Tiempo de Anatemas 3: El Segundo Aliento

El sol es todo lo que se puede ver, hasta que lentamente la luna se desplaza como en un antiguo baile de cortejo hasta colocarse frente a él. Y el sol es transformado en un perfecto anillo de fuego que abraza con el cariño de antiguos amantes a la perfecta oscuridad que engloba en su interior. Nos adentramos en la oscuridad hasta que, al retirarnos de ella nos encontramos en un salón circular cuyo suelo de mármol negro con un anillo de oro reproduce el mismo eclipse del exterior. Una treintena de desconocidos se encuentran en ese salón, llamados y convocados, bajo las normas de cortesía y etiqueta. Y una voz resuena desde lo alto, clara, potente, innegable:

Con el Amanecer, nuestra fuerza hizo posible lo imposible
Al Mediodía, la lealtad forjó un Reino, nuestro Reino
Al Atardecer, la corrupción tejió una traición, vuestra traición
y con la Noche, la Creación fue indigna y quedó para las sombras.
Veremos si una Redención puede traer un nuevo Amanecer.

El funcionariado celestial separa entonces a los extraños que escucharon las palabras, llevándolos a distintas partes del palacio en pequeños grupos. Pues es el momento de la formación de los Círculos, el lazo que marcará sus vidas para siempre, el vínculo con aquellos con los que les acompañarán en su camino hacia el futuro. Pero formar un Círculo requiere responder a las preguntas del Muy Loable y Majestuoso Departamento de Asuntos Celestiales y entre sus cuestiones cada uno de los integrantes de los grupos debió conocer a los demás y, con ello, forjar la unión no de las piezas dispares que eran, sino del todo unido que debían ser. Algunos dudaron de la realidad de lo que estaba ocurriendo, pensando que se trataba de sueños, personas imaginadas, o acaso resultado del consumo de setas. Pues tal es la naturaleza ambigua de profecías y divinaciones, en las altas tierras de los palacios celestiales.

Con los documentos se formalizaron los cinco círculos, cada uno de ellos encargado del control, la protección y el avance de uno de los polos. Todos ellos entrelazados en una misión común, un destino compartido. Forjados todos ellos en el vínculo de un juramento común, una tarea que acometer.

Pero entre los palacios en las nubes, la etiqueta y el protocolo deberían servir a un único señor: la virtud. Y esta debía ser puesta a prueba en los presentes, contrastada y discutida. Pues siete son las grandes virtudes que los cielos esperan de sus seguidores, pero aplicar cada una puede ser complicado. Ambición, lealtad, valor, compasión, disciplina, justicia y curiosidad. Todas ellas presentes en los reunidos pero en distintas medidas y proporciones. Unos eran adalides de la justicia, otros estaban preocupados por el valor e incluso uno se guiaba en solitario por la férrea disciplina que se había impuesto a si mismo. 

Ante ellos, para probar sus virtudes, tres casos fueron presentados. Tres mortales que buscaban, con sus plegarias, la guía de los cielos. Un general de ala de las legiones Tepet que, en el frío norte, no quería seguir unas órdenes legales pero brutales. Un explorador y científico en las ruinas del ardiente sur, que quería hacer libre sus descubrimientos en vez de entregarlos al inversor de la expedición. Y un padre del profundo oeste que buscaba venganza por el injusto sacrificio que un capitán de navío había hecho con su hijo. 

Tres complicados casos, pues todos los involucrados tenían su parte de virtud, pero también sus debilidades y fallos humanos. Pues tal es la naturaleza compleja y contradictoria de los mortales. ¿Es más importante respetar la ambición de un mercader o la curiosidad de un científico? ¿El deseo de ciega justicia de un padre o la misericordia por un capitán que tomó la elección del menor mal? ¿Y entre la disciplina y lealtad de obedecer las órdenes de los superiores y la compresión de la injusticia y brutalidad que supondría hacerlo? Dilemas cuestionables, sin una respuesta clara, aunque las virtudes representadas en los presentes emitieron unas respuestas. 

Y, al final, los tres recibieron las respuestas que buscaban, aunque quizás no las que querían. El general deberá buscar la manera de castigar pero de modo justo y proporcionado y guiado por la piedad, el explorador hará libre sus descubrimientos, y el padre deberá aprender a perdonar. Tales fueron las respuestas que recibieron, tales fueron las voluntades de los cielos.

Waga mi shinjitsu to naru wa

Un día yo sere la Verdad, Un día…

Pero un dios se presentó ante ellos en ese momento para hablarles de los tres terribles males que aquejaban a la Creación. Los Señores de la Muerte del Inframundo, decididos a acabar con toda vida. Los Yozis infernales de Malfeas, que en nada se detendrán para corromper la Esencia misma. Los reyes y reinas de las Buenas Gentes de las profundidades del Kaos, que buscan nada menos que el retorno de la Creación a la Informidad. Tres grandes males cuyas acciones traerían calamidades y problemas al mundo y cuyos designios debían ser detenidos o cualquier esfuerzo que realizasen los Círculos sería irrelevante ante la destrucción de la realidad misma.

Pero de nuevo se encontraron separados y divididos sin un motivo claro, aislados en distintas salas con extraños diferentes a los miembros de sus Círculos. Extraños enigmas colgaban sobre ellos, guías para las respuestas a las preguntas que se estaban haciendo. Pues habían debatido y discutido, pero llegaba el momento de ser y hacer.

Unos fueron llamados a manifestar la fuerza y firmeza de la lanza. Investigaron extraños crímenes que resultaron estar organizados por un corrupto oficial, diseñaron estrategias y lideraron ejércitos desde el frente de batalla, aplastando las Legiones Imperiales. Y formalizaron un juramento que les identificaría como integrantes de la Casta del Amanecer.

Otros recibieron palabras de sabiduría, pues suya debía ser la elegancia de la espada. Ellos debieron inspirar a un ejército desmoralizado para que volviese a intentar avanzar contra un enemigo imbatible, decidir sobre sacrificios a pequeños dioses de memoria y futuro, expulsar demonios de huéspedes mortales donde no eran bienvenidos. Y juntos, sellar su pacto que les unía como la Casta del Cenit.

Los terceros debieron encontrar la sabiduría del puño, reunidos en una sala mágica que resonaba con sus pensamientos. Debieron transitar de ella a un antiguo palacio caído del cielo, descubrir una historia de pérdida y soledad al invocar elementales y atarlos con palabras y ofrendas, restaurar lo perdido para que la maquinaria alzase el palacio al cielo. Y con ello, unirse en un voto que les vinculó como la Casta del Atardecer.

Más allá algunos debieron encontrar la precisión del arco. Adentrarse sin ser vistos en busca de información secreta duramente guardada, revelar los que manipulaban detrás del escenario a gobernantes inocentes y luchar contra las monstruosidades en su propio refugio donde eran más fuertes. Finalmente, pudieron dar sus palabras para crear el invisible lazo de la Casta de la Noche.

Y finalmente, el último grupo debería enarbolar la belleza de los abanicos de guerra. Actuar como embajadores ante una corte de espíritus divididos en sus rencillas, lidiando con ellos hasta formar un pacto entre ellos que debería ser honrado para siempre. Y, con esto, poder firmar su propio acuerdo que les establecía como la Casta del Eclipse, así como otras organizaciones más misteriosas que ellos mismos crearon.

Solo cuando los cinco juramentos estuvieron establecidos, sus palabras despertando las radiantes marcas de sus frentes, fueron de nuevo reunidos en el salón del eclipse. 

La etiqueta, el protocolo y la educación son virtudes en alta estima en los palacios del cielo. Y, completado su viaje, los mortales invitados habían pensado, habían juzgado, habían sido. Y ahora debían comenzar su camino con sus presentaciones, ofreciendo un regalo significativo cada uno al Que Tiene Cuatro Brazos y Cinco Sellos. Estas ofrendas desaparecieron en radiante luz, señal de que habían sido aceptadas con agrado por aquel a quien iban destinadas. 

Pero tras ellas llegó la última de las advertencias. La Emperatriz Escarlata había desaparecido cinco años atrás y su trono debería ser ocupado. Por quien, cómo y de qué modo, estaba por ver, pero el vacío jamás se sostendría. El desorden y el malestar se extenderían por la Creación a medida que las once casas de la Dinastía Escarlata competían por ocupar el asiento vacante. Y, desde sus asientos de poder en cada uno de los polos de la Creación, lanzarían sus campañas e intrigas, sus engaños y proclamas, y correspondería a los elegidos decidir cómo manejar la situación y llegar a un destino que ellos considerasen adecuado.

El tiempo, incluso en los cielos, es finito. Con los últimos instantes del eclipse, mientras los amantes se preparaban para romper su abrazo estelar, los regalos fueron devueltos a sus donantes, cambiados para siempre. Con una fuerza y energía divina, sus destinatarios sintieron el rugir de la Esencia en su interior, desatada y liberada como nunca, sus marcas de casta radiantemente visibles en sus frentes. Y del mismo modo que una mano hace su movimiento en un extraño tablero, treinta mortales dejaron de serlo y Exaltaron en una respiración compartida y simultánea a lo largo de toda la Creación: el Segundo Aliento. Y, con ello, el mundo empezó a prepararse para el retorno de quienes habían estado largo tiempo perdidos.

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