La Era del Pesar


Querido maestro, venerable iluminado Yuan Shi

Te escribo esta noche que no puedo dormir, como tantas veces en las últimas semanas. Cierro los ojos y me atenaza el miedo, la inseguridad, la incertidumbre. Intento emular a los Dragones Iluminados pero lo que consigo solo es falsos gestos y palabras insinceras. Me siento más lejos que nunca de la iluminación y de la reencarnación y, me temo, no es cosa mía sino de la Creación misma.

Los augurios se reproducen se consulte a quien se consulte. Las señales nos observan desde el cielo estrellado a la intranquilidad de las carpas del estanque. Ayer mismo encontramos una de ellas muerta sin aparente razón, otro augurio oscuro. Un presagio tras otro nos guían en la misma dirección: un tiempo de oscuridad y muerte, una era de pesar. 

Las señales comenzaron tras la desaparición de la Emperatriz Escarlata, ya hace cinco años. No era la primera vez que nuestra monarca se marchaba sin dar explicaciones y muchos esperaban que, como en otras ocasiones, regresase un tiempo después. Pero no lo ha hecho y, por ello, el Reino desciende hacia el desorden. Las grandes Casas de los Vástagos de su Dinastía se enfrentan por el control de la Ciudad Imperial y, con ella, el Reino mismo, buscando suceder a la Emperatriz. Descuidan las Satrapías de las que depende el Reino mismo y los brotes de desequilibrio y rebelión se reproducen de norte a sur, de este a oeste. Desde las profundidades marinas a los bosques infinitos, desde las altas montañas a los vastos desiertos, el desorden se extiende.

Pero no solo eso, sino algo más oscuro y terrible se mueve. Los augurios realizados en el templo hablan de miedo entre los espíritus y los mortales ante la aparición de unos nuevos Anatema. Dirigidos por Máscara del Invierno en el este, pronto otros terribles enemigos se han ido mostrando en las islas y en los riscos y temo que otros lo hagan aún en el desierto o incluso en la Isla Bendita. La muerte misma camina con ellos y en la sombra que dejan a su paso nada crece ni puede vivir. Son la destrucción y la decadencia, alimentada por el miedo y la guerra. Heraldos de un fin silencioso y terrible, de tumbas sin ocupantes y espectros, no tan distinto al final en el Kaos que heraldaban las invasiones de la Buena Gente. Y algunos augurios hablan de que también las hadas se mueven en los extremos más alejados de la Creación, que acaso sus ejércitos de nuevo marchen para destejer el mismo tapiz de la realidad como ya hicieran hace tantos siglos. 

Maestro, estos y otros augurios me quitan el sueño. Se que debería confiar en la iluminación de la Orden y en el poder de los Vástagos, pero lo que una vez me trajo solaz ya no lo consigue. Antigua maquinaria espera a ser despertada para nefarios designios, y terribles criaturas acechan en los límites del mundo civilizado. Nuestros enemigos se reunen, organizan sus fuerzas, se preparan. Y, por el contrario, nosotros nos dividimos, nos enfrentamos unos contra otros, disputamos la posesión de un trono o una satrapía sin importar los costes que ello pueda tener. 

En el Umbral, muchos aun respetan y adoran a los héroes de tiempos pasados. Dicen que hay que alegrarse por aquellos reinos que tienen héroes en tiempos de oscuridad. Yo creo que se equivocan, que hay que compadecerse de aquellos que necesitan de ellos, pues la negrura les amenaza. Y temo que estamos abocados a un tiempo, a una era misma, en que ellos sean nuestra última esperanza.

Pero observo a mi alrededor y no encuentro señales de su llegada. Solo oscuridad y negros augurios. Señales de Anatemas terribles y horribles eventos. De muerte y destrucción. Acaso la Dama de Secretos con su inescrutable sabiduría esté escribiendo líneas rectas con los renglones torcidos que somos los mortales, pero si es así es un relato muy negro el que relata. 

Maestro, acudo a ti en busca de esperanza, como siempre fuiste capaz de darme en el pasado. Pues mire a donde mire, no la encuentro ya a mi alrededor.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un mundo de tinieblas

El poder de los nombres

Tiempo de Anatemas 27: La senda de la tinta y la sombra