con la cámara vemos a un hombre grande y negro, comprobando un documento digital en sus manos mientras prepara reparaciones que hacer en la zona de los motores. Más adelante, mientras pasamos frente a otra puerta de acero abierta, se ve la cantina, donde los tripulantes comen y ríen, con uno de ellos contando una historia subido a una mesa. Algo acerca de minería de carbono en los asteroides de algún planeta, pero debe ser gracioso cómo lo cuenta pues los demás tripulantes ríen mientras comen y beben.

Seguimos avanzando mostrando uno de los talleres que se encuentran más adelante, donde otro grupo está organizado en torno a los bancos de trabajo, reparando las taladradoras láser que han visto demasiado esfuerzo sostenido y han terminado por fallar. Pronto tendrán que parar en un puerto para hacer reparaciones en condiciones, pero la bodega de carga aún no está llena y hasta entonces no podrán permitirse el descanso. Así que los ingenieros y mecánicos continúan sus sus trabajos contra reloj para asegurar que las viejas taladradoras sigan siendo útiles al menos unas semanas más.

Más allá pasa frente a unos baños mixtos, donde los operarios que llevan horas fuera atendiendo a la minería del asteroide están limpiándose el sudor y los restos de polvo que parecen capaces de cruzar hasta el más cuidado de los trajes espaciales. Cansados pero satisfechos por el trabajo hecho, comentan el día y las ganas que tienen de coger la cama por banda y descansar. Chanzas parejas a la del grupo que abandona el vestuario y se adentra en el pasillo, cruzándose con uno de los jovenes intendentes que carga apresurado algunos ingredientes que llevar al comedor.

Mientras tanto, nosotros avanzamos por el pasillo hasta mostrar la puerta del puente de mando. A la izquierda dos técnicos y operarios están analizando los datos de los monitores que evalúan el valor de los asteroides cercanos. A la derecha, el oficial de comunicaciones ríe, flirteando con la encargada de los sensores con las caricias que prometen cosas que los labios todavía no se atreven a decir. Y en el centro, la capitana se deja caer en su asiento de mando, que gira con ella, colocando a su lado una taza de café humeante mientras su oficial principal le informa de las rutas que creen que pueden ser más lucrativas.

Entonces, primero la taza se sacude. 

Y luego la cámara completa gira noventa grados mientras todos los tripulantes del puente son lanzados contra el nuevo suelo, saliendo despedidos de sus posiciones entre chispas y gritos. El oficial de comunicaciones se golpea la cabeza contra uno de los monitores y un reguero de sangre empieza a formarse, mientras a cámara lenta la capitana es arrancada de su asiento y lanzada de un lado a otro del puente. Unos cables se sueltan del techo de la nave y empiezan a balancearse soltando destellos mientras el primer oficial ve como sus informes le son arrebatados por el aire y es arrojado contra la operaria de sensores, en cuya pantalla resquebrajada puede verse formar una enorme forma roja.

Aunque sea imposible, las poderosas paredes de acero de la nave minera empiezan a retorcerse, estrujadas por una fuerza inconmensurable, que las manipula como si de unas tiras de papel se tratasen. Y mientras el cristal frontal del puente es destruido por unos enormes y oscuros tentáculos, y el aire de la sala es succionado hacia el exterior, arrastrando con él multitud de objetos pequeños, coágulos de sangre y los fragmentos de la destrozada taza de la capitana, los tentáculos a tientas palpan buscando los cuerpos heridos. Adheriéndose a ellos. Cogiéndolos para oscuros propósitos. Arrastrándolos al oscuro vacío espacial que existe entre las estrellas.

Ah, parece que los niños están revoltosos...

Comentarios

  1. Aunque inicialmente la idea de este relatillo la tuve hace ya más o menos una semana, no fue hasta hace una hora que me puse a escribirlo porque necesitaba vomitarlo sobre el papel. Y así ha quedado, sin retocar ni cambiar nada, directamente como lo escribí, con todos los fallos y errores que ello suele implicar.

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