Paraiso Perdido: Aquelarre


Salem. Johanna odiaba tener que viajar al norte a la pequeña localización que ni llegaba a los cincuentamil habitantes, y dejar atrás su Nueva York. No solo por lo desprotegida que se sentía aquí, sino por la historia del lugar. La matanza de brujas que había tenido lugar en sus calles tanto tiempo atrás había sido la primera atrocidad cometida por la Tecnocracia en el Nuevo Mundo, ayudada en aquel momento por el Coro Celestial, o eso decían las historias. A la hechicera no le preocupaba demasiado el pasado, eso era cosa de Isaac y sus libros apolillados, pero había algo en el suelo mismo de aquel pequeño poblado que hablaba de la sangre derramada y los cuerpos quemados, incluso pese al paso de los siglos. 

A simple vista, normalmente, nadie hubiera identificado a las mujeres frente a ella como brujas, pero en aquel momento, bajo la luna, danzaban desnudas alrededor de una hoguera, pintadas con cenizas y sangre animal. La barbarie de los rituales wiccanos siempre la sobresaltaba y fascinaba, había algo oscuro y primitivo en ellos, en la extraña conexión que la docena de mujeres tenían entre sí y con la tierra bajo ellas. Y cómo con sus bailes y rituales eran capaces de circunventar la Paradoja. Contravenía todo el entendimiento mágico de expertos de las Tradiciones y de la Tecnocracia, y sin embargo funcionaba aunque debiese ser imposible. 

A Johanna eso no le extrañaba, los misterios del mundo siempre eran infinitos. A lo largo de su vida había visto demasiadas cosas inexplicables como para creer lo que su maestro le había enseñado tanto tiempo atrás a pies juntillas. Había demasiadas cosas sueltas en el mundo, desde hombres lobo a vampiros, que existían pese a que los Durmientes creían que no. Incluso demonios, aunque con una sonrisa cínica la hechicera se rió para si misma, porque le encantaba como los antiguos monstruos del Infierno se retorcían y ofendían cuando les decía que solo eran producto de las creencias humanas. Un pequeño placer, para compensar que fuera su culpa que tuviese que venir a ver a las brujas. 

Se ajustó el abrigo y se acercó al círculo de danzarinas, bajo la atenta mirada de un gato negro que, subido a un árbol, mecía su cola lentamente en el aire, como si fuese el gato de Cheshire. 

-Saludos querido- le dijo la hechicera al felino acompañando las palabras con un guiño, pero el animal no le respondió. Debía estar ocupado avisando a su dueña de la llegada de la no-invitada. 

La líder del aquelarre dejó de girar alrededor del fuego y se encaminó con paso seguro hacia Johanna. Era lo bueno de los familiares, si sabías cómo se comportaban eran bastante predecibles. Y aquel era antiguo y poderoso, pero al mismo tiempo estaba habituado a cierta forma de hacer las cosas.

-Saludos, hermana de las Tradiciones- saludó formalmente la otra mujer, que aparentaba unos cincuenta años bien llevados, aunque la neoyorkina sabía que se trataban de muchos muchos más. Pese a la formalidad de su saludo, no había cariño ni alegría en el mismo, solo cierta cerrazón y precaución.

-Buenas querida, bonita fiesta que tenéis montada. ¿Os importa si me uno?-

Sabía de sobra que la respuesta a eso era negativa, y la otra mujer ni siquiera se molestó en responder, solo emitiendo un pequeño bufido por lo bajo similar al que haría su familiar de la rama. 

-¿Qué te ha traído a nuestro Círculo Johanna? ¿Qué quieres esta vez?-

-Información, como siempre Loretta, de las brujas más poderosas de América- fingir inocencia no iba a funcionar con la jefa del aquelarre, y siempre le había gustado más ser directa y añadir un toque de ironía en cómo decía las cosas. 

La otra se tensó al escucharlo, pero no se dejó arrastrar al juego de picarse mutuamente.

-Necesito saber algunas cosas sobre demonios, y todo el mundo sabe que vosotras sabéis más que nadie de ellos. Al fin y al cabo, ya cuentan las historias que os juntáis con ellos en vuestros aquelarres y fornicáis indecentemente para conseguir vuestros poderes. ¡Qué envidia!-

La jefa de las brujas no respondió a sus piques con eso tampoco. 

-¡Ah, vamos querida Loretta, pareces alérgica a divertirte un poco conmigo!-

-Nuestra diversión terminó hace mucho, Johanna, cuando nos robaste lo que era nuestro.-

-Agua bajo el río querida, ¿o acaso no recuerdas nuestras noches danzando a solas bajo la luna? Sin duda follábamos de lo más indecentemente...-

-Repito la pregunta, así que no pongas a prueba más mi paciencia o te destruiré, ¿qué quieres?-

-De acuerdo, de acuerdo- alzó las manos como para hacer las paces, sabía que si seguía empujando la cuerda se rompería-. Demonios. No hemos hecho un trato con ellos, a diferencia de vosotras, pero estamos colaborando. El Coro Celestial ya les dio el relativo aprobado a estos, así que ya sabes, les estamos ayudando a encontrar a su líder perdido. Y vosotras sabéis más de demonios que nadie, así que, ¿qué puedes contarme del Lucero del Alba, querida?-

La reacción a todo ello por parte de Loretta fueron una cadena de bufidos de incredulidad. Sintiendo su tensión, su familiar en la rama se encrespó, comenzando a sisear agresivamente hacia Johanna, que se encogió de hombros ante todo ello y puso su mejor sonrisa de no haber roto ningún sigil mágico jamás en su vida.

-¿Por qué les ayudaríais en algo así, loca? Sabes de sobra lo peligroso que es tratar con demonios, no son pocos los que has exorcizado...-

-Ah, bueno, ya sabes, tiempos desesperados y todas esas cosas. La Tecnocracia nos está aplastando a todas, vosotras aquí en vuestro pueblecito con bailes y paseos por los museos deberíais recordarlo mejor que nadie. Vuestras predecesoras pagaron el precio primero, en la Guerra de la Ascensión o se gana o se muere. Y me temo, querida, que llevamos todas las cartas de perder si no damos un pequeño giro al juego, un cambio en las reglas a mitad de partida, un as en la manga. Como encontrar a un demonio poderoso y que nos deba un favor.- 

-¡Increíble! ¡Eres increíble! Estás loca además. No se cómo pudiste liarme en el pasado pero no se va a volver a repetir Johanna. Juegas con fuerzas más poderosas de lo que puedes imaginar, el primero de los caídos no está atado a nada, no se puede exorcizar, no se puede controlar. Es una fuerza de la naturaleza, como los espíritus de la luna sobre nosotros, o la madre tierra bajo nuestros pies. No te va a deber un favor, suspiras por la ayuda del sol pero él ni siquiera va a saber que existes cuando te queme con su brillo. ¿Y por qué?-

-¡Para traer de vuelta la magia al mundo! ¡Ese es el por qué! Estamos muriendo, Loretta, vosotras y nosotras, nos cazan una a una, nos quitan la magia, ciegan a los Durmientes. El tiempo se nos acaba, Barry ya lo ha visto, y o luchamos o moriremos como vosotras, perdidas en un pueblecito sin hacer nada más que lo que a vosotras os interesa. ¡Sois unas cobardes, pero la cobardía no va a salvaros esta vez de la Tecnocracia!-

La ira explotó dentro de Johanna al ver que la bruja no estaba dispuesta a ayudar, que se encerraba en su aquelarre sin hacer nada por cambiar su destino ni futuro. Aceptaban la derrota, la muerte, con la misma sencillez que el cambio de las estaciones. Y eso destruía a la hechicera por dentro, no solo por lo mucho que había unido a ambas en el pasado, sino porque era completamente incapaz de rendirse, pero era cada vez más consciente de que la lucha era inútil.

-¡Vete, Johanna, vete y no vuelvas! ¡No eres bienvenida en Salem desde...-

Los gritos airados de la bruja se vieron interrumpidos por una cacofonía. Sus hermanas gritaban, se retorcían, caían al suelo interrumpiendo sus danzas. Solo enemigos muy poderosos podían esperar enfrentarse así al círculo de wiccanas, especialmente cuando están reunidas y en pleno ritual... y ninguno podía hacerlo sin que lo notasen, sin que hubiera fuerzas mágicas presentes de un tipo u otro. Y sin embargo, por mucho que Johanna miraba alrededor no podía identificar enemigos de ninguna clase, ni Agentes, ni demonios, ni hadas maliciosas buscando echarse unas risas.

-¿Qué está pasando?- preguntó, sin entender, pero lo único que vio en los ojos de la bruja era el mismo desconocimiento que había en los suyos.

Y entonces lo sintieron, de un modo suave e instintivo, pero ambas lo notaron. El ritual, de algún modo incomprensible para Johanna, había buscado debilitar la Paradoja en Salem, reducir el efecto de la creencia de los Durmientes en que la magia no existía. Sin embargo, pese a que había fallado y se había interrumpido, había estado conectado a la esencia misma de las creencias de la humanidad, a las fuerzas más básicas de la hechicería misma. Y las reglas de esas cosas acababan de cambiar de un modo que hacía que el ritual implosionase sobre si mismo, dejando unas brujas desorientadas, agotadas y perdidas. Se recuperarían, sin duda, con pociones y ungüentos, pero no eran ellas las que habían hecho todo.

-Parece, querida, que se os ha ido un poco de las manos la fiesta. Se que lo notas como yo, los Durmientes han empezado a creer de nuevo en la magia, y no solo en Salem. Quizás si que tengamos una oportunidad de ganar esta Guerra después de todo, y Ascender a la humanidad a nuevos niveles; te dejo con tu cobardía, tengo cosas que hacer...-

Mientras se daba la vuelta, ajustándose de nuevo la gabardina, la wiccana también se alejaba de vuelta a su círculo, en ayuda de sus hermanas desorientadas. Ya de espaldas, sin que la bruja pudiese verlo, Johanna sonrió ligeramente complacida de que algo le hubiese dado una lección a Loretta. Un sentimiento pequeño y algo mezquino, pero ella era así. Aún le llevaría un rato regresar a su casa y poder descubrir qué había pasado, igual que aún faltaría algo de tiempo antes de que su cuervo familiar le avisase de que habían lanzado una paloma blanca en la ciudad. 

Pero hasta que eso llegase, Johanna estaba ya dándole vueltas a todo lo que había presenciado y sentido, y sabía que, en algún lugar, el Hombre de Blanco tenía que estar rabiando terriblemente. Y eso, eso la complacía jodidamente mucho. Así que rió, a las estrellas que les ignoraban, a los árboles que se mecían al viento, al destino y al futuro y a los mil demonios danzarines que condenan almas en el Infierno. 

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