Tokyo 4ª Generación 14: El Alma de la Luna

 

Aquel mágico reino, más allá del arco iris, donde los sueños se podían volver realidad había cambiado con el tiempo, había perdido su lustre y brillo ideal y había descendido al gris de lo mundano. O quizás era que los niños habían cambiado, madurado, vivido y ya no se dejaban llevar por las pequeñas cosas de igual modo que antes. En sus enormes poderes cósmicos habían creado dioses y protectores de los sueños, recorrido la senda de los héroes y luchado hasta cubrirse de sangre. Y la inocencia, como tantas otras cosas, había ido desapareciendo lentamente. 

Y con ese brillo perdido, se había también producido un terrible distanciamiento entre lo que los niños deben ser cuando son pequeños, y en lo que aquellos habían tenido que convertirse ante las necesidades de un mundo oscuro, lleno de villanos y amenazas. Su infancia, como tantas cosas, había sido sacrificada, quizás no el mayor de sus pérdidas pues su humanidad se encontraba también en la línea al altar oscuro que les aguardaba. Izumi ya no vivía enteramente en el reino, habiendo ascendido a la Luna a construir su propia fortaleza. Ronin abandonaba la senda de la humanidad en la carretera hacia ser el gran héroe. Asami se encontraba profundamente involucrada en cuestiones de espiritualidad y trascendencia. E Ishara estaba batallando y venciendo, abandonando su humanidad para personificar a la diosa Durga. 

No había infancia ya para ellos, y no en vano aquel curso comenzaría con una clase dedicada a tratar con una persona ordinaria, a hablar con quien era simplemente la dueña de una pequeña farmacia de barrio. Alguien sin poderes ni grandes aspiraciones, alguien corriente, alguien humano. Y en los malentendidos y en la distancia entre ambas partes en esa conversación quedó patente la tragedia que era la infancia que aquellos niños especiales habían tenido que tener y que de tantas cosas les había privado. Pequeños detalles como una charla en el parque con sus padres subidos a los columpios, o la gran presión ante un mero examen de matemáticas, disciplina ante la que Ronin demostró sus desdén pues ya no era importante en la senda que había decidido recorrer.

Al poco de terminar las clases ese día sería el concilio religioso que Asami había organizado en la Luna, para que todas las creencias conversasen y encontrasen puntos de acuerdo. Pero, tratando de provocar al Ángel, Ronin transformó el final de la convención en un juicio acertado contra las creencias retorcidas por quien una vez había sido la madre de Kaneda. Confrontándola con las contradicciones de sus propias palabras, la arrinconó hasta que su reconocimiento en público de que el Ojo que Todo lo Ve era un dios nuevo y no el verdadero Yahve hizo que este mismo desapareciese, la fe de la gente corriente cambiando de destino a un Dios que se había encarnado en el padre de Lucifer, un hombre normal de Nueva York llamado Jesús. 

Así comenzaba aquel extraño curso, el último que tendrían en la mágica escuela, donde los niños entraban pero lo que salían eran soldados, cargando con el peso del mundo sobre sus hombros ya no infantiles. Donde la imaginación y los sueños van a morir, como la creencia en Papa Noel cuando se confronta con la realidad. La tragedia cotidiana de convertirse en un adulto.

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