Paraiso Perdido: Pecado y expiación
Entumecimiento.
La mesa frente a él está ocupada por toda suerte de armas, como buena parte del pequeño piso. Un par de granadas, una de ellas de fósforo blanco para demonios nocturnos, cargadores, un AR-15 a medio limpiar, múltiples pistolas de distintos calibres, cintas de balas, un lanzallamas desmontado... y entre todo ello, las gotas de sangre, el látigo de siete cuerdas que es lo único que puede sacarle temporalmente de su abotargamiento, entregando el dolor físico que era reflejo de su dolor espiritual por su terrible pecado: fracasar.
Su brazo derecho le manda señales de dolor, pero sabe que son irreales porque hace días que esa extremidad no existe. Brazo fantasma, dolor fantasma. Como los espectros que lleva a su espalda. Pero cuando esas nítidas sinapsis falsas mandan el dolor, entonces él la ve con claridad de nuevo: la mortaja negra y apolillada, la calavera cubierta de piel, la mano sangrante y la maldad visceral y profunda de las cuencas de los ojos vacías. Puede verla como si la tuviese delante ahora mismo, la asesina del Arzobispo, la demonio, la causa de su fracaso, su pecado. Un demonio, terrible, salido del más profundo Infierno para detener la obra divina y ponerle a prueba en su fe y determinación... una prueba que había fracasado.
Está perdido en la oscuridad y lo sabe. Sin Patrick, sin Kendra, pero sobre todo sin James que había sido la guía, el maestro, el juez que guiaba la empresa. Su innegable santidad había atraído a las fuerzas de la oscuridad, unas con caras más amables como Jennifer, otras con las caras terribles de la muerte. Mientras el Arzobispo vivía, él nunca había dudado de que su causa era justa y que, por complicado que fuese el camino, la luz triunfaría contra las tinieblas. Pero ahora ya no está seguro.
Como Cristo en Getsemaní, duda, su fe flaquea. Solo el dolor le devolvía durante un tiempo a la senda correcta, pero su camino ahora va a la deriva. Y sabe que no solo el suyo, sino también los de Mara y Chloe. Él ya no se siente digno ni adecuado para guiarlas en la caza, de enfocar la fe de la monja o la ira de la veterana. Ha perdido demasiado, y ahora Dios le castiga por su pecado y debilidad, respondiéndole solo con silencio a sus plegarias.
¡Estúpido! ¡Débil! ¡Pecador! Los latigazos mentales sonn insuficientes para transmitir el dolor de su pecado, el precio del silencio divino. No solo había fracasado en defender al Arzobispo, sino que en su hora más baja había aceptado la ayuda de una demonia, había parlamentado con otra... es innegable y evidente para él, su camino se sume en la oscuridad, su fracaso condenando no solo su alma inmortal sino a la humanidad misma al fallar en su misión divina de protegerla de los monstruos que se mueven en las sombras, demonios de toda clase.
Está perdido.
Pero Dios aprieta pero no ahoga. Y cuando uno está en el pozo profundo, el Señor envía a sus ángeles en ayuda. En este caso un cambio en la televisión, un parte de noticias... algo tan mundano y que pese a ello transporta una revelación divina innegable: el Enemigo se ha manifestado en Los Ángeles. No un demonio, no un diablo cualquiera, no un siervo del trono infernal. Podía sentirlo en lo más profundo de su alma, ese era el Lucero del Alba, Lucifer, Satanás, Belcebú, la serpiente del jardín...
Dios calla en su mente, pero le ofrece el camino a la redención, al perdón, a la expiación de todos sus pecados. El Apocalipsis ha dado comienzo, el Anticristo se ha alzado sobre aquella Sodoma de la costa oeste y sumiría el mundo en mil años de oscuridad hasta el Día del Juicio. Si no le detenían. Si no le detenía él, pues para él era la revelación.
De la mesilla lateral, Damian coge el teléfono móvil mientras se pone en pie. La determinación, la justa ira, brilla de nuevo en los ojos profundos del Juez. Primero llamaría a Chloe, quizás Mara siguiese con ella recibiendo cuidados médicos. Habría que conseguir que la Iglesia les pagase un viaje a L.A. pero eso sería fácil...
Juicio. Retribución. Ya no hay entumecimiento.
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